Especial #SanValentin – El amor está en las viñetas

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El amor está en el aire se suele decir. La sabiduría popular es consciente pues de que un sentimiento tan virulento como este solo puede provocarlo un virus que se propague invisible a nuestro alrededor. También puede ser que lo transmita la picadura de los mosquitos. Nosotros no descartamos nada mientras no lo haga la ciencia. Y mientras eso pasa algún día nosotros preferimos seguir haciendo una defensa a ultranza del amor en toda su pureza. El que se puede encontrar en las viñetas. ¿Quién no se ha enamorado alguna vez de un personaje de papel y tinta? Sucede todos los días, a todas horas y en cualquier parte el mundo. Para muestra hoy, aprovechando la celebración este día con ánimo de lucro llamado #SanValentin , hemos reunido a un grupo de románticos redactores para que nos cuenten sus experiencias, nos abran su corazón y nos hagan vomitar arcoíris con sus amores imposibles. En la lista de perjudicados tenemos a Gustavo Higuero, Jordi T. Pardo, José Maria Vicente, Juan Luis Daza, Marta Gómez San José y Samuel Secades. Ellos se han vuelto locos de amor, ¿pero qué hay de ti? ¿Tienes algo que confesar? ¿Algún personaje de cómic que te haga tilín? ¡Cuenta, cuenta!

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Querido Wade, porque para mí siempre serás Wade Wilson, no Deadpool, Masacre o el profeta de Bea Arthur en la tierra. Simplemente Wade.

Hace veintidos años que te amo en silencio y la distancia. Aquel 1994 descubrí por primera vez esos gluteos prietos, esos pectorales de ensueño que ROB! te dio, ese dominio de todo tipo de armas o artes marciales y esa boca, esa boca que nunca para de moverse, de soltar deliciosas reflexiones filosóficas y metafísicas con las que descolocar a tus incultos rivales llegando casi a alegrarse cuando los ensartas con tu katana o tiroteas con tu semiautomática. Después de beber los vientos por ti enfrentándote a los X-Force de Cable a tu otro padre, Fabian Nicieza, le encomiendan escribir tu primera aventura en solitario junto al dibujo de un por aquel entonces todavía turgente Joe Madureira y ahí mi corazón te perteneció definitivamente. Allí, buscando el Testamento de Tolliver junto a tu inseperabale amigo Comadreja, tratando de dar con el paradero de la fresca de Vanessa y huyendo de Tom Cassidy «El Negro» y Juggernaut fue cuando decidí llenar mis carpetas del colegio con fotos de tu rostro enmascarado, tu cuerpo lleno de pústulas y tu fisionomía apolinea. A partir de ahí todo fueron parabienes, Mark Waid, Ian Churchill y Lee Weeks engrandecieron tu leyenda y presentaron a personas que serían de vital importancia en el devenir de tu vida como Theresa (otra casquivana) o el Doctor Killbrew y yo cada vez me sentía más cercano a ti, a tu humor, tu destreza como mercenario o tus problemas cutaneos.

Pero entonces llegó Joe. Joe Kelly nos mostró tu mejor cara, llevó hasta el límite tu sorna y supo jugar como nadie con esa doble personalidad que te caracteriza, la de asesino frío y calculador por un lado y la de eterno niño con el corazón roto por el otro. Comenzamos a descubrir qué te sucedió en el proyecto Arma X, cuáles eran tus miedos, cuán malvado era ese detestable T-Ray o que Al la Ciega era la suegra que todos soñábamos tener. Después llegaron Bob, tus distintas versiones pertenecientes a los Masacre Corps, el desdoblamiento de personalidad y poco a poco te fuiste rodeando de mutantes, vengadores (de los clásicos y los muy superiores de los Grandes Lagos) u otros mercenarios, pero yo sólo me seguía fijando en esos ardientes ojos blancos, ese porte canadiense, esos brotes de esquizofrenia y manía persecutoria que te hacían tan irresistible y seguí pensando en ti cuando me encontraba en soledad, engordando a base de chimichangas sólo por intentar emularte y odiando con toda mi alma a ese maldito Logan que siempre intenta hacerte sombra. Luego Rick Remender te unió a sus Imposibles X-Force y te vi hacer buenas migas con ese gabacho pijo de Phantomex (sí, he de admitir que me puse celoso) y llenar con tu simpatía, encanto personal y pansexualidad un grupo compuesto por miembros que palidecían ante tu gloriosa verborrea, tu arte para el homicidio y tu tendencia a exponerlos a peligros innecesarios, como sólo tú sabes hacerlo.

Hoy es un día especial, no sólo porque en San Valentín todos mis pensamientos irán hacia ti, sino también porque debutas en Hollywood con tu primera película en solitario (obviaremos lo que te hicieron en X-Men Orígenes: Lobezno, cómo se notaba que uno de los productores de la película era ese australiano gerontófilo llamado Hugh Jackman) esa Deadpool que lleva a la tridimensionalidad cinematográfica tu vida y milagros. El éxito del largometaje sólo supondrá un paso más en tu existencia llena de triunfos, era inevitable que tarde o temprano la meca del cine se rindiera a tus pies llenos de quistes. Sólo espero que la fama no se te suba a la cabeza y no te olvides de los que llevamos años susurrando tu nombre entre dientes, los que rezamos todas las noches a ROB! por haberte dado esa perfecta anatomía que sólo el sabe diseñar, los que nunca hemos vuelto a mirar a otra persona con verdadero amor desde que pusimos nuestros ojos en tu máscara negra y roja. Yo el viernes iré a verla en pantalla grande con mi pareja, aquella persona con la que hace tiempo comencé una relación para intentar olvidar (inútilmente) tu recuerdo y trataré de no delatar mi desenfrenada pasión hacia tu persona cuando te vea eliminar uno a uno a todos tus enemigos en formato panorámico con esos bíceps de titanio, esos gemelos acerados, esas piernas cinceladas por Miguel Ángel que desde 1994 son lo primero en lo que pienso al despertarme y lo último que pasa por mi mente antes de acostarme. Sin ninguna parte más de tu anatomía (al menos de las que puedo mencionar sin que me expulsen de la web y la red) que escrutar con devoción me despido y vuelvo a mi sancta sanctorum para seguir amándote platónicamente y con un buen paquete de kleenex a mano. Siempre tuyo, Juan Luis, aunque tú puedes llamarme Armin.

Juan Luis Daza

Un relámpago rojo se cruza ante mis ojos. Un hombre vestido de azul y naranja hace que le crezca un brazo tras serle arrancado de cuajo. Un calvo con el cuerpo deforme flota a mi alrededor convertido en hidrógeno…

Así es como quiero que sea. No uno, ni dos, sino tres, ya que en esto del amor hay ocasiones en que tres no son multitud.

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Flash, fue en los años ochenta cuando nos encontramos. Fue en un evento llamado Millenium en el que compartías aventuras con otros héroes. Tu presencia no era de las más vistosas, pero ahí estabas con tu traje rojo sin yo saber que antes habías vestido de amarillo y estabas a la sombra de otro Flash. Fue más tarde cuando entendí el peso que llevabas sobre los hombros, el legado que portabas al vestir ese traje y la responsabilidad que ello significaba. Entendí tu ansiedad y tu forma de revelarte a la presión de tu posición. Correr era lo único que parecía tener sentido en tu vida, pero no sabías si era para ir a algún sitio o para huir de ti mismo. Te apoyaba en la distancia, sin tu saberlo, acompañándote en cada carrera. Te he visto madurar, evolucionar con tus poderes, casarte, tener hijos… Y todo ello sin dejar de creer en ti.

Y ahora te hecho mucho de menos. Puede que haya otro Flash corriendo en estos momentos, pero no eres tú y eso me duele. Envidio a la Fuerza de la Velocidad porque quiero pensar que sigues ahí esperando a que algún día volvamos a encontrarnos de nuevo. Quiero pensar que no te he perdido todavía.

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Animal Man, el gran desconocido que llegó de golpe, sin yo darme cuenta, a través de una nueva forma de entender y sentir el cómic. Cada aspecto de tu vida, tu familia, tu carrera como especialista de cine, tu defensa del medioambiente, tu compromiso vegano y por supuesto esa parte de tu vida en la que vas vestido de naranja y azul, hicieron que mi amor por ti no hiciera sino crecer mes a mes. Golpeaste fuerte. Una sola vez. No hizo falta más para que te quedaras dentro para siempre.

Tu mundo me atrapó, me resultaba familiar y extraño al mismo tiempo, donde lo inesperado podía llegar en cualquier momento. Tú me enseñaste a ver las cosas de otra forma y a esperar lo inesperado, a sentir visceralmente, muy dentro, todo ese mundo que nos rodea y que por estar tan ciegos nos perdemos en nuestro día a día. He llorado amargamente cuando tu familia quedaba atrapada en ese mundo loco que parecía perseguirte sin cesar, sin que ello te hiciera flaquear en tu compromiso. He estado a tu lado cuando la muerte de tu hijo fracturó tu alma. Te he visto renacer de la nada, crecer mutado, deforme, pero siempre fiel a tu familia, motor de todo cuanto eres y serás.

Duermo mejor sabiendo que tú estás ahí, siendo el rompeolas que aguanta el incesante oleaje del mal orgánico que acecha entre las rendijas de todo lo vivo.

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Metamorpho, un segundón en un grupo de segunda. Un equipo de héroes apartados de los focos mediáticos. Un grupo en el que pude palpar tu enorme tristeza, tu trágica historia y ese pasado que se vio truncado por una simple decisión. Una maldición, una deformidad con poderes perdido en una tumultuosa relación familiar en la que los odios y las expectativas no cumplidas son tu día a día.

Rex, capaz de sonreír en medio de todo lo negativo que la vida parece querer darte. La vida te ha moldeado de la forma más atroz y directa. Un hijo perdido de una relación complicada ha hecho de ti un hombre duro, que odia su aspecto, pero capaz de vencer su propios miedos con tal de defender lo único que consideras bueno en tu mundo. Tu familia, da igual como sea, es lo único que importa, lo único por lo que sigues levantándote cada día, mirándote al espejo y asumiendo tu aspecto de monstruo de feria. Tiene que ser así. No hay razón para hacer otra cosa que sobrevivir, que seguir luchando por hacer lo correcto, por mucho que todo se empeñen en hacerte caer. ¿Cómo no sentirse fascinado por ello?

Cloro, argón, oro o uranio, no importa en qué te conviertas, lo único que importa es que seguirás siempre entre bambalinas a la espera de tu momento. Nuestro momento.

Gustavo Higuero

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Querida y dulce Gwen,

Desearía haberme atrevido a mandarte una carta cuando aún estabas entre nosotros. No, miento, y no me puedo permitir hacerlo ahora y no ser sincero después de todo lo ocurrido. No sería justo. Me hubiese gustado decir todo esto en persona pero siempre he sido un cobarde cuando los asuntos del corazón toman parte en mi vida. Lo he sido siempre, y todavía más si cabe contigo. Pero ahora ya es demasiado tarde para este tipo de arrepentimientos. Para los que te conocimos solo nos quedan la tristeza y el dolor por tu trágica y prematura pérdida.

Mi historia es la de un chico normal y corriente a la que una chica le desarmaba por completo con solo su existencia. Y nunca se atrevió a decírselo. Y nunca hizo nada por hacérselo saber. Es una historia poco original pero es la única que puedo contar. Porque lo importante no es como amas sino lo que amas. Y yo no he conocido a nadie como tú. Ni creo que lo haga nunca. En eso he sido afortunado. Hay gente que se enamora de gente terrible, pero yo tengo la satisfacción de saber que ese nunca fue mi caso.

En estos años apenas habíamos cruzado unas pocas palabras en la universidad durante las clases de bioquímica del Profesor Miles Warren. Él siempre me pareció que te miraba también de una forma especial. ¿Pero habría alguien que no lo hiciese? En clase todos estaban prendados de ti. Lo triste del asunto es que estoy casi convencido que nunca te percataste de mí, a pesar de haber estado incluso en el mismo grupo de trabajo. Pero eso solo es culpa mía. No hice nada para hacerme visible a tus ojos. Te debería haber confesado mi amor y vivir con esas consecuencias el resto de mi vida.

Lo que habría dado porque me mirases una sola vez como hacías con ese bicho raro de Peter Parker. Nunca entendí que pudiste llegar a ver en él pues en mi opinión nunca te trató demasiado bien, mucho menos como te merecías. Todos tus compañeros fuimos testigos de las veces que desaparecía y te dejaba colgada para ir a hacer quién sabe qué con su maldita e importante vida. He sabido que su amigo Harry Osborn tuvo problemas de drogas. No me extrañaría nada que estuviese relacionado con ello o fuese él mismo quién se las vendía. Si hubiese estado contigo esa noche puede que tú siguieses viva. Pero eso no es asunto mío. Peter Parker vivirá con el peso de sus acciones. Eso le pasará factura cuando le lleguen los problemas pues ha demostrado con su actitud que no es precisamente un superhéroe.

Lamento hablar así de alguien que has querido tanto pero no puedo dejar de sentir esta rabia que me come por dentro. Por el hecho de que una persona como tú ya no estés con nosotros. Por sentir este amor que me continua quemando en el pecho aunque no estés para seguir alimentándolo. Por vivir en un mundo tan cruel que puede permitir algo así. Por esas aberraciones disfrazadas que hacen y deshacen a su antojo en Nueva York sin importarles las personas que quedan atrapadas en sus estúpidas guerras. Te juro que nunca te olvidaré. Te juro que este amor seguirá aun en tu ausencia Y te juro que un día tus asesinos lo pagarán. Yo me encargaré de ello. Pienso invertir en ello el tiempo y los recursos que sean necesarios porque el mundo no debe olvidar tu historia. No puede olvidarse de ti.

Tuyo eternamente,

Jordi T. Pardo

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Querido Constantine:

Hoy es un día normal pero dice el calendario comercial que es San Valentín y hay que celebrar el día de los enamorados, bueno que le vamos a hacer, nos sacrificaremos. Así que nadie mejor que tú para dedicarle un poco de cariño, total, entre tanto superhéroe con capa la vida no puede ser más aburrida. Por tus extraordinarias dotes mágicas y tu turbio carácter, eres mi elegido.

Un superviviente que hace lo que tiene que hacer y si saca tajada mejor, que no se para ante nada ni nadie, desde el demonio más aterrador hasta el más inocente fantasma, incluso pasando por la verdadera lucha interna que se sufre cuando se padece el mal de este siglo, el cáncer. Un auténtico perdedor que trata de ganar y si no le dejan, al menos estará ahí para dar guerra a toda costa. Alguien con quien una no puede aburrirse jamás y que tiene el orgullo de pertenecer a la Línea Vértigo de DC Cómics.

Si ya tus aventuras en solitario me dejaron muy buen sabor de boca, además de haber tenido el honor de haber sido dibujado y guionizado por algunos de los más grandes nombres de la historia del cómic, sorprendiste a propios y extraños cuando lideraste la liga de la Justicia Oscura, para parar la amenaza que los típicos tópicos con capita no podían detener. Si es que menos mal que estas tú para solucionar las cosas de este mundo y del otro, porque si no… estábamos apañados.

El año pasado tuve la alegría de verte en la pequeña pantalla interpretado por Matt Ryan, aunque estuvieras un poco descafeinado, seguí disfrutando igual y ahora me puede la emoción cuando falta tan poco para que se publique en nuestro país, tu nueva serie de cómic nuevamente ambientada en Hellblazer, tu mejor hogar. Espero que te traten tan bien como mereces, para disfrutar mucho tiempo de ti.

Por cierto, llevas en pie de guerra desde 1985, así que solo me sacas dos años, y resulta que estamos en la edad perfecta para disfrutar de la vida, los 30 son los nuevos 20, así que ya sabes, si buscas compañera de aventuras, cuenta conmigo, aprendo rápido y soy lista, dos cosas imprescindibles para ser una buena ocultista y una fiel compañera.

Marta Gómez San José

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Querido y viscoso Hombre Cosa,

Nadie se acuerda de ti, todos te ignoran. Por culpa de ese ermitaño británico y barbudo, ellos solo piensan en tu hermano de la Distinguida Competencia. No es justo, pero al menos me tienes a mí. Yo te aprecio por quien eras y lo que eres. Ted Sallis, el brillante investigador que pudo haber recreado el suero del supersoldado, reconvertido en un escalofriante y primitivo monstruo porque así lo quisieron Roy Thomas, Gerry Conway y Gray Morrow. Desde entonces vagas por los pantanos de Florida ajeno a lo que sucede fuera de ellos.

Tu oportunidad llegó cuando una joven promesa llamada Steve Gerber accedió a escribir tus aventuras. Gracias a aquel genio, tu serie se convirtió en uno de los mejores cómics de la década de los setenta. De pronto, tu mundo se volvió raro, esperpéntico, surrealista, loco, perturbador. Pero también fascinante y maravilloso. La familia Kale, Dakhim el Encantador, un pato llamado Howard, el payaso Darrel, Foolkiller… Te convertiste en el catalizador de oscuras tragedias, invasiones demoníacas, y comedias patéticas pero humanas. ¿Y cómo olvidar la desgarradora historia de Edmond Winshed y Alice Rimes? Pocas veces unos cómics han capturado mi imaginación de tal forma.

Sin embargo, por encima de todo, fue tu historia la que me cautivó. Estás condenado a ser una masa de mugre, tierra y plantas sin cuerdas vocales, incapaz de comunicarte con otros humanos o expresar tus pensamientos y emociones. Pero tampoco sientes la necesidad de expresarte, ¿verdad? Tu cerebro, si es que tienes uno, es tan limitado que eres incapaz de pensar o almacenar recuerdos. Forjar lazos con otras personas te es imposible, criatura solitaria. Te guías únicamente por las emociones que percibes en tu entorno. Es un castigo injusto, cruel, inhumano; pero al mismo tiempo una bendición. Si hubiera conservado su forma humana, Ted Sallis estaría hoy encarcelado en un manicomio. Nadie excepto tú, resultado de la mala suerte, conservaría la cordura al contemplar los desvaríos del mundo moderno. A veces no sé si debería envidiarte. Bueno, ahora que eres un agente de SHIELD, hay muchos motivos para hacerlo. Solo procura que no te maten. Y si puedes, aprovecha tus contactos dentro del gobierno estadounidense para retirar del mercado de segunda mano todos las copias de esa horrenda película que comparte tu nombre.

José Maria Vicente

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Querido y añorado Clark:

Vaya. Acabo de escribir tu nombre, ese por el que me gusta llamarte y no Superman o Kal-El, y ya me ha resultado extraño, como pronunciar una palabra en desuso que estén a punto de eliminar del diccionario o sólo conozcan los abuelos del lugar. Verás Clark, el motivo de esta carta es decirte que te echo de menos. Fuiste al primero que conocí al abrir la página de un cómic y para un crío de mi edad por aquel entonces tus palabras y tus actos eran más importantes que Moisés bajando con no sé qué tablas de no sé qué montaña en otro libro que intentaban que leyera en aquellos tiempos, muchísimo más aburrido que los tuyos. Así que para mí te convertiste más que en un compañero de aventuras, en un referente, y no sólo por lo que molaba tu traje ni por todo lo que podías hacer cuando llegabas y arreglabas el entuerto de turno, sino porque siempre luchabas por hacer lo correcto. Aquello, te lo confieso, era lo que más me emocionaba de ti: podías hacer prácticamente lo que quisieras y sin embargo decidiste utilizar tus poderes para los demás, y de ahí surgió Superman. Tú, sin embargo, quisiste seguir siendo Clark Kent, orgulloso hijo de granjeros que decide labrarse un futuro como periodista viviendo en un piso alquilado en Metropolis, el 344 de Clinton Street, para mí una dirección tan mítica como el 221B de Baker Street. Sí, lo sé, parezco un acosador sabiendo de memoria tu dirección. Cosas de ser un niño impresionable en busca de una figura paterna.

Cuando te conocí a través de viñetas y bocadillos tus padres aún vivían, a pesar de que en casi todas tus encarnaciones se empeñaban en eliminar de la ecuación al pobre Jonathan Kent, dejándote medio huérfano y a la merced de tu herencia kryptoniana, mucho más fría y extraña que los campos de Kansas donde te imaginé crecer. No, el Clark que yo conocía y amaba tenía los mejores padres del mundo, que sólo te inculcaron amor y te guiaron como sólo ellos sabían a pesar de tu origen y tus poderes; alejados de mesianismos, te lo explicaron en la gran pantalla de una manera que hasta un crío como yo lo entendió: no sabíamos por qué estabas aquí, pero fuera cual fuese la razón de tu presencia entre nosotros no era para jugar al fútbol. Y te fuiste a Metropolis. Eras un reportero con gafas (¡como yo!) y tímido (¡como yo!) y siempre enamorado de Lois Lane (bueno, eso sólo me pasó literalmente con Teri Hatcher, pero todos tenemos una Lois Lane en nuestra vida). Y mientras escribías artículos o hacías la compra, salvabas el mundo o bajabas a un gato de un árbol. Puede parecer una visión desfasada de lo que hoy en día es un superhéroe, pero para mí eras el mejor porque tenía la convicción de que, aunque no fueras a prueba de balas, te plantarías delante de una injusticia. Ese era tu gran poder, el que hacía que Clark fuera más poderoso que Superman.

Dicen que un personaje de cómic es la creación más vilipendiada de cualquier ficción, y es una verdad como un templo. Cuántos dibujantes han trazado su visión en ti, y recuerdo que solía jugar a descubrir a los mediocres o los que sencillamente no te habían entendido por lo cuadrada que dibujaban tu mandíbula, como si tener un aspecto feroz o musculoso tuviera algo que ver con lo que eras. Hoy, y esa es la razón por la que te echo de menos, querido Clark, no te encuentro por ningún lado. Quizás es que los granjeros de Kansas y sus buenas intenciones han pasado de moda. No sé muy bien cómo pasó, pero de repente Superman no parecía tan amable ni dispuesto a bajar gatos de árboles, y siempre aparecía con los ojos rojos, enfurecido, con todos esos poderes que tanto te cuidaste de controlar a punto de desbordarse. Muchos decían que no interesabas como personaje; cuántos guionistas te han desperdiciado por considerarte aburrido o limitado, cuando a mí me parecías todo lo contrario: trágico, pudiendo hacerlo todo pero eligiendo hacer lo mejor: pocos explotaron tus aciertos y tus puntos débiles, y caíste en el limbo del recuerdo. Hoy te busco entre viñetas y tráilers pero sólo encuentro a un personaje perdido e incluso pésimamente aconsejado por aquellos que debían guiarle. Y, te parecerá una tontería, pero esa ausencia hace que yo mismo me sienta algo perdido entre tanta explosión y tanto reinicio. A veces, como decía Lana Lang en aquel cómic de finales de los ochenta, desearía que dejaras de ser el Superman del mundo y volvieras a ser el Clark Kent de Smallville. Quentin Tarantino decía por boca de sus personajes al final de Kill Bill que Clark Kent era el disfraz del alienígena, su visión ridiculizada del ser humano. Yo creo que no podía estar más equivocado, y por eso escribo esta especie de Carta a un Desconocido para encontrarte de nuevo, Clark. Para que sepas que nunca he dejado de buscarte.

Samuel Secades

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Lector
14 febrero, 2016 10:21

os habeis marcado un puntazo.un enfoque muy original,jé.

¡¡bravo¡¡.

flashpoint
flashpoint
Lector
15 febrero, 2016 11:45

Felicito al equipo por estas cartas, pero por quién me saco el sobrero es Samuel, te pasaste con tu carta a Superman, porque yo siento exactamente lo mismo que tú. Ya nadie siente amor por el personaje. Yo escribiría una para Shazam (El Capitán Marvel) o Silver Surfer, para el otro año será.