Fantastic Force

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Edición original: Marvel Comics – noviembre 1994 – abril 1995
Edición España: Comics Forum – julio – diciembre – 1995
Guión: Tom Brevoort, Mike Kanterovich
Dibujo: Dante Bastianoni, Pino Rinaldi
Entintado: Ralph Cabrera, Sandru Florea, Donald Hudson
Color: John Kalisz, Bob Sharen
Portada: Dante Bastianoni
Precio: 190 pesetas (serie limitada de seis números en grapa de 24 páginas)

 

De un tiempo a esta parte, parece cosa habitual discutir en torno a la evolución –si es que es tal- de los personajes clásicos del género súper-heroico. Se discute, se critica y se debate en torno a hechos que han formado parte del negocio desde que este existe. El personaje clásico deja paso a una nueva encarnación (¿hay dudas de que más tarde o más pronto retornará?); el manto desocupado del empijamado de turno es ocupado por un nuevo fichaje que se adapta a un mundo globalizado (porque la marca que no se usa, se pierde al cabo de un tiempo). Quienes habían disfrutado de tal o cual serie, más allá de los cambios de equipo, dirección o sentido, se bajan del carromato en un momento determinado, cuando alguno de los giros es inconsistente con el bagaje precedente o cuando simplemente, la capacidad de asombro y maravilla no es la que era. El hecho de que estos personajes tengan una dimensión comercial más allá de la viñeta ha determinado que este tipo de situaciones se hagan más agudas. El tebeo ya no lleva la batuta, sino la película, la serie televisiva o, si me apuran, el videojuego. Estos no son los comics con los que crecimos y se han perdido las esencias, cuando en realidad el alma de todo esto es que, como decía el dueño de un popular vídeo-club de mi pueblo, el negocio es el negocio. Siempre lo ha sido y siempre lo será, aunque la forma de enfocarlo para que sea rentable varíe. Así, desde mi punto de vista resulta tan poco justificable la crítica negativa al cambio inevitable como la pretensión de analizar decisiones editoriales del pasado desde la óptica presente. Quizá las personas tengamos la tendencia a pensar que no cambiamos y que nuestro mundo es como un insecto prehistórico prisionero del ámbar, pero todo cambia y en el campo de los tebeos de súper-héroes, lo hace para que el negocio siga dando dividendos. ¿A qué ha venido toda esta reflexión? Simplemente como prólogo para el recordatorio que este tipo de maniobras orquestales en la claridad han existido siempre, tomando como muestra este botón que es una serie olvidada de los noventa: Fantastic Force.

Imaginad: Nueva York, 1991. Marvel y DC se encuentran de repente con que siete de los pesos pesados de la industria en su parte gráfica se han independizado, dispuestos a demostrar que son ellos y no las franquicias de las grandes empresas las que crean negocio. Image Comics surgió como contenedor de un universo poblado de músculos hipertrofiados, metralletas imposibles, abigarradas fusiones de carne y metal y una alarmante ausencia de contenido literario. Sin embargo, no hay que engañarse, esta primacía de la espectacularidad vacua ya venía de antes: el Spider-Man de Todd McFarlane era tan plano de guion como la Patrulla-X de Jim Lee. Currantes literarios y editoriales que habían contribuido a construir la hegemonía de Marvel como Chris Claremont o Louise Simonson fueron arramblados como trastos viejos, en beneficio de un postureo gráfico cuyos principales adalides se convirtieron en feroz competencia, dejando tras de sí una pauta que tardaría mucho en atemperarse. Eran los tiempos de la copia de papel carbón de la oscuridad y el realismo presentados en los ochenta por autores como Frank Miller o Alan Moore; la profundidad y las implicaciones de las historias perpetradas por estos caballeros fue interpretada y calcada de forma superficial para convertirse en barbas de tres días, cananas en bandolera de dudosa utilidad y cazadoras. El creciente protagonismo de los personajes femeninos operado en los ochenta dejó paso a una evidente explotación como objeto sexual, en tanto que los masculinos se convertían en portadas de revista especializada en culturismo. La cercanía y cotidianeidad operada por dibujantes como John Romita JR, John Byrne, John Buscema o June Brighman –que sabían dibujar pijamas poderosos, pero también gente normal y escenas de la vida cotidiana- dejó paso a una colección de clónicos de Jim Lee y Rob Liefeld que, como sus mentores espirituales, no salían de los cuatro diseños básicos. Las franquicias clásicas se poblaron de versiones más adustas, oscuras y expeditivas. Así, Batman tuvo a Azrael; el Capitán América al USAgente; Iron Man a Máquina de Guerra; Thor a Thunderstrike; Spider-Man vio a Veneno convertirse en un improbable anti-héroe. ¿Resulta extraño entonces que a día de hoy veamos que ningún personaje de la trinidad vengadora original? ¿Sorprenderá saber que de aquí a un tiempo no muy largo les tendremos de vuelta? La industria nos ha dado ejemplos de cómo pueden coexistir varias versiones de personaje. Kyle Rayner no desapareció por el regreso de Hal Jordan (aunque recuerdo que había lectores que odiaban cordialmente a aquél) y quizá una de las críticas que podría hacerse a las decisiones editoriales de DC de los últimos seis años haya sido la renuncia al rico concepto de legado que permitía que el estandarte de este o aquel personajes fueran enarbolados por varias personas distintas, pero me estoy volviendo a ir por los cerros de Úbeda. El caso es que la presión de la moda afectó en mayor o menor medida a todo personaje clásico que debía batirse el cobre con un puñado de «epítomes de la molonidad» creados y dibujados por los pesos pesados del lápiz del momento. Los Cuatro Fantásticos no fueron ajenos a esa situación.

A principios de los noventa, la colección decana de la casa de las ideas estaba en manos de su editor en jefe de entonces, Tom DeFalco y de un dibujante sólido y cumplidor como Paul Ryan. A las tintas encontrábamos casi siempre a Danny Bulanadi y al coloreado era habitual John Kalisz. El resultado era una colección bastante cohesionada en la que don Tom hacía lo que mejor se le daba: beber de las fuentes primigenias de Stan Lee, Jack Kirby y Steve Ditko. A la hora de hacerse cargo de la familia Richards –después de que Walter Simonson viera truncada una etapa que prometía muchísimo y que fue desgraciadamente breve- DeFalco y Ryan dieron un indudable sabor «lee-kirbyano» a su trabajo, de la msima forma que el primero había hecho lo propio durante su larga estancia como guionista de la colección de Thor –en esta ocasión junto a Ron Frenz y Joe Sinnott- y en sus primeros escarceos en la franquicia arácnida –repitiendo Frenz, que demostraba que lo mismo valía para evocar a Ditko que a Kirby-. Un día habría que hacer repaso de esos cinco años de permanencia en la serie de este equipo creativo, pero para lo que aquí interesa, quedémonos con el hecho de que fueron metiendo poco a poco elementos que menearan un poco el cuasi-inalterable statu quo del cuarteto. Aprovechando la coyuntura de La guerra del Infinito, recuperaron a Malicia, una versión perversa y desinhibida de Susan Richards creada por John Byrne, lo que se tradujo en aquel escandaloso uniforme de reminiscencias «power-girleanas». Otra excusa argumental y el grupo se agenciaba unas cuantas cazadoras y chalecos, amén de unos cuantos pistolones. En un enfrentamiento con Lobezo, la Cosa veía desfigurada su rocosa faz, añadiendo un factor de amargura y pesimismo a un personaje que había alcanzado una situación de aceptación de su aspecto. Después llegaría una aventura en la que Reed Richards moriría junto al Doctor Muerte –siguiendo la tradición abierta por Superman de impactar el medio con un relato épicamente luctuoso- y se anunció lo que sería un largo arco argumental en el que el grupo desaparecería. Todo eso para empezar a hacer boca en los primeros compases de su estancia.

En esos momentos, no se podía decir que las ventas de la colección fueran particularmente halagüeñas. En Estados Unidos las cifras no eran malas, pero tampoco buenas; en España, el año 1994 había sido bienvenido con la cancelación de la colección, después de diez años de presencia ininterrumpida en los quioscos. En pleno proceso de creación de alternativas oscuras y duras –casualmente todas con el sustantivo «fuerza» en su denominación- corrió el rumor de que Marvel planeaba cancelar la colección de los Cuatro Fantásticos y cambiarla por otra denominada Fantastic Force. La cosa, por lo visto, no pasó de ser un mero bulo, pero DeFalco –que era el editor en jefe y que aprovechaba la más mínima ocasión para colar algún personaje de su cosecha- pensó que podía ser una ocasión para lanzar una serie derivada de la principal, tomando precisamente esa cabecera que la rumorología había aportado de forma desinteresada.

El encaje argumental para lanzar esta nueva colección fue incorporado por DeFalco y Ryan durante los fastos previos al cuarto centésimo número de la serie. Susan, Ben y Johnny seguían enfrascados en la búsqueda de cualquier rastro que pudiera implicar que Reed aún viviera, mientras vivían una incómoda relación con Nathaniel Richards, padre de este. El veterano científico y viajero temporal había retornado a su Tierra de origen con crípticas amenazas y un plan maestro cuya justificación tardaría en descubrirse. Uno de sus primeros movimientos fue secuestrar al pequeño Franklin y devolver una versión adolescente del mismo, entrenada en sus poderes en una dimensión alternativa de esas que DeFalco tenía siempre para la ocasión. Su presencia se convirtió en fuente de conflictos adicional, mientras su maquiavélico abuelo intentaba pastorear al cuarteto, perdón, trío en la dirección y sentido que mejor le interesaba. Este Franklin adolescente, denominado Psilord, se convertiría en la primera pieza del nuevo grupo que, cómo no, tendría cuatro integrantes.

La segunda incorporación del nuevo equipo vendría de la mano del propio Franklin, pues en la dimensión donde había sido entrenado le había endilgado una guardaespaldas-vigilante en la forma de una guerrera armada con una alabarda de nombre Huntara. Esta belicosa dama tenía la misión de proteger al joven Psilord, pero también de hacer lo necesario si los descomunales poderes de este se salían de madre. Su tendencia a referirse a su protegido como «sobrino» añadía un pequeño misterio adicional, al tiempo que recordaba que el vínculo entre el grupo original había sido el familiar. Aparte, otro de los sub-argumentos de la factoría DeFalco-Ryan eran los escarceos familiares del abuelo Nathaniel por el tiempo, el espacio y los universos alternativos. Víctor Von Doom, Kristoff Varnard y esta dama venida de otra dimensión se convirtieron en posibles parientes de la familia Richards.

Las dos incorporaciones finales –que venían a representar los papeles de la Antorcha Humana y la Cosa- vinieron del rico bagaje de la colección madre. Así, Vibraxas, un joven wakandiano con poderes vibratorios llegó de la mano de Pantera Negra, que buscaba un lugar donde su joven súbdito pudiera entrenarse en unos poderes que no había pedido. Su difícil carácter y sus aires de superioridad venían a traer a colación los problemas que en sus orígenes había generado un Johnny Storm que también había adquirido sus poderes en la adolescencia. Por su parte, el músculo vino de la mano de Devlor, un inhumano con dos formas al que Rayo Negro y sus parientes intentaban proteger de las luctuosas tradiciones del Derecho consuetudinario del reino. Su forma poderosa servía para la parte contundente, en tanto que su condición de exiliado sin ínfulas daba ocasión para las clásicas situaciones modelo «cine de Paco Martínez Soria». El hecho de que las peticiones de asilo llegaran cuando los Cuatro Fantásticos estaban en teórica desbandada era la excusa para que los dos recién llegados buscaran el apoyo de otros dos personajes que, pese a llevar por las inmediaciones algo más de tiempo, seguían siendo igualmente exiliados. Franklin quiere salvar a su familia de un futuro que parece inevitable; Huntara quiere evitar que su presunto pariente acabe mordiendo más de lo que puede tragar. Vibraxas debe aprender a controlar sus poderes, aunque sea contra su voluntad y Devlor debe intentar seguir vivo. La colección de los Cuatro Fantásticos sería el albergue para que estos personajes fueran apareciendo, pero sus aventuras no serían narradas por sus creadores.

Las labores creativas de la nueva cabecera –a la que se subtítulo como «la segunda mejor revista de comics del mundo»- cayeron en manos de un grupo de autores que por aquellos días eran poco conocidos. Así, el guion le tocó en suerte al tándem compuesto por Tom Brevoort –que años después se ha hecho célebre como editor- y Mike Kanterovich –nombre habitual en encargos secundarios en franquicias y series de entonces como las series unlimited o Defensores Secretos-. Por su parte, el dibujo cayó en manos del italiano Dante Bastianoni, otro de tantos artistas que se asomó brevemente a la industria durante esos años, pero al que la afición al tebeo europeo recordará por sus aportaciones en Nathan Never o Martin Mystère. Su dedicación a la colección fue plena, quitando sustituciones puntuales realizadas por Pino Rinaldi –ilustrador de relleno de la época- o Geof Isherwood. La estabilidad del equipo creativo se tradujo en una solidez que, sin embargo, no aportaba gran cosa en cuanto a su contenido.

Las historias contadas en la colección se movían dentro de los estándares típicos de un grupo que tiene que empezar a funcionar a partir de la creación de lazos y lealtades entre sus integrantes. La preocupación de Psilord por su familia; la determinación de Huntara en su misión; la oposición de Vibraxas a integrarse; la inocencia de Devlor para comprender una sociedad diferente… situaciones clásicas que aquí no resultan especialmente originales, llevadas por personajes que tampoco eran especialmente atrayentes. La condición de serie derivada de Los Cuatro Fantásticos determinó la aparición de personajes derivados de la colección madre. Así, en el bando de los buenos se asomaron Pantera Negra, Hulka y la Antorcha Humana; en el apartado de enemigos asomaron el hocico Klaw o la asamblea gerontocrática inhumana que buscaba las cosquillas a la familia real. También se paseó por allí un Capitán América que sufría la decadencia del suero del supersoldado y se aprovechó la ocasión para meter en danza al nuevo grupo en uno de los múltiples cruces sectoriales, en este caso El ascenso de Atlantis. Sin embargo, como otras fuerzas súper-heroicas, Fantastic Force tuvo corta duración. Año y medio después de su creación, la colección echaba el cierre y sus personajes volvían al redil, para convertirse en otra larga lista de personajes de los que echar mano cuando fuera la ocasión. Franklin tendría un papel destacado en los compases finales de las aventuras de los Cuatro Fantásticos previas a la batalla contra Onslaught; Vibraxas pasó a ser un secundario en una de las colecciones dedicadas a Pantera Negra (en una curiosa inversión de lo acontecido en este experimento); Huntara fue una posible candidata a participar en la Iniciativa y Devlor se asomó a la serie de los Nuevos Vengadores, cuando Cage y Jessica buscaban canguro para la pequeña Danielle (en uno de esos usos genéricos de personajes marca de la casa Bendis). El nombre «Fantastic Force» sirvió para un grupo surgido de la sobre-publicitada etapa de Mark Millar y Bryan Hitch a cargo de la familia Richards, teniendo más interés como parte del micro-cosmos marveliano creado por el guionista británico que otra cosa.

En España, se publicaron en forma de miniserie los seis primeros números de la colección. El séptimo llegó en uno de los tomos recopilatorios dedicados al ascenso de Atlantis. Las once entregas posteriores siguen inéditas, pero nadie las reclama. Los Cuatro Fantásticos continuaron su periplo hasta Heroes Reborn, volviendo a sus orígenes en Heroes Return. A día de hoy no hay una colección dedicada a la familia Richards; las causas son en buena medida «extra-comiqueras» pero ¿hay alguna duda de que, cuando el negocio lo requiera, volveremos a ver una cabecera con ellos? Yo diría que no.

«¡Tomá, guacho!»
Escena del primer número de la colección

  Edición original: Marvel Comics – noviembre 1994 – abril 1995 Edición España: Comics Forum – julio – diciembre - 1995 Guión: Tom Brevoort, Mike Kanterovich Dibujo: Dante Bastianoni, Pino Rinaldi Entintado: Ralph Cabrera, Sandru Florea, Donald Hudson Color: John Kalisz, Bob Sharen Portada: Dante Bastianoni Precio: 190 pesetas (serie…
Guión - 6.5
Dibujo - 7.5
Interés - 5.8

6.6

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Carlos padilla
Carlos padilla
Lector
27 marzo, 2017 9:37

Madre mia que recuerdos!cometí el error de dejar la serie de los cuatro f cuando se fue simonson aunque me subi de nuevo con aquel primer grandes sagas…y menudo disfrute me esperaba con aquellos de falco y ryan que te metian en su montaña rusa y no te dejaban bajar!para mi y unos cuantos mas por lo que sé,etapa totalmente a reivindicar,confió en que de aquí a unos pocos años ,cuando la situación lo favorezca,se reedite gracias a san panini.
No dejéis de pedirla chicos y chicas!

DeFalcooooooooooooooooooooooooooo!!!!!
DeFalcooooooooooooooooooooooooooo!!!!!
28 marzo, 2017 1:34

Sólo puedo decir que si los 4 Fantásticos fueron creados con los cuatro elementos en mente, en el caso de Fantastic Force sólo se pensó en el fuego.

Porque es lo único que podría purificar tamaña aberración!

Miki
Miki
En respuesta a  DeFalcooooooooooooooooooooooooooo!!!!!
28 marzo, 2017 17:10

Bueno, tranquilo, mira algo sobre Bizancio q eso relaja mucho