A finales de los años 90 el bueno de Mark Waid se encontraba pluriempleado. Tras el espectacular éxito de público y crítica de Kingdom Come muchas eran las series que pasaban por sus manos. Los excelente trabajos personales (Capitán América, Ka-Zar) se alternaban con las obras más, digamos, alimenticias (The Kingdom, X-O Manowar).
En cierto sentido, podría argumentarse que es a partir de esta etapa, después del cenit que supuso Kingdom Come, cuando comienza el eclipse de Waid. Nunca dejaría de escribir comics excelentes, tebeos que perduran y perdurarán en la memoria (cómo Los 4 Fantásticos o Daredevil), pero pronto dejaría de estar a la cabeza de la industria. Su nombre engrosaría las listas de aquellos que algún pedante consistió en llamar con condescendencia “humildes artesanos”.
Pero sería injusto decir que la obra de nuestro guionista cayó en saco roto. Al carro de los “comics de papá” se habían apuntado, en mayor o menor medida, todos los guionistas con una posición destacada en la industria. Kurt Busiek escribió la maravillosa Astro City tras concluir Marvels. Grant Morrison revolucionó el medio con su Liga de la Justicia. James Robinson dedicó un lustro de su vida a concebir la maravillosa Starman. Un joven Geoff Johns comenzaba a despuntar en el horizonte.
Incluso los enfants terribles de los tebeos se pusieron nostálgicos. Mark Millar jugó con el mito de Superman en un par de excelentes ocasiones. Warren Ellis construyó una elegía al siglo XX en Planetary. ¡Incluso el mismísimo Alan Moore cantó las alabanzas de la Edad de Oro en Supreme!
De entre toda esta pléyade de autores, fueron Grant Morrison y Mark Millar los que tomaron el relevo de Waid cuando el exceso de trabajo le impidió ocuparse de Flash durante unos meses. Durante una breve temporada, mientras duró el optimismo del cambio de siglo, pareció posible volver a la magia de antaño.
La aproximación de Millar y Morrison a la figura de Flash difiere de todo punto de la de Waid, aunque en la esencia los tres autores mantengan visiones similares sobre el heroísmo.
Primero, las diferencias. Los dos escoceses son mucho más gamberros, socarrones y atrevidos que Waid, el tranquilo hombre del medio oeste preocupado por la religión y la salvación de todas las almas. Morrison y Millar no temen romperle las piernas a Flash para que no pueda correr (no pecan de sutiles) y hacerle escapar del Flash Negro, la mismísima muerte de los velocistas. Ni siquiera el cosmos es una frontera para ellos.
Segundo, las semejanzas. Morrison y Millar comparten con Waid una visión eminentemente positiva sobre las figuras mesiánicas. Para los tres, los dioses y ángeles que visitan al hombre desde el cielo son un ejemplo a seguir, un modelo de perfección (que debe ponerse a prueba según los principios del drama, por supuesto) a imitar.
No es por tanto una casualidad que Morrison se encargará de la JLA y Waid le sustituyera en varias ocasiones. No es por tanto una casualidad que Waid se encargará de Flash y Morrison (y Millar) le sustituyeran en alguna ocasión.
Lamentable, la etapa de Miller y Morrison no pasa de ser un mero paréntesis (prácticamente olvidado hasta que ECC recuperó estos comics) entre el clasicismo que preside las etapas de Waid y Geoff Jonhs.
Llegamos por fin al último tomo que recopila la etapa de Mark Waid en Flash. Se dice pronto, pero han sido nueve años de infarto.
En toda una década muchas cosas han cambiado. Waid ya no es el mismo escritor, ni desarrolla sus tramas y su prosa de la misma manera. El “enemigo” contra el que supuestamente luchaba Waid también ha cambiado. De hecho, podría decirse que se ha hecho más sofisticado. Youngblood ha dado paso a The Autorithy.
Sus “imitadores” también se han multiplicado. Wally West puede rememorar con calma los días en los que luchaba por desprenderse de la alargada y veloz sombra de su predecesor. Waid podría haber dedicado sus últimos números a allanar tranquilamente el terreno para su sucesor, el genial Geoff Johns, y a contemplar el camino recorrido con una sombra de satisfacción en los ojos.
¿Lo hizo? Por supuesto que no.
La saga que se recopila en este tomo supone un auténtico do de pecho por parte de Mark Waid. La actitud relajada que preside la despedida de soltero de Wally y Linda no hace presagiar los aterradores sucesos que sobre ellos se cernirán apenas unas páginas después. La desaparición (literal) de Linda durante su boda da inicio a su serie de viajes en el tiempo que sumergen al lector en una montaña rusa emocional de impredecibles dimensiones. De este viaje también surgirán revelaciones sorprendente.
Entre estas últimas destaca la identidad de Azul Cobalto, el villano de esta megahistoria. El hermanastro de Barry Allen fue separado de sus padres al morir, y al contrario que Barry, vivió una vida llena de desgracias y sufrimiento. Cuando se enteró de que Barry Allen gozaba de unos poderes, una fama y un prestigio sin igual bajo el manto de Flash, juró venganza contra toda la dinastía Allen. Propagó una maldición que afectaría a todos los descendientes de Flash hasta el años 3000, donde finalmente alcanzaría a Barry Allen en sus últimos días de vida.
Para evitar la destrucción y el olvido, Flash y sus amigos deberán iniciar una travesía por el tiempo donde se encontraran a los velocistas del pasado y del futuro, a sus peores enemigos y a sus peores traumas. Y todo ello con un único objetivo: volver a casa.
¿Ha tenido el Flash de Mark Waid un efecto real y perdurable en la historia del comic de superhéroes? Difícil decirlo.
Argumentos a favor. Fue el pistoletazo de salida de una serie de comics que pretendían recuperar el espíritu de la maravilla de los tiempos de antaño: Starman, Marvels, Kingdom Come, JSA o Planetary. Es una tendencia que en cierto modo se ha mantenido hasta la actualidad, con obras como Estela Plateada o Daredevil.
Argumentos en contra. Es discutible que las obras antes mencionadas sean consideradas a nivel global como hitos en la historia del genero. Los comics que mayor revuelo han causado en los últimos veinte años (y que han sido adaptados a la gran pantalla, un elemento imprescindible para perdurar en el recuerdo en los tiempos en los que vivimos) son aquellos que juegan a la contra de esta tendencia: The Ultimates, Kick-Ass o Alias.
Esquematizando el asunto quizás de una manera simplista podría argumentarse que durante los dos últimas décadas la tendencia «clasicista» ha sido propiedad de DC Comics, mientras que la (mal llamada) tendencia vanguardista ha sido cosa de Marvel Comics. Esta última editorial acapara a día de hoy todo el prestigio comercial.
Cabe preguntarse entonces porque DC Comics se aferra a las ideas de antaño. Dejémonos de ideas románticas. Nada de amor a los clásicos ni respeto por los aficiones. La editorial de Burbank sabe que su nicho de mercado, y el campo donde puede explotar sus ideas, es la vieja guardia de antaño. No podemos olvidar sin embargo que DC es la editorial que destruyó las carreras y las vidas de Joe Shuster, Bill Finger, Jack Cole y C.C.Beck, y que treinta años después destruyó la imagen inocente del vigilante urbano.
Quizá si puede decirse entonces que la etapa de Mark Waid en Flash tuvo un efecto perdurable. Invirtió la tendencia, y convirtió a DC en lo que es hoy, al mismo tiempo que nos dejó un espacio donde los aficionados de toda la vida podemos engañarnos pensando que los días felices del ayer están a la vuelta de la esquina.
Y eso es algo por lo que todos deberíamos estar agradecidos.
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