Comix underground sin adulterar.
«Las dos queremos lo mejor para nuestras criaturas.»
Hace unos meses entrevistamos a los capos de Autsaider y cuando les preguntamos sobre las próximas novedades que iba a publicar nos dijeron que iban a traer Fóllate a mi hijo de Johnny Ryan (Boston, 1970) y la verdad es que lo que nos dijeron sobre él (“El tebeo de Ryan es una especie de relato de terror extremo muy sobrado, de un, no sé si se le puede llamar humor, pero desde luego no sé si por la incomodidad que genera o por lo imprevisible de todo el desarrollo, hace que te descojones.”) provocó que estuviéramos contando las hora para poder echarle el guante como admiradores confesos de sus anteriores trabajos publicados en España, Juventud cabreada (La Cúpula) y Pudridero (Fulgencio Pimentel). Dos gamberradas que nos volvían a traer de vuelta el espíritu más bestia y transgresor del comix underground de los setenta y ochenta. Algo que nos volvemos a encontrar en esta grapa extragrande impecablemente editada que desde su título deja a las claras lo que nos vamos a encontrar argumentalmente en su interior.
La premisa argumental es bien sencilla, una señora mayor, con aspecto de adorable abuelita, secuestra en un aparcamiento a una madre y su hija pequeña para obligar de cualquier modo posible a que la primera se folle a su hijo. Una trama de la que nos vamos a revelar mucho más, pero que bien podríamos encontrar obras noir o terror al uso e incluso en la propia realidad. Sin embargo, tras pasar por el tamiz de la enfermiza mente de Ryan se convierte en algo mucho más sórdido, enloquecido y retorcido de lo que nos pudiéramos esperar. Algo que consigue gracias a unos giros de guion inesperados y delirantes en los que se dan cita el humor negro más brutal y soez, la violencia más extrema y elementos del terror más corporal que hemos podido ver en las películas de Cronenberg y leer en los cómics de Charles Burns. Si la historia se tomase en serio a sí misma se convertiría en algo muy sórdido y turbio, pero se ve atemperada por un toque de humor made in Ryan que resta seriedad a la trama dotándola de frescura y diversión. De esta forma, la obra se convierte en un despiporre lleno de gore y humor cafre a lo que contribuye en estilo de dibujo muy sencillo, sintético y casi infantil que contrasta con la crudeza de la historia y el tomo adulto y salvaje de la trama lo que también contribuye a alejarla de cualquier atisbo de realidad y potencia su vertiente cómica.
Si algo ha caracterizado a los cómics de Ryan a lo largo de su carrera es la absoluta libertad y falta de cualquier filtro con la que construye sus historias en las que es capaz de cruzar cualquier limite que nos imaginemos. Algo que hace que nos podamos encontrar con situaciones de enorme crueldad y brutalidad que pueden incomodar o incluso repugnar al lector, pero que nos dejan claro que estamos ante un autor que, por suerte, no conoce la autocensura y que dan lugar a historias tan impredecibles como esta que está llena de constantes sorpresas – no siempre buenas ni agradables- y con un final simplemente apoteósico.
La historia tiene un ritmo absolutamente endiablado que no da respiro al lector – ni a los personajes-, una sensación que se consigue gracias a una construcción de página en la que cada una casi tiene autonomía propia y la última viñeta siempre es el prólogo a la siguiente. Cada una de la cuarenta y cuatro páginas que componen la historia está formada por cuatro tiras de tres viñetas que sirven para dotarla de esa sensación de ritmo imparable.
Fóllate a mi hijo supone la refrescante vuelta al mercado español de un Johnny Ryan que sigue tan bruto, imaginativo y transgresor como siempre. Un cómic divertidísimo heredero del underground más delirante, visceral, explicito, incomodo y diferente que nos recuerda que estamos ante un medio al que no hay que poner ningún tipo de cortapisa creativa, simplemente tenemos que saber elegir que obras son las que más nos pueden agradar.
Lo mejor
• La locura absoluta de cada giro de guion.
• El final.
• El brutal ritmo de una historia que no da tregua al lector.
Lo peor
• La propuesta y el humor de Johnny Ryan no son para todo el mundo.