Niveles de realidad.
«No hay último nivel, es la mente la que se empeña en poner límite a la realidad, la existencia es infinita, ¿entiendes?»
Entre las muchísimas cosas buenas que se pueden decir de los cómics de David Sánchez (Madrid, 1977) quizás la más definitoria es que nunca dejan indiferente al lector. La lectura de sus obras no es simplemente un viaje a través de una historia en la que el autor nos lleva de la mano hasta un final planeado, en los viajes que nos propone el autor madrileño el destino es lo de menos, lo importante es que el viaje nos despierte diferentes emociones. Incluso si algunas de ellas no tienen nada que ver con las que viven los protagonistas de sus historias o nos resultan incomodas. Así que cuando nos enfrentamos a uno de los sus trabajos tenemos la certeza de no estar ante una lectura sencilla y de la que vamos a salir indemnes, puesto que se trata de cómics que nos acompañan bastante tiempo después de haber finalizado la lectura. Algo que también experimentamos después de abordar Fuego de bengala, su nuevo trabajo recientemente publicado por Astiberri, editorial que le ha acompañado durante toda su trayectoria.
En la información que nos proporciona la editorial vemos que David Sánchez concibió esta obra y sus dos trabajos anteriores como autor completo, Un millón de años y En otro lugar, un poco más tarde, como un tríptico en el que cada obra es impediente pero abordan temas similares y que la principal inspiración para Fuego de bengala ha sido una frase de Moebius de la que también extrae el título de la obra: “Una historia no tiene por qué ser como una casa, con su puerta para entrar, sus ventanas para ver el paisaje y su chimenea para el humo. También es perfectamente imaginable una historia en forma de elefante, de campo de trigo o de fuego de bengala”.
La trama es aparentemente sencilla, ya que nos encontramos con un hombre con un casco que busca denodadamente y a cualquier precio avanzar de nivel en una especie de juego en el que la percepción de la realidad va cambiando en cada nuevo nivel al que accede a través de unas tuberías que los interconectan y que nos remiten a los videojuegos del fontanero de Nintendo. Junto a él emprendemos un viaje extraño, circular y metafórico por el tiempo y el espacio en una historia onírica llena de capas e interpretaciones en la que el autor se vuelve a cuestionar la propia naturaleza de la realidad, una de las constantes que siempre encontramos en sus trabajos. El viaje, en el que el destino carece de importancia, pero en el que cada experiencia cuenta, está marcado por la violencia y lleva al protagonista a cruzarse con criaturas tan extraños como serpientes antropomórficas, patos mutantes o escorpiones gigantes.
Como ya hemos comentado Fuego de bengala es una historia con múltiples capas de lectura en función de la aproximación que realicemos. En la más superficial, nos encontramos con una historia de ciencia-ficción extraña heredera del cine de David Lynch en la que, como sucede en un videojuego, el protagonista va avanzado nivel a nivel mientras se enfrenta a diferentes situaciones y peligros. Un planteamiento que conecta a esta historia con la esencia más pura del cómic de aventuras. Pero, si optamos por una aproximación diferente nos podemos encontramos con una parábola sobre la propia vida llena de caminos y encuentros inesperados, vueltas en circulo, retrocesos y momentos en los que el camino emprendido nos supera y no somos capaces de sentirnos dueños de nuestro propio destino. Sin embargo, también podemos acercarnos a la obra como si de un sueño psicodélico se tratase en el que todo es real hasta que te despiertas o cierras el cómic.
Al igual que sucede con sus anteriores trabajos, no estamos ante una historia que cumpla los esquemas habituales, puesto que no hay una estructura clara de inicio, nudo y desenlace, ya que al comienzo de la novela gráfica nos encontramos con una historia ya empezada y que no nos da cuartel ni pausa. Tampoco vemos una presentación al uso ni de los personajes ni del entorno en el que transcurre la obra. Así que Fuego de bengala se convierte en un refugio entre tanta obra prefabricada en la que David Sánchez nos invita a un viaje por sus obsesiones creativas y personales. Una personalidad propia que se ve en cada uno de los dibujos de la obra, ya que el estilo del autor madrileño se reconoce a simple vista y cada vez está más depurado lleno esas líneas claras y limpias herederas de Hergé que al igual que sucede con Burns se mezcla con los elementos más extraños y bizarros. A diferencia de en sus anteriores trabajos en esta obra prima la acción, aunque los silencios y las pausas siguen siendo primordiales a la hora de contar una historia en la que los diálogos no abundan, pero siempre son contundentes y certeros.
La edición de Astiberri es de la calidad habitual a la que nos tienen acostumbrados, en la que hay que poner en valor el diseño del cómic del que se ha encargado el propio David Sánchez.
Fuego de bengala nos trae de vuelve a David Sánchez como autor completo tras Los años de internet, en un nuevo trabajo que nos recuerda que estamos ante el autor más inclasificable del cómic español. Un cómic poliédrico y lleno de lecturas que nos recuerda que la realidad es cambiante, infinita e inabarcable.
Lo mejor
• El nuevo viaje que nos propone David Sánchez en el que los límites de la realidad se vuelven a estirar y cuestionar.
• La capacidad del autor madrileño para no dejar a nadie indiferente.
• Lo depurado que está su estilo.
Lo peor
• Su lectura puede resultar incomoda.
Guión - 9
Dibujo - 8.5
Interés - 9
8.8
Niveles
David Sánchez vuelve a dar en la diana con un cómic tan enigmático, poliédrico y personal como es habitual. Una lectura que nos recuerda que el medio no tiene ningún tipo de limite ni cortapisa si hay autores que no se pliegan a las modas y a los intereses de la industria.