Edición original: Furari (Kodansha, 2011).
Edición nacional/ España: Furari (Ponent Mon, 2012).
Guión y Dibujo: Jiro Taniguchi.
Color: B/N.
Formato: Tomo cartoné 208 págs.
Precio: 20€.
Confesaba Francisco Umbral (1932-2007), con sinceridad y orgullo, que todas sus rebeliones habían sido literarias, inopinada admisión de que vivía en la vida de otros o, cuando menos, en la vida que él mismo soñaba para sí, adornada de relumbrones estéticos y verdades metafóricas. Con su bufanda roja, convertido ya en personaje de esperpento valleinclanesco, el escritor madrileño fue apagando su cuerpo y afilando su prosa en sus columnas diarias para un famoso rotativo. Antes, otro anciano insigne, Italo Calvino (1923-1985), ya rondándole la muerte describió en la excelsa Palomar (1983) las aventuras mínimas y filosóficas del personaje homónimo que, un buen día, decidiendo no hacer nada acabó muriéndose. Con los achaques de la vejez aflora en las mentes generosas una lucidez comprensiva, casi matemática, de la medida del género humano, la intuición de que sus limitaciones, sus ciegos empeños, son, también, la causa de su grandeza.
En Furari, expresión en japonés que vendría a significar algo así como “de improviso” o “sin rumbo fijo” en español, Jiro Taniguchi (1947) narra la vida y costumbres en Edo -nombre que tuvo la actual ciudad de Tokio hasta la Restauración Meiji, en 1868- a través de las largas caminatas -dedicadas a la medición de la tierra- y la mirada sensible de Tadataka Ino (1745-1818), un comerciante, cartógrafo y agrimensor que confeccionó el primer mapa preciso de Japón tras 17 años de trabajo. El gusto de Taniguchi por la comida, la poesía, la naturaleza o los animales, encaja perfectamente con el carácter y proceder de Ino, personaje de corte renacentista, sencillo y mundano, pero a la vez soñador y con un amplio interés humanista y científico, quizás el alter ego en esta obra del propio autor. El tomo editado por Ponent Mon reúne los capítulos publicados en 2011 como serial en la revista semanal Weekly Morning.
A través de estampas sencillas, de tintes bucólicos suavemente fantasiosos, el protagonista de Furari se nos presenta como un jubilado tranquilo interesado en la naturaleza, la poesía y la geografía de su país, acompañado a veces por su esposa Ei, con quien sale a comer a la sombra de los cerezos en flor. Los títulos de los capítulos (nieve, tortuga, ballena) apuntan a la naturaleza y a fenómenos atmosféricos. Reivindica Taniguchi el acervo cultural del Japón del siglo XVIII, con referencias habituales a espectáculos, versos y costumbres ancestrales, que precisan de anotación por parte del traductor. En este aspecto bien podría sostenerse que Furari es la más japonesa de sus obras, la más voluntariamente deudora de la rica tradición oriental en un autor, por lo común, cercano a la sensibilidad occidental, con fuertes lazos con el tebeo francés. Visto así, Furari puede distinguirse de otras obras de corte episódico (como El olmo del Cáucaso), de raíz nostálgica (como El almanaque de mi padre o Barrio Lejano) o rutinaria (como El gourmet solitario o El caminante), mucho más aún de incursiones en el fantástico (como Ícaro o La montaña mágica), aunque tenga trazas de muchas de ellas.
Taniguchi ejecuta en Furari un brillante ejercicio de fisonomía, dotando de rasgos peculiares, únicos, a sus principales creaciones, Ino en particular. Cabezón, de nariz grande y amplia separación entre esta y los labios, el protagonista de Furari, sin renegar de la condición de “criatura Taniguchi”, gana un espacio preferente en el olimpo del autor. El trazo exquisito, a la vez perfecto y sensible, con un maravilloso uso de las tramas, reproduce con fidelidad casi fotográfica los delicados ambientes naturales y urbanos por los que se mueve. Ei, atenta y discreta, se aleja también un tanto de los rostros bondadosos y redondeados de las mujeres de otras obras, aunque hayamos de notar que, con sonrisa perenne, su expresividad es notablemente menor que la de su contrapartida masculina.
Ino posee un carácter soñador que igual le lleva a abrazar un robusto cerezo para compartir sus experiencias centenarias que sobrevolar Edo atrapado en los ojos multifacetados de una libélula común. Pero, al mismo tiempo, es un hombre pragmático, apegado a la tierra, que mide cada zancada que da para conocer las proporciones exactas de sus itinerarios; también goza de los placeres de la mesa, especialmente el sake, que a veces le aturde, y admira sopesadamente, con un punto de resignación, a las jóvenes bellezas. Al final de sus días, con una renta que le permite sobrevivir sin penurias, Ino se pregunta por el significado de la libertad: “¿Será que no sabemos qué hacer cuando nos dicen que hagamos lo que nos dé a gana?” (pág.42) Ino, consecuente con sus aficiones, les dedica la vida, sin esperar más recompensa por ello que su propia satisfacción.
La serialización original en revista hace que, leída de un tirón, Furari adolezca de cierta arritmia, de cierta repetición de esquemas, como si anduviera en círculos; en bellos círculos, realmente. La historia acaba cuando, en otros casos, empezaría. La maestría de Taniguchi nos embauca en una larga travesía de la que apenas vemos cruzar el umbral, como si, una vez hecho el petate, una vez sabido el contenido del morral, el destino no importase demasiado. Furari, entonces, se revela tal vez no como lo mejor de su autor, sino como una de sus propuestas más depuradas y consecuentes con su ideario.
Precisamente me leí este tomo hace un par de meses precisamente -junto con Cielos Radiantes- y me encantó, como casi todo lo de Taniguchi. Me pareció una obra muy contemplativa y llena de carga emocional de cada instante vivido por el protagonista. Lo único malo del tomo es que te lo lees en nada y es necesaria una 2ª lectura pra poder disfrutar viñeta a viñeta de todos los detalles que contienen, para cogerle un poco el pulso al ritmo de la historia. Una vez solventado ese pequeño «defecto», la obra es altamente disfrutable y recomendable.
Se disfruta mucho del camino recorrido y no quieres que se acabe nunca, pero el viaje merece muy mucho la pena.
También al final del tomo me quede un poco con la sensación que justamente cuando parecía que la cosa ya se animaba un poco y ya se entraba un poco más en material, se acababa sin más. Me quedé con las ganas de saber muchas más cosas, ya que la sensación que deja Taniguchi al final del tomo es que podia haber continuado la historia con otro tomo más tranquilamente…. pero esa es una sensación subjetiva mia 😉
Gran reseña, por cierto, de la cual estoy totalmente deacuerdo.
Gracias, Elokoyo! Taniguchi me entusiasma. La prueba está en que ya lo he reseñado varias veces. Y volverá a caer, qué duda cabe!