El pasado 13 de mayo lanzamos un nuevo concurso cortesía de Panini Comics con motivo de la publicación del primer volumen (de dos) que rinde homenaje a los 75 años de Marvel Comics, para participar en él había que escribir una reseña sobre alguna de las historias contenidas en este primer volumen. Lo cierto es que a cierre del concurso vimos que el nivel de los participantes era tan alto que era una pena premiar tan sólo una reseña esto se lo trasladamos a Ponç Cufinya de Panini Comics y el mismo optó por ampliar el premio a nada menos que tres ganadores para premiar el esfuerzo y la calidad de los participantes.
Dicho esto, y tras dar las gracias a Panini Comics y a Ponç os decimos los nombres de los tres ganadores y os dejamos con sus reseñas, no sin antes decir al resto de participantes que ha sido francamente dificil quedarse con tres ganadores, enhorabuena por el nivel era sencillamente espectacular.
Los ganadores son:
–
–
–
La Llama Eterna (o Fantastic Four #1, de Stan Lee y Jack Kirby) de David Sanchez
No por muy contada es la historia menos hermosa.
Dicen los románticos, ajenos a que hoy las gestas se narran en ciento cuarenta caracteres, que el Universo Marvel nació en un campo de golf. Jack Liebowitz, propietario de lo que hoy en día es la Distinguida Competencia, cantaba entre hoyo y hoyo los parabienes del resurgimiento de los superhéroes y se mostraba especialmente orgulloso de los resultados que estaba cosechando la nueva cabecera de la Liga de la Justicia de América. Martin Goodman, como él hijo de inmigrantes, el mayor de trece hermanos y hábil empresario que había levantado lo que en su día fue Timely Comics, escuchó atento y volvió a su casa con la idea entre ceja y ceja de aprovechar esa inercia.
Mientras, en su mesa de trabajo Stan Lee veía cómo el vaso se colmaba gota a gota. Él, que sacrificaba su talento como escritor en absurdas historias adscritas a cualquier género que estuviese de moda, fantaseaba con escapar y dedicarse a menesteres más serios que le permitiesen firmar con su verdadero nombre sin avergonzarse.
Cuando Goodman le encargó un tebeo de superhéroes a semejanza de aquellos que tanto alegraban las cuentas de Liebowitz, el bueno de Stanley decidió que hasta ahí había llegado su paciencia.
Fue su mujer la que le convenció de que se diese su última oportunidad, de que agotase el último cartucho.
El primer número de Los 4 Fantásticos apareció a finales de 1961 y sonaba a viejo y a nuevo al mismo tiempo. Era un tebeo de superhéroes, sí, pero en superhéroes familiares y cercanos, más parecidos al señor de a pie que a los antiguos mitos en los que se sustenta el género. Por no tener, no tenían ni unas identidades secretas que salvaguardar. Y también era un tebeo que sabía a pulp, pero adaptado a un nuevo tiempo en el que la infalibilidad de los guapos y perfectos Flash Gordon o Rip Kirby ya no tenía cabida.
Era un relato de seres humanos que por accidente obtenían cualidades prodigiosas. Y cualquiera podía fantasear con eso.
Así, asociado a un Jack Kirby al que había torturado como corrector años atrás, antes de que Fredric Wertham expusiese al mundo la nociva influencia de los cómics en los jóvenes, Lee fue capaz de crear algo que se parecía a muchas cosas y que a su vez era diferente a cualquier otro tebeo del mercado.
La Mejor Revista de Cómics del Mundo, como anunciaba la portada, comenzaba con una llama en el cielo y terminaba con una explosión. Entre medias, un grupo de héroes extraño y al mismo tiempo tan corriente como tú o como yo se reunía ante la primera de las mil ocasiones en las que nos salvarían a todos. Un flashback relatando su origen, no hay tiempo que perder, y una pequeña epopeya que les llevaría de Nueva York (entonces Central City, cosas de aprender sobre la marcha) a las estrellas y vuelta a empezar, hasta acabar con los huesos en una de esas islas que sólo pueden existir en los parajes más recónditos de la imaginación.
Los 4 Fantásticos explorarían, discutirían, pelearían con fuerza e ingenio y salvarían el día, todo ello en poco más de veinte páginas. Palabras mayores.
Con el tiempo, los lectores se engancharían irremediablemente a un tebeo cada vez más sofisticado, más creativo, más arriesgado. Stan Lee, prodigioso charlatán y soñador profesional, narraría, gesticularía, buscaría el más difícil todavía. Mientras, «El Rey» Kirby escucharía con gesto serio mientras en su cabeza la épica se distribuía en páginas, en viñetas, en bocetos. Dios y La Zona Negativa, Wakanda y Latveria, Attilan y la imaginación como único límite. La Mejor Revista de Cómics del Mundo, sí. Y aquellos números primigenios serían poco a poco catalogados de ingenuos, de torpes, de inocentes, como si la audacia y el pulso narrativo no hubiesen estado ahí desde el principio, como si el arte de divertir fuese algo caduco, como si nos hubiésemos vuelto demasiado descreidos como para permitirnos soñar.
Es mayo del 2015 y los medios se hacen eco del fin de Los 4 Fantásticos. Y yo sólo puedo pensar en aquel viaje a una isla imposible y que, como si de una película de Errol Flynn o una novela de Stevenson se tratase, era y es una oportunidad para fantasear, para dejarme llevar por la imaginación y vivir esas maravillosas y locas aventuras que la realidad nunca me dejará experimentar.
Y mientras me pierdo en un mar de nostalgia por una época que nunca viví, cierro los ojos y sueño con una llama que cruza los cielos y que, pase lo que pase, nunca se apaga.
La muerte de Gwen Stacy por Nando M.L
“
– No veo nada parecido, novato. Veo a un hombre sufriendo… y eso es lo que tú verías si tuvieras ojos.
Todo aquel que haya leído esta historia tendrá en la memoria la imagen inmortal de Gwen cayendo con el infausto SNAP! que suena justo al alcanzarla Peter con su red. Y muchos dirán que es EL MOMENTO del cómic. Y muy probablemente tengan razón y sea eso lo que queda inmortalizado en la memoria colectiva como en la propia cámara de Phil Sheldon, tal y como contaba Kurt Busiek en su extraordinaria Marvels.
Yo, sin embargo, cada vez que pienso en La noche que murió Gwen Stacy recuerdo otra imagen igual o más estremecedora aún: Spider-man acaba de volver (en sí) tras golpear y ser golpeado por el Duende Verde y ver que éste se ha esfumado; entonces ve a Gwen abajo, rodeada de gente, y se abalanza sobre ella para “protegerla” de aquellos extraños curiosos que la atosigan. La mezcla de rabia, desesperación y ternura de Peter (porque en ese momento da igual que lleve la máscara puesta, porque ahí ya no hay Spider-man que valga) resulta indescriptible y estremecedora como pocas. En apenas cuatro viñetas vemos a Peter rabioso y amenazador con quienes rodean a Gwen, a los dos policías mirar a Spider-man con ojos de acusación –el más joven- y compasión –en el caso del más veterano- y a Peter absolutamente incrédulo, tratando de consolar y consolarse ante Gwen mientras la acaricia y se acurruca junto a ella. Y para mí, es en ese preciso instante cuando realmente ha muerto Gwen.
Porque hasta ese punto todo ha sido dramático y frenético desde la llegada al puente: la refriega inicial con un Spidey renqueante por un resfriado, el golpe al Duende que se antoja definitivo pero no lo es, la pirueta del maldito aerodeslizador que le permite al Duende volver a subir y golpear a Gwen, el intento desesperado de salvarla alcanzándola con una telaraña, el comentario risueño de Peter con ella entre entre sus brazos creyéndola con vida, la inquietud de ver que no reacciona mientras teme la verdad, el Duende confirmando sus peores pesadillas y la promesa de venganza consumido por la ira. Todo está ahí y todo cuenta (y cómo cuenta) su muerte, pero es hasta ese instante en que Peter y Gwen están juntos de nuevo que ella está aún –de alguna forma- viva. Y entonces, de repente, ya no queda esperanza. Y aunque el propio Conway lo sabe, trata de endulzar el trago con esa página espléndida (a cargo de un enorme Gil Kane) repleta de recuerdos e imágenes hermosas de ambos. Pero ya no sirve de nada. Ahora es tarde y todos lo sabemos: Gwen Stacy, nuestra amada Gwen, ha muerto.
Y aunque hasta ahora sólo hemos hablado de la secuencia de la muerte en sí, La noche que murió Gwen Stacy es más, mucho más que esa escena trágica tan estremecedoramente contada. Es la historia del héroe que falla en el momento decisivo, justo cuando los superhéroes nunca fallan. En ese sentido, casi me atrevería a decir que es una historia que trasciende al género superheroico, hasta el punto de que casi no la definiría como una historia de superhéroes. Si ya desde su creación Spider-man se ha caracterizado por ser el superhéroe más humano, más cercano al hombre (adolescente) de a pie, creo que es en este arco donde se culmina dramáticamente esa percepción. Todo lo que le ocurre a Spider-man, a Peter, a lo largo de la historia es mucho más humano que superheroico. Empieza justo al volver de Canadá, donde ha luchado con Hulk, y encuentra a Harry de nuevo víctima de las drogas. Intenta ir a apoyarle, pero encuentra a Norman que -desquiciado por la situación- se lo impide y termine echándolo junto a la propia Gwen y Mary Jane de su piso. Y vemos como Osborn pierde la cabeza que recupera el Duende, culpando de toda la situación a Spider-man y, por ende, a Parker. Y mientras Pete cavila de una parte a otra hasta volver a casa, pensando en ver a Gwen y hablar hasta que llega a su piso y sólo hay una calabaza sobre el bolso de Gwen. Y el resto ya es historia. Peter va por instinto al puente donde el Duende mantiene inconsciente a Gwen se desencadenan la escena clave con la que empezamos. Y Gwen muere trágicamente, sin tiempo siquiera para una despedida. Como ocurren, desgraciadamente, las cosas en la vida real.
Lo que sigue a la muerte de Gwen es un Peter empujado al extremo, una prueba más a su humanidad que a su heroísmo. Consumido por la ira y el ansia de venganza, va a buscar a Norman a su casa y allí toma la elección “sencilla” de abandonar a un Harry que lo necesita. Y podemos ver en la expresión de Peter cómo está fuera de sí, hasta dónde ha trastocado su ser la situación y cómo ahora él está casi tan obsesivamente fuera de sí como Norman. Cuando encuentra al Duende lo golpea sin el menor miramiento, sólo en busca de acabar con él y consumar su venganza. Cada gesto, cada palabra, cada golpe son un paso más directo hacia el abismo al que los actos de Norman lo dirigen. Y por un momento creemos que Peter lo ha perdido todo y se ha perdido, también a él mismo, para siempre. Y es quizá la ocasión en que más cerca se encuentra de matar a alguien, a un Duende cuya falta de escrúpulos y sensibilidad no hacen sino enfurecerlo cada vez más. Y cuando está a punto de hacer lo que ningún héroe se permitiría hacer (matar al Duende), finalmente recapacita y se frena. Y aunque ese instinto no sirva para salvar (inmerecidamente) al Duende, que en un alarde de justicia poética muere empalado por su propio aerodeslizador, sí lo hace para salvarse a sí mismo. Porque aunque el héroe no fuera capaz de salvar a Gwen en el momento clave, la persona que Peter es, que sigue –a pesar de todo- siendo, es lo que le permite salvarse en su peor momento de sí mismo.
Y es, a fin de cuentas, la constatación definitiva de la propia esencia del personaje: que no es el héroe quien define a la persona, sino todo lo contrario. Que por encima o por debajo de la máscara, el traje o los poderes, sólo es posible ser Spider-man gracias a ser Peter Parker.
Ruleta de Frank Miller por Carlos Campillo
Establecer cuál es la historia más importante de un personaje de ficción no es tarea fácil. Si encima hablamos de personajes con cincuenta años de trayectoria a sus espaldas, la cosa se complica. En cualquier caso, suele haber cierto consenso entre crítica y seguidores que considera que las tres principales colecciones de Marvel alcanzaron su cénit creativo con La Llegada de Galactus, la saga de Fénix Oscura oye el díptico formado por Amazing Spider-man 121 y 122 (historia cuyo nombre evita´re nombrar por si algún despistado no conoce). En cuanto a Daredevil, alter ego del abogado ciego Matt Murdock, no parece haber duda de que su historia más importante es el arco de Born Again (título nunca traducido al español, que se podría trasladar como Nacer otra vez o Renacimiento y que servidor deriva a Volver a nacer). Parece haber conformidad en que esta historia es la más importante nunca contada sobre Matt Murdock. No es algo que se ponga en duda. Excepto por quien escribe estas líneas.
No quiero que se malinterprete mis palabras, Born Again es una magnífica historia, nacida de una de las mejores y más breves parejas del medio. Pero para mí hay una historia que, aunque por poco, la supera. Una que no responde preguntas sino que las formula, que proviene no de la segunda venida de Frank Miller al personaje sino de su primera marcha.
Ruleta marca el final del camino. No sólo es la conclusión de la etapa de Frank Miller como autor completo en Daredevil, sino también pone término a un período de transformación y crecimiento. Crecimiento de un Miller que había empezado como dibujante en la colección de manera fortuita (no era la primera opción de Marvel), para asumir el control creativo de la colección como autor completo dos años después y acabar convertido en uno de los principales referentes del género y de la historieta como medio. Crecimiento de Matt Murdock como personaje, pasando de ser el alegre aventurero Dan Defensor al oscuro vigilante de la Cocina del Infierno. Crecimiento de la colección, que pasó de ser bimestral y bordear la cancelación a erigirse como uno de los referentes del cómic superheroico de los últimos treinta años.
También, como ya hemos dicho, culmina una fase de transformación. Durante la Edad de Bronce del cómic de superhéroes las cosas habían empezado a cambiar. El héroe no siempre salvaba el día y podía fracasar. El malo podía escapar, podía no salvar a la chica e incluso podía morir, pero le quedaba el consuelo de saber que hacía lo correcto, que su esquema de valores resultaba adecuado.
Daredevil visita en un hospital a Benjamin Pondexter, a.k.a. Bullseye, su principal némesis durante la etapa de Miller (con permiso de Wilson Fisk, a.k.a. Kingpin). El último encuentro entre ambos, causado por la muerte a manos de Bullseye de Elektra (ex-novia de Murdock) dejó al asesino paralizado de cuello para abajo. Murdock no es que esté mucho mejor. Si su enemigo ha perdido su movilidad, él a ha perdido sus convicciones. Aunque no asesinó a Pondexter sí lo intentó, cruzando una línea que en encuentros anteriores había jurado no atravesar. Ahora se encuentra frente a él con un revólver del calibre 38 y la idea de jugar a la ruleta rusa. Cualquiera podría pensar que está ahí por Elektra, pero no. Ha venido por Chuckie.
En su identidad civil como abogado defensor, Matt Murdock conoce en el transcurso de un caso a un niño, Chuckie, el cual lo idolatra hasta el punto de la obsesión. Un poco por curiosidad, un poco para subirse la autoestima, Murdock decide visitarle en el colegio como Daredevil. Ahí recibe su primer puñetazo de realidad, cuando el niño afirma admirarle por su capacidad para castigar a los que se oponen a él. Sin querer destripar el resto de la historia, la cosa se complicará a posteriori, implicando al padre de Chuckie y dejando secuelas a todos los implicados. La escasa vinculación de Chuckie con la realidad se verá quebrada y lo mismo podemos decir de Murdock.
Mientras juega a la ruleta rusa con Bullseye, Matt Murdock se empieza a cuestionar toda su labor como justiciero. ¿Cuál es el mensaje que le manda la gente? ¿Que la justicia siempre vence, o que lo hace quién golpea más fuerte y rápido? ¿Su superioridad moral se ve respaldado por algo más que otro tipo de superioridad como es la física? ¿Es la violencia un medio o un fin? ¿Es realmente el superhéroe distinto del supervillano, o son dos piezas del mismo juego?
El encuentro entre ambos enemigos. No hay enfrentamiento físico, no hay grandes hazañas, sólo dos hombres rotos en una habitación de hospital y preguntas sin respuesta. Probablemente Frank Miller no las tenía, aunque de un modo u otro acabaría dando su visión de la cuestión en los años venideros de diferentes modos y con distintos personajes. Mientras tanto dejó a su sucesor en la serie Denny O’Neil, en una difícil posición: la colección había tocado techo, su protagonista había tocado fondo y el cómic había cambiado para siempre.
Tres grandísimas reseñas, felicidades a los ganadores. Además, cada una se acerca a la actualidad: Los 4 Fantásticos y su supuesto final; Spider-Man y Peter siendo uno en los tiempos de Superior, 2099, Ultimate,etc; y el Daredevil más oscuro enfrentado a la visión más superheroica de Mark Waid.
¡Felicidades a los autores!!
Grandes textos, grandes sentimientos.
Me han encantado, gracias por compartirlos.
Pues muchas gracias por la parte que me toca; la verdad es que ha sido un placer.
Digo lo mismo.
¡ enhorabuena,caballeros¡¡.