Hoy no quiero que os preguntéis qué podéis hacer vosotros por el manga, quiero que os preguntéis qué puede hacer el manga por vosotros. Seré sincero, con el poco amor que recibo a veces por esta columna, diría que más bien poco. Pero os puedo asegurar que a lo largo de más de 20 años, el manga (y el anime) han hecho mucho por Japón, y por la sabiduría de algunos apasionados fans. De lo que estamos hablando es del aprendizaje cultural al que se ha sometido el lector de manga y el espectador de anime desde que Son Goku y Kaneda entraron en sus vidas. En otras palabras, el manga es una puerta abierta hacia Japón y su cultura.
Si eres de los que piensa: “¿saber más sobre Japón? Me la sopla.” Pues nada, nos leemos en la próxima columna. Pero si tenéis una mínima curiosidad por saber cómo pasamos de pensar que Japón era un país lleno de samuráis, geishas y huelgas “a la japonesa”, a conocerlo con un detalle casi académico, vamos a hacer un breve viaje en el tiempo.
Los japoneses, hasta hace pocos años, pensaban que nadie más que ellos podía tener interés en su cultura. Aunque quizás sea más realista decir que los japoneses creen que nadie más que ellos es capaz de entenderla. Quizás sea por eso que nunca antes se habían prodigado en promocionarla fuera de sus fronteras. Ni falta que les hacía en realidad, ya que con más de 125 millones de habitantes, a su industria cultural le bastaba. Aún así, desde los años 60, en nuestros televisores no hemos dejado de ver animación japonesa, y fuese con intención o no, el manga acabó llegando a nuestras manos.
Pero hasta los 90, muchos ni siquiera sabían que sus dibujos favoritos eran japoneses, ni mucho menos sabían que en Japón existía una industria del cómic capaz de hacer sombra a la americana o europea. Fueron Akira y Dragon Ball las obras que abrieron esa puerta de la que os hablaba. Y como si fuese una de esas puertas mágicas de Doraemon, al atraversarla nos encontramos de repente en un país desconocido, junto a un montón de gente que empezaba a examinarlo todo con lupa.
Uno de los autores que más ha estudiado la expansión de la cultura japonesa en el mundo es un japonés llamado Iwabuchi Koichi. Según él, la cultura japonesa ha conseguido llegar a otras partes del mundo por no tener “olor cultural”, que es su forma de describir aquellos productos que no muestran, de forma más o menos evidente, rasgos culturales de su país de origen (y eso facilita que otras culturas puedan aceptarlo sin problemas). Estamos parcialmente de acuerdo con este señor, y pensamos que es cierto que la mayor parte de manga y anime que nos llegaba no era muy “japonés”. Akira transcurría en Neo-Tokyo, pero no es que nos mostrara precisamente un Japón actual o realista, y Dragon Ball no dejaba de ser una mezcla de cultura asiática y occidental muy particular. Además, en uno de los primeros artículos de la prensa especializada que se escribieron sobre el manga, en la revista Krazy Comics (nº16), se hablaba de la inminente entrada de tebeo japonés, pero se sentenciaba que lo que se iba a publicar solo esos títulos que tenían un aire “occidental”. Y a pesar de todo, esos tebeos nos llamaron tanto la atención por la novedad que suponían en varios frentes, que quisimos saber de dónde venían y si había algo parecido que pudiésemos devorar. Dicho de otro modo, agudizamos nuestro olfato, y finalmente acabamos descubriendo la fragancia cultural japonesa.
De esta forma empezó a gestarse hace poco más de 20 años, nuestra “escena manga”. Y a su vez, empezó todo un proceso de descubrimiento y fascinación del país nipón. Eran dos procesos casi inseparables, simultáneos, cuanto más queríamos saber de manga y anime, más nos interesaba el Japón real. Aún así, editoriales como Planeta, en esa época seguían pensando más o menos como Iwabuchi, y en su opinión, el manga tenía que ser adaptados a lo que estábamos acostumbrados. De ahí que se espejaran los mangas, que se publicara en formatos parecidos al comic-book, y que las traducciones tuviesen que adaptar todo lo posible términos que eran más difíciles de entender por entonces. Esto no significa que alguien quisiera hacer pasar el manga por algo no japonés, en absoluto, de hecho títulos como Crying Freeman, El puño de la Estrella del Norte, y Dragon Ball se promocionaban como una nueva línea editorial, la línea manga, y son muchos los lectores de la serie blanca de Dragon Ball que recuerdan como, a través de los artículos de Alfons Moliné, fueron descubriendo poco a poco lo que se había estado cociendo en Japón en los últimos 40 años.
Pero no les bastaba con “Manga Manía”, esos primeros fans querían saber más, investigaban y luego querían compartirlo. Así llegaron esos primeros fanzines (Japan Anime Fancine, Manganime, MangaZone, etc.), y entre descubrimientos de nuevos anime y manga, entre columnas de opinión sobre lo mal que se programaba anime en Tele5 o Antena3, en casi todos los fanzines había algún rincón para hablar de cultura japonesa. Al principio casi todo giraba alrededor de temas editoriales, interesaba saber como se publicaba el manga, qué tipos de manga existían, etc. Pero al poco tiempo, la necesidad de entender más sobre lo que estaban leyendo llevó a estos fans a interesarse por la cultura tradicional y urbana japonesa. Desde las primeras mini-guías turísticas de viaje, hasta los primeros cursillos de japonés, pasando secciones como “¿Sabías que…?” de MangaZone, que informaban a la vez que alimentaban algunos de los nuevos tópicos sobre Japón.
Con todas estas secciones algunos aprendieron como eran las casas japonesas, como se organizaban las calles en Tokyo, incluso como se emborrachan los japoneses o como funcionan las empresas niponas. Cualquier dato era bienvenido, por anecdótico o irrelevante que pudiera parecerle al no iniciado, todo acercaba al fan un poco más a la tierra prometida.
Después de todos esos manga post-apocalípticos y cyberpunk, finalmente empezamos a ver y leer obras cuya “aroma japonesa” era mucho más evidente. Por ejemplo, con Doraemon rápidamente aprendimos como podía ser la vida del típico niño japonés, y con la publicación de Gamma, el hombre de hierro, descubrimos un manga adulto, del que aprendimos más sobre relaciones sociales, como los japoneses expresan (o no) sus sentimientos. Y llegaron más, sobre la universidad, sobre los yakuza, hospitales…
A los pocos años, esos fanzines dejaron paso a revistas profesionales (Minami, MangaZone, Dokan), y los contenidos eran cada vez más especializados, más exhaustivos, y las pequeñas guías turísticas de antes, ahora eran crónicas de la vida diaria en Japón, gracias a corresponsables como Marc Bernabé (traductor muy conocido del sector). Y el fan del manga y el anime había descubierto otras pasiones dentro del colorido mundo Pop japonés. La música de los grupos de Idols, de las bandas de JRock y Visual Kei aparecían en portadas de revistas, a la vez que algunas chicas empezaban a fijarse en como vestían las japonesas.
Cuando Internet lo revolucionó todo y todas esas revistas empezaron a desaparecer, fueron los blogs los que tomaron el relevo. Y llevaron, una vez más, la afición por lo japonés a un nivel superior. Ahora eran personas que estaban viviendo en Japón las que te contaban casi a diario, con fotos, anécdotas personales, cualquier detalle sorprendente del país. Los que escribían no eran necesariamente fans del manga y anime (aunque muchos sí podían serlo, su blog no estaba enfocado en esa línea), pero buena parte de su audiencia eran lectores de manga o fans del anime, que degustaban cada nuevo post como si fuese maná divino. La especialización del fan había tocado techo, y se podría decir que dominaban algunas cuestiones referentes a Japón incluso más que el japonés de a pie (que por lo general, les importa una mierda lo que pase en el mundo otaku). Aún así, hay que ser conscientes de que la compleja y elaborada realidad que algunos se crearon a través de los blogs, no era necesariamente y enteramente fiel. No es que los bloggers mientan, simplemente nos cuentan una parte de su vida, la que quieren contar. De ahí que a menudo nos encontremos con una idealización exacerbada de la vida en Japón (e incluso, en algunos casos, todo lo contrario), o que los clásicos tópicos sobre el país del Sol Naciente se descarten, para incorporar otros a nuestro imaginario (que los japoneses se pasan el día comprando bragas usadas, que hay restaurantes de body-sushi en cualquier esquina, o que hay millones de japoneses encerrados en sus casas jugando a videojuegos, etc.).
Hasta ahora hemos hablado mucho de lo que los fans llegaron a hacer para acercarse más a Japón, y es que sin duda fueron ellos los más activos a la hora de informarse, a la vez que tiraban del carro de la industria. Los fans siempre iban un paso por delante, y más que sentar cátedra, las editoriales se iban adaptando a las demandas del público. Tampoco es que podamos culparles, tanto el mencionado manga de Gamma, como Shin-chan o incluso el Shônen Mangazine, fueron arriesgadas apuestas con las que se estrellaron (lo único que se pudo recuperar fue Shin-chan). Así pues, se tardó unos cuantos años en dejar atrás la política de “adaptar al mercado occidental”, y abrazar por primera vez la máxima de “cuanto más fiel al original, mejor”. Con la salida de Rurouni Kenshin, cuyo formato de publicación era fiel al japonés, se abrió al veda a la “japonización” del mercado manga. Los debates sobre si había que espejar o no el manga no se daban dentro de la “escena”, y los traductores empezaron a ser algo más valientes a la hora de dejar algunos términos sin traducir (tirando más de las notas de traducción). Todo ello, síntomas inequívocos de que el público tenía un conocimiento más amplio de cultura japonesa, y quería una experiencia lo más nipona posible. Sí, amigos, aunque los otakus os puedan parecer unos lerdos, tienen una curiosidad y una capacidad de aprendizaje a tener en cuenta.
El manga y el anime, como productos japoneses, que en su mayoría están hechos por y para japoneses, llevan consigo una carga cultural muy pesada. Esto no significa que no la lleven productos de otros países, por supuesto, pero teniendo en cuenta que estamos hablando de una cultura muy alejada de la nuestra, es más fácil que destaquen algunos de estos elementos sociales e históricos. Por todo esto, es posible que al principio puede que nos cueste entrar en este mundo, no es lo mismo empezar a leer manga ahora, que hacerlo a principios de los noventa. Ahora se le pide más al lector, aunque también tiene un mayor y más sencillo acceso a la información que esos pioneros. De ahí que sea necesario tener la mente abierta y la maleta vacía cuando nos embarcamos en este viaje, porque poco a poco vamos a ir llenándola de conocimientos nuevos e inesperados.
PD: Perdón por el retraso en la publicación de esta columna, casualidades de la vida, estaba realizando un trabajo académico sobre el impacto de la cultura popular japonesa en los conocimientos de los fans del manga y el anime… y bueno, puede que me haya aprovechado un poco de ello para este artículo.
Oriol Estrada – laarcadiadeurias.net
Pues no sé por qué recibes tan poco amor, Oriol!
Lo cierto es que yo nunca fui un gran amante de la cultura japonesa… hasta que el azar me llevó a hacer una visita a Japón. Desde entonces, veo todo con otros ojos. Todos los mangas que tengo, que no son muchos, merecieron una segunda lectura, más enriquecedora. De igual manera, leer libros de autores japoneses tb es enriquecedor en este aspecto, al aprender aspectos culturales como el papel de la mujer en la sociedad, el rezo a los ancestros, las apuestas y los yakuzas, la represión física y sentimental que evita todo tipo de contacto físico con el semejante…
Hace poco leí algo de Shintaro Kago y, ciertamente está pirado, pero retrata fielmente muchos aspectos que a los occidentales nos resultan absurdos e incomprensibles. Creo que el relato que más me gustó fue «Génesis».
Sigue escribiendo la columna, Oriol, yo te apoyo! 😉
Un artículo super interesante, como todos los que escribes 😉
Aunque nunca escribo, siempre leo tu sección que es interesante y nostálgica a la vez.
Por favor continua publicando.
En cuanto a la sorpresa de los japoneses/occidentales de la rápida aceptación del anime, es igual que la fascinación que le produce al nipón medio la cultura clásica Europea.
La cultura extraña atrae, puesto que resulta novedosa y abre nuevos caminos de pensamiento, y más una tan rica y extrema como es la japonesa.
Japón ha sido históricamente un país aislado del mundo y por ello ha conservado unas raíces muy profundas de tradición.
Posiblemente esa frase de que solo los japoneses pueden entender su cultura, es una forma de querer preservar la «pureza» de su cultura de la inevitable intromisión exterior (que en el país del sol naciente, entro como un Tsunami).
Por otra parte, el intento de traer manga con «aire occidental» (o lo que es lo mismo, mangas que tenían referencias más que obvias a franquicias occidentales) no era sino un respuesta reaccionaria a los prejuicios de algo que venga de fuera (y que continuó con la caza de brujas que organizaron las asociaciones de padres fachas en los 90 y parte del 2000 con series como «Dragon Ball» o «Marmalade Boy»).
Me ha encantado la imagen del Manga Mania, cuando las poquitas cosas que llegaban aquí sobre Japón se ponían en pequeñas columna como esas (ahora le das al Google y tienes chorropotocientas páginas…)
Un saludo y genial, como siempre 😉