¿Seguiremos siendo humanos o no?
Los muros son simples barreras físicas que han definido nuestra histórica búsqueda de seguridad y que con el tiempo se han tornado mentales. El miedo los ha levantado con la intención de dejar fuera de nuestro mundo todo tipo de amenazas. Era cuestión de tiempo que los muros, más allá de servir para proteger nuestros cultivos y defendernos de animales salvajes, comenzasen a utilizarse como una manera de dividirnos. Los muros son la excusa para disfrazar nuestras vergüenzas, para no hablar de racismo, egoísmo y falta de empatía. Porque no queremos molestarnos en concebir otro tipo de humanidad, no queremos compartir. Lo diferente en nuestra cabeza es sinónimo de malo, inferior y salvaje; levantando muros no tenemos que ver nada de ello. Si no lo vemos, no existe. Si el muro es lo suficientemente fuerte, alto y robusto ignoramos la realidad, un error que cada nueva generación sigue repitiendo.
En la ficción los muros se han seguido levantando en las últimas décadas; todos compitiendo en majestuosidad. Lo hemos visto en la serie de Juego de Tronos y en las novelas de George R.R. Martin. El imponente muro que la Guardia de la Noche defiende, no solo de un mal ancestral y sobrenatural, sino también de los llamados salvajes, inmigrantes que no comparten la visión y cultura de la gente de Poniente. El impacto de esta serie lo podemos rastrear hasta el mundo del cómic con Secret Wars, un crossover de Marvel Comics publicado en 2015 por Jonathan Hickman y Esad Ribic. En él pervive el concepto de muro de la obra de Martin que en este caso separa los reinos civilizados del Doctor Muerte de la zona poblada por una masa imposible de muertos vivientes. Pero también podemos trasladarnos a una localización geográfica totalmente diferente y encontrar un título como Ataque a los Titanes, la popular obra de Hajime Isayama en la que el concepto de muro también resulta básico para hablarnos de la relación entre miedo, seguridad y libertad.
Este concepto de muro también tiene su relevancia en una obra editada el pasado año en el mercado francobelga por Le Lombard que la joven editorial LetraBlanka de Toni Kudo ha publicado recientemente en nuestro país. Estamos hablando de Green Class, una historia de ciencia ficción creada por el guionista Jérôme Hamon (Yokozuna, Emma et Capucine) y el dibujante David Tako (Tephlon Funk!) que forman parte de esa nueva generación de autores franceses que arrastran una importante influencia del mundo del anime y el manga. Los dos han desarrollado además proyectos audiovisuales para el cine, la televisión y los videojuegos, un aspecto que también ha influido en sus correspondientes trabajos para el mundo del cómic. La pareja nos presenta ahora una obra en la que se hacen eco de sus respectivos intereses y gustos personales desde el marco de la ciencia ficción. El resultado es una obra destinada al público adolescente con un apartado gráfico que reformula el clasicismo de la historieta europea y propone una narrativa secuencial llena de dinamismo.
La premisa de Green Class no resulta ser lo más original de su propuesta, pero está ideada como una excusa para tratar otros temas en la mejor línea de las historias de terror adolescente con las que está emparentada. La historia sigue a un grupo de jóvenes canadienses que en plena excursión a 2000 kilómetros de su hogar descubren que un virus devastador y de origen desconocido les ha dejado atrapados en la zona de cuarentena. La infección transforma a sus anfitriones en seres desprovistos de voluntad y provoca terribles mutaciones en sus cuerpos. El virus es extremadamente contagioso, alimentando el miedo y la incomprensión de los habitantes de los alrededores por los afectados por la enfermedad. Entre ellos se encuentra Noah, el hermano de Naïa, lo que provocará no pocas desavenencias en el grupo de amigos cuando se vean obligados a lidiar ellos solos con esta pesadilla. En la línea del clásico El Señor de las Moscas de William Golding, Green Class trata el conflicto entre el mundo adulto y, en este caso, el adolescente, como metáfora de la civilización.
Green Class es una obra anclada a su tiempo, por ello nos presenta un grupo de personajes diverso en cuestiones de raza, sexo y clase. Estos jóvenes representan los intereses y preocupaciones de sus homólogos reales actuales, haciendo a su vez un retrato de los contrastes de nuestra sociedad, con especial hincapié en temas que siempre van de la mano como la xenofobia y la inmigración. El muro presente en la historia, una gran mole construida para aislar el territorio del exterior y a los infectados por el virus, acaba siendo el simbólico detonante de la barbarie. El obstáculo que impide a los protagonistas regresar a su hogar, quedando atrapados en tierra de nadie. Las referencias a la política de Donald Trump son evidentes en un cómic en el que ante todo destaca su enorme dinamismo, su manera de entender la acción en todas sus vertientes. Esto provoca que el subtexto nos pueda parecer más ligero y simple de lo que en realidad debería ser, porque este dinamismo también se traslada, para bien y para mal, a los diálogos y las escenas más costumbristas de la obra.
En el apartado gráfico David Tako nos propone un despliegue visual que combina perfectamente el clasicismo narrativo de la historieta europea y la influencia del cómic japonés en cuestiones de ritmo y diseño. El trazo fluye con gran naturalidad haciendo de la lectura de Green Glass un paseo de lo más agradable en el que tiene un papel muy destacado su tratamiento del color. En este apartado Tako muestra un gran talento para captar la luz y las sombras de cadauna de las escenas, moviéndose a través de una paleta amplia y nada acomodada que se adapta en todo momento al prisma emocional que pide la historia. En sus páginas podemos jugar a encontrar similitudes con algunos de los autores de cabecera de Tako; ahí tenemos el aspecto de algún personaje de la historia que nos remite al trabajo del creador de Monster Naoki Urasawa, esas frenéticas escenas de acción que nos recuerdan con fuerza al estadounidense Sean Murphy, o la expresividad del dibujo de Alessandro Barbucci. Todo ello sin dejar de construir su propia y sugerente personalidad.
El primer volumen de Green Class -titulado Pandemia– no deja de ser una introducción al drama que quieren construir Jérôme Hamon y David Tako. Es una historia que habla sobre todo del «rechazo a lo diferente» y que busca explorar ese miedo que hace que como seres humanos pensemos en levantar muros en lugar de puentes. El contexto nos suena a conocido porque Green Class no deja de ser una obra referencial a un subgénero ya muy explotado en el que sus personajes, sus ideas y sus metáforas han sido analizadas desde muy diversos puntos de vista. Lo curioso es que Hamon y Tako tratan todo esto de uan manera tan ágil, rápida y extensiva ya en este primer volumen que las futuras entregas de la saga necesariamente tendrán que abrir nuevos caminos para enseñarnos a sortear ese muro que separa muchas veces un cómic del entretenimiento de una obra capaz de marcar la tendencia. El próximo volumen de la serie titulado Alfa se publica este mismo mes y allí podremos comprobar definitivamente que tipo de cómic es Green Class.
Guión - 6.5
Dibujo - 8
Interés - 7
7.2
El primer volumen de Green Class de Jérôme Hamon y David Tako es una introducción a un drama adolescente en el marco de la ciencia ficción que intenta abordar cuestiones de nuestro día a día utilizando todo tipo de metáforas para hablarnos de inmigración. Una historia ya prototípica del género a los que sus autores otorgan un gran dinamismo. El apartado gráfico de David Tako sobresale por encima de la propuesta.