Edición original: Le guide du mauvais père, volume 3, 2014, Éditions Delcourt
Edición nacional / España: Guía del mal padre 3. Colección Sillón Orejero. Marzo 2015, Astiberri Ediciones.
Guión, dibujo y tinta: Guy Delisle.
Formato: 192 páginas en blanco y negro y color editadas en rústica.
Precio: 12 €.
¿Qué lleva a un humano adulto a tomar la decisión de tener hijos? ¿Le da vueltas al respecto? ¿De veras? ¿En un mundo superpoblado y enfermo como este? ¿Con la cantidad de niños sin hogar que ansían una familia? ¿Es una necesidad altruista enfocada a regalar vida, esto es, experiencias, a un nuevo ser? ¿Viene esta decisión motivada por la cruel razón de engalanar el ego con una nueva versión de uno mismo? ¿O es una manera de retener a la pareja tras el final de la alegría de los primeros años de convivencia, cuando la vida se convierte en un “o lo dejamos o tenemos hijos”? Sean cuales sean las razones de la mayoría, las de de Delisle parecen claras: para tener cerca alguien como él mismo. La versión dibujada del autor, su alter ego en el papel, se presenta como una suerte de adulto peterpanesco, alguien que ha envejecido sin darse cuenta y que necesita la simpleza de una mente infantil para desarrollar su versión más lúdica de sí mismo, una donde sus aspectos menos encorsetados, quizá los más alegres, salgan a la luz. Delisle necesita a sus hijos no para educarlos, sino para no asfixiarse por una vida gris donde los adultos juegan para despistar al stress, en vez de por la alegría del descubrimiento.
Vale, quizá me paso, me excedo en el análisis y proyecto demasiadas neuras en un producto ajeno. Pero es que hay algo más en estas guías del mal progenitor con las que nos obsequia una vez al año el autor de Pyongyang. Desde luego, la motivación principal del tebeo es sacarnos una sonrisa. La risa como motor principal de una trama, la risa como la certificación del entretenimiento me parece una de las causas más nobles, sinceras y encomiables del arte, sí, del arte. Más que la épica, que el drama o la denuncia social. La risa me merece el más estruendoso de los aplausos. Entre una abanico tremendo de razones, porque, fundamentalmente, aleja a la parca –esto es algo que algún día demostrarán científicamente- y alarga la vida al relajarla. Sí, como digo, Delisle busca que nos riamos, con él y de él, nunca de sus niños, por cierto, a través de la desmitificación del proceso de educar a los hijos.
Pero hay algo más. Algo que no es que mejore el producto, ni que lo dignifique. No le hace falta. La comedia por sí misma, como dije antes, es algo tan loable que no necesita de aderezos. Pero hay algo más. Y ese algo más es sutil. Es algo relacionado con las apariencias, con la perspectiva, con el final de ciertos patrones de comportamiento. Delisle, quizá sin saberlo, habla de la necesidad vital de no tomarse en serio a uno mismo, de que la vida, lo queramos o no, está fuera de nuestro control, que hay que reírse hasta de la muerte y que casi nada merece un trato solemne. El humor no quizá como sentido de la vida, pero sí como vehículo de la misma. Esto lo refleja magistralmente en un gag de este volumen. El niño le pregunta sobre el futuro y él le contesta con una retahíla de pasos obligatorios en la vida de cada uno: vas al colegio, luego al trabajo y luego a la tumba, y todo ello envuelto en una serie de obligaciones brutales que te fuerzan a perder tiempo y energías con el fin de no salirte del camino marcad por la sociedad. De modo que lo único que existe con la fuerza verdadera para contrarrestar semejante drama es la comedia, el don maravilloso de no tomarse jamás en serio a uno mismo. De ahí que en el fondo Delisle demuestra que es un padre excepcional. Sí, quizá pierda el respeto delante de sus hijos, quizá no sea una figura totémica de la que tomar ejemplo, pero desde luego, se convierte en un pilar de esperanza, de que la vida pasa y la perdemos si la ansiedad resultado de la seriedad y la solemnidad nos envuelven con su mortaja. Delisle se pone a la altura de sus hijos y les explica la vida con sencillez, les expone las incongruencias de los mecanismos básicos de la sociedad, pero lo hace con símiles irónicos, sacando punta al humor que entraña casi todo, de modo que les prepara para la vida mejor que un escuadrón de padres sobre-protectores. La vida no tiene sentido. O cuanto menos, tendrá el sentido que queramos darle, de modo que mejor dárselo con una sonrisa en los labios. Muy bien, Señor Delisle. ¡Y gracias!
Guión - 7.5
Apartado Gráfico - 7
Interés - 7.5
7.3
Delisle demuestra que sigue en buena forma con el tercer volumen de sus andanzas como padre.