Habibi

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Edición original: Pantheon Graphic Novels (septiembre de 2011).
Edición española: septiembre de 2011; Astiberri Ediciones (Colección Sillón Orejero).
Guión, dibujo y entintado: Craig Thompson.
Color: b/n.
Formato: tomo de 672 págs, encuadernado en cartoné.
Precio: 39,00 €.

 

Conforme encaraba la recta final del largo y extenuante proceso de promoción de Blankets, Craig Thompson (Traverse City, Michigan, EE.UU.; 1975) comenzó a darle vueltas a las características de su próximo proyecto. Condicionado por el arrollador éxito que cosechó su best-seller autobiográfico, y acuciado por la voluntad de embarcarse en “algo más grande y alejado de mí mismo”, se planteó dos posibilidades: comenzar a trabajar en una historieta “de fantasía épica típica del formato cómic –pero juguetón y divertido–, o una obra de no-ficción, periodística, en la línea del trabajo de Joe Sacco”. Finalmente, sus esfuerzos se centraron en desarrollar una propuesta a medio camino de ambas alternativas, que sirvió para de dar forma a una serie de elementos que le rondaban por la cabeza desde hacía tiempo: esclavitud infantil, historias fantásticas, emplazamientos exóticos y un deseo de humanizar la cultura islámica, “alejándola del envilecimiento habitual”.

En su camino se topó con dos obstáculos intimidatorios: por una parte, la obligación autoimpuesta de superar el nivel alcanzado con su anterior obra y estar a la altura de las expectativas generadas; y por otra, las constantes dudas acerca de su derecho a jugar con determinado material –»no tengo ningún tipo de autoridad en términos de estudios académicos o trasfondo cultural para escribir ésto«–, ante la posibilidad de herir sensibilidades en el proceso. Mentalizado acerca de la necesidad de prepararse a conciencia antes de emprender su particular odisea, compatibilizó los estertores de la promoción de Blankets con un proceso de documentación parcialmente recogido en el excelente Cuaderno de viajes. Pero lo que en un principio estaba destinado a convertirse en una novela gráfica de 200 páginas –a realizar en un plazo de dos años–, terminó por transformarse en una obra titánica que triplicó la extensión inicialmente prevista y consumió casi ocho años de su vida. Mientras tanto, la comunidad comiquera aguardó con impaciencia el goteo de noticias relativas a unas evoluciones que, relatadas en su blog personal, genraron un nivel de curiosidad que probablemente tan solo admite comparación con el que precedió a la publicación del Asterios Polyp de David Mazzucchelli. Una espera eternizada, que llegó a su fin el pasado mes de septiembre, cuando los primeros ejemplares de esta ambiciosa obra comenzaron a llegar a las estanterías de las librerías especializadas.

A través de las más de 600 páginas que integran esta novela gráfica, Thompson articula una historia que gira en torno a las vivencias de Dodola y Zam, el habibi –“mi amado”, en árabe– que da título a la obra; dos niños huérfanos y esclavos, habitantes de un país indeterminado asolado por una pobreza extrema, que contrasta con la situación acomodada de determinadas clases privilegiadas. Desde su primer encuentro, en buena medida regido por el azar, ambos jóvenes comienzan a construir una estrecha relación de cariño y protección, que oscila entre lo maternal y fraternal, hasta derivar en el establecimiento de un vínculo que escapa a definiciones, más allá de esa manida palabra de cuatro letras que tantos matices y gradaciones admite: amor. Un amor que, puesto a prueba por el curso de los acontecimientos, se convierte en ancla a la que ambos personajes se aferran, en un intento desesperado por que sus respectivos recuerdos y la esperanza del reencuentro les ayuden en la ardua tarea de sobrevivir a la atribulada existencia que les deparan las arenas del desierto.

Páginas extraídas de la previa publicada por El Cultural, en las que se narra el aprendizaje de Dodola.
(haced click sobre las imágenes para ampliarlas)

Basta leer esta breve descripción argumental –o cualquier otra sinopsis de cuantas circulan en la red– para percatarse de que Thompson vuelve a abordar temas recurrentes en su bibliografía; filias argumentales y obsesiones personales que han resultado decisivas en la definición de su voz autoral y su discurso creativo. Como un novelista que, en su afán por perfeccionar la idea original plasmada en un manuscrito, trabaja una y otra vez sobre el mismo libro, desarrollando diferentes versiones del mismo trufadas de elementos y patrones que se repiten una y otra vez. Tan solo a título de ejemplo y sin ánimo de ser exhaustivos, en Habibi nos encontramos de nuevo con una visión de la sexualidad asociada al trauma, con la asunción de cierta culpabilidad y vergüenza por el mero hecho de pertenecer al género masculino, con el papel de la religión como factor condicionante de la personalidad del creyente y, por supuesto, con la narración de una historia de amor lastrada por toda clase de impedimentos –tanto psicológicos como externos, ajenos a la voluntad de los protagonistas– que impiden, o cuanto menos dificultan, su consumación. Pautas que, de un modo u otro, ya estaban presentes tanto en la infravalorada Adiós, Chunky Rice, como en las ya mencionadas Blankets o Cuaderno de viaje, título este último en el que el propio autor echaba mano de sentido del humor y autocrítica para reírse de la imagen de tipo “sensible”, soñador y un tanto infantil que proyecta, alimentada por determinados pasajes de su obra más aclamada, e incluso por imágenes como ésta, que hasta hace bien poco adornaba su página web.

Pero en este nuevo intento de retomar determinados personajes arquetípicos, así como situaciones y reflexiones habituales, Thompson se beneficia no solo de su proceso de madurez personal, sino también del progresivo perfeccionamiento de sus notables habilidades artísticas –ahora sobresalientes, sin ningún género de dudas–, de su comprensión del medio y de un apabullante dominio de las variadas herramientas narrativas y opciones compositivas que tiene a su alcance. El resultado es, pues, una versión diferente, más rica, consistente y ambiciosa de ese libro en constante reformulación; una versión que acumula méritos suficientes para hacerse acreedora de una personalidad propia y diferenciada, logrando alejarse de la alargada sombra que proyecta la bibliografía anterior de un autor que, con Habibi, da un meritorio salto cualitativo en su carrera.

Dodola y Zam, protagonistas de Habibi

Comentábamos en el párrafo introductorio de este artículo cómo la voluntad de compartir con los lectores su fascinación por la cultura islámica se convirtió en uno de los motores que impulsaron el desarrollo de Habibi; voluntad que, una vez más, parece surgir como férrea reacción –u oposición– frente al ambiente fundamentalista en el que se crió Thompson. Para ello, parte de la estructuración de una trama que pivota constantemente sobre las figuras de Dodola y Zam, cuya relación no solo es aprovechada para vehiculizar el hilo dramático de la historia, sino que también se erige como el imprescindible pretexto para –aprovechando la curiosidad y la voluntad didáctica de la protagonista– proceder a la exposición de diferentes claves del Corán, de la caligrafía e iconografía árabe, y de la tradición de los relatos orales. De hecho, la sucesión de historias paralelas narradas por una inspirada cuentacuentos remite de forma indisimulada a Las mil y una noches, planteando un homenaje que conforme avanzan las páginas se hace más evidente, hasta el punto de que Dodola se convierte en una versión moderna de Sherezade enfrentada a un repugnante trasunto del Rey Shahriar.

Sorprendentemente, el autor logra encontrar el equilibrio entre todas las vertientes de Habibi, de forma que lo que en manos menos hábiles podría haberse convertido en un intento artificioso y forzado de meter con calzador determinados pasajes a mayor gloria del talento gráfico del autor, se presenta como una acertada opción creativa, materializada en el hecho de decantarse por una arriesgada estructura narrativa –cronológicamente desordenada pero perfectamente comprensible– que armoniza cada capa de la obra, dotándola de una mayor dimensión y profundidad. Una tarea que en absoluto se presentaba sencilla, teniendo en cuenta la voluntad de compatibilizar la historia de amor de los protagonistas con reflexiones que versan sobre la desigualdad social, la esclavitud infantil, el Islamismo –desde una voluntad conciliadora con el Cristianismo, centrándose en sus nexos de unión–, e incluso la denuncia ecológica… sin que por el camino se resienta la coherencia interna de esta ficción.

Páginas contenidas la previa de El Cultural, en las que se aprecia el juego con la iconografía islámica.
(haced click sobre las imágenes para ampliarlas)

Contribuye a la sensación de equilibrio un apartado gráfico que resulta casi imposible analizar de forma independiente, ya que uno de los grandes méritos de Habibi es, precisamente, la fusión de texto y dibujos a un nivel poco frecuente. En este sentido, Thompson brilla de forma muy especial en el planteamiento de metáforas y simbolismos que juegan con una caligrafía árabe que muta o se deconstruye ante los ojos del lector, remontándose a su etimología y a su relación con la mitología y las fabulaciones a las que están asociadas, para componer sorprendentes caligramas cargados de significado y de un notable impacto estético. Igualmente meritorias son las páginas en las que conjuga elementos geométricos con acusadas curvas, planteando una atractiva contraposición entre la rectitud de las líneas con la sensualidad de la curva característica tanto de su trazo como de la propia caligrafía árabe. Incluso logra que los preciosistas márgenes de determinadas estampas alusivas a pasajes del Corán, de la Biblia o de las historias relatadas por Dodola, se integren en el conjunto sin que parezcan recargados o fuera de contexto, pese a la profusión de arabescos, atauriques y demás detalles que juegan con patrones presentes en la naturaleza. Un aspecto fundamental de la obra que, a juzgar por las palabras del autor, se convirtió en aliciente durante la génesis y el proceso de desarrollo de Habibi, haciendo las veces de “combustible visual que propulsó el libro. La caligrafía árabe y las artes Islámicas de diseño geométrico, ornamentación y arquitectura. Todas esas cosas redujeron el ritmo de dibujo: lo que sucede en las viñetas fue dibujado de forma muy rápida, pero las capas de ornamentación podían requerir dos o tres días adicionales. Fue realmente importante para el modo en que ideé el libro: esa mezcla entre libro sagrado y libro de cómic”.

No todo es perfecto en Habibi, a la que cabe plantear unas cuantas objeciones, como la reiteración y obviedad de determinados mensajes, alguna que otra metáfora gráfica un tanto repetitiva –especialmente las relativas a los traumas sexuales de Zam–, o lo extraña que por momentos puede resultar su descontextualización geográfica y –al menos inicialmente– temporal; aunque cabe suponer que en este último caso, la decisión responde a la voluntad de no soliviantar los ánimos tirando de ubicaciones reales, o del ánimo de dotar al mensaje de una mayor universalidad.

Detalle de una página, extraído de este apartado de la web promocional de Habibi.
(haced click sobre la imagen para verla completa)

En todo caso, no son pegas suficientes para poner a prueba la complicidad, la atención o el interés del lector, ni para ensombrecer el trabajo detallista, minucioso y preciosista realizado por un Thompson que no solo demuestra haber alcanzado un dominio del lenguaje del cómic reservado a unos cuantos privilegiados, sino también haber hecho un considerable esfuerzo en tareas de documentación. Como resultado, logra integrar sus ambiciones gráficas en el marco de una historia que le permite abordar desde otro ángulo sus inquietudes recurrentes, ahora trenzadas de forma más consistente (independientemente de que se empatice más o menos con su particular sensibilidad) y sin perder de vista la necesidad de que en un medio como la historieta el virtuosismo se debe poner al servicio de la narración.

Mucho se ha dicho y escrito acerca de Habibi, antes incluso de que se hubiera publicado; Craig Thompson se enfrentaba no solo a una autoexigencia brutal, sino también a las expectativas de lectores y medios especializados. Y si bien es cierto que con anterioridad al lanzamiento de esta obra primaban los elogios –especialmente debido al peso del recuerdo de Blankets–, no faltaban voces que matizaban el reconocimiento de su talento con el señalamiento de molestos tics apreciables en su bibliografía, en buena medida achacables a su juventud. Todas las miradas estaban puestas sobre esta novela gráfica, y lo cierto es que el autor ha sabido manejar a la perfección la situación: pese a la complejidad del planteamiento y la estructura de la historia –que como si de una matrioshka se tratara, encierra diferentes relatos y niveles de lectura–, logra mantener el ritmo e interés de cada uno de sus “afluentes”; y, lo que es más importante, justifica esa estructura por el modo en que enriquece la coherencia interna de la obra, de forma que cada fábula, cada metáfora, alegoría, trama y subtrama, sirve al doble propósito de exponer un punto de reflexión y construir una transición lógica hacia el siguiente nivel de la obra, contribuyendo al avance de la trama central.

Tras reseñables intentos anteriores, este fenomenal tebeo atestigua la creciente madurez de un autor que por méritos propios convertido en uno de los más destacados de su generación. El propio Thompson señala que tiene en mente tres nuevos proyectos de una extensión considerablemente inferior a la de la obra que hoy nos ocupa (aunque ya sabemos que suelen mediar no pocos cambios de rumbo entre sus planes iniciales y el resultado que finalmente plasma sobre el papel). Sea como fuere, ojalá no tengamos que esperar tanto tiempo para leer nuevos cómics surgidos de la mente y el pincel de este historietista, porque si algo provoca la destreza y el esmero demostrados en Habibi, es el aplauso por su paciente dedicación y una infinita curiosidad por comprobar por qué derroteros discurrirá su siguiente trabajo.

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Raúl Martin
Raúl Martin
Lector
10 octubre, 2011 12:34

Estaba negitoso sobre si darle una oportunidad o no a esta obra. Blankets me gustó mucho, aunque la encontré excesivamente larga. Y como Habibi es todavía más extensa, me temía lo peor… Por lo que puedo entender del artículo, en esta ocasión Thompson incluye más elemento y hace la fórmula más rica y variada. Así que le daré una oportunidad.
En lo que coincido por completo es en su talento, destacando por encima de otros que postulan tanto en Europa como en EEUU.

Sputnik
Sputnik
Lector
10 octubre, 2011 13:46

Bueno, ya que no tengo un duro para adquirir este cómic y le tengo muchas ganas creo que voy a empezar a sugerirlo a amigos y familiares como una opción navideña más que satisfactoria.
O puede que no… ¡porque le tengo la leche de ganas! ¡Maldito seas , Thompson!

Toni Boix
Autor
12 octubre, 2011 0:12

Un artículo fantástico, imagino que a la altura de una obra que me muero de ganas de leer 😀

Mathieu
Lector
12 octubre, 2011 12:08

La verdad es que la edición de este comic es fantastica (yo  tengo la ed. uk que supongo k es la misma de aki).
Todavia no h empezado a leerlo pero a simple vista, graficamente, resulta mucho más atractivo que Blankets. Espero que el guión sea tb más rico ya que Blankets, siendo un buen comic, no superó las espectativas que tenia puestas en él.
Sobre el precio, una vez más prohibitivo y exagerado. Yo lo adquirí en Amazon uk por 14 euros y el precio en cualquier tienda de uk es 24 euros asi ke me resulta desorbitado el precio final de Astiberri al alcance de pocos. Una pena

Ocioso
Ocioso
Lector
12 octubre, 2011 12:56

El tocho sale bastante mas caro que la edición americana, que son 35 dólares en tienda y algo mas de la mitad en Amazon. Si nos ponemos a comparar, no hay color.
Pero podemos aplicar una lógica vasomediollenista y compararlo con cualquier tebeo de superheroes. Entonces resulta bastante ajustadito de precio.
Todavía no me he puesto a leerlo por falta de tiempo, pero un par de ojeadas dejan claro que, al menos gráficamente, Habibi vale lo que cuesta y el dispendio está amortizado.
Como encima cuente cosas ¡la repanocha!