George Sprott. 1894-1975
96 págs – bitono – 17,90 €
La vida de un hombre extraordinario. Una parábola sobre la memoria y la pérdida.
El célebre presentador de televisión George Sprott fue varias personas al mismo tiempo. Un amante fabuloso, un marido horrendo, un padre imperdonable y el mejor tío del mundo. Al final, todos y nadie. Una memoria gráfica construida a través de los testimonios contradictorios de aquellos que lo conocieron. Una reflexión sobre el paso del tiempo, el arrepentimiento, el desvanecimiento y la injusticia de envejecer.
«Este libro es un clásico, un tesoro.» The Washington Post
Corría el año 1999 cuando la editorial madrileña La Factoría de las Ideas empezó a traer hasta España algunas muestras de lo que se cocía en Norteamérica en el terreno del cómic independiente. Era un momento propicio para captar lectores, puesto que el panorama nacional era por aquel entonces prácticamente desolador: las producciones patrias que albergaban Camaleón Ediciones y la Línea Laberinto de Planeta ya eran agua pasada, la publicación de cómic europeo empezaba un periodo de regresión que en cierta forma todavía continua hoy día, Zinco había perdido los derechos de DC Comics en pro de Vid y el binomio Forum-Marvel no pasaba por sus mejores momentos porque, como ya hemos dicho, eran los ’90. Afortunadamente, las propuestas de La Factoría, secundadas por algunos Bruts de La Cúpula, aportaron algo de vitalidad al moribundo plantel editorial y nos descubrieron – a muchos – una forma de entender la Historieta que poco tenía que ver con lo que habíamos visto hasta entonces. Seth, Jason Lutes, Adrian Tomine, Daniel Clowes, David Lapham, Craig Thompson… fueron algunos de los nombres que se manejaron por aquel entonces, abanderados de una narrativa secuencial muy atenta a la interioridad de los personajes y nada proclive a la espectacularidad gráfica o al feismo propio del underground. Pero, ya por aquellos días, Seth destacaba dentro del grupo por algo un tanto vago que concreta eficazmente el título de su primera obra publicada entre nosotros: It’s a Good Life, If You Don’t Weaken o, en sus dos ediciones en España, La vida esta bien, si no te rindes (La Factoría de las Ideas) / La vida es buena si no te rindes (Sinsentido). Y es que, aunque Seth se mueve por entre las desazones propias del post-modernismo de nuestro tiempo como gran parte de los autores antes mencionados, en sus trabajos siempre se expresa una cierta necesidad de luchar por la conquista de particulares parcelas de sentido existencial que no queda del todo defraudada. Mucho de esto lo encontramos en este excepcional George Sprott. 1894-1975 que Random House Mondadori ha puesto recientemente a nuestra disposición, siguiendo con su política de traer a nuestra península a los creadores más punteros de la Novela Gráfica norteamericana en ediciones cuidadas y abiertamente atrevidas en cuanto a formatos.
Así, completando y matizando la descripción editorial, explicaremos que George Sprott. 1894-1975 nos enfrenta al grueso de la vida de un hombre; alguien no especialmente anónimo por cuanto sus fabulaciones siempre encontraron una cierta audiencia, pero tampoco manifiestamente famoso mucho más allá de su localista pequeño ámbito de influencia. Y al hacerlo, desde una evidente y rigurosa ambición reflexiva, Seth no rehuye abordar las grandes preguntas propias del ser humano, sobre todo cuando este debe afrontar su decadencia y finitud: ¿Tuvo mi vida algún sentido? ¿Perdudaré de alguna forma? Seth explicita pocas respuestas y elude cualquier atisbo de docta pedantería, gracias en buena parte al uso de un narrador un tanto esquivo y algo patoso que juega con nosotros amagando muchos detalles de la interioridad de Sprott sin dejar, por ello, de insinuar ciertos posicionamientos tanto del protagonista de la historia como del mismo narrador. Se manifiestan con claridad, eso sí, algunos puntos de referencia: anhelos vitales de plenitud que a Sprott le mueven a viajar al Gran Norte en un arrebato que condicionará – aparentemente de forma positiva – el resto de su biografía; la claudicación ante situaciones que nos desbordan y que, en su declive, se revelarán ante Sprott como aquellos momentos en que su vida empezó a ser menos suya; algunos de los diferentes grados de trascendencia a los que puede aspirar la vida de un hombre; y, por encima de todo, la realidad poliédrica – contradictoria a veces, no sólo en apariencia – de la identidad de cada uno.
Curiosamente, y ese es otro detalle de interés en esta obra, Seth comunica esa naturaleza convulsa del interior humano a partir de la misma estructura formal que adopta el relato, serializado inicialmente en The New York Times Magazine. Así, dividida la narración en distintos microcapítulos, cada uno supone una aproximación distinta a la figura de George Sprott, configurando un acercamiento concéntrico, un abordaje desde perspectivas distintas, que constituye un retrato mucho más rico del personaje que el que hubiera podido aportarnos una narración lineal y que conjura aquello tantas veces predicado: el todo es mucho más que la suma de las partes… y más cuando esas partes son fragmentos de todo un vivir.
Finalmente, y ya casi de forma anecdótica para lo que ha devenido el corazón de este comentario, quiero llamarles la atención sobre otra particularidad de Seth que otorga un algo especial a su trabajo: su utilización de un grafismo icónico, en la línea del de Chris Ware, permite que su narrativa disfrute de un ritmo especial, de una cierta musicalidad… y es esa métrica particular que Seth consigue la que le posibilita también, cuando así lo requiere, establecer correlaciones y paralelismos entre distintos pasajes del relato para mejor insinuar causas y consecuencias, identificar coincidencias evocadoras e, incluso, levantar interpeladores y silenciosos postulados sobre el misterio del sentido de nuestra vida.
Lo tengo. La narración de éste tío es sencillamente brutal.
Para mí es de las mejores lecturas del año porque me parece excelente a muchos niveles, también la narración, y sin duda la tendré en mi tebeoteca como una de las mejores obras (y debo confesar que mi tebeoteca ya empieza a ser extensa, sigh).
Que los de la FActoría liberen los derechos para publicar los juegos de rol de Mundo de Tinieblas en España y se deje de paridas!!!!
Bueno, La Factoria ya hace muchos años que no se dedican a «la parida» de los cómics, que yo sepa.
Gran reseña, Toni, aunque ya sabes que no puedo estar más en desacuerdo con el análisis. Del cómic lo único que me atrae realmente es su estructura formal, tanto la puntual en cada una de las entregas serializadas como la global; esa estructura concéntrica que acaba resultando más que la suma de las partes y que, sin ser original, está muy bien llevada.
Sin embargo, para mí, el fondo es harina de otro costal. Y es que precisamente la serialización en las Funny Pages del New York Times Magazine, la necesidad de cada tira de componer en sí misma un todo, lastra enormemente la profundidad de los motivos que Seth escoge plantear. Y digo plantear, y no desarrollar, de forma totalmente consciente: el autor elige buenas preguntas, pero tiene la desgracia de que ni son nuevas, ni puede darles un enfoque genuino y diferente, ni tiene espacio suficiente para responderlas adecuadamente (aunque no tengo claro si este último punto se encontraba entre sus objetivos).
¿Qué me queda? Existencialismo superficial reducido a la mínima expresión bajo la forma de un haiku gráfico minimalista, más bello que consistente. O en otras palabras: un producto vocacionalmente concebido para hacer pensar (poco), entre reportaje y reportaje, a una clase media alta que se desayuna los domingos leyendo tranquilamente el dominical de su periódico favorito, y que gusta de sentirse inteligente mientras afronta su particular crisis de la mediana edad.
Querido José, por alguna razón tengo más fe en tus palabras que en cualquiera de las otras muchas que he leído por ahí, todas bañadas en oro blanco.
Soy admirador de la obra de Seth, pero en este caso, tratándose de tiras de prensa y exhibidas en el concepto ese que tan bien expones, tu ligera crítica me inspira especial confianza. Puede que le dedique una lectura, pero ya no la veo perfecta, más bien atisbo ese planteamiento que la describe como una obra ligeramente vacía de contexto y tan sólo bonita y bien ejecutada.
Ole por tu falta de pretenciosidad y tu ánimo inconformista
Hola Toni. Gracias por publicar esta reseña. En parte me siento responsable, debido al comentario que se me ocurrió hacer de esta obra para alabar la manera que tiene Seth de convertir los fragmentos en un código narrativo. No estoy de acuerdo con Torralba. Por un lado resulta evidente que Seth no pretende responder ninguna gran pregunta existencial, pero la tècnica narrativa de micro-relatos le permite mostrar los destellos de una ausencia. Sprott es un cómic posmoderno, se recrea en la referència i el subtexto para elaborar una estética de la vida gris. Si fuera una obra existencialista la «nada» o la «plenitud» se evidenciarían como consecuencia el contexto vital, pero Seth no es Camus, no da opción a la exegesis moral, el personaje no demuestra nada, porque no tiene nada que demostrar. Y estoy convencido que en el formato original de prensa dificilmente se podía sumar la percepción de las parte en un todo que és el ejercicio narrativo que más nos ha llamado la atención.
Uy, en lo del postmodernismo sí que no estoy para nada de acuerdo, Josep. El postmodernismo es la no-filosofía y la no-estética del finales del siglo XX y principios del XXI; el culto a lo inmediato a nivel sensitivo, al desencanto a nivel ideológico, a lo ecléctico y referencial a nivel estético y al relativismo a nivel moral. Y Seth, tanto estética como filosóficamente huye como de la peste de él. Pero es más, también huye como de la peste del pop y mira mucho más atrás, a la cultura popular y a la estética de principios y primera mitad del siglo XX. Pruebas de ello son que tanto el espacio temporal en el que se mueve George Sprott como la estética de lo que recrea (esos rascacielos funcionales y preracionalistas tan de Le Baron Jenney) son pretéritos, y que si por algo se pueden caracterizar las desventuras del protagonista es por su descarado ejercicio nostálgico.
Dicho esto, las preguntas que la obra lanza al lector, ésas que Toni tan bien ha sintetizado en el artículo, suponen la base del existencialismo ateo más puro y duro, diría. Sólo que recicladas para hacerlas más digeribles, desprovistas de fondo y listas para el consumo en cadena en el suplemento dominical. Seth hace preguntas y el lector se congratula de que son justamente las mismas que se hace cada mañana, tal vez ignorando que son las que nos hacemos todos y que no tiene mucho mérito hacerlas ahora. Para mí no hay más.
PD. Muchas gracias por tu comentario, Kurthec, y por tu confianza en mi criterio «inconformista».
Que este cómic despierte esta discusión me parece bastante mérito. Que sus preguntas no sean nuevas no me resulta un demérito, puesto que son LAS preguntas y, en la medida en que nos son devueltas artísticamente en un momento como el actual, cuando se intenta acallarlas por todos los medios del pan y el circo, lo encuentro positivo y valorable. Además, que esas preguntas aparezcan como trasfondo claro de la peripecia vital de un hombre más o menos anodino, porque el autor así lo decide frente a tantas otras biografías que en ningún momento plantean algo así, me parece hasta osado en los tiempos que corren.
Coincido con Josep Rom en que la conjunción de micro-relatos cuenta más que la suma de las pequeñas conclusiones de cada uno de ellos.
Finalmente, que no busque dar respuestas claras y evidentes – que siempre serán forzosamente particulares ante preguntas como estas – es algo que encuentro lícito. Posiblemente, disquisiciones más militantes y desarrolladas encontrarían mejor acomodo en un formato disertativo, al que sólo algunos cómics un tanto deformes y desequilibrados son tendentes. Y digo deformes y desequilibrados porque la tendencia a conquistar la trascendencia de contenidos de un cómic a través de hipertrofiar su dimensión textual me parece menos propia del medio que el acercamiento de Seth, aunque hay algunos autores – muy pocos – que también consiguen hacerla funcionar con criterio dentro de los paradigmas artísticos del Noveno Arte.
El pan y el circo acorralan estas preguntas en según qué medios, Toni; los mismos medios que los interesados en estas preguntas ignoran y que son seguidos por aquéllos que no quieren ni planteárselas. Pero lo cierto es que de Mad Men a Revolutionary Road, pasando por las múltiples representaciones de Esperando a Godot o la literatura de gente tan estimulante como Roth, Auster o Palahniuk (tan distintos unos de otros) no faltan en los últimos tiempos vehículos para LAS preguntas –y eso sin contar la vigencia y reivindicación constante de los existencialistas pretéritos–. Precisamente porque son LAS preguntas van a estar siempre ahí, y no creo que su mera presencia ensalce una obra… hay que ver cómo están expuestas, a quién se dirigen y qué voluntad tienen.
Tampoco estoy de acuerdo en la polarización del medio que haces: entre el minimalismo expositivo de este George Sprott y la hipertrofia desequilibrada y deforme de la dimensión textual en aras de la contundencia hay toda una miríada de caminos que explorar. Y te devuelvo la pelota: tampoco es buena la hipertrofia de la dimensión visual de la que aquí hace gala un Seth que por empeñarse en narrar (visualmente) se olvida de exponer; que por saberse en posesión de un subtexto poderoso piensa que no tiene que trabajárselo. El cómic es texto e imagen, y la preponderancia y el desequilibrio de cualquiera de sus dos componentes me parece igualmente impropia del medio.
No creo que en Sprott haya una hipertrofia de la imagen. El narrador está presente y áctivo durante toda la obra, en determinados momentos se moja y en otros evita hacerlo, pero está ahí manejando una prosa – en mi opinión – bien llevada.
Creo que la perspectiva y la situación concreta en la que se mete Seth sí que es de clase media alta, pero no creo que lo sean los motivos de fondo, sobre todo ese movimiento ambivalente del corazón humano entre el anhelo de plenitud y su incapacidad para consolidar sus momentos de felicidad.
Luego el Cómic, por más que nos lo queramos, tiene una más larga tradición en el campo del entretenimiento (cercano a los medios del pan y circo de los que dices huimos) que en el ámbito de la reflexión profunda. Creo que es siempre de agradecer que, en un medio como el nuestro, aparezcan obras que exploren esos derroteros, por más hollados que estén por otras disciplinas artísticas.
Finalmente, coincidiendo con Luis Durán cuando dice que el lector tiene su parte de responsabilidad en la experiencia lectora, más cuando una obra insinua más que explicita, confieso que yo no he tenido la sensación de que la obra tenga un marcado acento pesimista. 🙂
Me he cargado editando uno de los comentarios, Toni ¡maldición! Bueno es igual… por «medio» no me refería a «medio de comunicación» sino a las condiciones que caracterizan un grupo social. Pero enfocándolo como medio de comunicación, y siguiéndote el hilo, no creo que haya que celebrar, per se y desde el complejo, que un derrotero concreto aparezca en el Cómic sin más. Me parece bajar el listón de la propia exigencia. El Cine también tiene una gran tradición en el entretenimiento que no apareja reflexión y no todas las películas con pretensiones son celebradas. Además, siempre me ha incomodado la oposición entre pensar y entretener… ¿no se puede entretener haciendo pensar?
Respecto al movimiento ambivalente del corazón humano entre el anhelo de plenitud y su incapacidad para consolidar momentos de felicidad… ¿exactamente quién crees que puede pararse a cuestionarse tales eventualidades? Respecto al pesimismo… la felicidad es como la salud. No piensas en ella hasta que te falta y, a veces, puedes empezar a rondarla incluso antes de darte cuenta de que ya no está.
Ya he visto que te habías cargado un comentario porque lo estaba buscando para citarte y no lo encontraba. Recuperas ligeramente la idea cuando dices «¿Quién crees que puede pararse a cuestionarse tales eventualidades?» Si no me lo explicas mejor, diría que esta me parece una postura un tanto demagógica por tu parte.
En cuanto a lo del complejo, que un derrotero temático aparezca nen determinado medio os habla de las posibilidades comunicativas de ese medio determinado y eso, como mínimo, supone un precedente a citar y reivindicar.
No estoy de acuerdo con el último párrafo. Cuando se cuestiona un medio no se cuestiona su imposibilidad para tratar ciertos temas (cualquier medio puede tratar cualquier tema) sino de hacerlo con la profundidad adecuada. Y, si te pones a pensar, los precedentes que se citan y reivindican son aquellos que han tenido éxito en este segundo campo, no en el primero. Y es que la aparición de un derrotero temático nos hablará de la posibilidad temática de un medio, pero no de su efectividad… por tanto, opino que es algo sólo a celebrar desde el complejo. No me interesa que un cómic contenga ideas existencialistas; me interesa que sea bueno transmitiéndolas y consiga hacerlo con una consistencia adecuada sin renunciar a las peculiaridades formales del Noveno Arte.
Respecto a la demagogia… no, no lo es. El existencialismo liofilizado de Sprott, ése que analiza si somos o no plenos de una forma tan ligera, sólo sirve para agitar, sin incomodar demasiado, la conciencia de la clase alta burguesa. Pero ninguna otra. Por voluntad, discurso, medio, formato y distribución se dirige a ella y a nadie más.
«Por voluntad, discurso, medio, formato y distribución se dirige a ella y a nadie más.» ¿Y eso es malo?
Y respecto al primer párrafo, «me interesa que sea bueno transmitiéndolas y consiga hacerlo con una consistencia adecuada sin renunciar a las peculiaridades formales del Noveno Arte.»… yo creo que sí que lo consigue 😉
No es malo, ¿quién dice que lo sea? Yo expuse que la obra sólo era para la clase media alta y tú me dijiste que aunque Seth optaba por retratarla, su mensaje no sólo era para ella. Pero si por voluntad, discurso, etc. se orienta a la clase media-alta entonces sí que sólo es para ella ¿no?
Lo que sí es malo es que la aproximación sea superficial. Y aunque tú dices ahora que es bueno transmitiendo las preguntas y tal, negabas la posibilidad de una aproximación militante y desarrollada sin aparejarla en la mayor parte de los casos a un formato disertativo e hipertrofiado. De hecho inconscientemente o no, tú mismo me dabas la razón en ese mismo comentario al decir que «hay algunos autores –muy pocos– que también consiguen hacerla funcionar con criterio dentro de los paradigmas artísticos del Noveno Arte» en referencia a las disquisiciones desarrolladas.
Yo lo que digo es que o desarrollas el mensaje o te quedas en lo que dije en mi primer comentario: «un producto vocacionalmente concebido para hacer pensar (poco), entre reportaje y reportaje, a una clase media alta que se desayuna los domingos leyendo tranquilamente el dominical de su periódico favorito, y que gusta de sentirse inteligente mientras afronta su particular crisis de la mediana edad». ¿Que hace falta ser muy bueno para hacerlo y ser uno de esos pocos autores que consiguen hacer funcionar fondo y forma? Indudablemente. Pero cuando se tratan esta clase de temas soy muy exigente; no me conformo sólo con ver ideas puntuales bajo una construcción sobresaliente (el único punto, la forma, en el que estamos de acuerdo Josep, tú y yo… aunque no sea original).
Yo no me refería a quién se dirigía la obra, sino que esa ambivalencia es propia de cualquier ser humano.
Por otro lado, yo aceptaba que no daba respuestas claras y evidentes, no que no las diera o que fueran superficiales. Mi experiencia lectora ha ido por esa segunda vía. Y sí, te daba la razón en cuanto a los cómics «con mucha letra» porque te conozco y sé que te gustan ese tipo de cómics, aunque lo que yo decía es que funcionan en muy pocas ocasiones.
Respecto a tu tercer párrafo, diría que parte de lo que consigue Seth – porque el cómic así lo permite – trasciende el discurso intelectual para comunicar algo más integral, emotivo. Cuando comparaba implícitamente el Cómic y el ensayo, lo hacía desde la comprensión que un formato de ensayo puede ir más lejos en cuanto a desarrollo intelectual explícito, pero un medio como el cómic puede ir más lejos a la hora de transmitir sensaciones existenciales profundas.
Ése es el problema: para mí George Sprott sólo rasca la superficie de esas sensaciones existenciales sin ir más allá. Se queda en el tópico de esas sensaciones, por así decirlo. Para mí, claro.
Sres. Torralba y Boix, hace tiempo que no podía consultar Zona Negativa. Tengo que reconocer que no esperaba que el grado de dialèctica de estos comentarios llegara tan lejos. Imagino que ha sido una actividad estimulante para ambos. Como siempre que leo razones argumentadas tengo la impresión de que todos tienen parte de razón. Pero opino que Torralba inisite demasiado en la falta de pretensiones de Seth o en esa proecupación por los de la segmentación de la clase media-alta. Llevo muchos años en publicidad y todavía no se que es la clase media-alta. La clase m,edia-alta que yo conozco no siente ningún interés por los cómics. Y, respecto a la postmodernidad, Lyotard y Vattimo hacen filosofia de la posmodernidad y el famoso Bauman tambien lo hace desde su concepción de la posmodernidad como una nueva fase de la posmodernidad, o una hipermodernidad que diría Lipovestky. Creo que Seth hace un còmic posmoderno pq es difícil no hacerlo en estos tiempos –no veo cómics neoplatonicos o materialistas (en els sentido marxista) por ningún lado–. Seth no es Roth, pero tampoco es Stephen King, tiene merito en su contexto y es lo que nos permite debatir sobre todas estas cosas. Gracias por un debate tan apasionado.
Hay una pequeña contradicción en tu discurso: afirmas desconocer lo que es la clase media-alta pero por otro lado afirmas que la que conoces no está interesada en el cómic (ahí están las Funny Pages para demostrarlo supongo, aunque cada vez son más los aficionados al cómic que forman parte de ella). En cualquier caso, mis tres peros son uno y trino: la falta de profundidad (que no de pretensiones, de ahí mi problema), el receptor al que Seth dirige su George Sprott (clase media-alta, entendiendo por tal un estrato social acomodado, formado, profesional, en general con intereses culturales y lo suficientemente solvente como para permitirse ciertos lujos pero no como para permitirse una vida totalmente contemplativa) y la contextualización de la obra como paso previo a analizar su valor.
Y me explico: Seth erige un discurso lleno de pretensiones pero desprovisto de la consistencia adecuada a semejante subtexto y lo dirige a un receptor que no espera, en una tira de un suplemento dominical, una gran reflexión, considerando que el mero hecho de exponer algo más que una gracieta ocurrente revalorizará su George Sprott. Seth no es King, como bien dices, pero es que King no pretende ser por regla general más que lo que es mientras que Seth pretende ser –aquí– mucho más de lo que en realidad acaba siendo: un producto diseñado para ser contextualizado y ante el que sólo se puede decir, como sugerís Toni y tú, que tiene mérito para ser un cómic. Pero el cómic puede ser mucho más (y sin necesidad de estar hipertrofiado).
Respecto a la condición postmoderna de George Sprott… en primer lugar a nivel subtextual yo veo cómics de muy diversa índole: neoplatónicos, anarcoindividualistas, postmodernos, existencialistas, discutiblemente nietzschenianos, surrealistas, decadentistas… el materialismo dialéctico marxista se me antoja más complicado vehiculizarlo a través de la ficción, pero que yo no lo conozca no significa que no exista. A nivel estético, el postmodernismo no es ni mucho menos el canon con el que hoy en día se construyen ni la mayor parte de los cómics ni la mayor parte de las obras pertenecientes a las así llamadas «artes populares». Y a la luz de ninguno de los dos niveles me parece Sprott un cómic postmoderno, aunque admito que a nivel formal podría haber cierta controversia por su estructura fragmentaria y su voluntad reinterpretativa de lo icónico (muy en la línea de Ware, aunque la superficialidad de este último en su Acme Novelty Library sea mucho más patente que la de Seth aquí).
Sin embargo, en su reivindicación y ejercicio nostálgico hacia un pasado concreto (anterior a los años setenta, cuando nace el postmodernismo a nivel filosófico como bien has hecho notar mencionando a Lyotard y compañía) y por la ausencia de elementos tales como el eclecticismo o la metatextualidad subrayada no lo consideraría abiertamente postmoderno. Para mí Sprott es un cómic existencial a nivel subtextual (por la presencia de LAS preguntas, que mencionaba Toni) y muy nostálgico a nivel estético. En este sentido estoy de acuerdo con Álvaro Pons cuando afirma que «Seth aborda las trascendentales preguntas escondiéndolas dentro de la biografía de Sprott y dándoles una respuesta de un pesimismo existencialista, con un demoledor mensaje sartriano de futilidad vital».