Quince años de Zona Negativa y veinte de Hellboy. Hasta aquí hemos llegado, con artículos extensos y apasionados sobre los más variados temas. Y entonces, llega un servidor para hacer una chapuza. A ver, no es una excusa de que algo vaya a ir mal con el texto que –espero- vais a leer. Es que mi idea resulta algo distinta. No voy a hacer un repaso al uso de la creación y publicación del personaje, no. La perspectiva es una menos periodística, menos profesional. La intención: tocarte la fibra sensible. ¿Lo conseguiré? Veremos.
Al lío. 1994. Hellboy aparece en el mercado norteamericano como casi todos sabéis, dentro del sello Legend, auspiciado bajo el ala protectora de Dark Horse, en aquella época probablemente la tercera editorial en importancia en el panorama del cómic USA. Como también sabréis, Legend fue una respuesta algo más madura a aquello que intentaron –y consiguieron- aquellos jóvenes airados que fundaron Image con la intención de cobrar de manera natural por sus creaciones. Esto era: todos los beneficios de explotación para ellos, con el consiguiente aumento de los emolumentos por su trabajo. Visto ahora, parecía lógico que alguien acabara haciéndolo. La pena es que su manera de llevarlo a cabo lo único que logró fue llenar sus arcas con copias directas de personajes preexistentes. Paradójico, ¿no? En versiones dark and gritty e hiperbolizadas, pero nadie puede negar los parecidos evidentes de personajes como Supreme con cierto kryptoniano de la DC, por poner un ejemplo, siendo este el menor de los plagios. En fin, recuperemos la senda adecuada. Los autores se revelan, ladran, aúllan, y con razón. Aquellas creaciones creadas bajo el ala de Marvel o DC por cualquiera de sus trabajadores freelance son propiedad de las respectivas compañías, en todos los aspectos. La ignominia va más allá cuando descubren que no reciben regalías por ninguno de los elementos de mercadería que venden en las tiendas especializadas. Y eso, en los noventa, con el mercado del coleccionismo generando tazas, camisetas y pósters varios tuvo que suponer un buen pico para los beneficios de las citadas empresas. Ni McFarlane ni Lee veían un duro de esas camisetas con sus dibujos que los fans llevaban a las convenciones. Y eso, claro, debía doler. De ahí surgió la raíz para crear Image. Y fue un éxito.
Esto, como no podía ser de otra forma, dio pie a que otras editoriales abriesen sus puertas a líneas de creación propia, donde los autores mantenían el copyright de sus creaciones. Desde luego, aquello fue una manera de hacer caja al tiempo que las grandes estrellas escaparon de las garras de las grandes editoriales. En un medio revuelto donde surgieron líneas superheróicas por doquier (el Ultraverso de Malibu Comics, el Comics Greatest World de Dark Horse o el universo Valiant), aparte de Image o Legend, surgió también Bravura para Malibu Comics (con autores como Walter Simonson, Jim Starlin, Howard Chaykin o Kevin Maguire), y este sello merecería un artículo por sí mismo, pues es uno de los casos más flagrantes de buenas obras que no tuvieron continuidad alguna. Para Dark Horse, desde luego, la aparición de Legend supuso un soplo de aire fresco tras años explotando franquicias cinematográficas que estaban ya provocando bostezos al lector. Si Image se definió por la juventud y la temeridad de sus autores, así como, todo hay que decirlo, por un dudoso gusto estético y una falta de escrúpulos creativos, Legend resultó la contrapartida de calidad y experiencia que el mercado de la libre creación necesitaba. Si Image ofrecía aventuras superheróicas de corte malsano, músculos hipertrofiados y féminas en perenne pose de catálogo de bikinis, Legend ofreció madurez y diversidad de género. La consigna, la de la libertad, sacó lo mejor de sus autores insignia. Y estos fueron, nada más y nada menos, John Byrne, Frank Miller, Dave Gibbons, Paul Chadwick, Mike Allred y Arthur Adams. El primero, harto de sus malas gestiones con Marvel y DC, vio su posibilidad de tener libertad absoluta y la manera de acercarse a su idolatrado Kirby, creando un tebeo de ciencia ficción llamado Next Men. Lo que en un principio pareció un remedo de los X-Men se convirtió en una divertida amalgama de thriller de acción y tebeo de superhéroes, del que recientemente ha vuelto a ofrecer aventuras en la editorial IDW. Miller, por su parte, afianzó su éxito en el mercado del tebeo adulto con la archiconocida Sin City, su particular homenaje al noir más hard boiled, desde una particular perspectiva estética marcada por el uso de las tintas y las sombras, con ligeros toques de color. Personajes inolvidables y planchas de tremenda fuerza dieron pie a un tebeo ya mítico, de lo mejor que dio aquella década, que incluso permitió que el neoyorquino diera sus primeros pasos como director de cine, en Sin City (2008), codirigida por Robert Rodriguez y su secuela, estrenada en 2014.
La otra pata de la mesa sería un autor con una trayectoria menos experimentada que sus compañeros, pero con obras de gran calado entre fandom y crítica. Con un estilo del todo particular, más cercano a líneas europeas que al trazo convencional del mainstream norteamericano, Mike Mignola era y es un rara avis en el mercado mundial, con todas las letras. A pesar de haber tocado todos los palos del panorama superheróico, desde sagas espaciales como Cosmic Odyssey hasta proyectos mutantes como Lobezno: Aventura en la Jungla, donde resultó evidente que el de Chicago encajaba mejor era explayándose en obras de corte más tenebroso. Así, en Batman: Gotham, Luz de Gas, uno de los mejores Elseworlds jamás publicados, donde se situaba a Batman en medio de la época victoriana en busca de Jack el Destripador, o llevando a cabo productos de encargo como la adaptación a viñetas del Drácula de Bram Stoker de Coppola, el estilo grotesco de Mignola lanzaba avisos de lo que estaba por venir, certificando además su gusto por lo macabro. De modo que cuando se anunció la salida de Hellboy como integrante del nuevo sello Legend, aquello pareció lo más natural del mundo, el lógico paso siguiente. No sé cómo habrá sido en general.
En aquella época, jóvenes, no existía internet, la información llegaba a cuenta gotas y las noticias se imprimían en las páginas de publicidad y correos de los tebeos, cuando estas ya habían dejado de ser novedad. El lector se enteraba de los nuevos proyectos de sus autores favoritos a través de comentarios del Profesor Loki y del Doctor Átomos o en breves secciones de noticias que más parecían mensajes de Twitter. La publicidad en las contraportadas de los tebeos llegaban como agua de mayo anunciando novedades que con un poco de suerte llegarían a tu quiosco habitual. Porque así era, niños, -dije mientras me mesaba las barbas de abuelo-, resulta que si no vivías en alguna capital de una gran región, los tebeos sólo florecían, a cuenta gotas y como raras orquídeas, en los quioscos de las ramblas de la ciudad de provincias en la que te hubiera tocado vivir. Fuera de Madrid o Barcelona, 1994 aún era un páramo para muchos lectores de tebeos. No había apenas tiendas. Y si salías de la capital, la odisea para comprar tebeos se recrudecía, convirtiendo la labor de búsqueda en una dedicación laboriosa. Recuerdo perfectamente comprar tebeos en un ultramarinos de pueblo costero, durante la época estival, como jauja recién descubierta, en unas cajas donde nunca aparecían los números de manera correlativa y donde las colecciones que llegaban cada mes lo hacían de manera arbitraria. Es decir, en una época sin tiendas especializadas ni internet, ser lector de tebeos era una afición incluso agotadora. Los tebeos eran tesoros preciados, el trueque era moneda habitual y cada página tenía una vida mucho más intensa de la que la tiene ahora esa pila de paperbacks que se amontona junto a mi cama. Pero que no os confunda el tono nostálgico: prefiero esta época que la de mi infancia y adolescencia. En calidad y cantidad, no me cabe duda. Pero algo agradable había en esa búsqueda del tesoro, algo de alegría intensa desbordaba cuando descubrías un lugar que vendía tu dosis de cada mes, esa llena de colores que era maltratada por el tendero de turno. Pues más o menos aquel era el panorama aún a mediados de los noventa en Tenerife respecto a la venta de cómics. Sí, existía alguna librería o papelería que los traía, pero no llegaban todas las novedades. De modo que para encontrar el último prestigio de Norma tenías que recorrer los quioscos de las ramblas para ver si ocurría el milagro. Además, los dueños de los quioscos no pedían gran cantidad de ejemplares. Al contrario. O pedían uno o dos, o directamente no lo hacían. La mayor parte de estos tenderos no tenían idea alguna del producto que vendían, de modo que era su criterio el que ejercía la ley divina de qué títulos llegarían a sus estanterías y de aquel modo, a tu casa. Además, señores, aquello eran las Islas Canarias, hermosas, salvajes, divertidas a más no poder, desde luego, pero a más de mil kilómetros de suelo peninsular, de modo que las cosas tardaban muchísimo en llegar. O no lo hacían jamás. De modo que el día que cayó sobre mis ojos la portada del primer número de Semilla de Destrucción, colgando de mala manera de una pinza en un expositor, por encima del Hola y debajo del Fotogramas, pagué sin dudar las para la época excesivas doscientas cincuenta pesetas que costaba, consciente del regalo que la vida me hacía. Como no podía ser de otra manera, lo devoré en cuanto llegué a casa de mi madre. Tenía catorce años, una pasión por el género fantástico que ya no tenía vuelta atrás y apenas nadie con quien compartir aquella afición.
Pongámonos en situación. Santa Cruz de Tenerife, mediados de los noventa, preadolescencia. Ni era un deportista, ni un surfero, ni un salsero. No me gustaba –ni me gusta- el carnaval y aún no era consciente de lo que el mar significa para mí. Hijo de padres divorciados, retraído y tendente a perder la concentración, era carne de cañón para dejarme atrapar por mundos de fantasía. Según mi madre, aprendí a leer de manera autodidacta. Como dudo que eso sea posible, dejo que siga con ese cuento, pero lo que sí es cierto es que no recuerdo ni un día de mi vida consciente sin haber leído algo. Desde muy pequeño me zambullía en las páginas de los Batman en formato álbum que publicaba Bruguera o los tomos encuadernados del Hombre Enmascarado de Buru Lan que con buen tino me regaló mi padrino. No hay momento de mi vida donde los superhéroes no hicieran acto de presencia. Soy de la generación de los muñecos de las Secret Wars y de los Super Powers, que por cierto, me gustaban más y generaron mi amor airado por DC. Zinco me parecía mejor editorial que Forum y disfruté de primera mano y a tiempo real con la llegada de aquellas obras de corte más adulto, el Año Uno de Batman, el Regreso del Señor de la Noche y más tarde, con Watchmen y V de Vendetta. Era, por tanto, y gracias también a mi hermano Andrés, bendito sea, un niño resabiado, que escuchaba a la Velvet Underground y los Pixies con doce años y que ya era fan de Mignola con esa edad. Normal, teniendo en cuenta que ya de pequeño quería ser Peter Cushing mientras el resto de chavales soñaban con jugar al baloncesto como Fernando Martín. En una ciudad como Madrid hubiera sido sencillamente un niño tímido y soñador. En Tenerife, era un lunático. Pensadlo, con más de trescientos días de sol abrasador al año, para un chaval normal la diversión estaba en la calle. Para mí, la diversión era lograr conseguir dinero suficiente para pillar un nuevo volumen de la colección Tus Libros de Anaya, donde editaban clásicos del fantástico. A Wells, Stoker, Shelley, etc. Mis tardes de sábado y domingo eran más alegres si disponía de papel que devorar y algo de suelto para pagar las trescientas pesetas que costaba una entrada de cine. Y, la verdad, es que así seguirán siendo mientras haya algo de dinero en la cuenta. En definitiva, leía con voracidad, veía con voracidad y escuchaba con voracidad. Pero todo, sin duda, desde una perspectiva siempre apegada a lo que Paul Naschy denominaba el género fantaterrorífico. Y yo tan feliz.
Volvamos al lío, el primer número de Hellboy en mis manos. Aquello era algo nuevo. Del todo, al menos para mí. Mal que mal, el lector de tebeos de superhéroes está acostumbrado a leer historias de personajes que ya conoce. Cada nuevo autor aporta cambios que generan interés, pero siempre en un entorno conocido, en una zona de comfort. La llegada de nuevos títulos yanquis en aquella época era algo distinto. Era pura novedad y el lector se enfrentaba a ellos con curiosidad pero con ligera cautela. ¿Iba a ser posible que esos títulos de las compañías independientes fueran a ganar terreno a nuestras compras de toda la vida? Ganas no faltaban. Y es que sumergirse en un nuevo universo había sido una aventura que nos había dejado un tanto fríos después del tropiezo del Nuevo Universo de Jim Shooter. De todas formas, estoy convencido que a la mayor parte de los que compraron aquel primer número de Hellboy, aquella criatura humanoide les atrajo, al tiempo que les generó dudas tremendas. ¿Para qué serviría aquel guante cuadrado? Si era un demonio, ¿cómo es que parecía trabajar para los buenos? ¿Y esos anteojos sobre la frente? Luego, poco a poco, los misterios se irían explicando. Lo que tenía en el brazo derecho no era un guante, era su propia mano y con ella estaría destinado a desatar el infierno en la Tierra –aunque para esto aún quedaban años-. Los anteojos no eran tal. Eran algo mejor: ¡cuernos limados! Idea que ya de por sí generaba una caracterización interesantísima que humanizaba al personaje de manera magistral. Y es que resulta que el personaje protagonista tenía carácter. ¡Vaya si lo tenía! Su personalidad ya asomaba definida por sus arrebatos de melancolía y por su exceso de exabruptos. Hellboy era un demonio más humano que humano, pero sin ser una de esos caricatos cursis de la fantasía juvenil femenina ni caía en el corte emo pacato de cierta descripción de caracteres oscuros que padece el revival gótico de las últimas décadas. Al contrario, Hellboy parecía un colega cercano, un tipo en quien confiar, con un humor particular, alejado de épicas arrogantes o ampulosidades características del género en el que se desarrollan sus aventuras. Mignola triunfaba así al presentar a un auténtico antihéroe, cercano al tiempo que extraño, humano al tiempo que imposible. Alguien con quien no te importaría tomarte unas cañas mientras le quita hierro al asunto sobre el último caso de licantropía al que tuvo que enfrentarse. Hellboy era -es- un obrero de los paranormal, un tipo común enfrentado a lo que no es común, enfundado por el aspecto menos común que pudiera pensarse. Y su personalidad no haría sino que desarrollarse con cada episodio de una vida que a día de hoy sigue expandiéndose.
Semilla de Destrucción fue una miniserie de presentación algo agotadora. El primer número generaba tantas dudas como bases sentaba, lo que siempre es característico de las mejores obras. Nos adentraba en un universo particular, de amplia historia, donde al situar el origen del protagonista durante la Segunda Guerra Mundial, se abrían múltiples posibilidades y conectaba con otra de mis obsesiones estéticas, la Alemania nazi. Y es que el tebeo lo tenía todo: toques macabros y de terror, cierto aroma aventurero, mad doctors y hechiceros, soldados aliados y criaturas del averno. La cantidad de personajes presentados era abrumadora para un universo que florecía. Ya aparecían por aquí Bruttenholm, claro, el padre adoptivo de Hellboy y fundador de la B.P.R.D. (AIDP, en su traducción española, la longeva Agencia para la Investigación y Defensa de lo Paranormal), pero también Liz Sherman, Abe Sapien o Rasputin y la plaga de ranas, personajes todos de vital importancia para el futuro desarrollo del que podría denominarse como el naciente Mignolaverso. El pastiche era evidente ya desde el nombre del tebeo. Y a primera vista, era Mignola desatado. Una vez leído y releído, aquel primer número rezumaba aún cierta timidez para con el guión, pues los diálogos corrieron a cargo de John Byrne, pero lo que auguraba era todo lo bueno que estaba por venir: sin dudarlo, una de las obras cumbres del cómic norteamericano de las últimas dos décadas. Ahora sí, estaba convencido que seguiría comprando aquella colección.
Hoy en día está claro que Hellboy es una obra comercial, un éxito. Pero en la época, cuando se publicó en este país, no lo fue. De hecho, los ejemplares en grapa de la primera miniserie se saldaron rápido. Tanto es así que la segunda miniserie tardó en ver la luz por estos lares. Despierta al Demonio me sorprendió sin buscarlo, también colgando malamente del cordel de una estantería de quiosco, pero esta vez en un prohibitivo tomo de mil quinientas pelas, si mal no recuerdo, que para la época eran todo un mundo. No pude comprarlo en el momento que lo vi. Tener quince años y no tener un duro en el bolsillo era lo habitual para un chaval, a no ser que tus padres viviesen en un chalet. No era mi caso. No sé cuánto habré suplicado a mi madre, ni si tendré que haberme inventado algo, pero logré reunir el dinero, así que volví al quiosco para pillar esa joya que había tardado tanto en llegar, ¡y no estaba! Se había vendido. Mi gozo en un pozo, cierto cabreo y desilusión asaltaron mi cabecita, pero eso resultaba el pan nuestro de cada día en aquella época. O eras rápido o te quedabas sin tu dosis. El paseo continuó sin tesoro bajo el brazo, pero el milagro vino días más tarde, en otro momento de otear las cajas llenas de atrasados. La segunda miniserie del diablo rojo era mía. La lectura de aquella, de un tirón, fue todo un acierto. Ya en aquel momento, y gracias a iniciativas de publicación como esta, mi amor por los paperbacks surgió con fuerza hasta llevar a la grapa al recuerdo de la vida infante. Aún así, diez años más aguanté pillando cuadernillos, cada vez más caros, cada vez menos apaciguadores de esa acuciante necesidad de seguir las tramas. Hasta mi mudanza a Madrid, con la embriagadora entrada en mi vida de la variedad, bajo el amparo de las diversas tiendas especializadas. Luego llegaron Amazon y Bookdepository. Y entonces la grapa murió. No la echo de menos.
¡Ay, pero se me olvida! Los Lobos de San Augusto, un prestigio unitario se había publicado a continuación. Nunca lo encontré en Tenerife. No fue hasta que viajé a Barcelona por primera vez en mi vida –con diecisiete años, sí que le voy a hacer…- cuando pude hacerme con él. Originalmente serializado en la publicación Dark Horse Presents, Norma Editorial tuvo a bien presentarlo como un tebeo único, como manera de darle una nueva oportunidad en este país al demonio reluctante.
Volvamos al tema.
Despierta al Demonio marcó una confirmación del tono y de las formas, al tiempo que el estilo del trazo comenzó su verdadera evolución hasta la simplificación de línea y tintas que el autor demuestra en la actualidad. Si la primera miniserie rebosaba carisma, pero titubeaba aún en el aspecto, esta segunda aparece con la fuerza tajante de quien se sabe por el buen camino. Mignola está afianzando su labor como narrador y de su fértil mente surgen nuevos personajes. Vemos así por primera vez al homúnculo Roger, a la hechicera Baba Yaga o al cazador de brujas Sir Edward Grey, mientras la trama recupera personajes anteriores como Karl Kroenen o Ilsa Haupstein, ampliando el fresco del universo de Hellboy y recuperando la tónica del flashback como manera de indagar en las raíces del pasado de la BPRD al tiempo que avanza la trama en la época actual, en este caso 1996. Esto marca una constante en la cronología de la obra de Mignola, donde los años pasan y como tal, pesan. Esto no es un universo tipo Marvel donde los personajes no envejecen o la continuidad estira los años como chicle mascado. Aquí, en el Mignolaverso, los personajes van envejeciendo con el lector, aunque si bien, como no podía ser de otra manera, el autor se toma ciertas licencias y comete –cometerá- ligeras incongruencias temporales.
El siguiente paperback yanqui The Chained Coffin and others, considerado el vol. 3 de la franquicia, vivió un proceso de publicación distinto en España, donde los one shots, los relatos y miniseries fueron apareciendo en la forma de prestigios, formato estrella en aquellos años. Así, el citado Los Lobos de San Augusto apareció de manera independiente
Pasaron los años, las miniseries fueron sucediéndose, el personaje fue afianzándose, el fandom fue ampliándose. Diez años más tarde, incluso llegaron las adaptaciones cinematográficas de Guillermo Del Toro, llevando al personaje a audiencias más amplias, a pesar de la falta de fidelidad hacia el personaje y su universo. ¿No lo crees así? Vuelve a echarles un ojo. Son buenas películas. Muy amenas y vistosas. Y si bien a nivel visual del Toro clava la fuente, a nivel de caracterización, los personajes son otros. Esto afecta sobretodo a los secundarios, evidente bastión de la calidad del tebeo original. Ni Liz Sherman, Ni Abe Sapien recuerdan a sus contrapartidas de papel. Esto se acrecienta en la secuela con Johann Krauss, personaje favorito del que esto escribe, transformado para la ocasión en una caricatura coja de la idiosincrasia germana más pacata. Lo que del Toro hizo con nuestro querido ectoplasma fue tan flagrante como la típica parodia anglosajona sobre el espíritu español, donde cualquier castellano parlante es presentado como un perezoso y zalamero aficionado a la tauromaquia. En fin, tupido velo, por favor. Aquí sí.
Volvamos a la reflexión. El hecho de haber conocido la mejor creación de Mike Mignola durante mi adolescencia me permitió seguir la evolución del personaje al tiempo que mi criterio como lector fue madurando. He crecido a la par que Hellboy. La serie ha mejorado al tiempo que yo mismo he ampliado mi perspectiva vital. Mientras la vida ha ido dándome palos, la serie ha crecido en calidad. Y como todo lo bueno, la aparición de cada nuevo episodio ha ido demorándose en el tiempo. Pero no importa, sus spin off han llegado incluso a aumentar la calidad del Mignolaverso, sobretodo B.P.R.D., título que ha ganado de calle a la serie madre en número de ejemplares publicados y que ha alcanzado cotas de calidad argumental impensables para lo que en un principio se suponía un producto de explotación de una buena idea. No es para menos si tenemos en cuenta además la implicación del tremendo Guy Davis al proyecto. El hecho de que yo como lector haya vivido al tiempo la progresión evolutiva del universo Hellboy puede parecer irrelevante. Pero para el aficionado medio a los superhéroes, lo normal es haber llegado a la mitad de todas las historias. Los grandes personajes del medio llevan aquí casi tanto tiempo como tus abuelos, de modo que haber asistido desde su gestación a la evolución de uno destinado quizá a durar un tiempo similar, es tanto una alegría, como un honor inesperado.
Si has llegado hasta aquí, debes tener claro entonces que este es un artículo algo tramposo. La erudición no era la intención, es evidente. La crónica autobiográfica ha saltado a la palestra con ligera arrogancia y con algo de ombliguismo, cierto. Pero espero que estas vivencias particulares hayan arrancado algún recuerdo similar en tu experiencia como lector. Los noventa se fueron para no volver, afortunadamente, y la experiencia de comprar cómics en provincias marcó a mucha gente su afición al tebeo, donde, en esta época donde todo se consigue con un clic, encontrarse un ejemplar buscado suponía tanto un regalo digno de aplauso como una recompensa a la paciencia del coleccionista pertinaz. Pura alegría. Recordar todo este proceso al tiempo que echar una mirada al pasado me parecía más ameno que narrar una a una cada miniserie de la obra maestra del titán Mignola. Porque puede ser tan importante el goce de una buena lectura como el proceso de llegar a la misma.
Espero que tus estantes sigan doblándose con toneladas de papel. No abandones al tebeo. Él no lo haría.
Siempre he tenido un hype altísimo con Hellboy, hasta este año no habia leído nada a pesar de ello. Me compre un retapado con el primer ciclo y la verdad que se me hizo un poco pesado, aunque eso sí, con el encantador o atrayente (no sabría calificarlo más exactamente) dibujo de Mignola es probable que en otro momento compre otro ciclo, a la espera de encontrar el que me guste, que seguro que lo haré.
Artista consumado, Mignola en Hellboy podría sobrevivir perfectamente con ausencia de texto. Anuncios tipo: Hellboy en Africa, Hellboy en el Infierno… bastan para hacer volar la imaginación, ampliamente recompensada.
Uno de mis tebeos favoritos. Y AIDP también está genial.
Mira que me gusta el dibujo de Mignola, pero no he encontrado un solo comic de Hellboy que me guste, encuentro las historias aburridas y simplonas, no se…supongo que no es un comic para mi.
Curiosamente siempre he pensado que, a medida que Mignola mejoraba como guionista, empeoraba como dibujante.
Para mi gusto hace tiempo que AIDP superó en calidad a su serie madre.
Completamente de acuerdo con el sr. Rodro. El spinoff, AIDP, hace tiempo que ha superado a la serie madre, Hellboy.
Qué bueno el artículo.
No recuerdo si lo primero que leí de Hellboy fue la miniserie de Semilla de Destrucción o Los Lobos de San Augusto serializado en B\N en el Cimoc. Pero quedé enganchado desde entonces.
me ha encantado este articulo en primerisima persona.
(y desde luego,tu «brada» tenia buen gusto músical,jeje….)
yo he leido unas pocas de cosas de HELLBOY,y lo que he leido a mí sí me ha gustado.nada de AIDP.y no es la primera opinión que leo por aquí,que la pone incluso mejor que la serie madre.
por cierto,hablando de mignola,hace unos pocos de años,en un CIMOC(creo) el artista se dejó caer con 10 fantasticas páginas de una historia de cifi,junto al maestro ray bradbury.
por si alguien se las perdió,en esta dirección,si la buscais,encontrareis dicha historia completa en spanish.
45 minutos diarios:la ciudad,ray bradbury.
Excelente artículo Raúl. Helboy es uno de mis personajes favoritos y sus historias siempre me han gustado aunque creo que los guiones de Mignola mejoraron cuando dejó de ilustrar la colección. Por otra parte, también prefiero el dibujo de los primeros números de la colección antes que el estilo actual, que creo es demasiado esquemático y con menos fuerza que antes.
Me gusta mucho Hellboy, sobre todo por la atmósfera. El argumento es casi lo de menos, ya que al fin y al cabo se suele resumir al protagonista liándose a mamporros con otro bicho, pero esas viñetas plagadas de iglesias en ruinas, estatuas rotas, sombras en la oscuridad… son tremendamente expresionistas, y muy deudoras del arte del este de Europa, como bien claro ha dejado Mignola al situar muchas de sus historias en esa geografía.
Pero si tengo que quedarme con una historia sería claramente «El Cadáver», uno de los mejores números únicos de los noventa y un prodigio de narración en el que se muestra una buena parte del folclore irlandés en unas pocas páginas.
AIDP muy recomendable también claro, y a nivel de ritmo y guión supera a la serie original.
Yo hace poco que me he comprado los dos primeros integrales de hellboy, me encanta Mignola (aunque he de reconocer que me gusta mas Corben) y mi opinion es que hay historias fantasticas y autenticos tostones, y lo mismo para las historias cortas, pero sobre todo lo que echo en falta es una cierta continuidad temporal, intentares explicarlo, tras los sucesos de semilla de destruccion y despierta el demonio, las historias y relatos cortos no tienen una relacion cierta con ese inicio, se ubican antes, despues, y para mi eso hace que pierdan algo de encanto, tambien la desaparicion de los secundarios, Abe, Liz y los demas les resta algo de encanto.
Yo tambien compre AIDP, de hecho la compre antes que Hellboy, y me gusta mucho mas, sobre todo por ese sentido de la temporalidad, es decir, las historias van una tras otra, y van evolucionando lo mismo que los personajes.
Aun asi, me encantan ambas y me parece muy recomendables.
» El argumento es casi lo de menos, ya que al fin y al cabo se suele resumir al protagonista liándose a mamporros con otro bicho»
A mí Hellboy siempre me ha parecido un Mike Hammer con pinta de demonio.
” El argumento es casi lo de menos, ya que al fin y al cabo se suele resumir al protagonista liándose a mamporros con otro bicho”
¡Hombre! si te pones así, ese mismo argumento te vale para casi cualquier tebeo de superhéroes o de Conan.
Gracias Raul por esta personal reseña, yo también he buscado comics en quioscos, ultramarinos, tiendas de juguetes… con decirte que aún hoy día tengo sueños en los que encuentro gangas perdidas de tebeos imposibles!
Y sin embargo, no reniego de la grapa. Creo que el fin de la distribución a quioscos ha sido causante de la crisis del tebeo de superhéroes (aparte de los 90, claro).
Y un análisis sobre las distribuidoras, ZN? se agradecería mucho!
Muy buen articulo y gracias por compartir tus vivencias con los comics de más chico. Yo tube mi época «colecciono todo Mignola» sobretodo lo antiguo, su estilo me gustaba más que el de ahora.La historia de ray bradbury que alguien tambien comenta esta genial.
Creo que Semilla és su mejor obra grafica es una antes y un despúes pero puedo poner en el miemo saco Alien salvación, Ironwolf o el Ratonero Gris. De hecho las tres històrias de hellboy que comentas són para mi las mejores, Semilla, Lobos y Wake the devil. A partir de entonces la història se me hizo pesada y no me aportaba mucho. Mignola sigue siendo posiblemente el mejor artista secuencial del mundo, capaz de contar mucho con poco y con una composición que quita el hipo pero creo que al final su estilo y personaje creo que le han consumido.
Mignola es de lo mejor que hay pero , por favor, deje los guiones y póngase a dibujar en serio