Historias del barrio. Caminos

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Edición original: Historias del Barrio. Caminos. Colección Sillón Orejero. Diciembre 2014, Astiberri Ediciones.
Guión y color: Gabi Beltrán.
Dibujo y tinta: Bartolomé Seguí.
Formato: 160 páginas a color editadas en cartoné.
Precio: 18 €.

 

Apostar por el slice of life con tintes autobiográficos es una fórmula que ha dado grandes títulos, enormes obras que nos han calado de una forma que otras no nos rozan ni de lejos. Por su cercanía, su capacidad para crear complicidad, por su empatía e intimidad. También es cierto que es un género –o subgénero- que ha provocado un aluvión de títulos ombliguistas, que con la intención de narrar intimidades han acabado engolando egos y generando tedios. Máxime si los autores insisten en contar sus propias vidas como si estas tuvieran el más mínimo interés. Ejemplos hay a porrillo, tanto de un lado como del otro. Y si servidor cree que el género está llegando a un punto donde necesita un revulsivo tremendo, bien es cierto que de vez en cuando aparecen obras que tocan la fibra sin mucho aspaviento. Beltrán y Seguí ya habían dado en la diana con su premiada Historias del barrio, pero las secuelas de este tipo de obra, por mucha alegría con que las recibamos, no hacen sino provocar a priori una ligera incertidumbre. ¿Tendrán algo más que contar? ¿Hacía falta continuar esta historia? Bueno, partiendo de la base de que la traducción del slice of life es literalmente trozo de vida, cualquier autor podría contestar que a esos gajos de narración se les puede agregar los que les venga en gana, pues no dejan de ser pedazos de un mosaico interminable, esto es, la vida. Pero como respuestas existen para todos los gustos, lo único que podemos usar como arma verdadera es el resultado final: juzgar el producto, que no engaña. Y aquí, aplaudamos ya, ambos autores han logrado estar a la altura del original, con lo que no solo es de agradecer el intento, sino de encomiar el resultado.

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Talento les sobra, es evidente, de modo que, aún buceando por mares ya conocidos, Seguí y Beltrán nos llevan de la mano, de nuevo, por un universo que no hace sino expandirse ante nosotros, con el placer de ser testigo de algo que huele a verdadero, a plausible. El guión de Beltrán se expone con la tranquilidad de quien narra sin juzgar, con el ritmo de quien se sabe capaz de hacerte bailar cualquier pieza. El tono, las formas, los modos, es decir, la frase y la palabra, el gesto, el punto de vista y el diálogo no se exhiben, como en otros ejemplos de literatura similar, ni pretenden epatar con su verosimilitud, como en esos documentales sensacionalistas. Aquí, aunque el entorno no lo sugiere, existe una ligera poesía, una elegancia dentro de la pobreza, buscada, medida y sugerida de manera que los personajes se hagan cercanos, afines a cualquier lector, tan humanos como él mismo. Como si la dignidad de estos personajes fuera el estandarte que guiara las formas, los modos de narrar lo que se narra. Es decir, que me lío, que el guionista procura no juzgar, procura no echar leña al fuego, expone sin aleccionar y si de algo peca es de ser dulce con sus creaciones, sean estas o no autobiográficas; vamos, que se le puede achacar a Beltrán cierta blandura al tratar a sus personajes, cierta idealización. Pero nunca cae en la condescendencia ni en un arrebato magnánimo de spot televisivo de lotería de Navidad. Esto hace que la perspectiva sea humana, sin dejar de ser dura, que sea concisa y tajante, sin dejar de lado cierta dulzura. Evitando, por tanto, los límites a ambos lados al tratar historias urbanas, es decir que ni se va por el camino sensacionalista ni por el paternalista. Eso que ganamos.

A la zaga le sigue el dibujante. Hay algo en el trazo de Seguí que parece tan sencillo que nos incita a pensar, ese cliché, que podríamos hacerlo nosotros. Nada más lejos de la realidad. Su dominio de la perspectiva y del encuadre y su capacidad para el gesto al margen de la caricatura, permite la creación de un pasado idealizado, pero no edulcorado. Existe cierta nostalgia en su dibujo, cierta melancolía en sus diseños, lo que viene que ni pintado, imagino que de manera buscada, para lo que su compañero le entrega en forma de guión.

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¿Pero qué cuenta Historias del Barrio. Caminos? La premisa de la adolescencia ha sido -y será- abordada por la literatura desde todas las perspectivas imaginables. Beltrán no adopta una mirada novedosa, pero no le hace falta alguna. Su mirada se presenta cruda y directa, pero no exenta de, como apunté arriba, una cierta poesía. Historias del barrio cuenta el proceso del fin de la adolescencia de un muchacho en medio de una familia paupérrima en la Palma de Mallorca marginal de los años ochenta. Barrios llenos de kinkis, putas y buscavidas, como entorno perfecto para la marginación y la delincuencia. La inevitable desilusión y el angst adolescente navega entonces con las ganas de salir de allí y el arrebato de las hormonas juveniles. Pero si Beltrán se fijara solo en esto, su retrato sería uno más. Con cucharadas de sinceridad, el autor relata episodios de su vida con sincera crudeza, apuñalando al lector con un bisturí helado, trasmitiendo ese dolor, esa amargura constante que el protagonista del relato debió sufrir. Este proceso, inusual tanto en la literatura como en el tebeo, cala un poquito más y más al ir sumando páginas, de modo que el viaje que propone, ese mirar por la mirilla de la vida del de al lado, se antoja como propio. Y eso es un logro que, repito, hay que aplaudir de nuevo a esta pareja de autores.

  Edición original: Historias del Barrio. Caminos. Colección Sillón Orejero. Diciembre 2014, Astiberri Ediciones. Guión y color: Gabi Beltrán. Dibujo y tinta: Bartolomé Seguí. Formato: 160 páginas a color editadas en cartoné. Precio: 18 €.   Apostar por el slice of life con tintes autobiográficos es una fórmula que ha…

Review Overview

Guión - 7
Apartado Gráfico - 7
Interés - 7

7

Magnífica secuela, tan recomendable como el tebeo original.

Vosotros puntuáis: 9.2 ( 2 votos)
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Retranqueiro
Retranqueiro
Lector
2 enero, 2015 12:18

Lo ví el otro día. No me lo acabé llevando pero le eché un vistazo y, la verdad, me tenía buena pinta. Pero de lo que no tenía ni repajolera idea era de que fuese una secuela. Pues ahora tendrá que esperar porque, ya puestos, habrá que empezar por el primer libro.