Al igual que en la última entrega de esta sección, tenemos hoy una nueva edición de la Revista Fierro (recién salida, el sábado que pasó) y como ya hicimos costumbre comentamos su contenido. Y luego de esta, posamos la atención sobre la primera de las muchas novedades adquiridas en la pasada Crack Bang Boom que quien escribe tuvo tiempo de leer, el pequeño libro/revista de Dead Pop denominado Bujarin.
Fierro #95, de varios autores; Juan Sasturain (Director) y Lautaro Ortiz (Jefe de Redacción). Editorial La Página (Argentina); grapa. 74 páginas.
La Fierro de septiembre nos llama la atención desde su portada que hace llegar por primera vez a esta publicación a Alejandro Burdisio (también conocido como Burda). Aunque no se trate de una ilustración inédita, no deja por eso de ser llamativa y atractiva además de apropiada, incluyendo varios elementos icónicos de la cultura argentina con un toque de ciencia ficción retrofuturística, distópica. En el interior de la revista, no obstante, no encontraremos nada del trabajo de este artista colaborando únicamente en la portada.
En las páginas de este mes de Fierro encontramos una continuación, un regreso y un final. La continuación refiere al segundo capítulo de El Vástago, de Cabezón Cámara, Selva Almada e Iñaki, quienes logran introducirnos a mucho más que en las páginas iniciales del mes pasado, capturando el interés del lector por el continuará. El regreso es el de Lucas Nine con su Borges inspector de aves, iniciándose el tercer y último acto de esta historia con su estilo bien definido y particular tanto en lo que respecta a lo visual como al guión y la manera de escribirlo. Y el final es el de Noelia, en el país de los cosos de Minaverry, cerrando su trama de fantasía épica atravesada por alegorías históricas y políticas.
Esas tres historietas, con su continuidad mensual en la revista, son de interés para los habituales lectores de la Fierro. Para los ocasionales, lo más notable será el material especial del suplemento Fierrito: se trata de un trabajo experimental de Diego Agrimbau y Lucas Varela llamado Comicubo, que en efecto es una historieta que debe leerse en forma de cubo (para lo cual hay que recortar, pegar y armarlo como tal). Con la publicación del Comicubo en la Fierro, Agrimbau y Varela cierran el círculo (paradójicamente) ya que iniciaron sus trabajos experimentales en una edición de esta revista en 2011, lo cual eventualmente los llevó a Francia y en dicho país crearon este “cubo multisecuencial”, tal como lo explican los mismos autores en una página en formato de historieta.
Se incluyen también otros trabajos autoconclusivos (más o menos) tradicionales: la breve y algo surrealista La Felicidad de Ariel López V., y Menesunda de Zombis en Recoleta contando una de estos monstruos en clave humorística a cargo de Pablo Fayó.
Con todo ello se crea otro ecléctico número de la Revista Fierro, con material divergente, tal como viene siendo el sello de esta etapa. Veremos qué traerá el próximo mes, mientras no podemos evitar pensar que habrá alguna sorpresa preparándose para el #100.
Bujarin #1, de Damián Connelly, Diego Simone, Leo Sandler, Fernando Ramos, Marcelo Basile, Sebastián Cabrol, Maan House, Javier Gómez y Lisandro Estherren. Editorial Dead Pop (Argentina). 56 páginas.
Dead Pop está posicionándose rápidamente como una editorial a tener en cuenta del panorama del cómic argentino gracias a la cantidad y diversidad de material publicado en poco tiempo de vida, manteniendo una línea editorial amplia pero definida. Para poder controlar su extenso y creciente catálogo se lo divide en colecciones.
En estas páginas nos encontramos con el nacimiento de una de esas colecciones, llamada Winchester. Este nombre proviene de la ciudad en donde se ambientan las historias, construyendo un por ahora pequeño universo ficcional propio (siendo esta otra seña de lo interesante de Dead Pop). La ciudad de Winchester no es novedad, sino que ya había aparecido en otros trabajos del autor y editor Damián Connelly (Días Negros y La Autopsia), y en Bujarin viene a comenzar a ponerse algo de orden a las ideas de universo cohesivo concentrándose en un único personaje para partir desde ahí a una historia que irá creciendo.
Este personaje, Alexander Bujarin (obviamente dando nombre a la revista) también es conocido como El Exorcista, y por algunos rasgos básicos y el medio en el que nos encontramos es inevitable, justificadamente o no, hacer el paralelo con John Constantine. Siendo justos, aún teniendo parecidos también tiene varias diferencias, y por lo que se conoce de la personalidad de Bujarin en estas páginas poco tiene que ver con la forma de ser del inglés.
La manera de acercarnos al protagonista que nos propone Connelly es a través de varias historietas breves e independientes entre sí, relacionadas únicamente por la ambientación y el personaje principal, pero brindándose indicios de que algo más está pasando detrás de todas estas, la proverbial “trama mayor” que englobará a todas.
En concreto, se trata de cuatro historias cortas (de alrededor de 10 páginas cada una) dibujadas por artistas diferentes todas ellas. Los cuatro guiones están anclados en una combinación de géneros, entre el policial y el terror, con dosis de investigación detectivesca, de acción y de monstruos y demonios (quizás haya algo de influencia lovecraftiana o similar en la mezcla también). En cuanto al estilo de escritura, Connelly se apega a un modo deliberadamente neutro y universal, lo cual en verdad se manifiesta desde el momento en que nos sitúa en una ciudad ficticia que puede ubicarse en cualquier lugar del mundo. La estructura narrativa de todo el libro juega entre los esquemas tradicionales y la utilización de varios tiempos de la historia, lo que en el poco espacio disponible desafía el riesgo de que no se comprenda cabalmente lo que está contándose.
Por el lado de los dibujantes, Connelly se rodea muy bien con Diego Simone, Leo Sandler, Fernando Ramos y Marcelo Basile, quienes aportan su toque al protagonista y ofrecen estilos diferentes, pero manteniendo cierta línea. El único que se aparta un poco es el último de ellos, Basile, quien no se vale del claroscuro y los contrastes definidos como sí lo hacen los otros tres. A estos se suman Sebastián Cabrol y Maan House, en las portadas e ilustraciones adicionales.
El tomo abre y cierra con textos de Javier Gómez. El primero de ellos crea un contexto que introduce en cierta forma al protagonista y al parecer dando indicios de la mencionada trama mayor al referir a Hécate, nombre que también aparece en el subtítulo de este #1 (La llamada de Hécate), y siendo esto relevante para El Exorcista. El texto final es otro relato protagonizado por Bujarin pero en prosa, con ilustraciones de Lisandro Estherren. Curiosamente este no concluye sino que continuará en el número dos de esta publicación; sabremos entonces si se trata de una mera cuestión de espacios o una estrategia relativa a las historias del personaje que veremos en esa futura continuación.
A modo de conclusión general, tenemos en Bujarin #1 una antología de historietas de género que al anclar todas en un mismo universo, con un mismo protagonista, consigue una cohesión que puede generar cierta empatía e identificación en el lector que motive a seguir las historias. Desde ya que no se inventa nada con este modelo, sino que más bien se vuelve a los orígenes de incluir varias historietas de un personaje en una sola revista. Si funcionó hace tantas décadas, puede volver a funcionar ahora, y más aún asegurando un piso de calidad en guiones y dibujos.