Hulka: La sensacional Hulka

 

Edición original: Marvel Comics – noviembre 1985
Edición España: Comics Forum – junio 1994
Guión: John Byrne
Dibujo: John Byrne
Entintado: Kim DeMulder
Color: Petra Scotese
Portada: John Byrne
Precio: 995 pesetas (novela gráfica de setenta y cuatro páginas)

 

En el apogeo de su gloria marveliana, el famoso, polémico y prolífico John Byrne tuvo la osadía de alterar durante una larga temporada la alineación de los Cuatro Fantásticos, dando campo libre a su miembro más popular –la adorable Cosa de ojos azules- y poniendo en su lugar a la que habría de convertirse durante varios años en su niña mimada: la sensacional Hulka.

La observación de la evolución de los comics de superhéroes en editoriales como Marvel o DC permite comprobar que sus franquicias tienden a un inmovilismo en el que leyenda “nada volverá a ser lo mismo” contrasta con los constantes retornos a los orígenes. Sólo la aparición del cine y la televisión como instrumentos de explotación ha provocado un proceso de mimetización de las versiones en viñeta a sus homónimos de la pequeña y gran pantallas, pero no puede hablarse realmente de un progreso sino de la adaptación a una versión más popular. En el caso de los Cuatro Fantásticos, la alineación estaba compuesta por personas con vínculos de amistad y parentesco muy fuertes, por lo que los cambios de integrantes habían sido temporales y / o habían estado relacionados con la existencia de lazos de natura similar. Así, Crystal era la novia de Johnny Storm y Medusa la hermana de aquélla; Luke Cage era un héroe de alquiler… y tarde o temprano las aguas volvían a su cauce. El cambio de la Cosa por Hulka permitía a Byrne dar cancha a Grimm –cambiando su viejo ‘Marvel Two in One’ por una colección en la que se paseaba por el Mundo de Batalla de las primeras guerras secretas- y jugar con un personaje que al que uniría su nombre durante los diez años siguientes. Hulka y John “el de las cien páginas mensuales” se verían las caras (figurada y literalmente) en una colección caracterizada por la ruptura del famoso cuarto muro, pero antes la letrada esmeralda se beneficiaría de los focos que Byrne había atraído sobre la familia Richards, mediante la realización como autor cuasi-completo de una etapa que muchos consideran –yo entre ellos- insuperada.

Antes del vigésimo quinto aniversario de la primera aparición de los Cuatro Fantásticos, antes de que Byrne se fuera dando un portazo camino del apasionante desafío de relanzar a Superman justo después de ‘Crisis en Tierras infinitas’, el autor tuvo ocasión de contar una aventura en solitario de Hulka en la que se planteaban importantes consecuencias para el personaje, para su entorno y para otros ámbitos de la continuidad marveliana.

La historia comienza con una discusión entre el arisco Nick Furia (jefe de SHIELD) y sus misteriosos superiores. La controversia parece girar en torno a Jennifer Walters; una operación empieza a fraguarse contra la voluntad del coronel tuerto y su objetivo no es otro que Hulka. Ha sido vengadora, ha sido reclutada por Reed Richards, pero sigue siendo la prima de la Masa, por lo que el temor a un posible desboque está siempre presente en el ambiente. Un cambio de escenario y asistimos a un episodio de la relación entre Jen y Wyatt Wingfoot, el amigo amerindio del cuarteto fantástico en general y de Johnny Storm en particular. Él percibe la distracción de ella, con la mente en el aciago sino de su primo Bruce (en aquellos días, Byrne se había hecho con el control de la colección de Hulk, cambiando su cromo canadiense de Alpha Flight con Bill Mantlo y Mike Mignola); la solución pasa por salir a distraerse. Una noche de esparcimiento se convierte, por obra y gracia de la intromisión de los agentes gubernamentales, en la captura y humillación de Hulka. La heroína, que en su vida civil ha sido abogada, discute agriamente con el responsable de la operación en torno a los derechos fundamentales y los límites del poder público. Entre tanto, a ras de suelo, una amenaza va fraguando lentamente un asalto al helitransporte, el buque insignia de SHIELD.

Al repasar para esta reseña la novela en cuestión, varias fueron las cosas que llamaron mi atención: en primer lugar, la visión que Byrne tiene de los superhéroes (incluyendo a elementos que no entrarían en esta categoría, como Nick Furia o Dum Dum Dugan) como personajes dotados de un claro código moral que les sitúa siempre en el lado correcto. La abogada y el coronel critican la actitud del responsable de la operación de caza y captura, al vulnerar los derechos inalienables que tiene todo ciudadano estadounidense. Esta visión altruista y bucólica de la vida contrasta con el hecho de que el primero dirija una organización de seguridad y espionaje (asuntos éstos que se hallan en las cloacas de todo Estado) y la segunda se haya dedicado al ejercicio de la abogacía, pero a través de ambos, maese John presenta su visión del país que le ha acogido como la tierra de la libertad y los derechos individuales. Si en algún momento SHIELD actúa extralimitándose, ello se debe a la actuación de elementos individuales (a los que el autor ridiculiza de todas las maneras posibles)… aunque cuenten con la bendición proveniente del más alto de los niveles administrativos estadounidenses. Eran los años ochenta y los Estados Unidos empezaban a hinchar el pecho bajo la administración Reagan, después de golpes como el ‘Watergate’, la derrota en Vietnam o la inacabable crisis de los rehenes de Irán. En segundo lugar, el sabor añejo que don John imprimía a todos sus trabajos: no por nada se le consideraba el heredero directo de Stan Lee y Jack Kirby; la presencia del auténtico villano está construida a partir de elementos presentes en el género fantástico de los años cincuenta: criaturas insignificantes que nos acompañan en la vida cotidiana y a las que la radiación convierte en una amenaza de máximo nivel. En tercer lugar, el aprovechamiento de la novela para llevar consecuencias a la serie regular: un aspecto de la vida de la protagonista cambiará “para siempre” (esto es, hasta que unos años después otro guionista enmendara la plana).

Como curiosidad final, hay que indicar el hecho de que la página final de la novela hubo de ser cambiada, ya que la original (reproducida aquí) se consideró un tanto subida de tono.