Malicia en el País de las Maravillas
«Solo veía el verde de su pelo y la sangre de los míos»
Imagínate que Dorothy llegara al mundo de Oz, allá en lo alto del arcoiris. Imagínate que se viera obligada a vivir una de esas increíbles aventuras en busca de la manera de regresar a su hogar. Y ahora imagínate que no tiene huevos a conseguirlo. Así nació el germen de la que se convertiría en la obra con la que Skottie Young debutaría en Image Comics: I Hate Fairyland. Una enorme gamberrada en la que su autor estuvo enredado durante tres añitos, hasta ponerle punto y aparte a una historia a la que recientemente regresó para continuar con las desventuras de su salvaje protagonista. Y ya que Panini Cómicsacaba de estrenar el inicio de esta segunda etapa de la serie, aprovechamos para repasar lo que podríamos considerar como su primer volumen.
Para hablar de I Hate Fairyland tenemos que retroceder hasta 2015 y visitar la mesa de dibujo de Skottie Young. El artista natural de Illinois se encontraba entonces en medio de una carrera interesante dentro de Marvel, y aunque no se trataba de un autor de grandes series, su impronta quedó reconocida y su valía, premiada. Su trabajo junto a Eric Shanower adaptando a las viñetas El Mago de Oz obtuvo un importante reconocimiento en forma de Eisners, y la editorial le dio libertad incluso para realizar una miniserie como autor completo, Mapache Cohete, nominada también al Eisner. Todo eso sin contar con la tremenda popularidad que alcanzaron esos peculiares Baby Marvels con los que pobló una gran cantidad de portadas alternativas.
Pero como el propio Young cuenta, su fiebre coleccionista por los cómics arrancó con la Image de los 90 y toda esa producción nacida de los lápices de los dibujantes estrella de la época, y por tanto su sueño siempre fue poder publicar su propia serie dentro de la editorial de la i latina. La idea la barruntó durante mucho tiempo, muy probablemente nacida de su trabajo en El Mago de Oz: un hombre atrapado en un mundo de fantasía. Aquello fue tomando forma, hasta que finalmente se decidió a presentarle el proyecto a Eric Stephenson, editor de Image. Y Stephenson encantado, claro. El ok fue rotundo y, rematando el equipo con el colorista Jean-François Beaulieu y el rotulista Nate Piekos, I Hate Fairyland vio la luz el 14 de octubre de 2015.
La serie nos presenta a Gertrude, una tierna niñita de pelo verde que jugaba tranquilamente en su cuarto cuando, de pronto, un portal se abrió y la transportó al fantástico mundo de Fairyland. Un lugar de magia y colorido en el que la muchacha tendría que, como suele ser costumbre en estas cosas, emprender una aventura junto a su guía Larrigon para encontrar la llave con la que abrir la puerta que la llevará de vuelta a su mundo. Con lo que nadie contaba es con que no ha nacido criatura más torpe que Gert, y tras 27 años continúa buscando sin éxito cómo diablos escapar de Fairyland. Una insoportable pila de años que no le han afectado a su apariencia de niña, pero sí a su delicadísima paciencia y a su insospechada habilidad para matar.
El gran gancho inicial de I Hate Fairyland es sin duda su genial premisa. Skottie Young tiene una de esas ideas que cuando las oyes te sacan una sonrisa de oreja a oreja y te invitan a acercarte a la obra, una de esas con las que sabes que vas a poder vendérsela a cualquiera para que pique. Y lo hace con mucha gracia y mucho macarrismo.
Hablamos de una serie completamente en clave de humor, que juega a subvertir los tópicos del género cambiando el habitual tono cursi por un desfile de violencia y salvajismo. A hombros de Gertrude, una protagonista potente e icónica, el autor se lo pasa en grande yendo de burrada en burrada, con su niña demoniaca devorando a hombres-seta, enfrentándose a faunos-zombie o disparando al mismísimo narrador de su cuento. Todo ello aderezado por el simpático dúo cómico que forman Gert y su hastiado guía Larri, atado a su inútil compañera y avinagrado por completo.
Un recurso muy personal de la serie que cabe mencionar es la simpática deformación que hace Young de los diálogos a la hora de soltar tacos. Y es que en lugar de leer palabrotas explícitas, el autor suaviza todo cambiando “fuck” y sus variantes por “fluff” (algo así como “pelusa”, siendo “fluffy” “suave”). El resultado es una metralleta de términos como “fluff you”, “motherfluffer” y demás, resaltadas a color por Nate Piekos, que sigue acrecentando ese juego de contrastes de la obra. Un recurso que aunque la traducción española trata de solventar como puede, pierde mucho la gracia irremediablemente, al alternar entre suavizar sin más (“hijodemalamadre”, “que te joroben”) con hacer una versión propia que no termina de funcionar (“eres un pufo idiota”).
Pero sin lugar a dudas, el valor más importante de la serie es el arte de Skottie Young, y es que hablamos de un artista con una personalidad arrolladora que lo hace inconfundible. El estilo de Young es puro cartoon, de trazo grueso y dinamismo electrizante. No cabe duda de que no es un estilo de dibujo que valga para cualquier obra (y por ello se entiende que su labor en Marvel no fuera mayor), pero da la casualidad de que ¿justo para una obra como esta? No puede haber dibujo mejor.
Toda la expresividad, el espíritu infantiloide y el tono fantástico quedan recogidos por el maravilloso lápiz de Young, que juega al contraste de ese aspecto juvenil con la sangrienta violencia de sus escenas. Mención aparte merece Jean-François Beaulieu, colorista al que nunca me cansaré de alabar. El canadiense es puro fulgor cromático, pura vitalidad a la hora de dar vida al mundo de Fairyland con un trabajo de coloreado colosal. Beaulieu es uno de los mejores profesionales del medio, y de esta burra no me bajo, y es una maravilla poder seguir disfrutando de su talento en las posteriores obras que ha desarrollado con Jorge Corona.
Este combo de bondades hacen del primer arco de I Hate Fairyland un tomo intachable, refrescante y condenadamente divertido. El problema, sin embargo, es que no fue el único. Y es que lo que en un inicio podría haber sido una historia de no más de 50 páginas mutó a 5 números, y de ahí a una serie de 20. Con todas las cosas buenas que he dicho antes, eso solo debería significar buenas noticias, pero ya se sabe: lo bueno si breve… I Hate Fairyland es una serie que vive mucho del refrescante impacto inicial y de sus salvajes bromas. El problema es que según la serie se va alargando hasta los cuatro tomos, el factor sorpresa empieza a esfumarse.
No es que hablemos de una mala serie en ningún caso. Young sí tiene una trama que ir explotando, llevando a Gert por distintos arcos narrativos más o menos interesantes. Pero la serie nunca deja de poner por delante sus chistes, dejando su trama en segundo plano y dificultando que nos impliquemos de verdad con ella. Al final tenemos la sensación de estar ante una consecución estirada de sketches que, si bien siempre es divertida y nos regala su fantástico arte, pierde una considerable parte de frescura por el camino.
Fue en ese punto donde Young, superado por la carga de escribir y dibujar, decidió que era momento de darle un descanso a la serie. Esta concluyó con su cuarto tomo en 2018, cuando el autor comenzó a centrarse en trabajar como guionista y, de la mano de Jorge Corona y Beaulieu, nos demostró que tenía mucho más que ofrecer en trabajos tan excelentes como Middlewest y Soy quien amas en la sombra. Las aventuras de Gert quedaban así en un barbecho que, por cierto, en España lo vivimos esperando la llegada del último volumen con ¡tres! años de retraso, en aquel periodo de Panini en el que prestaban poquísima atención a su catálogo de cómic independiente. Hasta finales de 2021 hubo que esperar para concluirla en español.
Imaginaos si tardó, que para entonces anunciaba ya Skottie Young que regresaba a su universo. El creador, que se encontraba por entonces explotando su reciente contrato con Substack, hizo saber que estaba trabajando en una nueva etapa de la serie (a la que siempre contó con volver), y que hasta la fecha ha alcanzando otros 15 números, esta vez con dibujo de Brett Bean. Panini Cómics acaba de estrenar el que sería el quinto tomo de la serie, y en la próximas semanas os dejaremos nuestra opinión sobre ella.
Sobre la edición española, cabe mencionar que Panini ha aprovechado el lanzamiento del quinto volumen para comenzar a reeditar los cuatro primeros, que ya estaban agotados en editorial. Por supuesto, con el esperable subidón de precio (de 16 a 24 euros) de estos tiempos inflacionarios que nos toca vivir, así que si podéis tratad de encontrar la edición original, que sigue estando disponible en algunas librerías. No nos olvidamos tampoco de The Untold Tales of I Hate Fairyland, una serie de historias cortas realizadas por distintos autores que Young publicó en su newsletter, que Image Comics ya ha publicado en formato físico y que suponemos que será publicada también en nuestro país en el futuro.
I Hate Fairyland es muy, muy divertida. Una de esas historias en las que puedes sentir lo bien que se lo está pasando su autor. Skottie Young supo convertir una brillante premisa en una serie disfrutona y cafre. Es cierto que la sucesión de gags va perdiendo fuelle según la serie va avanzando, pero ahí está el vibrante y magnífico dibujo de Young, junto a la imprescindible grandiosidad del color de Jean-François Beaulieu, para hacer de ella una serie que, con sus limitaciones, resulta icónica en la Image de los 2010.
Lo mejor
• El arte de Skottie Young, con el imprescindible color vibrante de Beaulieu, es impecable.
• La premisa es maravillosamente divertida y gamberra.
Lo peor
• Los gags son muy divertidos, pero 4 tomos son demasiados para que no se hagan repetitivos en ocasiones.
Guion - 7.2
Dibujo - 9.2
Interés - 7.5
8
Cafrísima
En su primera etapa, Skottie Young nos da una singular aventura de fantasía cafre y gamberra que, aunque alarga un poco el chiste, resulta divertidísima gracias a su espectacular dibujo.