Terror con virutas de chocolate
Una de las alegrías que nos llegó este calurosísimo verano fue la llegada a nuestro país de Ice Cream Man. La serie creada por W. Maxwell Prince, Martín Morazzo y Chris O’Halloran aterrizó en España gracias a la labor de Moztros, que se ha afanada en este primer año de vida por ir aumentando con ritmo firme su catálogo a base de bucear en los nichos del cómic USA. Ice Cream Man ha sido sin duda uno de los títulos más destacados de ese catálogo, un pequeño e inesperado éxito de Image Comics que sigue avanzando ya con ocho tomos a sus espaldas. Esta extraña y grotesca antología de terror consiguió convencernos sobradamente con su primer volumen lleno de personalidad. La gran pregunta era: ¿cómo aguantaría el tipo la serie después de la sorpresa inicial? La respuesta es sencilla: estupendamente bien.
El primer volumen nos presentó una premisa convencional en este tipo de antologías: distintas historias cortas e independientes, pero relacionadas por un nexo común, un mcguffin que se pasea entre cada uno de los relatos, que en este caso era algo tan amable como un heladero. Lo singular de la propuesta, sin embargo, no era tanto su argumento sino su tono. Lejos de limitarse a las formas más genéricas del terror, el arranque de la obra prefería recorrer sendas más lisérgicas y surrealistas, cambiando el mero susto por la inquietud y el desasosiego del terror psicológico.
Este segundo volumen no solo confirma la apuesta, sino que la deja volar mucho más alto. W. Maxwell Prince deja claro que este es su campo de juegos y abraza un enfoque existencialista, sembrando de monólogos unas páginas que en paralelo nos llevan por un tren de la bruja psicodélico. El primer número es el ejemplo perfecto, con un suicida divagando sobre su vida en su trayecto hacia el suelo, mientras otra trabajadora del mismo edificio trata de escapar de mil y un horrores descabellados que están estallando en su oficina. El cinismo y el pesimismo campan a sus anchas por el volumen, como por ejemplo en Tres sabores, una historia a tres bandas absolutamente desoladora en la que Martín Morazzo aprovecha para lucirse como narrador. Y sin embargo, también hay espacio para la esperanza y los buenos sentimientos, como en Mi pequeño poltergeist, que trata con una sorprendente delicadeza el luto desde los ojos de un niño. Al final, cada número no deja de ser el contenedor de las reflexiones del guionista y sus divagaciones sobre el bien y el mal, cuya prosa resulta tan magnética que logra sumergirte en ella sin siquiera preocuparnos por lo que está sucediendo de fondo en cada relato.
Cabe destacar, sin embargo, que sí suceden cosas. La serie no pierde la ocasión de narrarnos a pequeños sorbitos la intrahistoria de ese heladero siniestro y el extraño cowboy que parecía presentarse al final del primer volumen como su némesis. Personalmente, creo que cuantas menos explicaciones se le den a las historias de terror, mejor funcionan, especialmente en un modelo antológico como este. Sin embargo, en esta ocasión debo romper una lanza a su favor: las aportaciones a su trama son tan puntuales y descontextualizadas que logran generar más suspense que respuestas. Maxwell juega con ellos y sus desconocidos poderes, con maniobras tan frescas como colarlos como narradores sin previo aviso. Al final, su extraña batalla reafirma esas reflexiones sobre el bien y el mal con una solemnidad que choca por completo con el estrafalario diseño de ambos personajes. Una batalla genialmente plasmada en el último número del libro, probablemente el mejor, en el que narrador y viñetas chocan por completo contraponiendo un monólogo esperanzador con un escenario absolutamente demencial.
Toda el aura de la obra sigue funcionando gracias al dibujo de Martín Morazzo, que sigue creciendo como artista en la colección y va jugando más y más con las posibilidades que le regala cada nuevo capítulo. Es inevitable remarcar el citado capítulo Tres sabores, siendo un número sin texto cuyo peso recae por completo en sus hombros, pero su labor es excelente en todo el volumen. Su estilo de líneas finas, cuerpos huesudos y rostros enfermizos sigue sentándole como anillo al dedo al lisérgico tono de la obra, que abraza la locura constantemente gracias a su labor y al inestimable color de Chris O’Halloran.
Ice Cream Man confirma su personalidad con un segundo número superior al arranque y se posiciona definitivamente como una de las series más especiales del mercado. Sin duda, su tono no es para ciertos paladares, pues no todo el mundo disfruta del terror, y mucho menos de uno tan estrambótico. Pero a poco que os guste que os sorprendan, no dejéis pasar la oportunidad de parar al camión de los helados para probar estos extraños sabores.
Lo mejor
• La serie abraza por completo su rareza y mejora lo visto en el primer volumen.
• El cuarto relato, Emergencias.
• Morazzo sigue jugando con su estilo inquietante.
Lo peor
• No es para los que busquen terror clásico.
Guion - 9
Dibujo - 8.8
Interés - 8.5
8.8
Demencial
Ice Cream Man crece en su segundo volumen y nos confirma que estamos ante una de las series de terror más singulares del momento.