In memoriam, Antonio Mercero

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El pasado sábado, 12 de mayo de 2018, los medios de comunicación españoles anunciaron el fallecimiento de Antonio Mercero Juldain, director y guionista de cine y televisión al que se deben alguna de las creaciones más memorables e importantes de la pequeña pantalla celtibérica. El nombre de este cineasta está unido a la historia de la tele española, al haberle brindado títulos que han trascendido el tiempo de su emisión, hasta convertirse en parte de la cultura popular. En un mundo en el que la fama suele ser fugaz, don Antonio supo y pudo ser sinónimo de éxito, tanto de público como de crítica.

Crónicas en blanco y negro

Mercero empezó haciendo sus labores de guionista y director en los años sesenta, pero sería durante la década siguiente que cosecharía sus primeros éxitos. Para empezar, es necesario mencionar Crónicas de un pueblo como su primer trabajo relevante. Esta serie, producida por TVE, se emitió entre 1971 y 1974 y narraba las vivencias de las gentes de Puebla Nueva del Rey Sancho, una localidad ficticia de la Castilla profunda:

Las historias giraban, principalmente, en torno a las fuerzas vivas del pueblo y, durante los tres años de su emisión, contó con el favor del público, ganándose varios premios. Mercero dirigiría, colaboraría en los guiones y hasta representaría al párroco local. Veinticinco años después, en la segunda mitad de los noventa, TVE repondría la serie, generando cierta polémica con ella, ya que, según sus críticos, reflejaba unos valores vinculados a la época pre-democrática y, a decir del propio don Antonio, resultaba anacrónica desde la perspectiva del momento de su reemisión.

A Crónicas de un pueblo seguiría Ese señor de negro, una serie en los albores de la transición en la que su protagonista, el joyero Sixto Zabaleta presenta y simboliza los principios más anacrónicos y carpetovetónicos de la sociedad española. El personaje, creado por el humorista gráfico Antonio Mingote e interpretado por José Luis López Vázquez (que también se encargaría de dar «vida» al difunto abuelo del arcaico personaje) encarnaría y reflejaría a una parte de la población que aún no sabía lo que se le venía encima. Aquí, aparece como secundaria una actriz cuya carrera se vería profundamente marcada por la de Mercero, María Garralón.

Pocos años antes, sería con José Luis López Vázquez que Mercero realizaría una de sus obras más memorables: La cabina. Este agobiante y opresivo mediometraje habría de causar sensación en todo el mundo, al tiempo que haría que, durante mucho tiempo, las personas que usaban aquellas cabinas de antaño, se guardaran muy mucho de permitir que la puerta de las mismas se cerrara del todo. El filme, fruto de la colaboración de don Antonio con José Luis Garcí y sobre un relato del periodista Juan José Plans Martínez, es una incursión en el ámbito de la ciencia-ficción y el terror, abierta, en palabras de Mercero, a todo tipo de interpretaciones. La película ganó múltiples premios y es uno de los referentes en la historia de la televisión española:

Como curiosidad, hay que indicar que, veinticinco años después, La cabina sería la base de la publicidad con la que Retevisión anunciaría el fin del monopolio telefónico en España para 1998. Un ejemplo del impacto que el mediometraje tuvo a todos los niveles.

¡Chanquete ha muerto!

De forma paralela a sus trabajos televisivos, Mercero hizo también labores cinematográficos. Así, como guionista, participaría en la fallida La garbanza negra, que en paz descanse, protagonizada por Tip y Coll. Poco después, y ya en la doble función de escritor y director, se encargaría de dos películas tragicómicas -más lo primero que lo segundo- en la que un joven intérprete, Lolo García, ganaría una fama que habría de durar lo que su propia carrera cinematográfica. La primera sería La guerra de papá (1977), basada en la novela de Miguel Delibes El príncipe destronado. La segunda sería Tobi (1978) una cinta en tono fantástico en la que a un niño le crecen alas, adquiriendo el aspecto de un ángel. En ambos casos, las premisas de comedia se mezclan con múltiples aspectos dramáticos, que dejan, al final, un regusto de nostálgica tristeza. Esta mixtura se sublimaría en la siguiente y celebérrima aportación de Mercero a la caja tonta: Verano Azul.

¿Qué decir de Verano Azul que no se haya repetido hasta la saciedad? Esta serie, que presentaba una historia cerrada en la que se narraba el verano de una pandilla de infantes y adolescentes, tuvo un éxito de tal calibre, que se repitió una y otra vez durante años, garantizando siempre una audiencia fiel. Su impacto provocó que un actor de la trayectoria y las tablas de Antonio Ferrandis viera su fama profesional vinculada para siempre al personaje de Chanquete, el pescador retirado cuyas repetidas muertes superan a las de los personajes marvelianos o a las de Miliki en las redes sociales. De nada le sirvió interpretar a un despiadado cacique en Jarrapellejos; de poco, el hecho de protagonizar Volver a empezar, la primera cinta hispánica en ganar un óscar. Quizá tuvo algo que ver el hecho de que accediera a hacer carrera musical en el entonces rentable ámbito de las composiciones infantiles, porque, con la premisa de intentar explotar el producto, el reparto protagónico llegó a nutrir tres –¡tres!- propuestas musicales de corta vida: el dúo los Pirañas (con los intérpretes de Tito y Piraña); el dúo Pancho y Javi (a los que intentaron convertir en un nuevo dúo Los Pecos) y Chanquete más el grupo Chicle. Nada de esto llegó muy lejos, pero siempre fue mejor que la propuesta de una continuación en la que el entrañable marinero del acordeón volvía a la Tierra con angelicales alas, en lo que hubiera sido un inesperado cruce entre Verano Azul y Tobi.

Un poco más en serio, hay que reconocer que Verano Azul tiene una parte hondamente unida al tiempo en el que fue creada, pero otra que trasciende las generaciones: las historias veraniegas de personas que se encuentran en un lugar de la costa y viven todo tipo de andanzas -unas alegres, otras tristes- de las que conforman el proceso vital. El primer amor, el primer encuentro con la muerte, el inevitable adiós. Me pregunto si, algún día, verá la luz el proyecto de una nueva versión y me cuestiono si dejará la misma impronta que el original.

Por deformación académica y por cariño, no me resisto a mencionar una serie, un tanto menos popular que la anterior o que la posterior, Turno de oficio. Emitida entre 1986 y 1987, contó las vivencias de juristas que desarrollaban la profesión de abogacía, en aplicación del ejercicio de la justicia gratuita. Aquí, los ingredientes de la receta se invierten y tenemos un drama con toques cómicos, en el que sus responsables no se cortan a la hora de abordar temas que, entonces más que ahora, eran considerados tabú. En esta serie tuvo el actor Juan Echanove su primer papel popular, en la figura de Cosme Fernández, un opositor a notarías que, en un momento dado, decide cambiar los libros por el ejercicio de una profesión sin horario ni calendario fijos. El ejemplo para este giro vital le vendrá de la mano de Juan Luis Funes (un grandioso Juan Luis Galiardo) un abogado con muchas horas de juzgado a la espalda. Juntos serán «el Chepa» (Funes) y «Pedete lúcido» (Cosme o Cosmito, como le llamaba cariñosamente el veterano letrado) apodos que les acompañaron más allá de la serie, sobre todo a Echanove. Junto a ellos, encontramos a Carme Elías, en el papel de Eva García, otra abogada del turno de oficio, bien dispuesta a luchar contra todo tipo de injusticias. La serie refleja las vivencias de este trío de juristas -cada uno de los cuales tiene algún demonio con el que lidiar- y es, con diferencia, el mejor drama judicial de cuantos se han hecho en España.

Para dentro, Romerales

Tres años después de Turno de oficio -y tras la entrañable Espérame en el cielo- Mercero se asomaría de nuevo a la televisión pero, esta vez, serían las nacientes cadenas privadas y, más específicamente, Antena 3 Televisión la que se beneficiaría de su talento. Don Antonio brindaría guion y, sobre todo, dirección, a la más popular de las producciones de ficción de la primera mitad de la década de los noventa: Farmacia de Guardia.

Las vivencias de una botica de barrio constituyeron el argumento central de una serie que se cuenta entre las más vistas de la historia de la televisión española. Una vez más, los personajes amenazaron con merendarse al elenco protagónico y así, su protagonista, la actriz Concha Cuetos, quedó unida al papel de la farmacéutica Lourdes Cano (hasta el punto de utilizarlo indirectamente para algún anuncio publicitario); de la misma forma, el actor Carlos Larrañaga (que hacía el papel de su exmarido, un golfo de buen corazón, el abogado Adolfo Segura) vio renovada su popularidad para una nueva generación. Junto a ellos, encontramos nombres consagrados -María Luisa Ponte, Luis Ciges, Emma Ozores, María Garralón…- junto a una nueva generación -Eva Isanta, Julián González, Miguel Ángel Garzón…-. Fiel a la tradición del director, entre las risas se colaban críticas a todo tipo de temas de actualidad y, como colofón, un inesperado cruce con la serie que habría de sustituirla en popularidad, con la aparición de Emilio Aragón en su papel del médico Nacho Martín, en el último episodio de la serie.

Después de Farmacia de Guardia llegarían para Mercero otros productos destacables, como la película Planta 4ª (2003) o a la adaptación a la pequeña pantalla de las aventuras de Manolito Gafotas, el popular personaje creado por la escritora Elvira Lindo Garrido. Poco después, en 2006, se le diagnostica que padece la enfermedad de Alzheimer y se retira de la vida pública. En 2010 recibió el Goya de Honor de la academia y, en el discurso de agradecimiento, aquel de sus hijos encargado de recogerlo manifestó que, en su enfermedad, su padre seguía viendo todos los días su película favorita -Cantando bajo la lluvia- como si fuera la primera vez.

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Alberthor
Alberthor
Lector
14 mayo, 2018 14:00

Toda una infancia creciendo con sus productos.
Gracias!

ultron_ilimitado
ultron_ilimitado
Lector
14 mayo, 2018 22:53

Ay, aquellos tiempos viendo Farmacia de guardia…