¡Llámeme Patty! Lo de ‘Mayor’ me trae malos recuerdos.
Kris es un guionista y director de cine francés nacido en 1972 con una larga carrera ya a sus espaldas en el mercado francobelga, aunque en nuestro país solo se habían publicado dos trabajos: Nuestra madre la guerra (Ponent Mon) dibujado por Maël y Ha muerto un hombre (Ponent Mon) dibujado por Étienne Davodeau.
Martin Trystam es un dibujante francés nacido en 1982. Durante toda su carrera se ha movido entre la animación y el cómic. En nuestro país solamente se había publicado un trabajo suyo Pacífico (Planeta Cómic) coguionizado y codibujado junto a Romain Baudy.
Como en todos los álbumes de la serie la historia comienza cuando la nave Infinity 8 debe interrumpir su viaje al encontrarse con unas ruinas misteriosas. Es en ese momento cuando se aplica el Protocolo 8 que consiste en que el capitán de la nave, debido a las habilidades de su raza, puede retroceder 8 horas en el pasado después de haber enviado a una agente a investigar las ruinas.
Cada uno de los álbumes anteriores ha homenajeado a las maneras de entender la ciencia ficción de escapismo, desde el pulp de los cincuenta de Amor y cadáveres, al delirio pop de Regreso al Führer pasando por la seriedad y pesimismo de El evangelio según Emma. Ahora le toca el turno al blaxplotation.
Pese a partir de esos elementos comunes todos los álbumes tienen notable diferencias empezando por la protagonista que cambia en cada uno de ellos. Algo que es una de las características más destacadas de la serie la presencia de mujeres protagonistas que se alejan del rol que tradicionalmente han desempeñado en la BD clásica. En esta ocasión la protagonista es Patty Stardust, tan fuerte e independiente como las anteriores protagonistas. Es calcada a Angela Davis, una de las grandes musas del blaxplotation, no solo en su apariencia física sino también en el carácter contestatario al sistema establecido y a las jerarquías que tenían sus personajes. Fruto de las luchas por los derechos civiles de los afroamericanos en esa época en los Estado Unidos. El resultada es una historia que bien podría haber sido una película de ciencia-ficción de los años setenta en plena blaxplotation.
Y esa influencia setentera no acaba en la protagonista, ya que por la obra también podemos ver una secta liderada por un gurú pseudomistico que solo busca su propio beneficio. Algo muy habitual en esa época y que por desgracia todavía podemos ver en nuestros días. Como las buenas historias de ciencia-ficción proyecta los problemas actuales para poder dar una visión crítica de la sociedad en la que vivimos. Así puede criticar a los medios de comunicación masivos centrados en las redes sociales, muchas veces más preocupados de los likes y los retweets que de reflejar la verdad. Tampoco sale bien parado el ejército y los gobiernos occidentales. Vemos como muchas veces visten de intervención humanitaria algunas de sus actuaciones en países extranjeros cuando el verdadero objetivo es conseguir algún recurso natural para que las grandes empresas de su país lo puedan explotar sin tener que dar explicaciones. Los dueños de esas grandes corporaciones también son objetivo de la crítica, sobre todo los que creen que con invertir una misera parte del dinero obtenido con negocios éticamente reprobables en arte o en obras humanitarias pueden limpiar su imagen. Aunque por desgracia lo suelen conseguir.
Pero no todo es crítica y homenajes en Guerrilla Simbólica ya que es una historia con muchas dosis de acción, misterios que resolver y sentido del humor. Una mezcla que funciona igual de bien que en los anteriores álbumes de la serie lo que permite que tenga varios niveles de lectura y que el ritmo sea alto para que la historia no se vuelva pesada.
El apartado gráfico de la serie mezcla la influencia pulp de los diseños de Vatine que dan coherencia a cada uno de los álbumes pese al cambio de dibujantes con el toque del blaxplotation. El resultado recuerda al que realizo Balez en el tercer álbum de la serie. Con una mezcla entre el clasicismo de la BD tradicional retrofuturista y la habilidad para imaginar mundos de Mézières y Moebius. Como en todos los álbumes de la serie la página parte de una estructura de tres tiras de viñetas, aunque los dibujantes tienen libertad para saltársela cuando lo requiere la historia. La paleta de colores está plagada de tono con una gama cromática muy amplia, salvo en las escenas que se desarrollan en el pasado en las que se optan por una gama de colores ocres.
Dibbuks realiza una edición que calca las anteriores en todos los aspectos, así que es una garantía de calidad. El año que viene veremos el trabajo en la serie de autores como Davy Mourier, Lorenzo De Felici, Emmanuel Guibert o Franck Biancarelli.
Guerra Simbólica es el cuarto álbum de la serie y de momento sigue tan fresca como en el primero, sin perder ninguna de sus cualidades. No estamos ante una serie, ni un álbum, que pretendan revolucionar el cómic, simplemente busca que pasemos un buen rato y que reflexiónenos sobre el mundo en el que vivimos. Eso lo consigue de sobra que no es poco.