Cuando se hace repaso de la larga carrera de Dennis O’Neil en el noveno arte, resulta inevitable que vengan a la mente, en primer término, sus aportaciones al universo DC. Su presencia en los procesos de modernización de los principales personajes de esta editorial y, muy particularmente, en el de Batman, así como sus colaboraciones con Neal Adams le han guardado, con todo derecho, un sitio de honor en la historia de la viñeta. Sin embargo, no se debe olvidar el detalle de que este escritor y editor también trabajó para Marvel, dejando su firma en historias protagonizadas por Spider-Man, Daredevil o el Hombre de Hierro.
Cuando se hace repaso de la larga carrera de Iron Man en la casa de las ideas, resulta inevitable otorgar al equipo compuesto por David Michelinie y Bob Layton -con la habitual adición de John Romita JR– la condición de autores definitivos del personaje. Su presencia, a lo largo de dos sendas etapas, en la serie principal del cabeza de lata, les permitió configurar los elementos arquetípicos del personaje y su mundo, al tiempo que brindaron a la parroquia lectora una serie de aventuras memorables.
Sin embargo, O’Neil es el responsable literario de una etapa que abarca la primera mitad de los años ochenta del siglo pasado y la redonda cifra de cincuenta números de la colección del vengador dorado. Dejando aparte algunos números de relleno, maese Dennis narraría durante ese tiempo las aventuras, y sobre todo, desventuras de Iron Man y de Tony Stark, llevando a este personaje y a su mundo por senderos tan insospechados como impactantes. Con ello, daría a la franquicia férrica los últimos toques, como guindas de un pastel cocinado y horneado por sus predecesores y sucesores, los ya mentados Michelinie y Layton.
Cuando Dennis O’Neil se hace cargo de la colección, lo hace con la difícil tarea de ocupar el puesto del trío descrito como integrante del equipo definitivo de la misma. John Romita JR se ha sacudido el sambenito de «hijo de» y ha demostrado su talento por méritos propios; David Michelinie se ha consagrado como uno de los guionistas de referencia el negocio y Bob Layton se ha acreditado como un argumentista competente y un entintador notable, por encima de sus discutibles méritos con los lápices. El nuevo guionista recibe un personaje que compagina sus labores como jefe de un poderoso consorcio empresarial con sus deberes como superhéroe e imagen corporativa del mismo. Cuenta con un círculo cercano y reducido que le ayuda en ambos menesteres y que está definido por una férrea -nunca mejor dicho- lealtad. En estos inicios, se ve claramente que no hay ruptura entre el recién llegado y sus antecesores pero, poco a poco, O’Neil irá plantando las semillas de lo que va a ser su principal aportación al personaje: un doloroso proceso de deconstrucción y reconstrucción, en el que Stark perderá todo aquello que le ha definido durante los años precedentes, hasta hundirse en lo más bajo. El Antoñito -como le llamaba Doc Skull en los correos de las ediciones de Forum- perderá su armadura, su fortuna, su empresa y su dignidad, en una espiral de autodestrucción en la que jugará un papel muy destacado su adicción al alcohol. Este terrible problema, que Michelinie y Layton sacaron a colación en la memorable historia de
Cuando se ve por primera vez a un personaje como Stane, resulta cosa hecha que venga a la mente la imagen de Lex Luthor. Su parecido físico, su condición de millonarios hechos a sí mismos y su naturaleza despiadada quedan bien patentes y, después de todo, cuando don Dennis escribe los guiones de la colección ferrosa ya ha dejado su sello en la distinguida competencia. Sin embargo, no sería acertado decir que estamos ante un mero sosias marveliano. El guionista se encarga de que su creación tenga una personalidad propia, anticipándose al tratamiento que, poco tiempo después, John Byrne daría al Luthor post-crisis: un hombre lo suficientemente poderoso para resultar intocable, aun para alguien como Tony Stark.
La etapa de O’Neil en la serie del Hombre de Hierro está definida por la historia del enfrentamiento entre Stark y Stane. El escritor presenta a este nuevo y formidable oponente como un estratega que basa sus decisiones en un juego en el que es un verdadero maestro: el ajedrez. El mundo es un tablero y sus integrantes, meras piezas que son movidas, utilizadas y, por supuesto, sacrificadas en función de sus objetivos. No es casual que algunos de sus esbirros, utilizados para poner a prueba al cabeza de lata, lleven la denominación y la estética de las piezas de este juego como son alfiles, caballos o torres. Sin embargo y para desgracia de Stark, Stane no se limita a fustigar a la identidad blindada, sino que desencadena una guerra total, aprovechando las debilidades de su contrincante. Tony caerá de nuevo en su adicción a la bebida y, esta vez, su mal le llevará a ceder su armadura a James Rhodes, a perder Stark Internacional -que, durante un largo período de tiempo, será Stane Internacional- y a hundirse en una miseria de la que le costará mucho tiempo salir. El momento en el que se ve obligado a firmar el traspaso de poderes a quien le ha derrotado en toda regla es, probablemente, uno de los más duros que se han visto hasta ese momento en un tebeo de pijamas. Obadiah no se conforma con recibir el botín del vencedor, sino que se regodea en la humillación del caído. En su cálculo estratégico, ha vencido a su oponente en su terreno y éste no ha de volver a levantarse jamás.
A partir de ese momento, la colección presenta dos historias paralelas: por un lado, vemos el descenso a los infiernos de un Anthony Stark que solamente parece capaz de encadenar una cogorza con otra. Por otro, vemos a un nuevo Iron Man, cuando James Rhodes tiene que asumir el control de la armadura. Esto le convertirá en participante de eventos tan memorables como las guerras secretas o la fundación de los Vengadores Costa Oeste, mientras intenta hacer ver al mundo que, bajo el casco, sigue estando el mismo individuo. En otro momento culminante de la serie, Tony encontrará el principio de su redención al ayudar a una compañera de penurias alcohólicas a dar a luz y, sintiéndose responsable del recién nacido, tomará la decisión de recuperarse.
El retorno de Stark a la sobriedad marcará la segunda parte de la etapa O’Neil. Aquí, Tony decide partir de cero y, junto Rhodey y los hermanos Clytemnestra y Morley Erwin, se trasladará a California para montar una nueva y mucho más modesta empresa. El antiguo vengador demostrará que el alcohol no ha disminuido su talento, pero rechazará de plano la posibilidad de volver a vestir la armadura. Considera que su doble vida es la responsable principal de sus males y repetirá a quien quiera escucharle que sus días como Iron Man son cosa del pasado. Esto no evitará que tenga enfrentamientos con el propio Rhodes que, sintiéndose más y más cómodo, será cada vez más remiso a dejar los bártulos blindados. Al mismo tiempo, llamará la atención de un Obadiah Stane al que irrita particularmente que Stark esté empezando a levantarse. Fiel a su estrategia de aprovechar las debilidades de su adversario, intentará propinarle nuevos golpes, hasta llegar a un punto en el que sus manipulaciones tienen justo el efecto contrario al previsto: Tony asumirá de nuevo su rol como Hombre de Hierro, vistiendo una nueva armadura -la denominada «transformer»- y demandando un enfrentamiento en el que Stane querrá también imponerse en el terreno de los superpoderes de base tecnológica. Con esto, llegaremos al bicentésimo número de la colección, en el que ambos enemigos tendrán su última y definitiva batalla.
La historia que he descrito, muy a grandes rasgos, en los párrafos precedentes, abarca medio centenar de números de la serie protagonizada en exclusiva por el Latas. Para el momento en el que el guionista cierra la etapa, eso supone una cuarta parte de la trayectoria editorial de la cabecera. Como puede comprobarse, algunos de sus elementos centrales -Obadiah Stane, la armadura del Quincallero o «Iron Monger», Rhodey vistiendo la armadura rojo y oro…- aparecen en la primera película del personaje, piedra angular sobre la que la casa de las ideas ha construido su división fílmica. Así pues ¿por qué está tan olvidada, en comparación con otras etapas, menos relevantes a mi modo de ver? Varias son las razones: en primer lugar, tenemos el hecho de que le tocó sustituir a un equipo creativo que venía de convertir a la serie de una de las más interesantes de la editorial, lo que no es moco de pavo, en unos tiempos donde la competencia para tener esa condición estaba bastante reñida. En segundo lugar, el hecho de que la parte gráfica no estuviera a la misma altura que en los tiempos de Romita JR y Layton. La mayor parte de los números están firmados, en lo que a dibujo se refiere, por Luke McDonnell a los lápices y el tándem Ian Akin / Brian Garvey a las tintas. Los tres son autores competentes, pero, en modo alguno se les puede considerar impactantes en sus resultados. Muchos fueron los palos que recibió McDonnell, víctima de las odiosas comparaciones con JRJR y, de nuevo, quizá con otro dibujante que hubiera tenido más simpatías entre el público de entonces, la etapa de O’Neil estaría mejor posicionada. El número redondo que relata la batalla final entre unos blindados Stark y Stane trajo consigo a un nuevo dibujante, Mark Bright, que seguiría junto a los retornados Michelinie y Layton. Otro lapicero competente, sin lugar a dudas, mejor considerado que su predecesor, pero lejos, en el favor de la parroquia lectora, del señor Romita hijo.
Hace unos años, Panini Comics reeditó en su línea Marvel Gold esta larga e imprescindible etapa en la historia de Iron Man.
Etapa algo desigual, con varios aciertos (básicamente el argumento de Iron Man 1 se extrajo de aquí, Rhodes con la armadura, etc). La pena es que los dibujantes que le tocaron en suerte a veces no acompañaban, como acertadamente se cita en el artículo.
Esta es la primera etapa que yo coleccioné mes a mes de Iron Man. El personaje me gustaba, tenía los cómics se Surco (inigualable impacto el del número 3 contra Hulk), pero casualmente desde el 14 Forum empecé a coleccionar de manera firme al personaje… justo el primero de O’Neil.
A mí, será la nostalgia o qué, me parece una etapa brillante. Un giro radical que ni los de la última década, narrado en pocos cómics (a fuego lento, en aquella época) y reconstruyendo al héroe desde la base misma de su motivación, que se renueva con incluso mayor determinación que en su origen real.
Siempre he pensado que otros momentos de renacimiento posterior se inspiraban en esta lejana historia, como el Stark Dissasemble de Fraction para reconstruir al personaje que venía extremadamente dañado de la etapa Civil War.
Aunque nadie ha hecho tan protagonista y tan frágil a Tony Stark como Oneil, lástima que los lápices fueran malos con avaricia.
Esta etapa me engancho en su época pero le pasa lo que dice el articulo y comentarios, el dibujo la lastra muchísimo y la hace invendible a lectores posteriores y seguramente por ello está tan olvidada. Un poco como le ocurre en está misma época al Capitán América de Mark Gruenwald.
Con mejores dibujantes quizá hoy estaría a la altura de Michelonie y cia. e igualmente revindicable.
Ayudad a un ignorante. ¿Por qué tanta crítica contra Luke McDonnell en esta colección y cero críticas al mismo dibujante en su paso por Suicide Squad?
Quiero decir, ambas etapas tienen unos guiones cojonudos (no me meto con cual es mejor. Ambas series, a su estilo, son muy buenas), tienen al mismo dibujante (y me atrevería a decir que en Iron Man luce mejor. A la hora de narrar acción, por ejemplo, le veo emplear más recursos narrativos que en la seire del Escuadrón), pero por algún motivo que se me escapa, el lector corriente hace de menos el cómic de Iron Man mientras que al Escuadrón no le ven ningún handicap.
McDonnell no es un dibujante extraordinario, pero creo que hizo un trabajo correcto. Me gustaba sobretodo como representaba las miserias de la vida alcoholica de Stark, con un toque degradante y triste en consonancia con los guiones. Vale, en la década de los 80 ser un dibujante correcto entre tanta estrella era condenarte o a las criticas o a ser ignorado. Pero yo le veía más interesante que Paul Neary en Captain America o Ron WIlson en The Thing, por ejemplo…
Iria con prisas el hombre
Yo mismo adoro al McDonell del Escuadrón. No entendería la serie sin él. Pero su Iron Man es muy duro, y no precisamente por la armadura.
No me imagino la Doom Patrol en otras manos que las de Richard Case… o intentar superar el The Question de Denys Cowan. Ahora pónmelos a uno en los Vengadores y a otro en Spider-Man