Durante años, Tony Stark fue un brillante joven de sobresaliente inteligencia –un impertinente niño prodigio, característica heredada de su padre, otro genio de la tecnologia– que, tras heredar los millones y empresas de sus fallecidos progenitores, se ocupó de engrandecer el apellido familiar en la base de creación y venta de armas y municiones. Eran duros tiempos para los USA y muchos eran sus enemigos, la mayoría, procedente del Lejano Oriente y en forma de retorcidos y crueles hombrecillos.
En una exploración de campo en Vietnam, el comando que acompañaba al millonario Stark cayó en una trampa mortal: una mina terrestre acabaría con las vidas de sus escoltas y dejaría a Stark a merced de los lobos cuando un trozo de metralla le atravesó el tórax sin darle esperanzas de vida, aunque quien le encontró fue justamente aquellos a los que combatía con su ingenio. Wong Chu, el astuto malvado de la historia, decidió usarle en su contra. Mintiéndole sobre su estado de gravedad, prometió operarle para extraer la metralla que amenazaba su corazón si a cambio volcaba su ingenio en su favor. Tony Stark supo reconocer la mentira y accedió, aunque manteniendo oculta su propia agenda. Socorrido providencialmente por Yinsen, otro genio de la física, construyó un arma, sí, pero con un destino totalmente opuesto a lo esperado por sus captores. Se trataba de una armadura cuyo peto le mantendría con vida a la par que los ingenios incorporados le servirían para acabar con sus enemigos.
De este modo, el que hubiera gozado de una vida aparentemente dichosa y entregada principalmente a su hedonismo, se vio obligado a reorganizar su futuro en pos de la supervivencia. De pronto ya no era el centro del universo ni el mundo estaba creado para complacerle. Tony Stark descubriría que la vida podía agotarse en cualquier instante y, que al igual que él fue prisionero de injusticias y maldades, otros muchos carecían de su ingenio y, hay que reconocerlo, su suerte, para salir airosos. Pero para todos ellos habría, desde aquel momento, alguien más, un misterioso y poderoso personaje enfundado en una armadura que evolucionaría más y más, estilizando su diseño y reforzando su armamento hasta convertirse en un Vengador.
¿Y qué más?
Mucho, mucho más. Iron Man siempre fue un personaje popular, uno de los pilares del Universo Marvel. Cofundador de los Vengadores y protagonista de su propia serie, se convertiría en una referencia continua en muchos aspectos. Pero su fama quedaría un tanto eclipsada por años a raíz del auge de los aún más misteriosos y trágicos mutantes. Pero eso estaba destinado a cambiar.
La Guerra Civil fue un acontecimiento que cambió el eterno status quo del mundo superheroico. ¿Para qué buscarse enemigos con amigos así? Y es que se plantearía una incómoda pregunta de difícil respuesta: ¿Se puede aceptar la libertad de movimientos y acciones a cualquiera que posea superpoderes? Dada la plasticidad de los seres humanos en el Mundo Marvel para adquirir capacidades más allá de lo pensable, ¿se puede o debe restringir o controlar su uso en aquellos que no estén debidamente preparados? Si se requiere un permiso para adquirir un arma, ¿qué menos que algo similar frente aquellos que poseen puños capaces de demoler un edificio entero?
Las consecuencias de todo ello se vio en USA y, recientemente, aquí mismo, en España. Se abrió un frente de lucha con trágicas consecuencias, pero, entre ellas, Iron Man salió más que reforzado, sumando a su poder intelectual y económico, el político.
Siempre ha resultado interesante comparar y conjugar las distintas armaduras que nuestro Hombre de Hierro favorito ha empleado en el curso de los años. El diseño cambiaba, pero, ¿qué hay del hombre de su interior? ¿Qué hay de Tony Stark?
Para un hombre como Stark, capaz de simplificar el mundo en sus componentes, reordenarlos, diseñarlos y construirlos, cuanto le rodea es motivo de su análisis y evolución, y ello implica edificios, vehículos, armas, paisajes y personas. ¿Por qué no reformar ese caótico mundo en uno mejor? Es un visionario, un escultor que usa sus ojos para ver lo que quisiera ver y sus manos para arrancar del barro la suciedad que empaña su visión. Es un genio y puede mirar más allá del segundo, del día y de la década siguiente, y ello, en demasiadas ocasiones, le ha llevado a ignorar que sus máquinas pueden no sufrir, pero las personas sí. La inteligencia artificial más compleja carece de la más mínima emoción natural que influye las vidas de cada uno de nosotros y ahí, quizás, radique uno de sus más importantes defectos, porque de tanto mirar a través del tiempo y espacio, de limitar su visión al mañana y a paneles de diseño ergonómico, olvida que los seres humanos son eso, humanos y que él no deja de ser uno de ellos. O si lo sabe, lo olvida, voluntaria o involuntariamente, porque incluso ser un genio es sencillo cuando la alternativa implica reconocer e implicase emocionalmente en quienes te rodean.
Los humanos somos imprevisibles, fracasados, débiles y absurdos en demasiadas ocasiones. Dos y dos no siempre suman cuatro, y eso frustra para quien obtiene integrales y potencias múltiples con apenas pensarlo, de ahí que fallase en lo que otros pudieran ver venir, y que esa decepción al descubrirse que aún no es la máquina precisa y literalmente lógica a la que aspira convertirse puede fallar, refugiándose en el alcohol. Es un gigante de pies de barro cuyo sueño consiste en sustituir esos pies por unos metálicos que respondan con la sencillez con que obedecen las máquinas. Por más que el diseño de su armadura cambie, no logra dejar atrás su humanidad imperfecta. Parte de Iron Man ya es parte de él. Hombre y máquina se funden, se compenetran con el deseo de que un día aquello incomprensible para él quede borrado de su disco duro y viva en un mundo reglado y en perfecto orden. Sus visiones sobre el futuro son perfectamente lógicas, porque esa es su virtud, pero quizás olvida que en ese futuro quienes han de vivir no son sino sus incomprensibles humanos. Y si finalmente arranca de su memoria y su ecuación el factor humano, tendrá el mundo perfecto que nos recordará el viejo cuento de Ray Bradbury, Vendrán lluvias suaves.
La complacencia y hedonismo de su infancia y adolescencia quedó truncada a raíz de su primer conflicto serio, de la primera vez en que vio la muerte cara a cara. Ello le cambiaría sustancialmente y, de esta forma, el mundo cambió igualmente. No hay duda de que su planteamiento es el de hacer el bien, de ayudar a los más necesitados y, ¿cómo podemos saber si tiene o no razón cuando esa es una cuestión que nadie ha sabido responder? ¿Qué es lo que está Bien y dónde radica el Mal? ¿Acaso existen realmente más allá del juicio propio? ¿Y quién puede culpar a un genio como Tony Stark que no ponga todo su empeño y habilidades en esforzarse por cambiar el mundo con el fin de que el caos no se apodere de cuanto existe?
Quizás lo hagamos los demás, porque la culpa no es sino un sentimiento tremendamente humano. Sabemos lo que él pretende, estemos a favor o en contra. La cuestión sería, si tuviéramos su intelecto, su dedicación, su poder, ¿qué haríamos nosotros?
Sí, yo también guardaría silencio.
Muy buen post,si se señor.
la cosa cambio cuando recibio su dosis de extremis, q lo hace equiparable a hulk o thor, aun sin la armadura. lo malo de ello es q nadie repara en ello, en los futuros guiones de los comics.