Voy a empezar con una frase que tengo algo aborrecida, que habréis leído varios miles de veces pero que no deja de encajar a la perfección en esta reseña: no hay obra de
Los guiones de Koike siempre siguen la misma pauta. Para algunas obras que he leído, el desarrollo de la obra es muy parecido. Lady Snowblood, un relato de venganza, al igual que El lobo solitario y su cachorro, comienzan con historias cortas que apenas desvelan sobre la verdadera meta del personaje; funcionan a modo de introducción de sus habilidades y metodología y su personalidad y carácter, pero poco a poco dejan entrever las verdaderas intenciones y su fin último hasta que llega un momento en el que todo se conjuga hacia una historia con unos personajes protagonistas y una historia muy claros. Kei, crónica de una juventud, comienza de la misma manera, con la presentación de un personaje que, tras perder a su amada, va en su busca.
Al igual que todos los personajes creados por Koike, Kei tiene una marcada personalidad; es un personaje muy sólido cuyos valores recalcan muy fuertemente el camino que seguirá y su conducta en el futuro. En este caso, somos capaces de ver a uno de los protagonistas más originales que el guionista japonés ha creado: repleto de un resentimiento eterno hacia el ser humano sus vilezas, las cuales le separaron de su amada, Kei se convierte en un defensor de las mujeres, en su protector. Todo su odio deriva del maltrato a las mujeres y su comportamiento se rige en función de una dedicación exclusiva a su protección, además de sentirse —momento especialmente desgarrador— apenado por sentir esos mismos sentimientos de atracción a una mujer que conducen a ésta a oficios como la prostitución y a hombres al posterior maltrato de la mujer. Kei, crónica de una juventud, se presenta no solo como un relato de aventuras y acción sino un triste pero alentador alegato en defensa de la mujer, un ejercicio repleto de comprensión y solidaridad, lo que convierte a su personaje en un aventajado y a sus autores en unos defensores de la causa feminista.
Pero esa solidez de carácter, esas convicciones y valores tan firmes confinan a los personajes de Koike a un rol del que parece que no pueden salir, como destinados a una estrechez de miras que no les permite actuar en contra a sus principios, contradecirse o incluso arrepentirse. Es una solidez que socava la profundidad, el calado de los personajes; y sus actos, por tanto, no llegan a sorprender. Sorprende el artificio; es decir, sus métodos, sus razonamientos y estrategias —cómo un solo guerreo es capaz de vencer a diez, cómo se las apaña para engañar a un asesino formidable o su forma de rechazar a una mujer que claramente se le está insinuando—, pero todo está encaminado en pro de sus principios; no se contradicen y siempre actúan correctamente: sus males, por tanto, provienen de desgracias acaecidas por motivos ajenos a ellos. Kei, en este aspecto, es igual que el resto de creaciones de Koike: se comporta dignamente, es fiel a sus principios y nunca contradice sus valores, pero su pasado en este caso es ambiguo: está marcado por la vergüenza, pues ha sido despedido por su señor, y porta la cicatriz del cobarde. Es cuestión de tiempo que averigüemos si se ajusta a esta ecuación o es capaz de salir con algo nuevo.
Pero al contrario que obras como Hanzô: el camino del asesino o El hombre sediento, cuyos protagonistas son de clase alta, Kei es un rônin, un samurai errante, prácticamente un vagabundo. Esto es importante porque gran parte de los relatos tienen lugar en caminos, en casas de posta o en mitad del campo, lo que supone una excusa perfecta para que Goseki Kojima se luzca en los escenarios: un paisaje campestre al atardecer, un molino en mitad de un bosque en el que esconder a una mujer herida, la arquitectura de una casa tradicional o el bullicio de una posada repleta de viajeros —una pena que no estén incluidas las páginas a color que abren cada capítulo—. Kojima es capaz de recrear escenas de acción de manera prodigiosa, sin palabras, sin descansos, pero es también un maestro creador de personajes: la solidez y fuerza de carácter de los personajes de Koike no es nada sin la expresividad que Kojima les otorga: ese breve gesto que denota vergüenza, es cara rígida de arrepentimiento o la furia en unos ojos rabiosos.
Entonces vuelven los Samurais, el lirismo, las enseñanzas milenarias y el camino del infierno. Vuelve el deleite.