Cuando la tragedia se infiltra en lo cotidiano
El 4 de mayo de 1970, en la Universidad Kent State de Ohio, la Guardia Nacional abrió fuego de forma injustificada sobre centenares de estudiantes universitarios desarmados que se manifestaban para expresar su sentimiento antibélico en el marco de la guerra de Vietnam. Aunque la ráfaga de disparos apenas duró 13 segundos, se acabó saldando con cuatro estudiantes muertos y otros nueve heridos. Una tragedia tan horrible que estremeció al país entero, quedando grabada a fuego en la memoria histórica de los Estados Unidos.
Publicada originalmente por la editorial norteamericana Abrams Books en 2020, ahora recibimos una traducción al español de esta obra por parte de Astiberri. Su creador, Derf Backderf, ejerce de autor completo en esta ocasión para dar lugar a una narración que le valió un premio Eisner al mejor cómics basado en hechos reales.
La forma en que Derf Backderf decide construir la historia de Kent State es lo primero que llama la atención de este cómic. Lejos de intentar conceder un toque hiperdramatizado a los acontecimientos que se van narrando, Backderf opta por un enfoque realista con el que se nos intenta poner en la piel de ciertos personajes. Mientras que ellos continúan su vida con relativa normalidad, la tensión crece tanto en su ciudad como a lo largo de todo el país con motivo de una guerra en la que lo único que muchos ven es una matanza injustificada de sus propios hermanos por parte del país que dice protegerlos. Fruto de esta tensión, las diferencias entre aquellos que apoyan el conflicto y aquellos que lo rechazan se amplían, se recrudecen y conducen a una especie de Guerra Fría local donde la desconfianza y el miedo se apoderan de la población.
Al más puro estilo de Alfred Hitchcock, Kent State es una bomba a punto de explotar. Está a plena vista, tiene temporizador, pero no se puede desactivar. Y es que Backderf nos deja explícitamente claro desde la propia portada lo que va a pasar. El autor quiere que sus lectores sepan en todo momento el trágico desenlace nos espera al final de esta historia. De este modo, se apela a la memoria y el saber generales para generar un poderoso contraste entre los traumáticos sucesos que nos esperan y la normalidad tan cotidiana que los anteceden.
Kent State, eso sí, no es un cómic para todo el mundo en el sentido de que este impactante contraste, si bien es uno de sus mayores aciertos, se basa en ofrecer unos dos primeros actos de narración muy lenta y un último acto cuya crudeza y brutalidad provocan escalofríos.
El estilo de narración de Kent State, de hecho, se parece más a lo que podríamos denominar como una especie de “docucómic” que al de los cómics a los que gran parte de los lectores estarán acostumbrados. Esto quiere decir que, a la vez que se busca transmitir esa sensación de vida cotidiana que poco a poco se ve trastocada por la tensión de un conflicto, también se dedica un número importante de sus páginas a exponer información enciclopédica que aporte un contexto importante sobre los acontecimientos que se nos están narrando. Estos fragmentos de texto enciclopédicos pueden hacerse bastante pesados, rompen el ritmo de la lectura y podrían incluso considerarse una decisión narrativa pobre dado que dejan a un lado los recursos propios del medio a la hora de transmitir información esencial para la historia.
Sin embargo, una vez más, creo que hay que aproximarse a la lectura de Kent State con la mentalidad de que estamos ante una especie de “docucómic” o, dicho de otro modo, una especie de trabajo intrínsecamente periodístico e histórico que simplemente opta por el formato del cómic para desarrollarse, como bien demuestra el extenso apartado que se encuentra al final del tomo en el que el autor se dedica a citar las fuentes de donde ha obtenido la información para escribir cada página; una demostración apabullante del rigor fáctico con el que Backderf ha querido impregnar esta obra. Si nos atenemos a esta mentalidad, resultará mucho más sencillo procesar los extensos fragmentos de texto enciclopédico y el ritmo pausado de la narración.
El dibujo de Kent State también se traslada al plano realista para ofrecernos una estampa creíble y precisa de cada escena a través de sus trazos en blanco y negro. Podemos encontrar, eso sí, cierto grado de caricaturización en los cuerpos de los personajes, especialmente en los rostros, pero tan solo se trata de un rasgo distintivo del arte de Backderf que no nos saca en ningún momento de la historia.
Personalmente, debo decir que leer Kent State me ha resultado una experiencia profundamente enriquecedora con la que he reflexionado y comprendido desde un nuevo punto de vista cómo se viven este tipo de conflictos, cómo escala la tensión de los mismos y cómo ello afecta a las personas desde el plano más cotidiano. Me ha resultado especialmente revelador, además, que el proceso de lectura de este tomo haya coincidido con un viaje que he hecho a Turquía. Cuando empecé a leer Kent State, muchas de las situaciones que propone me resultaban bastante ajenas porque yo no he vivido nada ni remotamente parecido a mis 22 años de edad. No obstante, la cosa cambió cuando llegué a Estambul.
Turquía es un Estado tremendamente conservador en el que la militarización está a la orden del día. Situaciones que en Kent State se muestran como algo terrorífico e injustificado, véanse calles patrulladas por fuerzas policiales fuertemente armadas e intimidantes, son la realidad habitual del país. El paralelismo, no obstante, trascendió a una dimensión mayor cuando visité una de las universidades de Estambul que es conocida por constituir uno de los principales focos de juventud progresista en la ciudad. Me quedé helado al ver cómo aquel campus estaba rodeado de furgones policiales y guardias apostados con metralletas. Imaginar un escenario así alrededor de la universidad en la que curso mis estudios en España me resulta impensable ahora mismo.
Pero la cosa empeoró todavía más cuando empecé a hablar con algunos de los alumnos de allí y me contaron las desgarradoras condiciones bajo las que se cohíbe su libertad. A la vigilancia policial intensiva se le suma el desprecio por parte de la mayoría de personas hacia las ideas progresistas; entre esa gente, de hecho, se encuentran muchos de los miembros de la fuerzas de seguridad.
Los alumnos saben que quien se intente manifestar acabará casi seguro en una situación peligrosa. Con una naturalidad pasmosa, una chica me explicó cuál era la calle en la que, hacía un mes, decenas de antidisturbios habían acorralado a la mayoría de manifestantes antes de que cargaran contra ellos con gas y agresiones físicas.
“El año pasado hicieron lo mismo cuando fui, así que ya tenía pensado por dónde íbamos a escapar. Después de eso nos limpiamos las lágrimas y fuimos a tomarnos un chocolate. Estuvo bien, esta vez había más gente”.
Era el 8 de marzo.
Kent State nos ayuda a comprender de primera mano cómo es vivir una situación tan dura. Desde la empatía con la que desarrolla a sus personajes, nos recuerda que nunca estamos exentos de repetir unos errores que, por desgracia, no son solo cosa del pasado.
Lo mejor
• El gigantesco trabajo de documentación que hay detrás.
• La cotidianidad que contrasta con una historia tan tensa.
• La capacidad para hacer entender a los lectores cómo se vivía aquella situación.
Lo peor
• Lenta y densa en muchas de sus páginas.
• Al tratar a tantos personajes a la vez, la narración puede volverse algo dispersa por momentos.
• Da tanta información que puede llegar a abrumar.
Guion - 8
Dibujo - 7.5
Interés - 10
8.5
Cruda
Un meticuloso trabajo de documentación cuya lectura resulta tremendamente enriquecedora. Su ritmo lento y denso, sin embargo, puede suponer una barrera para algunos.