Kiki de Montparnasse

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Edición original: Kiki de Montparnasse (Casterman, 2007).
Edición nacional/ España: Kiki de Montparnasse. Ed. ampliada (Sins Entido, 2011).
Guión: José-Louis Bocquet.
Dibujo: Catel Muller.
Color: B/N.
Formato: Tomo cartoné 416 págs.
Precio: 22€.

 

He quedado gratamente conmovido por este tebeo sobre la vida de Alice Prin, más conocida por el sobrenombre artístico Kiki de Montparnasse. Como todo el mundo, me sonaba este alias y conozco y admiro la serie de fotografías que el genio de Man Ray le dedicó, en particular El violín de Ingres, una de las imágenes más populares del siglo XX, la misma que se homenajea en la portada de este grueso volumen. Pero poco sabía de la extraordinaria mujer que alentaba detrás de la representación icónica legada por artistas y escritores hasta la lectura de la obra de la dibujante Catel Muller y el guionista José-Louis Bocquet. Una biografía sensible, a veces cómica, a veces doliente, que ubica a esta musa de artistas, fervorosamente independiente, procaz y adelantada a su tiempo, en el contexto irrepetible de las vanguardias estéticas y los turbulentos años de entreguerras, cuando brilla su volcánica personalidad en los Cafés y en las noches en blanco de la cosmopolita capital francesa; y luego, cuando la lenta e inevitable decadencia, alimentada por múltiples excesos, la destruyen, ante la indiferencia de una sociedad distinta, más cínica y pragmática, nacida de los horrores de la II Guerra Mundial.

«Durante más de veinte años fue la musa del barrio parisino de Montparnesse. Alice Prin, a quien llamaban Kiki, posó para los mejores pintores de la Europa de entreguerras y se relacionó con los artistas más relevantes de aquella época: Man Ray, Picasso, Breton, Cocteau, Duchamp… Kiki de Montparnasse no solo es un excepcional retrato de una mujer apasionada y vanguardista, sino también el testimonio de una época: los Años Locos en Francia, en los que la gente trataba de olvidar la reciente guerra y de no pensar en la que se avecinaba
[Extracto de la contraportada]

Al igual que otras biografías ficcionadas, Kiki de Montparnasse tiene algo de relato descuadernado, de personajes que entran y salen amparados por el fulgor de sus nombres (Picasso, Hemingway, etc.), de elipsis radicales motivadas por el caudal inabarcable del anecdotario real. Hay, por supuesto, otras historias que atañen a Fujita, Kiesling, Man Ray, Tzara, etc. apenas sugeridas para no entorpecer el discurso principal y que llenarían sin problema otros libros tan voluminosos como este. Kiki, como su admirada Louise Brooks (con quien coincide en peinado), vive deprisa, aspirando a una plenitud vital que se le sospecharía vedada por sus orígenes humildes y su desprecio de las convenciones burguesas. El desenfreno de Kiki, su pasión por el canto, el baile, el arte y el sexo, es un desafío a la muerte, también al aburrimiento que no es sino la muerte en vida. Un pulso a lo efímero, a lo banal, con la eternidad como meta, salpicado el camino de intensos goces y amargas decepciones. Modelo, vedette, cantante, actriz, pintora ella misma (una muestra de su obra fue expuesta con éxito en 1927), su inagotable vitalidad se refleja en estas páginas. Para ello, Bocquet, con experiencia previa en las biografías de Hergé o Goscinny, dosifica en capítulos de entre seis y treinta páginas, ayudado por una generosa documentación, los hitos fundamentales de la musa, con atención especial a su relación sentimental y profesional con Man Ray, sin olvidar detalles más íntimos (como la devoción por su abuela analfabeta) que la humanizan. Es la vida de Kiki una huida hacia adelante en la que el fervor de sus amigos parisinos oculta a duras penas el repudio de su madre y de los primos con quienes se crio. Para su familia de hábitos campestres, ignorante de la bohemia capitalina, Alice no es más que una prostituta con ínfulas.

A veces Bocquet cae en la tentación de la hagiografía, convirtiendo el tebeo en una suerte de «quién es quién» del artisteo de la época, como en el capítulo dedicado a la instantánea de un baile de disfraces (pág.215-218). El escritor imprime un ritmo impecable durante el primer tercio del relato, aquel que compete al nacimiento y juventud de Alice y a su conversión en la modelo conocida como Kiki, apodo ideado por uno de sus amantes, el pintor polaco Maurice Mendjisky. Después, los variopintos intereses de la protagonista y el esfuerzo del escritor en representarlos todos, siquiera brevemente, difuminan el hilo argumental, enredado en una sucesión de posados y canciones picantes. La estrella de Kiki se eclipsa y, poco a poco, un aire de mustio desencanto se apodera de los tramos finales. Como todos los seres de vitalidad arrolladora, Kiki coquetea con la autodestrucción, en este caso en forma de alcohol y drogas.

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Si Bocquet aporta la densidad dramática, la irresistible frescura narrativa corresponde a Catel Muller. Su estilo entre Joann Sfar (Vampir) y Marjane Satrapi (Persépolis) insufla viveza al expresivo rostro de Kiki, así como un desarmante decoro a las abundantes escenas de desnudez. Muller, con experiencia previa en el dibujo infantil, lo sacrifica todo a la claridad expositiva. De trazo simple y desmañado, sus lápices capturan la verdad anímica de los personajes y la esencia de la ambientación hasta el extremo de que se respira el frío de los pisos sin calefacción o el jolgorio vivificante de los antros parisinos donde corre el alcohol. Catel juega con el nivel de detalle y la caricatura para obtener efectos concretos como esa expresividad cómica cercana al manga o, por el contrario, la reproducción más precisa de las cimas artísticas protagonizadas por Kiki. Para agilizar la acción su recurso favorito es no cerrar las viñetas. Prácticamente en cada página hay un panel sin marco. Pero no desprecia técnicas más sofisticadas como la hermosa splash-page de la pág.19 en que la niña Alice sube con sus amigos a un árbol a comer cerezas, una metáfora que alude a la vez al fruto prohibido y a la extraña genealogía de los participantes, con progenitores desconocidos o ausentes.

Al revés de otras obras de temática vecina, como Arlerí de Baudoin (sobre un pintor y su modelo) o Pascin de Sfar (sobre el autor homónimo), Kiki de Montparnasse apenas contiene reflexiones sobre la creación y sus misterios. Cuando tales pretensiones se expresan en frases o proclamas, resultan ajenas, como parte del paisaje vital de la protagonista mas no como motores de su proceder. Kiki vive a su antojo, ajena a trascendencias místicas, incluso burlándose de ellas: «A los artistas siempre os hacen falta razones complicadas para desnudar a las mujeres«, le dice a Man Ray. «¿Crees que necesito pensar mucho para lo del destape? ¡Para mí es como respirar!» (pág.286-287).

La editorial Sin Sentido nos trajo en 2007 Kiki de Montparnasse (así como, unos años más tarde, la siguiente obra del dúo: Olympe de Gouges, sobre la autora de la Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana en 1791). En 2011 publicó en cartoné la versión revisada y ampliada (con capítulos nuevos como 1931-Saint-Tropez o 1934-Cabaret Kiki y páginas añadidas como en el caso de 1932-Berlin). Esta edición corregida es la que he usado para mi reseña.

  Edición original: Kiki de Montparnasse (Casterman, 2007). Edición nacional/ España: Kiki de Montparnasse. Ed. ampliada (Sins Entido, 2011). Guión: José-Louis Bocquet. Dibujo: Catel Muller. Color: B/N. Formato: Tomo cartoné 416 págs. Precio: 22€.   He quedado gratamente conmovido por este tebeo sobre la vida de Alice Prin, más conocida…
Guion - 8
Dibujo - 8
Interés - 9

8.3

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Luisru
Lector
25 enero, 2016 12:57

Estupendo cómic, que solamente merecería la pena por las biografías del final, y que yo creo que logra captar perfectamente el ambiente de la época y retratar a un personaje tan complejo como debió de serlo la entrañable Kiki, reflexionando de paso sobre las clases sociales, los convencionalismos burgueses, etc. Muy recomendable.

Estupenda reseña también, Javier, ¿has leído el siguiente cómic de estos autores, dedicado a Olympe de Gouges? Para mí es algo inferior pero también merece la pena.