Recién dejado atrás agosto, el mes Kirby por antonomasia, regresamos al ataque con un nuevo artículo celebración por su centenario. Decimos que es el mes Kirby pues el día 28 fue su cumpleaños efectivo y el mundo del noveno arte se sumó a la celebración (para muestra, repasen el fantástico editorial de mi compañero Nacho Teso en la Zona Marvel Plus de la pasada semana). En este caso nos vamos a acercar a un terreno muy personal para el artista, ya que vamos a centrar nuestro análisis en el fenómeno patriótico, derivado de la II Guerra Mundial, y ya de paso su aportación al propio género bélico. A estas alturas, todo el mundo conoce al Capitán América. Lo cierto es que Jack Kirby y Joe Simon crearon a este personaje como respuesta al avance del nazismo en Europa. Kirby siempre se verá asociado, desde entonces, a cualquier referencia que se haga al tema del patriotismo en los cómics. Por otro lado, Jack fue reclutado para servir en el ejército y tuvo que luchar en la misma contienda armada. Eso le confirió una serie de experiencias que luego supo trasladar a su abundante producción. Así pues, con la intención de matar dos pájaros de un tiro, nos acercamos a estos dos fenómenos tan relacionados y veremos que le debemos el Rey en ambos territorios. Por supuesto, nos vamos a detener en obras concretas, pero antes se hace necesario un somero repaso de tales cuestiones, en aras de una mejor comprensión. Comencemos por ver como el mundo del noveno arte asume y recoge toda la ola patriótica surgida alrededor del conflicto armando.
Cómic patriótico y propaganda. Estado de la cuestión
El cómic es una de tantas expresiones de la cultura popular de la que se pueden extraer conclusiones para analizar el pulso del momento. Otra herramienta más a la que acceder para intentar comprender el impacto de un fenómeno tan devastador como la II Guerra Mundial. Aun así, el noveno arte es anterior a los años 40, no hace falta decirlo, por lo que podríamos rastrear su impronta en el tema bélico incluso hasta el periodo de entreguerras. Para comprender su alcance e influencia debemos ser conscientes de cuál era el uso y el pensamiento de ese primigenio arte en viñetas. Dirigido a audiencias de corte infantil y juvenil, muchos podrían pensar que nos encontramos ante pura fantasía, nada más que alucinantes historias para divertimento del respetable; esta afirmación tiene su parte de verdad, pero si se indaga un poco más de la colorida superficie podemos atisbar que el comic-book norteamericano ha reflejado la sociedad estadounidense desde sus mismos inicios. Llegados a un momento tan definitivo como el estallido de la peor conflagración de la historia, el público de los EEUU no sabía muy bien a qué atenerse. No estacaban acostumbrados a lo que en Europa ya se había conocido como la “guerra total”. Desde la Guerra de Secesión (1861-1865) todas sus operativas militares se ceñían a escaramuzas varias, siendo las distintas poblaciones indias (originarias de la región) el principal blanco de sus operaciones. La II Guerra Mundial causó un impacto tremendo allende de los mares. Los norteamericanos pusieron sus primigenios esfuerzos en ayudar en lo que podían a los distintos bandos en liza.
Tenemos dos frentes diferenciados en abierta pugna, por lo que el adoctrinamiento y la propaganda fueron algo habitual en toda sociedad con intereses en el conflicto. En USA lo podemos rastrear en los numerosos posters colocados estratégicamente en las calles o en los seriales que se ofrecían de forma previa antes de cada película, informando sobre el estado de la guerra. Por supuesto, no podemos olvidar las tiras de prensa (strip en su idioma original) donde el humor político era algo habitual desde comienzos del S. XX. Pero también lo advertimos de manera evidente en las revistas pensadas para niños surgidas al amparo de la Gran Depresión. Durante esa época vimos el nacimiento del superhéroe, donde, de forma maniquea, se intentaba trasladar la disyuntiva puritana del bien incólume vs el mal depravado. Este subgénero recogía influencias varias para crear una amalgama que caló y mucho en el lector. Hay trazas de cómic bélico en él, pues en la mayoría de ellos se presentaba a los soldados como relucientes héroes sin mallas. De años tan lejanos como los veinte del pasado siglo podemos atestiguar obras como Halt Friends! (1924), donde se describe la experiencia de soldados en la I Guerra Mundial o Happy Days (1928), realizada por un militar norteamericano, Alban Butler, también con temática centrada en la Gran Guerra. Son trabajos de claro cariz panfletario donde se trataba de enaltecer la participación de voluntarios estadounidenses, aunque el segundo trataba de elevar un poco la visión sobre el resultado de la guerra, sobrepasando el simple gag en muchas ocasiones. Son dos ejemplos de los muchos que podríamos citar en una industria que trataba la cuestión de la guerra desde su propia perspectiva.
Conforme arribaban las campanas del conflicto, los enemigos que pululaban por los comic-books no tardaron en transmutar a caras reconocibles del entorno del Eje, formado por Alemania, Italia y Japón. En la década de los treinta teníamos como malvados antagonistas a codiciosas corporaciones y a egoístas villanos. Con la llegada de la guerra, en muchos de los tebeos más populares de la época se transformaron en odiosos nazis o taimados “japos”. Sin duda, estos últimos eran elementos desestabilizadores para una sociedad que había recorrido un largo camino para asentarse. Una de las interpretaciones que se da al héroe (lo que incluye al superhéroe), ya sea en tira o en revista, es su fuerte carácter como representación de los valores de una comunidad concreta y como simbolizan la estabilidad en los tiempos de caos. Ya seas Tarzán, Terry (el inmortal personaje creado por Milton Caniff), Superman o la Antorcha Humana, el coraje que se te presupone al ser el protagonista de la función te obliga a ser guardián del statu quo reinante de una manera conservadora. Normalmente, este hecho llevaba aparejada una imagen idealizada del conflicto intrínseco: se luchaba con la certeza de que el bien te asistía; el héroe lucha por mantener y mejorar la sociedad. Para que eso tuviera un sentido, toca convertir a alemanes y japoneses en los tipos más abyectos del universo, portadores de todos los males habidos y por haber: crueles, lascivos, traidores, cobardes, abusones…. todo un catálogo de maldades que termina por conseguir un efecto casi contrario, pues de ser imagen terrible pasaban a convertirse en caricaturas, fotos desdibujadas por tanta exageración; en pocas palabras, eso que podemos denominar “malo de opereta”, que tanto se prodigó durante la Golden Age y que incluso llego a perdurar en los inicios de la Silver Age. Sin mucha dificultad, se podía llevar hasta al absurdo, identificando a la mayor máquina de guerra europea como una torpe y deslavazada fuerza de conquista. La cuestión era tan simple (o eso al menos se buscaba reflejar en viñetas) como que los americanos seguían las reglas y ganaban, mientras sus enemigos no paraban de engañar, de tratar de vencer haciendo trampas, y constantemente perdían.
En este juego de toma y daca, muy a menudo se habla del impulso patriótico que se dio en el cómic en USA. El hecho de que los principales villanos para Superman se tornaran amenazantes germanos, aunque el bueno de Clark Kent nunca pisó el teatro de guerra, o la profusión de superhéroes vestidos con las barras y estrellas (The Shield o el Capitán América, del que hablaremos largo y tendido, por citar dos ejemplos) provocaba cierto grado de hilaridad en la Alemania nazi. Así, tenemos declaraciones de importantes gerifaltes del régimen, como el mismísimo Joseph Goebbels, el gran ministro de la propaganda, que no le temblaba la voz al afirmar cosas como que Superman era la creación de los judíos que mejor representaba todo lo que estaba mal en la sociedad norteamericana. El propio Adolf Hitler denostaba la cultura popular de los EEUU, lo que incluía toda la producción que se realizaba en los famosos tebeos. Le ofendía como forma de expresión barata y chabacana. En realidad, el concepto que el Führer tenía de Norteamérica era muy, muy bajo; incluso contando con un alto porcentaje de raza aria entre sus pobladores, en su “elaborado” razonamiento, le parecían gente de baja estofa que se dejaba controlar por negros y judíos. Ante semejantes lindezas poco más podemos añadir. No nos debe extrañar que ciertos jóvenes artistas tuvieran el impulso natural de arrearle un buen puñetazo. Hablamos claro, del dúo Simon-Kirby. Este último decía bien claro lo que pensaba de Hitler: “¿cómo alguien desconocido pudo hacerse tan de repente con el poder? Salió de la nada. No era nadie. De hecho, incluso perdió su grado de teniente. No era lo suficientemente digno para esa gradación y todavía consiguió alzarse sobre las masas con esos discursos encendidos… Así, aquí tenemos al pequeño hombre que ha conquistado Europa, ¡por sí mismo! Y todo lo tuvo que hacer fue influenciar a la gente”.
Puede parecer que los Estados Unidos buscaban unirse a la guerra de la forma más rauda posible. Nada más lejos de la realidad. A la altura de 1940, la mayoría de la población prefería mantenerse alejada de la batalla. Y aquellos que sí estaban dispuestos no se alineaban con un único bando, pues había sectores abiertamente pro- Eje (lo que llegó a desembocar en la configuración de la organización conocida como Bund, un entorno quintacolumnista pro-alemán en territorio americano). Como todo el mundo sabe, la cosa cambió de forma radical con el incidente de Pearl Harbor. Pero meses antes de la entrada efectiva en la guerra (finales de 1941) sí que se notaba en el mundo del noveno arte una especial predisposición contra la Alemania de Hitler, debido a que muchos de los grandes nombres que trabajaban en el cómic en estos años eran de origen judío. Y en aquellos días ya llegaban ecos del brutal tratamiento que dispensaron los nazis a ese grupo étnico. Una declaración de intenciones total es la portada de Captain America Comics#1, donde el Centinela de la Libertad propina un sonoro puñetazo al líder de la Alemania nazi (sin que ello tuviera traslación en los interiores), lo que dejaba bien clara la posición de sus creadores, Joe Simon y Jack Kirby, autores de credo judío . Pero siendo la más famosa imagen cuando se habla de este conflicto en relación con el mundillo del tebeo, no es ni de lejos la única. Pasemos a recordar alguna que otra aventura más que nos ayude a contextualizar la situación.
Un buen inicio seria citar al legendario Will Eisner, también judío y creador del famoso personaje The Spirit, que no dejó pasar la situación de tomar partido en el tema. Blackhawk era uno de esos caracteres que tanto se prodigaban en aquellos días, de corte aventurero y sin miedo a la acción. Como guionista, pues a los lápices figura como responsable Chuck Cuidera, da inicio a sus aventuras en una peripecia que le va a llevar a enfrentarse con el malvado Barón Von Tepp. Apercibido de los niveles a los que pueden llegar los nazis, Blackhawk dedicará su vida y su obra a castigar a los alemanes, llegando incluso a reclutar un equipo de operaciones especiales. Ni el propio Eisner se libró de la visión maniquea, utilizando la crueldad de un pueblo, así en bloque, para justificar la actuación norteamericana. En Wings Comics#15, una revista especializada en el tema de la guerra y en estos días de manera exclusiva al conflicto con las fuerzas del Eje, tenemos una pequeña historia a cargo de Kip Beales como autor completo. Lo cierto es que la trama es para estudiarla de cerca pues nos habla de un piloto perdido en las selvas de África donde efectivos nazis han lavado el cerebro a las tribus del lugar. Si ya es del todo chocante ver a un africano portando el Mein Kampf como libro de cabecera, muchas más ramificaciones tiene el hecho de que se nos quiera decir que una raza concreta pueda ser fácilmente sugestionable (sic!) y como deben llegar los blancos (ya sean europeos o americanos) a librarles de su error. Corramos un tupido velo al respecto. También se llegaron a realizar adaptaciones a cómic del incidente de Pearl Harbor, con razones puramente propagandísticas, pues no se escatimó la descripción de los horrores sufridos durante el ataque japonés. Como bien dijo el presidente Roosevelt, era “una fecha que vivirá en la infamia”, por lo que todos los americanos de bien, sean de las edades que sean, deben recordarla.
Como se puede observar, los comic-books tuvieron su ración de propaganda y jugaron un papel determinante en la educación sobre el conflicto. Esas enseñanzas se pueden resumir en: unir a la población ante el esfuerzo de la guerra; alentar la vigilancia ante posibles espías; rechazar de plano la propaganda que viene del Eje; y, por encima de todo, ofrecer un retrato muy negativo del enemigo, con lo que conseguían que calase la idea de que los Aliados luchaban por la causa justa. En esta tesitura, las revistas de cómic se convirtieron en un producto muy demandado en la época, no solo en la tranquila retaguardia, sino muy especialmente en el frente. Hablamos de material barato, muy fácil de transportar y del que no se requería una alta cultura para disfrutar de ellos. Resultado, los barracones en Europa se llenaron de coloridos ejemplares que representaban una forma de evasión sencilla y económica. Podemos decir que llegaron a formar parte de la guerra en sí misma debido a su proliferación.
Para los niños de aquellos días también tenían su importancia pues muchas de sus páginas les hacían ser parte del conflicto, aunque fuera de forma simulada. Aprendiendo toda la parafernalia de la guerra, los adolescentes eran un caldo de cultivo fácil para ser en un futuro relucientes reclutas. Sin contar con aspectos que ahora nos parecerían tan polémicos como la recomendación de que esos chavales compraran bonos de guerra, para ayudar al país levantado en armas, detalle que se encontraban en muchas de estas revistas. La más que evidente propaganda patriótica complicaba en ocasiones el equilibrio que los artistas trataban de plasmar en sus producciones. Era público que existía un interés aleccionador pero eso no debía desviar la atención de lo importante, los cómics como forma de divertimento, de escape ante una realidad no muy agradable cuando te hayas en medio de un conflicto a gran escala. Los autores, por tanto, trataban de alejarse lo más posible del carácter panfletario de una simple soflama. Huelga decir que algunos lo consiguieron, otros no tanto.
Todo el fenómeno patriótico inundaba la escena del comic-book desde finales de los años treinta. Justo en los momentos donde un nombre comenzaba a destacar en el panorama de la viñeta. Un creador que todos conocemos como Jack Kirby. A partir de ahora, tras una visión general de lo que se movía en el mundo editorial, veremos como Kirby se adapta y cuál es su aportación a todo este fenómeno.
El Rey marcha hacia el combate
Jack Kirby nace en Nueva York como primera generación de una familia emigrada desde Austria. No se asusten; no vamos a glosar la vida y milagros del Rey de los cómics, que nuestros deberes los traemos hechos. Simplemente reflejamos un dato importante para configurar su personalidad como estadounidense, pero a la vez conocedor del drama que conlleva ser un pobre inmigrante en una tierra desconocida. La familia Kurtzberg llega a América con lo puesto; el cabeza de familia trabaja en empleos de poca monta que apenas les deja lo suficiente para el alquiler y el mínimo sustento. El pequeño Jacob crece en el populoso barrio del Lower East Side, lleno de foráneos con diferentes razas y nacionalidades pero unidos en el hecho de ser personas con escasos recursos. En este ambiente tan poco propicio aprende desde bien joven que la delincuencia es un camino muy fácil de tomar. En esta tesitura, nuestro protagonista tiene la determinación de superar el ambiente del barrio. A pesar de no haber terminado los estudios elementales y carecer de cualquier formación, Jacob decide dedicarse al mundo de la ilustración. Si algo había aprendido en la vida es que el trabajo duro es el único medio de conseguir tus objetivos, por lo que rápidamente se puso manos a la obra. La animación y las tiras de prensa serán sus primeros destinos profesionales.
Trabajando para Lincoln Newspaper Features, Kurtzberg utilizaba variados pseudónimos para firmar sus tiras. Las razones que esgrimía el artista es que la diversidad de nombres le permitía probar variados estilos, ya que nos encontramos en los primeros estadios de su arte, una época de experimentación gráfica. El apodo que a la postre resultará definitivo es el archiconocido Jack Kirby. Será tan importante que lo registrará como su nombre legal en 1943, para disgusto de sus padres. El dibujante lo recuerda así: “quería un nombre que sonara más americano” y está claro que ese lo era. Puede parecer que Jack reniega de sus orígenes; nada más lejos de la realidad. A modo de chascarrillo, nos quedamos con una curiosa anécdota con respecto a la madre del artista, que reaccionaba así ante el cambio de nombre, según Roz Kirby: “todo el mundo lo conocía como Kirby, y cuando llamaban a casa de su madre, ella respondía: ¡no conozco a ningún Kirby!”. Jack siempre supo quién era, de dónde venía y contra qué había que luchar. La americanización del nombre no representaba más que un hecho accesorio y para nada definitorio de la personalidad del artista.
Jack Kirby trata de labrarse un camino en el campo de la strip, principalmente en la ya citada Lincoln. Ciencia ficción, western, humor… cualquier género era válido para el artista, alentado por los mandamases de la editorial. Hasta que la osadía del joven Kirby, firmando como Jack Curtiss, llamó la atención de propios y extraños. Un simple dibujo, una breve sátira política, hace que un airado editor llame a filas al joven dibujante. Pongamos el relato en su contexto. Nos encontramos en 1938, recién finalizada la Conferencia de Múnich. La razón para esa reunión internacional era el pedir explicaciones a la Alemania Nazi por la anexión de los Sudetes, legalmente territorio que pertenecía a la antigua Checoslovaquia. Francia y Gran Bretaña se muestran preocupadas ante la agresión y tratan de obtener la palabra de Hitler de que la escalada militar no continuará. El primer ministro británico, Neville Chamberlain, se muestra permisivo e incluso arrastra su colega francés a que acepte el nuevo statu quo. Chamberlain justificó ante la opinión pública su postura como un intento de mantener la paz: “sería terrible para nosotros prepararnos para una guerra motivada por un pueblo lejano y por gentes de las que nada sabemos”. No pocos criticaron esa actitud permisiva frente el evidente peligro que suponía el III Reich. Kirby era uno de los que estaba seguro de las intenciones alemanas. Pese a su juventud, ni corto ni perezoso, publicó un dibujo satírico donde un Hitler con forma de serpiente devoraba Checoslovaquia, ante la alentadora mirada de Chamberlain. Golpe directo a la línea de flotación. El editor de Lincoln le dijo, literalmente, “¿de dónde ha sacado un mequetrefe jovenzuelo como tú el valor para publicar un dibujo sobre Chamberlain y Hitler?”. Jack, que no se había amilanado frente a hampones mucho más peligrosos en el Lower East Side, permaneció impasible ante él, dándole la siguiente respuesta: “sé reconocer a un gánster cuando lo veo”. Kirby no se mantuvo de forma continuada en Lincoln. No por este incidente, que no tuvo mayor repercusión, ya que el artista siguió a la suya, sino porque no conseguía los beneficios económicos esperados. Esto le llevo a virar su atención hacía el reluciente campo del comic-book.
Kirby no tardó en encontrarse con un compañero que supiera comprender el negocio en sus mismos términos. Hablamos de Joe Simon, también judío como Jack, y trabajador incansable en busca de asentar su posición. Juntos iniciaron una provechosa colaboración que les llevó por variadas editoriales, desde Fox, pasando por Timely, llegando incluso a National (o lo que es lo mismo, DC Comics). Su unión coincide con la constatación de un hecho que se vislumbraba a lo lejos, el estallido de la II Guerra Mundial en Europa. A finales de 1939 gran parte del mundo es un polvorín; las alianzas se suceden y la guerra estalla con toda su dureza. Los dos artistas continúan trabajando pues en sus cabezas hay un pensamiento sobre cualquier cosa, triunfar en el mundo del cómic. De todas formas, no descuidan los acontecimientos que se desarrollan a su alrededor y serán de los pioneros en subirse a la nueva ola del fenómeno patriótico que asola el mundo de la viñeta norteamericana. Será en Timely Comics donde den la campanada con la creación del Capitán América. Un personaje recubierto por la bandera de los EEUU y creado únicamente con el objetivo de representar una barrera ante el imparable avance de los nazis. El gran éxito que acarreó su creación les llevó a fichar por National Periodicals, editorial en la que no dejaron de lado el peligro del Eje en series tan variadas como Sandman, otorgando a este caracter villanos de corte nazi, o The Boy Commandos, serie surgida de las mentes de Simon y Kirby en la que un puñado de chavales se pasan la guerra haciendo la vida imposible a los alemanes en el frente. Nos encontramos en el periodo que va de 1942 a 1943, con unos Joe y Jack asentados plácidamente en las oficinas de National como superestrellas del medio.
El 7 de junio de 1943 Jack Kirby es reclutado a filas. De la forma habitual, es decir, mediante un escueto telegrama, se le asignaba a la Marina, pero por circunstancias del destino, terminó recalando a en el Cuerpo de Infantería. En las mismas oficinas de reclutamiento alguien reclamaba seis personas para la Infantería y Jack no dudó en cambiar de destino. Es envidado al sur, a Georgia, al mayor campamento del ejército de tierra de la zona, Camp Stewart. Allí se integra en el cuerpo de mecánicos, algo a lo que Kirby no estaba nada habituado. Su breve estancia en esos menesteres fue un completo desastre, tanto que los altos mandos no perdieron tiempo en recolocarlo en un batallón de fusileros. A pesar de ser un reconocido cartoonist (denominación con la que se hacía referencia a los creadores de cómic), no se libró de un fuerte entrenamiento militar. Y eso que se postuló para la revista de las Fuerzas Armadas, Yank, pero su intento no fructificó. Su futuro pasaba por las manos de gente que buscaba soldados, no artistas del dibujo. Mientras otros colegas de profesión eran ubicados en puestos mucho más relajados (casos de gente como Joe Simon o Stan Lee), Kirby sabía desde el minuto uno que estaba destinado a pisar el campo de batalla. De nuevo, su carácter indómito y su deseo de hacer frente a la tiranía del Reich no le permitían un paso atrás.
Jack había partido a Camp Stewart con apenas 26 años. Era un joven recién casado que casi no había salido de Nueva York. Llegar allí, interactuar con compatriotas de otros territorios, cada uno con su propia idiosincrasia, fue todo una experiencia para Kirby. El ambiente de Georgia, muy distinto al de la Gran Manzana, le resultaba del todo pintoresco al artista (recuerda con desgana los mosquitos, con hilaridad el hecho de ver cerdos paseando por la calle y la curiosidad de observar a los cocodrilos en los lagos). Pero algo que sí rememoraba con cariño es el hecho de encontrar judíos en la zona, con los que pudo relacionarse durante su estancia: “encontré gente de mi misma religión viviendo en Georgia. Vivía mucho judío en Savannah y en otros lugares de Georgia, en gran parte del sur, incluido en Texas. Me di cuenta de que se asentaba una abundante población muy similar a mí por todos aquellos alrededores. Fue entonces cuando comencé a adquirir un sentimiento hacia los Estados Unidos que nunca había tenido anteriormente”.
Kirby hace su periodo de formación militar y se le anuncia en junio de 1944 que, junto al grueso de reclutas de la base, será enviado a Europa. Enclavado bajo de la bandera de la Undécima Compañía de Infantería, una de tantas a las órdenes del General Patton, su desembarco efectivo en el viejo continente ocurre en agosto de ese 1944. Jack tiene muy presente, años después, el desangelado aspecto de las ciudades inglesas, punto de llegada para las tropas norteamericanas, prácticamente en ruinas tras los sucesivos ataques alemanes. Pero claro, el plan no era quedarse en Inglaterra sino hacer frente a la maquinaria nazi allí donde más se le necesitaba; movimiento de ciudad a ciudad, de ruina a ruina, metidos en camiones, sin saber apenas donde estaban: “recuerdo las ciudades que atravesábamos. Esas villas se han quedado presas en mi memoria, de verdad, porque estaban en estado de auténtica ruina. Podías intuir la antigua belleza de los emplazamientos y sentir mucha lastima por los habitantes de los mismos…. Atravesamos Paris (nunca vi la ciudad) y nos unimos al resto de fuerzas del General Patton”.
Nos encontramos en zona de guerra, de auténtica batalla. Se acabaron los entrenamientos y las pruebas. A partir de ahora es todo real. Kirby llega al frente cuando el General Eisenhower, alto mando que había dirigido las operaciones del Día D, organiza uno de sus movimientos más polémicos, dividir las fuerzas aliadas tratando de hacer una pinza, atacando por variadas posiciones las principales fábricas que abastecían al ejército nazi en la zona del Rhur. Muchos altos mandos estaban en contra de dividir las fuerzas y al poco acabó pasándole factura pues los alemanes concentraron batallones en zonas desprotegidas para atacar la retaguardia de los efectivos de Eisenhower. La consecuencia directa fue recrudecimiento de los enfrentamientos y las primeras escaramuzas bélicas del artista: “yo era un reemplazo, un reemplazo de gente herida o muerta. Entré en acción casi inmediatamente, mi equipo estaba asignado para el asalto. Íbamos en dirección a Metz, con el objetivo de tomarla”. Tenemos Kirby en el norte de Francia tratando de recuperar una posición fronteriza con Alemania. Es aquí donde más tiempo pasó en zona de guerra, pues los combates por asegurar las riveras del rio Mosela fueron una constante.
En este territorio Jack aguantó envites alemanes para tratar de recuperar posiciones pero también fue la única vez que pudo recordar su profesión de dibujante, eso sí de una manera muy sui generis. El Rey lo recuerda de esta manera: “la única persona que me tomaba en serio era mi teniente. Un día me dijo, “Kirby tu dibujaste al Capitán América, eres un artista”. Yo dije, “sí, soy esa clase de artista”. Él respondió, “aquí hay un mapa. Coge el mapa. Los dos vamos a cruzar el rio esta noche”. El rio Mosela, a las afueras de Metz. Continuó, “cuando veas un tanque tipo Tiger pones una cruz donde está”. Y por supuesto, es lo que hice”. Comienza para Jack una nueva función como explorador en la compañía, una que le va a llevar al suceso que más calado le produjo durante su estancia en la zona. A estas alturas, el artista se había acostumbrado (en la medida de lo posible) a la tensión y a la muerte. De hecho, recuerda al primer caído a su lado, yaciendo moribundo y preguntando qué había pasado. Una imagen descorazonadora que se repetiría a lo largo de su estancia en los aledaños de la ciudad de Metz. Pero nadie le había preparado para los horrores de un campo de concentración. A las afueras de la ciudad francesa todavía funcionaba un pequeño sub-campamento satélite del más importante de la zona, el llamado Natzweiler-Struthof. Se encontraba nuestro protagonista en el área, de reconocimiento, cuando un hombre entrado en años se acercó a él y le pregunto en voz baja si era judío. Jack contestó afirmativamente y el viejo le llevó al pequeño campamento, atestado de prisioneros en un estado lamentable: “la mayoría eran mujeres aunque también había algunos hombres; parecía que no habían comido desde dios sabe cuándo. Todos estaban flacos. Sus ropas estaban andrajosas y sucias. A los alemanes no les importaban una mierda. Tan solo abandonaron el lugar; como si dejaran a un perro para que se muriese de hambre. Me quedé ahí fuera mirando un largo rato pensando para mí, ¿qué debo hacer? Solo recuerdo expresar ¡Oh Dios, oh Dios! Una y otra vez”. Este hecho marcó sobremanera al Rey de los cómics. Apenas dibujo campos de concentración en sus cómics de guerra; nunca quiso darles una innecesaria popularidad y se sabe que no admitía la broma o la parodia cuando se hablaba de ellos.
Se puede decir que un hecho reconfortante como liberar un campo de prisioneros pudo aliviar el peso de la guerra, pero eso sería demasiado idílico. Las batallas no cesaban y a finales de 1944 el invierno se cebaba con los soldados rasos. En noviembre hay una ofensiva importante de nuevo por el control de Metz. La Undécima Compañía, donde servía Kirby, debe unirse a la Décima para aguantar el contraataque alemán. A esos menesteres no llegó Jack ya que escasos días antes sufrió un colapso y tuvo que ser mandado al hospital. El diagnóstico, un caso severo de Pie de Trinchera. Una enfermedad muy habitual en época de guerra, al juntarse aspectos como la mala alimentación, la deshidratación, calzado inapropiado y la humedad constante. Jack Kirby pudo sobreponerse tras un periodo de descanso y fue licenciado del ejército el 20 de julio de 1945, cuando la guerra en Europa se dio por finalizada . Retornaba a casa pero nunca volvería a ser el mismo: “me sentía orgulloso de volver; estaba orgulloso de seguir vivo y no sé cómo ocurrió…. La guerra fue una experiencia increíble para mí, el implicarme en un asunto que atañía a la humanidad en general”. Muchos años después, ya anciano, hacía las siguientes declaraciones: “no consigo recordar qué pasó ayer; no podría decirte que he desayunado esta mañana, pero tengo en mi mente las caras de todo el mundo que estaba en mi unidad. Recuerdo sus nombres, recuerdo de dónde venían, recuerdo sus formas de hablar e incluso las cosas que hacíamos en el día a día”. La implicación emocional que tuvo el Rey en el conflicto le acompañó toda su vida. Las pesadillas fueron una constante y la lección aprendida fue tan importante que no dudó en trasplantarla a su trabajo.
Fin de la guerra y vuelta a laborar. National Periodical fue su último destino antes de ser alistado y allí se trasladó para volver a la rutina de la vida civil. En National, Simon y Kirby tenían un status especial. Los editores visitaron a Jack durante su convalecencia e incluso publicaron material de inventario durante su ausencia. Pero Joe Simon tenía otro plan para la pareja artística por lo que continuaron cambiando de editorial a editorial hasta que consiguieron formar su propio taller y, como fin de fiesta, su propia editorial, Mainline Publications. Como jefes y maestros del cotarro, Joe y Jack se preocuparon de tener algún título con la temática bélica de trasfondo y nos presentaron Foxhole, en 1954. Como se puede apreciar por la fecha, los dos creadores tenían muy fresco el conflicto por lo que trataron de recrear con toda su crudeza lo que suponía la guerra, sobre todo, para los soldados. Es decir, que no hablamos de tebeos fantásticos con la guerra como temática de fondo y búsqueda de un sentido aventurero (tal y como hicieron con Captain America o Boy Commandos); no, esto es bélico de verdad y de los buenos además. La dificultad al acercarse a esta cabecera, o la falta de un mayor análisis, se deben al hecho de que se trata de una revista donde la asignación de la autoría a los artistas es poco clara. Recordamos que nos encontramos en la época en la que Kirby trabajaba de forma conjunta con Joe Simon, muchas veces mimetizando su estilo de dibujo. Y cuando el taller funcionaba, el Rey se dedicaba a montar las líneas básicas de las historias, hacer bocetos y pocas veces a terminar la faena debido a la ingente cantidad de trabajo. Para comenzar, no hay constancia de Jack en el #1 excepto para acreditar su portada. Sí se le reconoce parte de créditos en el #2, #3, #5 y #6. Cuando decimos parte es por el detalle de que cada ejemplar de la revista contaba con varias historias de diferente paginación, siempre con el trasfondo de la guerra, aunque no necesariamente de la II GM (por la cercanía cronológica, abunda el tema de Corea). Algunos nombres que pasean por sus páginas, aparte del propio Jack Kirby, son John Prentice, Jack Oleck, Bill Draut, Bob McCarty o Art Gates. Lo que sí querían recalcar Simon y Kirby es que estaba hecha por auténticos excombatientes, gente que había pisado los terrenos pantanosos de la contienda y así consta en la publicidad de la revista.
Mainline terminó por cerrar debido a los convulsos tiempos que le tocó vivir. El Comics Code y toda la crisis posterior terminaron por dinamitar los sueños de Simon y Kirby. Jack se mantuvo fiel a sus amados cómics y pasó bastante de soslayo por el tema bélico. Alguna cosa dejó para la posteridad, que analizaremos en líneas subsiguientes, pero por lo general centró sus intereses en historias de superhéroes con un fuerte componente de ciencia ficción. Aun así, sabemos que es un género bajo cuyo paraguas se pueden desarrollar abundantes subtemas y de forma velada introdujo su granito de arena en oposición a ideologías de corte fascista. Por poner ejemplos, no cuesta reconocer trazos de cariz autoritario en un personaje como el Dr. Doom, un villano al que con el tiempo se le ha revestido de cierta nobleza más bien mezquina, pero que en la cabeza del Rey funcionaba como un dictador de manual. A pesar de que se le presuma “legimitidad” al verse de cerca el “cariño” que le muestra su pueblo, no dejaba de ser un ególatra que utiliza los recursos del país en su propio beneficio y en orden a sus propios intereses. Eso por no hablar de uno de sus grandes personajes, Darkseid, que el propio Kirby califica como el mayor malvado que ha creado jamás. La dicotomía en el Cuarto Mundo estaba clara, dos mundos enfrentados que representan lo opuesto, libertad vs tiranía, algo que Jack identificaba como una versión noveno arte de la II Guerra Mundial. Darkseid es una suerte de conquistador en busca de la Ecuación de la Antivida, aquella que le va a permitir sojuzgar las personalidades de los seres humanos para que le sirvan a su antojo. Centrados en este ciclo, como no recordar a
Otro aspecto que le enfrentaba con las ideologías autoritarias y que siempre tuvo a bien representar en su obra fue el apoyo a la necesaria diversidad. Parece que sea un tema de actualidad pero Marvel siempre se ha preocupado de mostrar en sus páginas aspectos de la sociedad en que cada creador le ha tocado vivir y eso es debido a las fuertes convicciones de dos de sus demiurgos principales, Stan Lee y Jack Kirby. Sin más; así lo explica el Rey con sus propias palabras: “la experiencia me ha ayudado a apreciar la variedad del país; variedad de personas, de lenguas y culturas. Es increíble pensar que tan diversos como somos hemos podido establecernos como una cultura. De verdad, la diversidad es uno de esos factores que hace a esta nación única en el mundo”.
A pesar de que Jack Kirby, a través de su trabajo y, en numerosas ocasiones, de sus declaraciones, trataba de distanciarse de todo aquello que olía a posiciones poco liberales, también tuvo su ración de ataques por parte de sectores que no dudaron en tacharlo como conservador. Para entender esto hay que retrotraerse a su última estancia en Marvel en los setenta. Al hacerse con los rumbos del Capitán América, cambió de forma radical el tono y la estructura que se había desarrollado hasta ese momento, causando un gran enfado en un sector del aficionado. Lo cierto es que las etapas setenteras del Capi y de Pantera Negra son bastante inanes en cuanto a ideas para un autor de su calado. Divertidas, frenéticas, aventureras y todo lo que queramos pero carentes de las cargas de profundidad que el autor era capaz, si se lo proponía, de introducir de manera velada en sus tramas. Tanto Rogers como T’Challa eran dos caracteres en los que la importancia de Jack en cuanto a su configuración primigenia había sido trascendental, pero que habían conseguido sus mejores réditos gracias al trabajo de otros autores, que lo alejaron de su senda inicial en muchos matices. Quizás Kirby pensó que trayéndolos a su terreno, al de la aventura y la acción, y alejándolos de caminos que otros habían transitado con más éxito, conseguiría la aceptación del fandom, pero no fue lo que ocurrió. Una ola de críticas recayó sobre el dibujante. Tanto que alguna pasó al terreno del pensamiento político. Siendo honestos, de manera comparativa, el buen Jack no era tan “progresista” (en los términos de política americana que eso puede representar) como Steve Englehart o Don McGregor, pero de ahí a tildarlo de conservador, había un buen trecho. Sobre este aspecto, su hija, Lisa Kirby, hizo unas sugerentes declaraciones al respecto: “mi padre votaba al Partido Demócrata…. Era bastante liberal, al menos hasta donde sé aunque sin duda estaba chapado a la antigua en algunos aspectos”. Por tanto, queda claro que ideológicamente Jack no se sentía cercano al ala conservadora y que toda esa negatividad partía de un grupo de aficionados que no compartían el nuevo enfoque; una renovada visión que surgió de una decisión creativa, para nada política.
Jack Kirby siempre se ha tenido a sí mismo como un luchador por la libertad. Lo hizo con su arte cuando se vislumbraba la II Guerra Mundial en el horizonte. Tampoco dudó en embarcarse rumbo al centro del conflicto cuando fue llamado a filas. Y también lo intentó al final de su carrera cuando tuvo los redaños de enfrentarse a las grandes corporaciones. A inicios de los años ochenta comenzó una lucha por la recuperación de sus originales que a la postre se transformó en una representación de la batalla de los artistas por sus derechos. Se adscribió a los familiarmente conocidos como “Amigos de Gerber”, creador de Howard el Pato, otro de los que se alzaron bien pronto contra el sistema. Y fue uno de los primeros autores en recabar en Pacific Comics, una editorial pionera pues se le asignaba todos los derechos de la obra publicada a sus creadores originales. Allí dio salida a Captain Victory and the Galactic Rangers y a Silver Star, aunque su colaboración no fructificó del todo, debido a la poca organización de la empresa. El caso es que todo ese primigenio movimiento de resistencia, ese pararse ante los abusos de las grandes, además por parte de un gigante del medio como Kirby, supuso un renovado camino para el negocio y el nacimiento de la editorial Image, en la que incluso llegó a colaborar, puede resaltarse como un hito en esa senda.
Por todo esto, y probablemente mucho más, Jack Kirby siempre será recordado como un luchador por la libertad. Ha llegado el momento en que veamos de cerca sus obras relacionadas con el tema. Por lo menos, las más significativas pues pararse a un análisis al milímetro sería un imposible. Comenzamos por una de sus más celebradas creaciones, aquella que lo metía de lleno en el fenómeno patriótico.
El Capitán América. La libertad por bandera
Toca retrotraer la narración a comienzos de los años cuarenta, una época convulsa, con la guerra ya declarada en términos europeos. Jack Kirby se hallaba unido de forma artística a Joe Simon y éste le habría arrastrado a una modesta editorial llamada Timely Comics con la promesa de mejores resultados económicos. Ambos llevaban tiempo en el negocio, tenían talento pero todavía no habían conseguido despegar a grandes cotas. En Timely domina Martin Goodman, un empresario muy particular, habituado a ser un segundón en la industria. Acostumbrado a seguir las modas de rigor para mantenerse a flote, la llegada de estos dos chicos con grandes ideas se trataba de una apuesta personal y debía suponer un revulsivo para la editorial. Lo cierto es que los primeros trabajos de la dupla bajo este sello tampoco es que fueran éxitos contrastados; es más, pasaron por el mercado de forma muy discreta. Pero a la altura de 1940, el comic-book comienza una tendencia al alza en cuanto a ventas debido al fenómeno patriótico. Todo buen americano de a pie parece llevado por un ataque de amor a la bandera y lo que ello representa, alentados por las noticias que llegaban del viejo continente. En Timely ya habían introducido a villanos de corte nazi en su producción. Tanto Namor como la Antorcha Humana, los estandartes de la casa, luchaban a brazo partido contra agentes del Eje. Pero todavía faltaba la puntilla. En la editorial conocida como MLJ, que entonces era famosa por publicar los cómics de Archie, habían dado salida a un héroe patriótico apodado The Shield. Eso es lo que necesitamos, pensó para sí Goodman, y se lo trasladó a los dos artistas. Jack ya había dejado patente su osadía en una tira publicada bajo el sello de Fawcett apenas unos meses antes. Ted O’Neil es el nombre de la misma y en ella tenemos de protagonista a un aviador americano que milita en la Royal Air Force británica; como se pude suponer, el bueno de Ted patea algunos culos nazis, con el beneplácito del autor.
Ya tenemos la idea sobre la mesa, un superhéroe que recoja los valores señeros de la nación, en franca oposición al nazismo. Respecto a la creación del mismo, tenemos dos versiones contrapuestas. Según Joe Simon, la idea la llevaba barruntando un cierto tiempo, algo antes de que Goodman lo sugiriese. Tirando un poco de hemeroteca, el Marvel Boy que ambos habían creado de forma reciente se puede considerar un prototipo del héroe patriótico. No era algo que fuese del todo rompedor; el concepto llevaba tiempo flotando en el ambiente. Kirby, en cambio, comenta que fue una cuestión trabajada a medias, sentados y tomando decisiones de forma conjunta sobre cómo iba a ser ese nuevo caracter: “discutíamos prácticamente a diario sobre los personajes y el contexto en que los presentaríamos: el tipo de villano que necesitaríamos y los artilugios que emplearían”. Esto, que parece una cuestión baladí, fue llevada a su máxima expresión cuando en los años sesenta Simon denunció a Marvel, alegando derechos exclusivos sobre la figura del Capitán. Kirby, en este caso reclamando parte de su autoría, testificó a favor de la Casa de las Ideas. Dejando aparte cuestiones polémicas, sí parece claro que el primer esbozo presentado ante Goodman fue obra de Joe en una frenética noche insomne: “me quedé toda la noche despierto haciendo bocetos. Camiseta de cota de malla, músculos hinchados en pecho y brazos, mallas apretadas, guantes y botas con solapa doblada bajo la rodilla. Le dibujé una estrella sobre el pecho y barras desde el cinturón hasta una línea debajo de la estrella; coloreé el disfraz de rojo, blanco y azul. Añadí un escudo”. El primer nombre sugerido al respecto fue el de “Superamericano”, pero tamaña pomposidad quedaba algo excesiva. El hecho de darle una gradación militar y añadir el apropiado América a su nombre sonaba algo más sobrio. Capitán América fue el apodo definitivo y así fue presentado al gran jefe.
A Martin Goodman le encantó, sin más. Tanto que rápidamente le dispuso una revista con su nombre como cabecera, algo del todo inusual en este temprano estadio del medio. Las negociaciones tampoco es que fueran muy complicadas. Goodman les ofreció el 25% de todo lo recaudado a los creadores y estos no pusieron ninguna pega. Un último requerimiento fue puesto sobre la mesa, el primer ejemplar debía publicarse inmediatamente. Según Martin: “el cabronazo (Hitler) está vivo pero en el medio de una situación explosiva….puede ser asesinado en cualquier momento”. Es decir, no debía perderse el impacto de la coyuntura y eso que EEUU todavía era país neutral. Esto dificultaba la forma de trabajar de Joe y Jack, por lo que no quedó otra que contratar a un entintador. En esos menesteres entró Al Liederman y posteriormente, debido al frenesí de los plazos, Syd Shores, entonces un simple licenciado en artes que andaba muy de capa caída con un trabajo en una licorería de barrio. Con el tiempo, sería un artista fundamental en la compañía, sobre todo en la Golden Age. Su faena, trabajar a marchas forzadas en la confección del primer número de la revista en todo aquello que Simon, Kirby y Liederman no podían completar.
Captain America Comics#1 sale al mercado en marzo de 1941 (fecha de portada). Se estructura como las publicaciones al uso, es decir, con variadas historias en su interior. La mayoría corresponde a peripecias del recién creado personaje pero también se incluyen un par de historias cortas, con Hurricane, una suerte del Mercurio mitológico, y Tuk, un muchacho que vive en el mundo de las cavernas, además de un relato en prosa sobre el capi de apenas dos páginas. Obviamente, nuestras miras están puestas en el Capitán América, por lo que vamos a pasar de largo del resto del elenco pese a que esas tramas accesorias puedan ser muy interesantes. En este primer número tenemos la historia de origen de rigor; así sabremos los sinsabores de un Steve Rogers no apto para formar parte del servicio militar. Por otra parte, el presidente Roosevelt anda muy preocupado con el movimiento quintacolumnista, que no para de sabotear posiciones en el propio país. Esto da lugar a que se apruebe un experimento muy particular, un proyecto secreto para crear un “superagente” a cargo del profesor Josef Reinstein. El ya nombrado Rogers era un patriota, un entusiasta, que decide poner en peligro su vida para servir a su nación. El experimento es un éxito y el pequeño Steve se convierte en un fornido ejemplar, casi un superhombre. Ante la celebración de la hazaña, nadie se apercibe de un miembro de la Gestapo infiltrado, que hábilmente termina con la vida del profesor. El sueño de crear un cuerpo de supersoldados se desvanece y nos deja a Steve Rogers como un ejemplar único, a partir de entonces conocido como el Capitán América.
Steve tiene el cuidado suficiente de mantener su identidad secreta. Pasando desapercibido como un soldado raso en Camp Lehigh, es descubierto de forma fortuita por la mascota del destacamento, el joven Bucky Barnes. Rogers lo acepta como compañero de aventuras, en aras de mantener su secreto. Esto, que a día de hoy nos suena como un completo dislate, seguía siendo algo irreal en la misma época. Los niños no poblaban los barracones de los campamentos militares. El concepto de sidekick, denominación del acompañante juvenil, viene de la misma esencia del comic-book. Socialmente aceptado que su audiencia era infantil, o como mucho juvenil, los grandes editores pensaron que la inclusión de un caracter con el que esos lectores pudieran relacionarse les haría aumentar las ventas. Y fue algo que se extendió de manera generalizada. Todo buen héroe debía de circular con su propio sidekick. Así pues, a la conclusión de la primera historia, tenemos perfilados todos los elementos necesarios para disfrutar de la aventuras del Capitán. El modus operandi será el mismo, pues aunque los enemigos se llamen Sando y Omar o Rathcone, siempre hablamos de agentes del Eje que tratan de dinamitar la logística americana en su propio hogar. Pero sí queremos destacar algo en este episodio inicial, la inclusión en continuidad del Cráneo Rojo, uno de esos villanos que mejor representan las ideas de Kirby al respecto del fascismo. En principio, no parece más que otro excéntrico matón envidado por Hitler pero cuando descubrimos la verdad, si cabe es más aterradora. Nos encontramos ante George Maxon, un empresario norteamericano con intereses económicos en la victoria germana. Es indudable que el diseño es una genialidad por parte de Simon y Kirby, por lo que el personaje sería recuperado en el futuro, pese a que al final de la trama, a Maxon se le da por muerto y enterrado.
Captain America Comics#1 fue un auténtico bombazo. El salto a la fama de los autores. Se estima que vendió más de un millón de copias, lo que propició toda una producción basada en el fenómeno patriótico en Timely. Eso lo sabemos en la actualidad. En tiempos, los datos tardaban mucho más en llegar por lo que los autores, sin tiempo a respirar, debían ponerse con el número dos. Con el necesario tino de diversificar, esta segunda revista contiene influencias de corte pulp, con extraños gigantes venidos de oriente o un truculento relato sobre un misterioso enemigo apodado el Hombre Cera. Como detalle a resaltar, el establecimiento de secundarios como Betsy Ross, una avezada agente que interactúa con nuestro protagonista, o el cambio del escudo. Después de portar en el #1 un escudo triangular, hecho de acero, con forma de cometa, modelado a partir del que figura en el gran sello de EEUU, Rogers tuvo que dejarlo de lado. Digamos que la versión poética es que el diseño fue renovado con una especial aleación de vibranium, acero y otras sustancias experimentales, consiguiendo una mejora sustancial. La verdad tras la cortina es que el primer modelo era sospechosamente parecido al que llevaba The Shield, el personaje de MLJ, y Goodman no se arriesgó a que tuviese que pagar unas contraprestaciones económicas ante una previsible demanda. Solicitó a los autores un nuevo diseño para el escudo, que estuvo presto a debutar en este #2. Como dato accesorio, los colores varían con respecto al actual, más que nada por el llamativo borde azul, que lo diferencia de la versión canónica. A la altura del #6 ya tenemos su clásico borde rojo, a la postre el definitivo.
Quizás lo más importante de este segundo ejemplar sea la esperada interacción de nuestros dos protagonistas con la Alemania del nacional socialismo. Desde la misma portada del #1, con aquel bofetón a Hitler, y siguiendo la misma senda con la del #2, los lectores disfrutaban de las aventuras de Rogers sin salir de suelo patrio y mucho menos con visos de cruzarse con el Führer en persona. Esto debía de solventarse y Simon+Kirby lo hicieron posible en este número. Un importante financiero, Henry Baldwin, es secuestrado y llevado a territorio alemán. A Steve y a Bucky no le queda otra que salir en su búsqueda. Dejando de lado lo caricaturesco de sus disfraces (una fornida señora y su crecido chaval), consiguen infiltrarse en territorio enemigo. Hitler y también Goering forman parte del relato pertrechado por los dos autores por lo que esperen encuentros insospechados.
El #3 marca un cambio considerable, girando los autores hacia la aventura y el género pulp. El dato más destacable es el retorno de Cráneo Rojo, cuya historia es la principal, pero las dos secundarias ya son tramas revestidas de diferentes tradiciones, mucho más concordantes con el género aventurero que con el patriótico. Otro detalle importante es que aquí tenemos el relato en prosa de rigor, solo que es este caso firmado por alguien de tamaña importancia que es imposible obviarlo. Hablamos de Stan Lee, el hasta ahora chico de los recados, que pronto asumirá la crucial función de guionista en la casa. De momento, solo son pequeños pinitos que no alteraban el discurrir de Joe y Jack. El #4 continua en la misma tónica, aventuras que mezclan el terror con esvásticas nazis, dando como resultado frenética acción que gustaba mucho al respetable. A estas alturas el Capitán América era todo un fenómeno y sobre sus espaldas se edificaban nuevas cabeceras (USA Comics o All-Aces Comics). Se puede decir sin ambages que es el modelo a seguir, hasta la salida de Simon+Kirby en el #9 (también de Timely). Los dos autores utilizan referencias nazis para marcar a determinados villanos pero la imaginería es de revista pulp, de manual: podemos nombrar un relato con Iván el Terrible, otro con gigantescos dragones marinos, enemigos orientales sospechosamente parecidos a Fu Manchú, jugar con los resortes del policiaco o ambientar tramas en islas perdidas. Ya el colmo de los colmos es cuando los dos creadores meten un trasunto de Batman muy desfasado, ¿homenaje o ironía? Nunca lo sabremos. Pese a lo que pueda sonar, la cabecera no pierde su identidad; Betsy Ross se asienta como secundaria y Cráneo Rojo tiene las recurrentes vueltas a la acción, pasando a convertirse en el enemigo del abanderado por antonomasia. Las historias del Capitán América casi parecían un género en sí mismo. Y esto es debido a la personalidad de sus creadores.
La composición de la las bases sobre las que se edifica Steve Rogers se haya implícita en estos estadios seminales. No hablamos de un boy scout, ni de un tosco detective que se conoce desprovisto de moralidad. Lo localizamos en una zona gris muy poco vista en la época. El Centinela de la Libertad no es un policía que se encarga de llevar ante la justicia a los malvados villanos; simplemente se posiciona ante cualquier hecho maligno, provenga o no de los nazis, y no le importan las consecuencias. Es un símbolo que prevalece y al que cualquier ciudadano de pie puede agarrarse. Obviamente, Steve no detiene al mal con su desbordante personalidad. Utiliza la violencia como cualquier superhéroe, pero llama mucho la atención que los dos creadores tuvieron mucho cuidado que nadie muriese a sus manos; los aparentes fallecidos (caso del Red Skull del #1) son debido a desafortunados accidentes. Nunca se le muestra como vengativo o sediento de sangre, pese al indudable daño que causan muchos de sus enemigos. Eso no implica que exponga un fuerte desdén hacia ellos, tal y como acontece tras la muerte del espía que asesinó al buen profesor Reinstein.
Otro componente destacado del relato es el joven Barnes. Los autores no buscan darle un trasfondo profundo pero es un elemento inseparable del Capitán; allá donde vaya Steve, Bucky estará a su lado. Y esa visión conjunta es la que nos da su propia valía. Frente al espécimen superpoderoso, casi metahumano, que representa el abanderado, el sidekick simple y llanamente puede pasar por cualquier hombre corriente con ganas de hacer lo correcto. De facto, no pocos han identificado al propio Jack Kirby en la figura de este primigenio Bucky. Siempre peleón, en continuo movimiento, presto a levantarse cuando lo derriban. Recordamos que hay incontables anécdotas acerca del carácter del Rey, haciendo buena aquella máxima de “pequeño, pero matón”.
Respecto al arte, también tenemos una evolución importante de la dupla creativa. Sobre todo auspiciado por los intereses de Kirby, que comienza a experimentar con figuras exageradas, en posiciones cinéticas imposibles, algo que se convertirá en marca de la casa. Para Jack no era tan importante la cuestión de las proporciones o seguir las leyes físicas básicas, todo lo contrario. Se necesitaba romper esas barreras para lograr un mayor efecto en el lector: “la lucha es una forma extrema de comportamiento, por lo que trato de retratarla de una manera extrema. Dibujo la posición más complicada en la que un personaje puede meterse. Por eso, siempre coloco a los caracteres de la forma más exagerada, y haciendo esto he desarrollado un estilo extremo que es fácilmente reconocible por todo el mundo”. Sin duda, esa querencia por la desproporción, parece que le viene de su época de la animación, cuando dibujaba cartoons en los Estudios Fleischer: “tenía un luchador (Captain America) en mis manos y tenía que hacer que luciera como tal luchador. Tienes que ver al personaje desde diversos ángulos y el tener experiencia en animación me ayudó mucho porque supe trasladar gran parte de ese movimiento a mis figuras”.
Jack era el motor principal de la parte artística pero eso no implica que Simon se quedará mirando al tendido. Hay parte de Joe en las historias y en las composiciones, solo que al lado de una fuerza de la naturaleza como Kirby puedes pasar injustamente desapercibido. Aparece documentado que se encargaba de los diseños de las portadas y de las splash pages. Compuso un estilo propio para las páginas de presentación, otorgando a las viñetas su propio interés y significado. También se sabe que le gustaba experimentar con la estructura de página. Pocas veces utilizaban la composición 3X3, e incluso se jugaba con viñetas circulares, arqueadas o en forma de S para hacer traslación entre planos. Por los testimonios de la gente que los conoció, Kirby era algo más clásico mientras que a Simon le gustaba innovar en cuanto a composición y fondo en las historias. Pero es indudable que ambos se mimetizaban en aras de conseguir su objetivo, que como el Rey ha repetido en incontables ocasiones, era el vender muchos cómics.
Captain America Comics#10 fue el último de nuestra dupla creativa. Utilizaba el diseño estándar, con Simon+Kirby variando el tono y la temática de una historia a otra. Todavía con elementos nazis pululando, hacía tiempo que se había convertido en un refrito de influencias pulp, con gran éxito en el mercado, por lo que no se adivinaba en el horizonte esta separación. La revista siguió publicándose con Stan Lee o Syd Shores como responsables creativos, pero ¿qué ocurrió para que Goodman despidiera a sus más relucientes estrellas? Bien, hay que añadir un poco de contexto. Simon y Kirby ingresaron en Timely pero no con carácter exclusivo. Compaginaron su trabajo en Fox o Fawcett con sus primeros pasos en la nueva editorial. Martin Goodman no era partidario de ese proceder por lo que pronto trató de recompensarles para que estuvieran contentos en su compañía. Joe Simon pasó a ser editor jefe y tuvo mucho poder de decisión. Esto hizo que centraran muchos de sus esfuerzos en Timely, pero nunca fueron del todo fieles. Llegados a cierto punto, el éxito del Capitán América era incontestable. Joe y Jack cobraban bien por su creación pero empezaron a sospechar que Martin no estaba siendo del todo honesto. Justamente, descubrieron que les estaban escamoteando beneficios de ese 25% que les tocaba. Sabedores que tenían las de perder frente al poderoso empresario, decidieron darle donde más le dolía al dueño y comenzaron a colaborar con otras editoriales. Siempre a escondidas, se pusieron en contacto con Jack Liebowitz, que dirigía National Periodical (el germen de DC), y ofrecieron sus servicios, considerados ya como estrellas del medio. Jack recuerda momentos de auténtica tensión al estar trabajando en otros proyectos en las oficinas de Timely. Al final, se decidieron por alquilar una habitación en un hotel que les serviría de cuartel general para su faena bajo manga. En un principio, era alto secreto pero el joven Stan Lee les descubrió y quiso ser parte del contubernio, a espaldas de su jefe. Cuando Joe y Jack perfilaban ese #10, recibieron una incómoda visita en el hotel. La familia Goodman había descubierto el engaño y quedaban fulminantemente despedidos. A ese respecto tenemos dos visiones contrapuestas: para Kirby, estaba claro que fue cosa de Lee; Simon, en cambio, siempre ha dicho que le pareció una estratagema por parte de la propia National. No tenemos datos sobre la mesa, nada más que simples opiniones de los interesados, pero parece más lógico esta segunda opción; Liebowitz se quedaría en exclusiva con la pareja más reclamada del momento. Sea como fuere, se cerraba el camino conjunto del Capitán y sus creadores originales….por ahora. Es bien sabido que Jack, junto a Stan, lo recuperó en los sesenta para la Era Marvel. E incluso, el Rey tuvo la gran oportunidad de regir sus destinos como autor completo en los setenta. Pero eso ya deberá ser narrado en mejor ocasión.
En estos nueve números tenemos la composición de un héroe patriótico, tal y como demandaban los tiempos. La II Guerra Mundial fue algo tan devastador que afectó a todos los aspectos de la vida. A pesar de que se puede identificar al personaje como militar, no en vano muchas veces lo vemos circulando con su uniforme oficial e interactuando con mandos del ejército, como el Sargento Mike Duffy, las tramas de sus aventuras se alejan de lo bélico en estado puro. Es más, los autores utilizan una mezcolanza de géneros para atraer a su audiencia y parece que funcionó a las mil maravillas. Mucho nazi, alguna escapada al frente y un poco de Hitler son los aspectos que se pueden extraer como resumen en lo que respecta al conflicto armado. Es una serie que rezuma personalidad por parte de los dos creadores, tanto en la temática como en el aspecto visual.
Personalidad que se adscribe a dos autores de credo judío, como gran parte de los que se dedicaban al medio en aquella época. Al igual que se puede hacer con el nacimiento de Superman, en el que muchos han visto una clara iconografía mítica de raíz hebrea, el capi también ha tenido su ración de lectura por parte de rabinos judíos. Así lo expresa Simcha Wenstein, experto en el tema: “a pesar de la apariencia patriótica, el uniforme del Capitán América también denota que hunde sus raíces en la tradición judía…. Es en parte una alusión al Golem…. La primera letra del alfabeto hebreo es Aleph, el equivalente a la letra A. El Capitán América lleva una A en su máscara y es esa la letra que se necesita para darle poder al Golem, según nuestra tradición”. Interpretaciones varias mediante, lo que es indudable es que el buen Capitán se convirtió en un signo de los tiempos, que ha tenido que ir reinventándose con el paso del mismo, para lograr su sentido. Y es que no es nada sencillo pasar una vida como un hombre fuera de su propio tiempo.
Boy Commandos. Los chicos van a la guerra
Jack Kirby, acompañado de su inseparable compañero, recalan en National Periodical (a la que a partir de ahora identificaremos con el más conocido DC) a finales de 1941 con una inmejorable oferta sobre la mesa. Era obvio al tratarse de la editorial hegemónica en el sector. Más ingresos y libertad creativa, algo que no podían decir el resto de miembros del plantel. La libertad les permitió seguir ahondando en sus propias ideas, ya que fueron fichados por esa misma razón, aportar frescura a la editorial. Entre esas ideas se encontraba la Newsboy Legion, literalmente, la legión de repartidores de periódicos. Básicamente, se cogía algo que había funcionado con el Capitán América (su asociación con sidekicks, como los Jóvenes Aliados) y se perfila en el entorno DC, extirpando cualquier atisbo de componente patriótico. Un agente de policía se viste de superhéroe en sus ratos libres, portando un escudo con forma de placa, y para que su función fuese lo más efectiva posible, adopta una pandilla de un barrio problemático de Nueva York para ser sus socios en armas. Se puede notar el componente autobiográfico en la composición de los personajes pues Jack fue repartidor de periódicos cuando era chaval y su origen se localiza en el Lower East Side, un entorno bastante complicado. Incluso, se dice que en todo cómic del Rey hay un trasunto personal y en este se puede citar a Scrapper como su alter ego particular. Los personajes tuvieron una muy buena aceptación y comenzaron aventuras en diversas revistas de la editorial.
¿Tiene esta Legión de Repartidores algo que ver con nuestra narración? Pues algo. A finales de 1941 se produjo el ataque a Pearl Harbor que provocó que Estados Unidos entrara de forma oficial en la guerra. Por tanto, más que nunca nuestros autores eran conscientes de lo que se venía encima. Consecuencia directa de eso, el tándem artístico pensó en añadir a su nueva producción en DC a los Boy Commandos, un grupo de chicos en plena guerra europea al mando de un intrépido capitán. Lo que venía a ser la Newsboy Legion pero en un marco bélico. No se puede negar que los Boy Commandos son consecuencia de la Newsboy Legion. Son dos conceptos tan parecidos, casi idénticos en su concepción, que ni los propios autores podrían poner una objeción al respecto. Sin duda, son el grupete metido a labores bélicas el que nos interesa y a ellos dedicamos las siguientes líneas.
El equipo juvenil debuta en junio de 1942, en las páginas de Detective Comics#64. Compartiendo espacio con Batman y Robin, los autores son conscientes de que la temática no pega del todo con el resto de la revista: “¿qué hace esta tira en Detective, te preguntarás? Los super-criminales que tienen encadenado a todo un continente te lo pueden decir. Desde la caldera caliente de la guerra se levantan nuevos agentes de la justicia…. Los Comandos están llegando”. Así reza la leyenda incluida en el propio cómic; se notaba que la tensión de la batalla se acercaba. A estas alturas, nuestros dos autores estaban comprometidos en la lucha contra el fascismo. Las noticias sobre el frente eran constantes y Simon+Kirby pensaron que sería interesante trasladar ese espíritu belicoso a su audiencia. Así lo recuerda Joe: “los comandos británicos comenzaron a aparecer continuamente en la prensa, disparando la imaginación y la admiración de los estadounidenses con sus peligrosas hazañas. Jack y yo ideamos entonces a los Comandos Juveniles, que giraba en torno a un grupo de chicos jóvenes con diversos orígenes internacionales”. Por tanto, tenemos a un grupo de chavales provenientes de diversos países aliados, jugueteando en pleno Teatro de Guerra. Volvemos al concepto de sidekick bélico, que no tenía ningún sentido, por lo que a estos menores se les hace pasar por las “mascotas” de un destacamento. A su cabeza se debe colocar un adulto, en este caso el capitán norteamericano Rip Carter. Es este oficial el que debe coordinar a la tropa juvenil: Pierre Chavard, de origen francés; Jan Haasen, de la Holanda ocupada; Alfy Twidgetts, el típico elemento británico; y por último, Brooklyn, que ya pueden suponer su procedencia (al igual que su cercanía a cierto dibujante que todos conocemos).
Al contario que su anterior experiencia con el Capitán América, los Boy Commandos es un tebeo que se adentra de lleno en variados aspectos sobre la guerra. Desde su primera aparición, donde hay una disputa acerca de un componente importante de la resistencia francesa, entre alemanes y aliados, todo circula alrededor de la guerra y sus soldados. Pese a la corta edad de algunos de sus protagonistas, la trama no resulta para nada absurda, ni tampoco infantil. Es más, el guion se estructura en suerte de relato circular, que une su inicio y su desenlace, de una manera muy inteligente. Hay combates, hay muerte, hay trascendencia, pues cada misión es importante. Esta primera historia de los Comandos Juveniles gustó mucho a la audiencia de DC. Y claro, los lectores demandaron más de manera instantánea. Primero ampliaron su espectro al contar con un segmento en World’s Finest Comics, y ya pasando a temas mayores, en diciembre de 1942 consiguen su propia revista. A Joe Simon le gustaba alardear del impacto que consiguieron los personajes co-creados con Kirby, y soltaba con pompa y boato que en los años cuarenta los tres pesos pesados de DC eran Batman, Superman y los Boy Commandos. Y para muestra, la portada de Detective Comics#65, donde los mismísimos Batman y Robin dan la bienvenida a las nuevas estrellas de la editorial. Tamaña declaración, pese a ser parte interesada, desde luego no puede tomarse por algo intrascendente. Los Boy Commandos impactaron bastante en los lectores, consiguiendo colocar en el mercado alrededor de un millón de copias de cada ejemplar a la venta.
Esta serie se convirtió en la más longeva que Simon y Kirby inventaron en su primera estancia en DC. El primer volumen llegó hasta los treinta y seis números, aunque a Joe y Jack solo se les puede acreditar del #1 al #5 (más apariciones en complementos arriba señalados), ya que los dos autores fueron reclutados a filas y no pudieron continuar con su cometido. Y eso representaba un problema para los editores de National. La editorial estaba montada al estilo industrial, con unos cómics cortados por patrones casi rígidos. Joe y Jack hacían de sus tebeos una experiencia única, con un estilo característico muy difícil de imitar. Cuando el gran jefe intuía que pronto iban a ser llamados para servir en el ejército, les solicitó que aumentaran la cantidad de páginas entregadas, lo que claramente representaba más dinero para los artistas pero también un fuerte quebradero de cabeza. Ambos pensaron que la mejor solución era montar un taller, con un reducido grupo de profesionales, que les ayudarían en variados menesteres. Así, se podía repartir mejor la faena y aumentar la producción. Con el tiempo, este taller fue creciendo hasta convertirse en toda una editorial, ya en los años cincuenta. De todas formas, por más que no fuera la intención de Liebowitz, tuvo que tirar de sustitutos para cubrir la larga ausencia de los creadores originales, pues se había demostrado que los Boy Commandos eran todo un fenómeno. A la vuelta de la guerra, Kirby todavía tuvo la fortuna de dedicarse a sus queridos personajes, ya que se le acredita en el #15 y en el #17. Y si no hizo más fue porque al regreso de Simon, éste le convenció para cambiar de editorial. Adiós a los Comandos Juveniles.
Como no podía ser de otra forma, Simon+Kirby revolucionaron la anquilosada compañía. Su especial concepción de lo que debía ser un cómic impregnó la editorial, aun cuando se notaba que tenían a muchos editores en su contra. Haciendo una analogía con el Capitán América, los Comandos Juveniles eran casi un género en sí mismos. Había temática militar, sí, en gran cantidad, pero igualmente te podías encontrar con un número donde Rip los mandaba a la escuela a estudiar, con insospechadas disputas con el tutor, y al siguiente se dirigían a territorios inhóspitos de África a vivir fastuosas peripecias. No se parecía a una fórmula ganadora que se repitiese hasta la extenuación; en el cambio, en la variedad estaba el éxito. Utilizando su variado nicho de influencias, extraído básicamente del pulp, Jack y Joe podían montar tramas con base de comedia, algunas realmente alegóricas, con una búsqueda de un significado mayor, o incluso añadir toques truculentos y del terror, a pesar de que sus protagonistas principales son un grupos de jóvenes mascotas de destacamento. Hay que suspender mucho la credulidad para meterte de lleno en los papeles de los chavales. Pero una vez realizado el salto de fe, es del todo sorprendente lo que nos ofrecen en estas páginas.
Jack Kirby y Joe Simon, pese a su aumento de fama, siguen con su lógica evolución artística heredada de los tiempos de Timely. Ya se les reconocen trazos de estilo inconfundible, con esas escenas de acción con coreografías imposibles y esa capacidad cinética. En DC trataron de cambiarles la forma de trabajar. Recuperamos palabras de Simon al respecto: “Mort Weisinger y Jack Schiff llegaron a decirme: “mira, los cómics no se hacen así. Utilizáis mucho sombreado de rejilla cruzada”. Yo les contesté: “siempre hemos trabajado así. Así hicimos el Capitán América y precisamente por el éxito que tuvo nos llamasteis”…al final lo hicimos como nos gustaba a nosotros.” Es decir, permanecieron firmes antes las reclamaciones de los editores. Para ellos era muy importante el acabado final y en DC la línea era muy fina, muy lograda, porque trataban de resaltar al personaje por encima de la ambientación o la trama. Para los autores la composición era parte de un todo, de algo mayor, una que cada historia demandaba. Y si el entintado de Jack se merecía el de rejilla cruzada, ellos no se iban a echar a atrás pese a las malas caras de muchos en la editorial. Algo en lo que sí que se percibe un avance considerable fue en su capacidad de narración, que vemos reflejado sobre todo en las grandes splash pages de Boy Commandos. Una maravilla que te abría las ganas de pasar a la siguiente página para adentrarte en la aventuras de los muchachos.
Como vemos, unos cómics que utilizan la mezcolanza de géneros pasados por el tamiz de Joe y Jack. Pero estos Boy Commandos son algo especial. No por el hecho de reunir una pandilla de chicos jóvenes, algo a lo que Kirby y Simon ya nos tienen del todo habituados (Centinelas de la Libertad en Captain America Comics, Newsboy Legion, estos Comandos Juveniles…incluso, de manera posterior, podemos citar a los Boy Explorers), lo son porque es la serie con su autoría que mejor representa una lucha directa y sin cuartel frente a las fuerzas del Eje. Acción, toques pulp, narrativa cercana a los superhéroes… de todo esto tenemos en la cabecera pero el principal interés de los creadores era mostrar a una generación el mayor mal de ese tiempo. Una representación como otra cualquiera de la diatriba entre la libertad, que se les presupone a los aliados, contra la tiranía del fascismo y asociados. Era la forma que los dos autores se posicionaban; pronto tendrían que utilizar más que su arte, al acudir al frente como cualquiera de sus compatriotas. Nos quedan unos carismáticos personajes, que por cierto, son puro Kirby, y unas historias con un gran despliegue de imaginación, plenas de humor o drama, según la situación, y, por descontado, con mucha acción.
Fighting American. Una vuelta a la bandera
La historia de Fighting American tiene que ver mucho con el Capitán América. Las similitudes son evidentes, porque los autores de forma intencionada así lo quisieron. La situación a su salida de Timely es que Goodman se quedaba con la titularidad del Centinela de la Libertad. El trato del 25% de la venta se circunscribía a su estancia en la editorial. Esto era así entonces y se mantiene con cada personaje creado para una gran compañía, el más que conocido «work for hire«. Simon y Kirby no tenían ningún poder de decisión sobre los destinos de su criatura. En 1944 ya se había dado un intento de traslación al entorno audiovisual con un serial producido por Republic Pictures, del que los autores no recibieron ni un céntimo. Joe y Jack seguían a lo suyo pero miraban de reojo a lo que se hacía con el Capi en la otra acera.
Después de la guerra, el género del superhéroe sufrió un retroceso importante, mucho más acusado en aquellos de corte patriótico. Los gustos del respetable giraron hacia otros lares y los propios Simon&Kirby tuvieron que reinventarse, entre otros, con el pelotazo de los cómics románticos. A Joe y Jack les iba muy, muy bien pero un suceso en 1954 llamó su atención. Atlas, la nueva nomenclatura de la empresa de Goodman, se propone traer de vuelta al Capitán América. Buscándole un sentido al abanderado, y ya con los nazis extintos (o eso parecía entonces), se buscó el siguiente enemigo a abatir en la lista, y esos eran los comunistas. Los años cincuenta fueron los de la eclosión de la Guerra Fría, el enfrentamiento entre bloques, y en EEUU hubo una auténtica histeria al respecto, con episodios tan negros como la “caza de brujas” auspiciada por el senador McCarthy. Como hemos dicho, sus creadores originales no le quitaban el ojo a su personaje y aquello les sentó especialmente mal. Joe Simon recuerda la situación y hablar sobre ello con Kirby: “Han recuperado al Capitán América, Jack-dije-. Sí pero no durará-replicó Kirby-. No es como cuando lo hacíamos nosotros. ¿Sabes?-contesté- No hay ninguna razón por lo que no podamos hacer nuestro personaje de nuevo. Ellos no pueden acaparar el mercado del patriotismo, después de todo”. Así pues, ésta es la única razón por la que surge esta colección. Al amparo de Prize Group, la editorial con la que mejor colaboraban en aquellos tiempos, nace Fighting American como un intento de emular su gran creación, aquella que había llegado a sublimar el cómic patriótico.
Hay que decir que la copia duró más que el original. La tentativa de Atlas se vio fallida nada más discurrir tres ejemplares y eso que contaba con activos tan importantes como John Romita Sr. o Russ Heath. La versión de Simon&Kirby al menos duró siete números. Las bases sobre las que estaría montado todo el entramado eran sospechosamente parecidas al Capitán América, algo del todo deliberado. Tenemos a un afamado presentador televisivo, antiguo héroe de guerra ahora impedido, poniendo al descubierto las diversas confabulaciones de los enemigos de la nación. Al grito de “¡Hola América! Al habla la voz de la libertad”, Johnny Flagg advierte a sus conciudadanos de los peligros y expresa poderosas arengas patrióticas de cara a sus televidentes. La clave de su éxito reside en su hermano, principal impulsor intelectual y redactor de sus discursos. Lo que ocurre es que Nelson, el citado hermano, es un chico enclenque, más bien asustadizo, que se siente eclipsado bajo la sombra de su hermano. El tal Johnny Flagg tiene muchos enemigos, pues es capaz de descubrir las más enrevesadas conspiraciones. Y en una de esas es atacado hasta quedar malherido, muy malherido. Apenas aguanta con vida hasta la llegada de su hermano. Sus últimas palabras son de despedida. Nelson queda profundamente tocado. Es el momento en que el ejército aprovecha para ofrecerle un curioso experimento, el llamado Fighting American. La proposición tiene su miga pues se ha recuperado el físico de Johnny, antes de ser herido, todo un atleta, y se le propone al joven Nelson pasar su consciencia al nuevo receptáculo. La unión de cerebro y cuerpo quedaría perfecta. Tal y como le explica el general: “no te asustes, es pura ciencia y no magia negra”. En esta insospechada situación, obtenemos aspecto físico de Johnny con la mente de Nelson. Todo ello perfectamente ensamblado y con un disfraz confeccionado para la ocasión, con los típicos elementos de la bandera estadounidense, nos da como resultado a Fighting American.
Por supuesto, el todo nuevo y diferente Johnny acude a sus compromisos como presentador de tv, lo que causa un gran shock en sus enemigos, convencidos de su muerte. Ambas versiones, el periodista y el héroe enmascarado, aúnan la lucha contra la tiranía de los enemigos de la libertad. Hacemos notar que la historia de origen es muy similar en esencia a la de Steve Rogers. Un chico de buen corazón y gran espíritu se ve superado por su incapacidad física hasta que un experimento gubernamental lo pone en la senda del patriotismo. Cambian las formas, se mantiene el fondo. De hecho, el final de la trama es un espectacular enfrentamiento contra espías comunistas, tal y como Steve tuvo el suyo contra el espía alemán que dinamitó el proyecto Supersoldado. La revista estaba configurada al uso de la Golden Age, es decir, incluía tres historias cortas del personaje principal. La segunda de ellas nos presenta a Speedboy, el equivalente en sidekick a Bucky Barnes. El chico es el botones de la cadena de televisión donde trabaja Johnny y en sus quehaceres diarios, salva la vida a nuestro héroe, sin comerlo ni beberlo. Flagg se desenmascara delante del chaval y este se ve involucrado en la aventura. Debido a su buen hacer, Fighting American lo solicita como acompañante juvenil, lo que lleva aparejado un colorido disfraz de serie. A partir de ahora, servirán a la causa como una dupla bien avenida. El último de los episodios los llevara a Europa, a participar en una importante carrera de coches, con el honor americano en juego.
La estructura queda marcada y ésta es muy similar al tipo de cómic que habían hecho en el pasado. Como ejemplo, tenemos el #2, donde Johnny continúa con sus arengas anti-comunistas pero en la que también se incluyen elementos criminales. Así tenemos la vida y milagros de unos ladrones “apuestos” que Fighting American debe atrapar o la curiosa figura del Rey del Sindicato del Crimen, Cabezadúplex (Doubleheader en su idioma original, un personaje con dos cabezas, cada una de un tipo social; un elegante señorito y un bruto de barrio marginal). Como se puede observar, Joe y Jack parecen que vuelven a tirar de influencias pulp, mucho más acentuadas en la última trama de la revista, con la aparición de una extraña civilización oculta a los ojos del hombre moderno.
Estos dos primeros números ofrecen un nivel de calidad estándar respecto a lo que podríamos esperar de los autores. Mezcla de influencias, mensaje patriótico y un arte especialmente efectivo en este tipo de cómic, donde la acción es tan importante. Los dos artistas estaban demostrando que podían hacer el Capitán América mejor que lo hacía la propia Atlas, dueña de la licencia original. Pero algo cambió a la altura del #3. Aparentemente, el inicio del tebeo sigue la misma tónica, con una historia de hampones y un pequeño complemento de dos páginas que expone de forma bastante chusca las diferencias entre el modo de vida americano y el soviético. Es tan panfletario como suena, por lo que poco más vamos a añadir. Es la segunda gran trama la que marca un giro hacia lo caricaturesco difícil de asimilar. Lo de Iván Veneno, un infiltrado ruso que va cambiando el parecer de chicos de barrio, es tan surrealista que no hay por dónde cogerlo. Expliquemos un poco el contexto.
Ya hemos señalado líneas arriba que la labor civil de Johnny Flagg era ser presentador de televisión. Su cometido, soltar soflamas y arengas que convencieran si cabe más a los estadounidenses de su grandeza y advertir la maldad de la tiranía del comunismo. Algo que recordaba de forma evidente a Joseph McCarthy. El que fuera representante del anti-comunismo más furibundo se había hecho bastante popular apareciendo en un show televisivo comandado por Edward Murrow. A la altura de 1954 parecía que se podían dar por constatados dos datos bien distintos: por un lado, por mucho que hubiera una guerra fría entre bloques, el odio al comunismo no fue tan profundo como lo había sido hacia el nazismo en la II Guerra Mundial; el segundo, y más importante, se produce la caída en desgracia de MCarthy, uno de los personajes políticos más influyentes de la época. El propio Joe Simon admitió que cambió el tipo de historias debido al fin del macartismo. Y claro, toda esa situación que se vivía en el momento era tan rocambolesca, con un héroe patriótico entre manos, que decidieron girar hacia el humor. Así lo ha dejado estipulado el propio Joe: “al principio fue nuestra respuesta al nuevo Capitán América, pero con rapidez se convirtió en mucho más……Y después de un comienzo serio, nuestro héroe inició algo nuevo: el sentido del humor. Seguro, el tebeo estaba lleno de rojos y otros villanos, pero también se burlaba de todo el mundo de los superhéroes”.
Así pues, podemos constatar que de forma deliberada, la intención de los autores era convertir la cabecera en algo excesivo, desmesurado, con parodias por doquier. Los dos creadores dieron rienda suelta a sus excentricidades e hicieron sorna descarada de los villanos e incluso del propio Fighting American. Volvieron a tirar de influencias varias, colando de soslayo historias de ciencia ficción pura, como era un viaje al año 3000, pero también al pasado, nada menos que a la antigua Roma, o relatos al estilo Tarzán, con un chico de la selva que habla inglés con acento italiano. Un cambio de rumbo que debió resultar llamativo a los seguidores de los primeros números. El comic-book vendía bien, sin tirar cohetes, porque el prestigio de los autores lo mantenía en el candelero, pese a su clara deriva hacía a lo intrascendente. A la altura de su #6 la cosa ya no se podía sostener. La historia de Super-Apestovich, una especie de Superman comunista cuyo apodo proviene de su olor corporal, es tan absurda, que por momentos solo puedes sentir vergüenza ajena. Ojo, no hablamos de cualquiera, son Simon&Kirby, las mayores superestrellas del medio. Que se plantearan sacar esta trama a la luz, aunque fuera en plan cachondeo, es realmente increíble. Curiosamente, la que da inicio al número, titulada “El Mortal Doolittle”, es una que se asemeja en tono a los primeros episodios, aquellos que podemos denominar más “serios”. Aquí realmente había una trampa. Resulta que en pleno maremágnum de montar su propia editorial, Mainline, y la vez trabajar para Prize, decidieron reciclar una historia ya publicada protagonizada por
El número siete marca el fin de la colección (corresponde a abril-mayo de 1955, pues tenía un recorrido bimestral). Después de su cambio de rumbo, todo fue un lento declinar. El humor no era una cuestión que le fuera ajena a los dos autores, pero ciertamente en esta serie queda como demasiado forzado, más cuando tienes una genuina representación del tema patriótico en sus primeros números. Aun así, pese a su aparente fracaso como concepto, los autores volvieron a reunirse en 1966, con Jack reluciendo como una estrella en Marvel, para sacar un especial Giant Size gracias al empuje de Prize. Inasequibles al desaliento, volvieron a dotar a las historias de un tono paródico exagerado. No hay más que nombrar a Robin Redondete para darte cuenta del nivel aplicado. Dentro de ese especial, destacamos una trama que busca la crítica al medio en sí, a sus interioridades. Tintado es un artista con ínfulas que busca revolucionar los cómics; su ego lo transformará en un trasnochado villano. Este tipo de pulla fue algo habitual en Jack: lo hizo en Boy Commandos, donde caricaturizó a los editores de National; lo hace aquí; y lo haría después en Mister Miracle, con los impagables Funky Flashman y Houreroy. Fighting American y Speedboy daban sus últimos coletazos en 1966 bajo el auspicio de sus creadores. La buena nueva respecto a estos personajes es que Titan, editorial que actualmente posee sus derechos, ha accedido a recuperarlos en renovadas peripecias, lo que apunta a vibrantes locuras. Si consiguen mantenerse como colección o no solo el tiempo nos lo dirá.
Esta serie es una rara avis en la producción de Simon & Kirby. El navegar entre dos aguas no le hizo ningún bien, ni tampoco el hecho de que eran días frenéticos en la vida de los dos artistas. Pero no se puede negar que fue un remedo del Capitán América, que buscaba atraer para sí todos aquellos que se entusiasmaron con las historias primigenias de Joe y Jack en Timely. Y tampoco se puede obviar que quizás sea el cómic más panfletario, patriotero, en el mal sentido, con la propaganda política más descarada que ambos autores hayan sacado jamás a la luz. Que todo ello era recubierto con sentido del humor es algo muy cierto; hay situaciones tan ridículas que es imposible tomarlas en serio. Y es que a veces el mensaje no queda del todo claro… si no fuera porque los autores juran y perjuran que era todo guasa…. otro gallo cantaría.
Sargento Furia. La vida en los barracones Marvel
Toca dar uno de esos habituales saltos en el tiempo para ubicarnos en 1963. Durante este periodo de unos pocos años, ha ocurrido mucho en la vida de Jack Kirby. El ascenso que precede a la caída fue vivido de una forma muy intensa, con unos sueños que se rompieron de manera drástica, pese al empeño del artista. No hay que poner paños calientes, es un momento devastador. De estrella del medio, el Rey pasó a prácticamente recoger cualquier encargo que le salía. La quiebra de Mainline y la separación de Joe Simon lo dejaron en una posición muy complicada. Trató de volver a DC, donde lo ningunearon sistemáticamente, y trató de colar trabajillos por aquí y por allá. Una de las editoriales en las que colaboró fue Atlas, la empresa de Martin Goodman, un sitio al que Jack nunca pensó en volver. Allí dominaba la estructura editorial el antiguo chico de los recados, aquel que Kirby llamaba despectivamente “el primo del jefe”, fuertemente asentado como Director Editorial. Nos referimos a Stan Lee. Lee nunca escondió su admiración hacia Jack. Más allá de los conflictos que tuvieron en el pasado, lo importante era el talento de cada autor y Stan estaba convencido de las capacidades del artista. Desgraciadamente, no le podía ofrecer demasiado surtido pues las directrices del mandamás eran ceñirse a la moda del momento pero todo ello cambió con el nacimiento de los 4 Fantásticos y el comienzo del Universo Marvel. Stan y Jack se convirtieron en pareja artística, ofreciendo tal cantidad de conceptos y nuevos personajes, que llegaron a revolucionar el cómo se hacia el superhéroe en aquellos días.
El mercado parece que cumplía una suerte de vuelta cíclica hacía determinados géneros y el de los empijamados sufrió un fuerte repunte a inicios de los años sesenta. Lo llamativo en el catálogo Marvel de la época es que se recuperase una serie de corte bélico, como va a ser Sgt. Fury and His Howling Commandos, cuando era una temática de capa caída, y más teniendo en cuenta que otras como el western o el romance cada vez iban cediendo más espacio a los superhéroes. Pero reza la leyenda que esto fue una apuesta personal de Stan Lee y como tal la trasladamos. Cuentan los mentideros de la corte que Goodman era un tipo muy irrespetuoso con material que editaba. No le importaba más allá de que le granjeasen beneficios económicos. También tenía la curiosa teoría de que para vender tebeos solo tenías que poner sobre la mesa un nombre pegadizo y una bonita portada. Aquello, que no era más que la opinión de alguien que se declaraba poco interesado en el medio, molestaba sobremanera a Stan. El mismo que Lee que había fantaseado con escribir la gran novela americana, aquel que cada vez era más solicitado en ambientes culturales, no podía soportar que el máximo responsable no apreciase lo que su gente hacía en la editorial. Así que, siempre siguiendo su relato, le propuso una curiosa apuesta. Presentaría una serie con un nombre horroroso pero con buenas historias en su interior y le demostraría que estaba equivocado. De esta forma surgen las aventuras y desventuras de un sargento chusquero y su pelotón en plena II Guerra Mundial, Sargento Furia y su Comandos Aulladores.
El por qué el guionista decidió ubicar el trasfondo de la cabecera en un contexto bélico no está del todo explicado. Quizás era una lógica expansión hacia atrás del Universo Marvel; pudiera deberse a pagar un tributo con el pasado; o simplemente en DC Comics estaban teniendo un notable éxito con una nueva línea de cómics bélicos…. quién sabe. Lee tuvo muy claro que recurriría a Jack para ser su ilustrador, obvio, por otra parte, ya que era su mejor compañero. Pero había algo más que los unía en estas lides: “tanto Kirby como como yo servimos en la Segunda Guerra Mundial. Jack fue combatiente en infantería y yo estuve destinado al Cuerpo de Señales. Ambos nos licenciamos en 1945 después de tres años de servicio. Y sé que no tengo que deciros que fue una experiencia inolvidable”. Todavía faltaba para rellenar los créditos el entintador Dick Ayers, también veterano de guerra, en las Fuerza Aéreas, que además sería el sustituto de Jack cuando este se vio obligado a abandonar por la carga de trabajo. Siguiendo con el razonamiento de Lee, trataron de rescatar el ambiente que se vivía en los barracones, la camaradería entre iguales, aunque su procedencia y aspecto fuera distinto: “una cosa que era realmente importante para mí fue asegurarme de que tuviéramos un grupo mixto de gente, igual que en el ejército real. Ésta probablemente fue la primera serie que presentara a un irlandés, un sureño, un judío, un italiano y un negro, por no mencionar a un recién llegado gay”. Estamos hablando de la tropa, un grupo heterogéneo que podría recodar a cualquier batallón de soldados que participó en la II Guerra Mundial.
Al frente de tan singular equipo tenemos al Sargento Nick Furia, aquel que da nombre a la obra. Lee siempre se ha preocupado en otorgar un trasfondo a los personajes, pudiendo reconocerse en muchos de ellos la marca Marvel. Furia es un tipo duro, habituado a la guerra, pero al que poco a poco vamos cogiendo cariño debido a su buen corazón. Stan describe su creación tal que así: “(Nick Furia) para mí representa a todos los suboficiales duros, brutales y encallecidos pero completamente heroicos que había conocido a lo largo de la guerra”. También parece indudable que tras la cortina habitual de la apariencia, se esconde mucho de la personalidad Kirby en el buen sargento. Y no porque siempre este degustando su humeante puro, sino más bien por ese carácter incendiario, peleón, del que hizo gala el artista durante toda su vida, aunque la gente que lo conocía bien sabía que en el fondo era un buenazo.
Parece que fuera Stan The Man el único motor de los Comandos Aulladores. Hasta ahora, hemos hablado mucho de él, por lo que nos hacemos la pregunta de rigor ¿cuál sería la aportación de Jack? Una fundamental, como pueden suponer. Para empezar, todo el diseño de personajes y el entorno de guerra. Stan y Jack habían participado en el conflicto, pero Kirby fue el que pisó terreno bélico hasta lo profundo. Estuvo en las trincheras, pasó verdaderas penurias; se jugó la vida al fin y al cabo. Suya es la mayor experiencia en cuanto a acciones de guerra. Por otro lado, la página de presentación de los Howling Commandos es extremadamente parecida a la de una vieja creación del Rey, los Boy Commandos. Misma estructura de la splash page, con recuadros explicativos y foto fija de los protagonistas. En aquella, el capitán Rip Carter advertía que eran pocos pero que se les daba de maravilla tirar por tierra los planes nazis. Igualmente, pese a que la tropa de Nick está situada en un entorno mayor, formando parte de la Compañía Able, al mando de Happy Sam Sawyer, son los principales encargados de acometer misiones casi suicidas en solitario. El título de la aventura, “Siete contra los Nazis”, ya lo dice todo. Esta primera trama tiene como objetivo localizar a un importante activo de la resistencia francesa…. tal y como fue la primera de los Comandos Juveniles. ¿Casualidad? Y por último, hay un detalle muy llamativo que no podemos obviar, y ese tiene que ver con el nombre. Stan clama a los cielos que él fue el autor de tan sonoro sombre, los Howling Commandos. Es curioso puesto que todo aquel que hubiera pisado Europa en aquellos días sabría que las fuerzas americanas eran denominadas Rangers, quedando el término comando para los británicos. ¿Puede ser que Stan realizase un guiño a Jack para atraerlo hacia la futura cabecera recordando a Boy Commandos? Entra dentro de lo posible. Y sabemos que Simon&Kirby eligieron el término de marras antes de ser llamados a filas, influenciados por las noticias de las hazañas de los ingleses contra los invasores alemanes.
El tono y estructura recuerda bastante a las clásicas cabeceras pertrechadas por Simon y Kirby, entre ellas Boy Commandos. Aventura sin control, personajes carismáticos y entorno de guerra, sazonados con un poco de personalidad de la Marvel de la época. Podríamos decir que, pese al marco concreto del conflicto, se trata de la típica producción de la Casa de las Ideas, solo que sin superpoderes. Eso no quiere decir que los creadores se abandonaran a unas tramas fantásticas, sin ningún apego a la realidad. Todo lo contrario. El primer episodio nos da muestras al respecto. Como ya hemos avanzado, los Aulladores deben recuperar a un afamado líder de la resistencia francesa. Éste tiene información privilegiada sobre el Día D. Este concepto llevado a la Segunda Guerra Mundial equivalía a la Operación Overlord, cuyo objetivo era ganar posiciones en la Europa Occidental en aras de disminuir el poderío alemán. El artífice de tamaña empresa era Dwight Eisenhower, bajo cuyo mando, de forma indirecta, sirvió Kirby durante su reemplazo. Por lo tanto, el Rey algo sabía de la estratagema y su importancia. Y como regalo especial, tenemos al mismísimo Adolf regañando a sus generales por ser incapaces de detener a Furia y a sus chicos. Hitler (y sus dobles) sería un habitual en el discurrir de la cabecera. Y no será el único personaje histórico en la sala. Los Commandos deberán hacer frente, en su momento, a una figura tan importante como es el general Erwin Rommel, desplazándose a su terreno favorito, las arenas del desierto.
Así, podemos decir que los grandes acontecimientos se juntan con los más desconocidos. Como un ejemplo cualquiera tenemos la figura de Lord Ja Ja, basado en un suceso real que pasamos a relatar. Durante la contienda, el juego de intereses se movía en aras del mejor postor. Los germanos lo sabían bien e intentaron ganarse a cierto sector que podía ser afín a los nazis mediante un programa radiofónico que emitía propaganda en un perfecto inglés. Bajo el apodo de Lord Haw-Haw se escondía William Joyce, nacido en los EEUU pero criado en Gran Bretaña. Joyce fue aprehendido por las fuerzas británicas pero el apodo continuó utilizándose durante el resto de la contienda. Stan y Jack cogen el concepto y lo utilizan en pos de sus propios intereses, que no eran otros más que deleitar al respetable.
En esta cabecera tenemos una de las pocas representaciones que hizo Jack Kirby de un campo de prisioneros nazi. Pasando muy de soslayo por el tema, y sin apenas profundizar, los dos autores se permiten un diálogo entre el cabo Dugan y Furia que deja bien a las claras sus pensamientos: “¡Cuesta creer que un ser humano pueda tratar así a otros hombres!- Por si no te has enterado Dum Dum, es una de las razones por las que estamos en guerra”.
El peaje de formar parte de un entorno compartido, traería como consecuencia apariciones estelares varias: Reed Richards, antes de ser Míster Fantástico, el Capitán América o el malvado Barón Zemo, que la pareja creativa había utilizado en la serie de los Vengadores como un antiguo rival del Centinela de la Libertad con pasado nazi. Siguiendo la estela del villano aristocrático, Stan y Jack crearon al Barón von Strucker, criado en las mejores escuelas militares bávaras y que sufrirá en sus carnes la fiereza de Nick Furia y compañía. Este personaje pasó a ser unos de los más correosos enemigos del sargento, y cuando éste fue trasladado a la continuidad Marvel, Strucker no tardó en seguirle, convirtiéndose el amo y señor de la principal organización subversiva de la casa, la celebérrima Hydra.
Jack Kirby solo se mantuvo en la cabecera ocho episodios de continuo. Regresó de forma ocasional en el #13, para narrar el team up con el Capitán América y realizó portadas de forma puntual, pero nada más. Frente a los cerca de treinta episodios a cargo de Lee (cuya senda siguieron autores como Roy Thomas o Gary Friedrich) o la dedicación de Dick Ayers, pueden parecer pocos. Sin embargo, cuesta imaginar esta serie sin que Jack la hubiera puesto en marcha. A Stan le gusta decir que las tramas que escribió en esta colección se encuentran entre lo mejor de su andadura como guionista; sin duda, son divertidas y trepidantes. Lo máximo que se le ha escuchado a Kirby comentar acerca de la misma es que “todo lo que hizo Furia en su serie, yo lo hice”. Probablemente, no se refiera de forma literal a ciertas tramas, como liarse con una dama inglesa de alta cuna, o gritar de manera continuada a su pelotón, entre otras cosas, porque Jack no pasó de ser un soldado raso. Quizás se refiera a la dinámica entre personajes, a esa vida entre barracones, a la relación con los mandos, a la sensación de mantenerse bravo pese a que por dentro estás cagado de miedo… La guerra era así de dura y nuestra dupla trató de mostrarla de manera velada, añadiendo trazos aventureros, con su trasfondo, pero con un objetivo lúdico. No podían hacerlo de otra forma, el Comics Code jamás se lo hubiera permitido. Los autores consiguieron transmitir el drama, a pesar del organismo censor; hay golpes muy duros para Furia y para su fiel pelotón. Lo que Stan y Jack trataron de enseñar a sus lectores es que los buenos siempre se levantan y que los malos nunca descansan. Llevado a lo personal, Kirby siempre tuvo claro que la única forma de triunfar era trabajar duro y nunca dejó de hacerlo, fuese en la editorial que fuese.
The Losers. La tristeza de la derrota
Jack Kirby terminó por abandonar Marvel a inicios de los setenta. Puede parecer algo habitual dentro del panorama comiquero pero en el Bullpen sentó como una verdadera bomba. Su constante ninguneo, tanto creativo como económico, desembocó en esta situación, el fichaje del Rey por DC Comics. Allí no es que tampoco le fuera mucho mejor, pero comenzó con un innegable empuje, desarrollando todos los conceptos relacionados con el Cuarto Mundo. Conforme Jack recibía informaciones negativas sobre su proyecto más personal, llegando a ser paralizado por la propia editorial, se veía abocado a buscarse nuevos destinos pues el suculento contrato firmado con la editorial le obligada a una gran cantidad de páginas al mes. Llegado el año 1974, Kirby es asignado a una revista de tipo bélico, Our Fighting Forces, protagonizada por un grupo de soldados apodados con el melancólico nombre The Losers. Archie Goodwin, el antiguo guionista, abandonaba la serie y el encargado de los cómics bélicos DC, Robert Kanigher, pensó en el artista para que se ocupase como autor completo. Tenía experiencia en la temática bélica (Boy Commandos, Foxhole, Sgt. Fury) y había participado en la II Guerra Mundial. Sin duda, todo apuntaba a un buen repuesto. Kanigher vigilaría desde la distancia pues estos personajes eran sus criaturas, ya que era el ideólogo y máximo responsable de esta línea.
Kirby recoge unos caracteres que llevaban unidos desde 1970. En realidad, habían sido protagonistas de diversos relatos que se llevaban publicando cierto tiempo en la zona bélica de DC, algunos debutando en fechas tan lejanas como 1959. El Capitán Storm, Gunner, Johnny Cloud y Sarge eran soldados que llevaban un fuerte peso bajo sus espaldas; en cierta medida, se consideraban perdedores, por lo que el citado Robert Kanigher decidió unirlos como grupo para ahondar en esa tesitura. Robert se encargó de foguear a personajes como el As Enemigo, el Sargento Rock o el Soldado Desconocido durante la Silver Age y se había convertido en una eminencia en la materia. Su palabra era ley y decidió confiar en Kirby para continuar donde Goodwin lo dejó, en Our Fighting Stories#151. Jack, poco amigo de seguir caminos ajenos, planteó novedades bastante radicales. Para empezar, por los años de publicación, nos encontramos en un momento crítico respecto a la Guerra de Vietnam. Archie Goodwin, sin salirse del género, llegó a meter mensajes de tipo “pacifista”, o por lo menos, que trataban de poner en duda las razones de la guerra en sí misma. Con el Rey eso jamás funcionaría. Para Kirby, que había luchado en una, la guerra era para ganarla y nunca se plantearía esa visión con respecto a los personajes. Esto es lo que pensaba de sus Perdedores: “son una cuestión de gente normal y corriente. Un pequeño escuadrón de tipos normales pillados en el centro de los acontecimientos, llevando su saber hacer hasta el límite para tratar de sobrevivir”. O de forma más clara y evidente aun: “The Losers no son personajes ficticios, sino pequeños trozos y piezas de mí mismo y de la gente que compartió la guerra conmigo”.
Jack Kirby prescinde de cualquier referencia anterior y comienza su periplo de doce números en plena acción, en abierta confrontación con los nazis. El grupo se halla en el meollo de una misión de rescate en la Francia ocupada. En este caso, el rescatado no es un importante líder militar, ni un científico con valiosa información; es una concertista de piano. Jack nos deja una historia donde el poder de la música subyace en el fondo de la trama y nos asombra con una primera asociación entre Wagner y la guerra (¡¡hola Apocalisis Now!!). El #152 sigue la misma dinámica frenética. El autor quiere que sintamos la batalla, el intercambio de balas y para eso se sirve de unos recursos onomatopéyicos bastante evidentes. Parece claro que trataba de incluir en el cómic un factor tan complicado como el sonoro. En el #153 el equipo que forma The Losers tiene el dudoso honor de tratar de detener a Big Max, un arma superpoderosa, la nueva joya de la corona que el propio Adolf Hitler supervisa personalmente. En el #154 viajan a una isla del Pacífico donde conocerán de primera mano el código del Bushido y veremos a los protagonistas pasar auténticas penurias como en el caso de Sarge en Our Fighting Forces#155. Jack no reparaba en espectacularidad y desde que arribó a la cabecera fue todo un crescendo considerable. Pese a los esfuerzos del artista, a escasos números de su llegada, comienzan a asomar voces discordantes. El propio guionista y dibujante tiene que salir en su defensa, reclamando un poco de tiempo para los cambios, y Kanigher elude responsabilidades. En el correo del lector se limita a decir que no coincide con el enfoque del nuevo autor, a la vez que proclamaba que era necesario esperar pues todavía no se sabe hacia dónde se estaba caminando. Jack no recibía el apoyo institucional necesario pero continuó en su manera de proceder.
El Rey se veía en una encrucijada. Se notaba que a los seguidores de la cabecera no les gustaba su forma de encarar las tramas y personajes. Por otro lado, su contrato con DC todavía tardaría un tiempo en expirar; necesitaba conseguir encargos de cualquier manera para mantener el sustento familiar. Además, estaba disfrutando y mucho en la confección de un cómic bélico a su manera. Kirby pensó en ser fiel a sí mismo pero trató de refinar algo más las historias. En una saga en dos partes (números 157 y 158) tenemos una trama en torno a Fattie Panama, un gran personaje creado por el Rey, donde se une acción, romance, intriga y traición. El #159 deja a los Perdedores como simples secundarios para introducirnos en la amistad de dos deportistas, uno afroamericano y el otro alemán. La complejidad de sentimientos alrededor de una amistad imposible era un intento de reflejar el periplo de Jesse Owens y Carl Ludwig Long en los Juegos Olímpicos de Berlín. Y sí ya pasamos al #160, aquí Kirby intenta disparar directo al corazón. Mucho se puede hablar del sufrimiento de los soldados en la guerra, pero las verdaderas víctimas son civiles inocentes que se ven arrastrados a un maremágnum de sinsentido. Alrededor de la aventura que protagoniza el ruso Iván, observamos de cerca ese horror, ponemos caras a los caídos y sufrimos con cada uno de ellos. Quizás, sean las páginas más desgarradoras jamás pertrechadas por el Rey; con un talento gráfico inigualable, consigue transmitir el horror y la pérdida de humanidad que trae aparejada la calamidad de la guerra.
No se puede negar que Jack se esfuerza en atraer a los lectores. Pero ellos, erre que erre. Que vuelva John Severin, que se respete su imagen clásica, que dónde quedaban las tramas pendientes, que si era lamentable hacer que se parecieran a las aventuras del sargento “ya sabes quién” (referencia a Nick Furia) etc., etc. Los enfrentamientos con Kanigher se hacen frecuentes y Kirby, que ya tiene claro que no va a renovar con DC, prepara dos tramas accesorias para finalizar su periplo. El #162 es el último con su autoría y su mayor interés es el ver a Gunner reclutar un grupo de chavales para luchar en el campo de batalla (¡¡otra vez Jack; otra banda de chicos!!). A partir del #163, Robert Kanigher aparta a Kirby de la cabecera, se pone de nuevo al frente de la misma, tratando de cerrar los cabos sueltos, y hacer que parezca que Jack Kirby nunca ha pasado por allí. Este último, mientras tanto, preparaba su regreso a Marvel.
Su etapa en los Perdedores es una de las más desconocidas en el currículo del artista. Y es una pena pues se trata de un intento honesto de acercar al público la vida y milagros de los combatientes, una mirada directa a la agonía de la guerra. El género andaba de capa caída, eso es cierto, y encima Jack se apropió de los personajes para llevarlos a una zona incierta, a una forma de hacer cómics de otra época. No es que nos viéramos arrastrados a la vieja dialéctica patriotera, todo lo contrario. Estos Losers son elementos abollados, defectuosos, llenos de dureza y oscuridad. Simplemente, trató de hacer las cosas a la manera que tan bien le había funcionado en el pasado, en colecciones arriba nombradas. Mucho tiempo después, Jack Kirby recordaba con cariño su estancia en la colección: “tuve el privilegio de hacer The Losers para DC, una historia de guerra, y puse algunos elementos reales allí, algunos elementos que yo mismo experimenté, y que por supuesto facilitaron el realismo de las tramas. No fue una historia de guerra fantasiosa”.
Respecto a las capacidades gráficas del artista, localizamos al Kirby típico de los setenta, con formas exageradas y narrativa vibrante. Con suerte, algunos de sus capítulos en The Losers relucen con fuerza, entintados por su habitual colaborador, Mike Royer. Otros, en cambio, apagaban bastante la potencia del dibujante debido a Bruce Berry. Éste era un entintador de la casa, de la marca DC, acostumbrado a homogeneizar líneas, lo que representaba un flaco favor a los lápices del Rey. Pese a esto, la fuerza de sus dibujos es imposible de controlar y si en algo destacan estas páginas es por representar un intenso baile de balas, luchas y explosiones que a buen seguro un lector avezado sabrá disfrutar.
The Losers fue la última cabecera de género bélico a la que se acercó el artista y todavía le quedaban unos años de carrera. Mark Evanier comenta que a su regreso a Marvel hubo conversaciones con los editores acerca de dos colecciones en concreto, con un intento de tratamiento bélico, o por lo menos con un cierto trasfondo. Una fue el Capitán América, proyecto que al final acometió pero no en los términos iniciales. Jack quería volver a la II Guerra Mundial, a su primigenio estadio, el luchador contra los nazis. No se le dio el visto bueno porque el capi ya tenía una colección en esa época, con los Invasores de Roy Thomas y Frank Robbins. Como resultado, Kirby trató de probar el estilo aventurero con toques de ciencia ficción para el abanderado. También preguntó por el estado del Sargento Furia y este sí que era un caso a analizar. Resulta que en esos días no se paraba de reeditar las historias clásicas… y todavía vendían. Marvel no iba a tocarla si las reimpresiones seguían dando beneficios.
Hasta aquí lo que ha dado de sí el tema de la guerra y el fenómeno patriótico respecto a Jack Kirby. No son la misma cosa pero es indudable que uno no existiría sin la otra. Fueron tiempos convulsos y Jack se vio en el medio de todo ello; ya fuera con su pluma o con su fusil, luchó contra la tiranía del fascismo. Y de todas esas experiencias, el autor supo dejar constancia en sus obras, pequeñas representaciones escritas y dibujadas que nos hablan de la persona, no tanto de la leyenda. Sirvan estas líneas como reivindicación de todas ellas, algunas sin edición disponible en nuestro país. Sería un bonito regalo en el año de su centenario poder acceder a la recopilación íntegra de sus historias clásicas del Capitán América, la alegría de ver guerrear a los chicos de Boy Commandos o echar un repaso a esa joyita casi olvidada que representa los Perdedores. Por pedir, por soñar, que no quede.
Antes la gente tenía agallas y valores. Ahora la gente está muy ocupada con sus smartphone. La sociedad va camino de convertirse en esa utópica vista en Demolition Man de Sly.
Bien dicho!
Katar, vuelve!
Andaba yo ‘preocupado’ porque había pasado el 28 de agosto y no habíamos podido leer mucho sobre el gran aniversario del año (más allá de la nostálgica y emotiva reseña de Nacho Teso), aunque algunos textos como este estaban anunciados desde hace un tiempo…
Este reportaje compensa de sobra la espera. En Arturo we trust.
Bueno Imparcial…. la idea era que se publicara para esa fecha. Y mira que lo cogí con tiempo pero al final me pilló el tren 😉 . Celebro que le haya gustado.
Saludos
En castellano armada no es infantería o ejército. No a las traducciones literales 😛
Tienes razón en que el término es incorrecto en castellano. Buscaba variantes a infantería o ejército de tierra, pero me colé en esa nomenclatura. Subsanado (creo que solo la había utilizado dos veces). Gracias por el aviso
Articulazo, señor Porras! Nada como algo de historia para aprender un poco más del Rey!!
Gracias Japacore!! Siempre es un buen motivo recordar a grandes artistas. Y pocos ha dado el medio tan imaginativos, tan geniales, con tanto a sus espaldas, como nuestro Jack Kirby.
Un saludo
¡Pedazo de artículo! Gracias por la currada.
A ver si tengo tiempo para leerlo entero tranquilamente.
Me encantan este tipo de artículos, hace poco he conseguido algunos números de los fanzines americanos «Alter Ego» Y » Jack Kirby Collector» y son una pasada, pero poder leer algo parecido en castellano es una maravilla.
Felicidades.
Gratitud por sus palabras, amigo Goto. Sepa usted que tiene auténticos tesoros, esos fanzines de la época son muy codiciados. El Jack Kirby Collector es de mis biblias de cabecera.
Saludos
Extraordinario articulo, Señor Porras. Ya le suelo decir que me entusiasman las historias entre bambalinas en este tipo de articulos, asi que imaginese como he disfrutado este, que lo he tenido que leer en tres tandas.
Me han quedado unas ganas tremendas de conocer esos cómics de Los Perdedores. Personajes que conocí en las tierras de Markovia por un breve periodo de tiempo. A los jovenes aliados los descubrí recientemente en un comic del Capitan America con Roger Stern al guion y Dragotta en los lápices en una historia interesante.
En resumen, un excelente homenaje al rey. Chapeau.
Gracias compañero. Lo cierto es que Los Perdedores de Kirby son unos cómics con muchas virtudes. El Rey se veía con la posibilidad de hacer un cómic bélico sin cortapisas y vaya si lo hizo a su manera. Gráficamente, es su estilo colosal característico de los setenta pero con unas tentativas en cuanto a narrativa gráfica muy ambiciosas. Y son muy, muy divertidos. Merecen reedición, como la mayoría de su producción.
Un abrazo
«Ya le suelo decir que me entusiasman las historias entre bambalinas en este tipo de articulos, asi que imaginese como he disfrutado este, que lo he tenido que leer en tres tandas.»
Me lo ha quitado usted de la boca.
En cuanto al sr. Porras, felicitarle por un nuevo articulazo. He disfrutado en especial la parte dedicada a FA. ¡Y Kirby en The Losers! Por lo que cuenta, daría para un bonito tomete. Offtopic: de The Losers, por cierto, disfruté como un cosaco de su reinvención para el sello Vertigo de Diggle y Jock.
Gracias Mimico…. sabía que le iba a gustar la parte de Fighting American 😀 !!
Y es cierto que a los Perdedores se les conoce más por la serie de Andy Diggle que por su andadura clásica. Creo recordar, aquí tiro de memoria, que el propio Diggle admitió no haber leído nada previo con el equipo. Y si así fuera, la impronta Kirby fue borrada por Kanigher, que no era capaz de echarle un capote ni siquiera cuando era constantemente atacado en el correo del lector. Por lo que su etapa queda ahí, en una tierra de nadie, pero fácilmente apetecible.
Saludos compañero
Antes de haberlo leído aún buen artículo señor Porras. Espero con ganas su reseña del Capi de Kirby cuando llegue el omnigold 😉
Gracias por comentar Garrac. Y bueno, como los deseos de los lectores son órdenes, me pongo con el Capi setentero de Kirby. A mandar 🙂
Ya lo habia platicado con unos amigos Alemanes, honestamente la Segunda Guerra Mundial fue un suicidio generacional donde Alemania, Francia, Inglaterra, Italia, Rusia y demas paises pequeños de Europa mandaron al matadero a su mejor generacion de jovenes… y al final porque tanta pelea??? Por defender los intereses de politicos, empresarios y banqueros??? Actualmente el discurso patriotero de ir a dar tu vida en una guerra donde los quue van a salir ganando a la mala son los banqueros, politicos y empresarios, es algo por lo que yo los mandaria al diablo… Uno ve el grado de borregismo y estupidez mental que tienen los fanaticos musulmanes que son manipulados por sus elites para que den la vida para que sus jeques arabes y ayatolas sigan con su harem de mujeres, sus lujos, sus carros, sus viajes, su cocaina, la manipulacion del patriotismo para ir a la guerra a pelear sabra Dios que intereses ocultos es algo que solo se ve con los NorCoreanos y Musulmanes.
Bueno, Alex, la II G.M. fue consecuencia de muchas cosas y una que se pasa bastante por alto es el mal cierre que se le da a la Primera. La conferencia de París de 1919 dejaba poco espacio a la duda, tras intentar machacar a la Alemania derrotada. Después, de lo que comentas, pues hay un poco de todo. Circunscribir el fanatismo por la guerra a norcoreanos e integristas islámicos (asumo que te refieres a ellos, no a toda la población de religión musulmana) es tener pocas miras. Hay conflictos armados actualmente en varias partes del mundo en los que estos no tienen parte, por lo que se requiere un análisis mayor. Hubo una época en que la gente luchaba por las ideas, porque ellas representaban una mejora y muchas veces se tuvo que luchar, de manera efectiva, por ellas. Hay que recordar que el siglo XIX,el de las revoluciones en Europa (años 20, 30, y 48), está lleno de ejemplos y no quedaba tan lejos en el recuerdo.
Respecto al acto patriótico en EEUU, del que podía ser partícipe Kirby, viene de una tradición de una república joven , que había tenido que luchar en conflicto armado contra la corona británica y que tuvo tuvo que consolidarse como país bajo la Ley de la Frontera, al más puro western. La asunción de que se luchaba por una causa mayor, la de la democracia, frente la tiranía del fascismo caló de forma muy profunda en una población que había luchado por unos valores que no estaban dispuestos a perder. Otra cosa es que hubieran intereses de otro tipo en la II G.M., siempre los hay, ya que al fin del conflicto los Estados Unidos se convirtieron en la potencia hegemónica del mundo. Pero eso ya es otra historia….