Edición original: Marvel Comics – julio 1991
Edición España: Comics Forum – abril 1992
Guión: Tom DeFalco, Len Kaminski, Michael Heisler
Dibujo: Ron Frenz, Herb Trimpe, Kevin West
Entintado: Al Milgrom, Fred Fredericks, Herb Trimpe, Bob Petrecca
Color: Ed Lazellari, Nelson Yomtov, Suzanne Dell’Orto
Portada: Al Milgrom
Precio: 300 pesetas
La segunda parte de la saga primaveral de 1992 llevó a los Guardianes de la Galaxia al S. XXVI y a la colección de un personaje que, en ese momento, no se contaba en el número de los vivos: el poderoso Thor. La búsqueda de la esencia del Enemigo les llevó a encontrarse con otro de los poseedores temporales de su poder, un burócrata corporativo obsesionado con el trabajo.
A principios de los noventa del siglo pasado, la serie protagonizada por el dios del trueno nórdico estaba dirigida por Tom DeFalco y Ron Frenz. Este dúo –que ya había colaborado en otras colecciones de la casa de las ideas- había tomado la misión de suceder a Walter Simonson y se habían encontrado con la tarea de estar a la altura de un legado que, aún hoy, permanece insuperado. Como se ha comentado en otras ocasiones por aquí, ello supuso una vuelta a unas esencias lee-kirbyanas que, ya en aquellos días, eran un tanto anacrónicas. Resulta un tanto extraño reivindicar los sesenta cuando los noventa estaban discurriendo por derroteros bien diferentes, pero treinta años después, hay que reconocer a DeFalco y Frenz que tuvieron en ese entonces la virtud de ser consecuentes consigo mismos. Quizá por el hecho de que el primero fuera editor en jefe de Marvel en esos tiempos y el segundo uno de sus más fieles colaboradores, contaron con una libertad de acción que no estaba al alcance de cualquiera y ello les permitió mantener una línea de trabajo que, desde un punto de vista comercial, no se ceñía para nada a las modas del momento. Primero restauraron la doble identidad del personaje –estableciendo una verdadera dualidad con el arquitecto Eric Masterson- y luego mataron al personaje y a su principal oponente, convirtiendo al atribulado humano en un ser con el poder de Thor, pero sin su experiencia ni su habilidad. Durante tres años, el pobre Eric intentó ser la deidad tronadora en lugar de la deidad tronadora y el misterio del héroe original fue la sub-trama principal. Cuando los Guardianes de la Galaxia tocaron a la puerta del asgardiano en su periplo temporal, no fue su viejo amigo el que la abrió, sino –en palabras de Halcón Estelar- alguien con su poder: Dargo Ktor, el portador de Mjolnir del S. XXVI.
En sus primeros números al frente de la colección, DeFalco y Thor estuvieron tanteando el terreno, toda vez que Simonson había dejado un final cerrado y el campo libre. Primero, contaron una historia ambientada en los días de las Guerras Secretas y luego, se dieron un garbeo de quinientos años en el futuro, con el fin de narrar una aventura de evidentes reminiscencias artúricas. Los gobiernos han desaparecido y las corporaciones ocupan su lugar –en un adelanto de lo que sería uno de los escenarios de la posterior línea del 2099-; los súper-héroes son cosa del pasado, pero un culto proscrito ruega por el regreso de uno de ellos. Thor ya no está, pero su martillo encantado espera a un portador que sea digno. La multinacional que se ha adueñado del lugar tiene la sana intención de exterminar lo que considera un peligroso atavismo. Una razia lleva a uno de los acólitos, el citado Dargo Ktor, a poner su mano sobre Mjolnir y ¡oh, sorpresa! resulta ser merecedor del poder divino. Con el martillo, es capaz de hacer frente a las fuerzas corporativas y enviar al arma en busca de su legítimo dueño. En otro giro argumental nada original, se descubre que Loki está detrás del conglomerado empresarial y que buscaba mantener a su desaparecido bien lejos de su bien más preciado. En definitiva, un número curioso en el que todo estaba cantando, toda vez que el apellido y las pintas de Dargo –rubio melenudo- le marcaban una figurada «X» en la espalda. Esta historia es recapitulada en las consabidas dos páginas que tocaban en los anuales de ese año, aunque poco después de esos acontecimientos, Mjolnir vuelve misteriosamente a las manos de Ktor y este se convierte una vez más en el detentador del poder de Thor.
El segundo capítulo de la aventura presenta a Dargo casado con la que, en su primera aparición, era su prometida, Salla. Una nueva corporación –se supone que más benevolente- ha ocupado el puesto de la antigua y Ktor trabaja en ella. En sus ratos libres ejerce como justiciero local y, siguiendo la máxima de que con un pijama cerca los problemas afloran como setas tras la lluvia, el poder de Korvac posee a un compañero de trabajo, caracterizado por una enfermiza obsesión por el orden. El desarrollo de la trama repite el esquema de la entrega anterior, con el anfitrión resolviendo la papeleta con un poco de astucia, pero sin impedir que la esencia del Enemigo viaje hacia el futuro.
La autoría del episodio corresponde a Tom DeFalco –que ejerce de argumentista- Len Kaminski –que se encarga del guion- y a un tándem de dibujantes apellidados Trimpe. Un tal Alex –cuyo currículum en la casa de las ideas es más bien escaso- y el bien conocido –e igualmente temido- Herb. Relato e ilustraciones van a la par, recreando una versión de corchopán del futuro diseñado en la serie limitada que precisamente DeFalco y Trimpe dedicaron al Hombre Máquina. Un número suelto apenas da para mucho, pero da la sensación de que, parafraseando una vieja canción, quinientos años no son nada. Desde la perspectiva actual, resulta hasta entrañable que en ese S. XXVI aún exista correo en papel, pero hay que ser realistas: esta versión de Thor no aporta nada nuevo a la mitología del personaje y sus escasas apariciones posteriores son la prueba de ello.
El especial se completó con tres historias cosas. Las dos primeras tienen a Tom DeFalco y Herb Trimpe como autores y presentan historias cortas de Fuerza de la Tierra, un trío de personajes creado por el primero en la serie regular dedicada a Thor (durante el enfrentamiento entre los dioses nórdicos y el panteón egipcio). Eran los días en las que el guionista y editor en jefe sacaba personajes como churros y usaba las colecciones en las que trabajaba para presentarles. Estos nuevos superhéroes son avatares de las deidades del país del Nilo y tampoco dieron para mucho más. La última es un encuentro entre Bill Rayos Beta –en su misión de encontrar un nuevo asentamiento para su pueblo- y Ego –un planeta viviente con manías genocidas-. Complementos entretenidos y, como casi siempre, perfectamente olvidables.
Como pueden imaginar, la persecución avanzaría un poco más en el tiempo y llevaría a un encuentro de trágico desenlace entre los Guardianes de la Galaxia y Estela Plateada. Esa, sin embargo, es otra historia.