Cuando TopShelf anunció a principios de año que por fin publicaría Cigarette Girl, el título inglés de esta misma obra, pensé que aquello se trataba de un acontecimiento raro y bastante puntual. Los lectores anglófonos estaban de enhorabuena, porque
Masahiko Matsumoto, para el que no lo conozca, fue uno de los pioneros de la moda del manga para adultos que inauguraron e hicieron famosa el grupo de autores provenientes de Osaka protagonizado por
Por desgracia, la obra de Matsumoto es bastante escasa. Se hizo famoso durante la época de rivalidad con Tatsumi por su obra para librerías de alquiler, entre las que destaca The Man Next Door (Breakdown Press, 2014), pero después de esto su carrera fue muy intermitente y dejó grandes obras pero de forma muy desperdigada. Uno de sus cómics más famosos es Gekiga Fanatics, su propia versión de los hechos tal y como hizo Tatsumi en Una vida errante sobre cómo fueron aquellos primeros años creando manga para adultos. Esta obra se publicó muchos antes que Una vida errante, pero no fue hasta la publicación (y éxito) de la obra de Tatsumi que no se recopiló en tomo, casi treinta años después.
La chica de los cigarrillos es la obra que va en medio, publicada entre 1972 y 1974. Nos cuenta la vida varias personas perdidas en la urbe; gente que busca un lugar al que acudir y ser bienvenidos y que se esfuerza por tirar adelante. Gente anónima con problemas de dinero, con impulsos sexuales, con ambiciones familiares. Matsumoto nos habla del esfuerzo anónimo pero común a todos nosotros de buscarnos un sitio donde encajar. Las obras son absolutamente locales: nos hablan de una época y lugar, el Japón de los años setenta, con índices de pobreza aún altos y en donde lo tradicional empieza a dar paso a lo moderno, a un nuevo estilo de vida que implica no solo cambios materiales sino sociales. Nos habla de la presión de aquellas mujeres solteras que han de buscarse un marido para ser bien vistas, de matrimonios concertados, de las todavía existentes tradiciones locales, y todo esto contrasta con lo moderno que se está interponiendo: el aborto, los métodos anticonceptivos, la búsqueda de la independencia y el inicio de la sociedad de entretenimiento con la aparición de las primeras salas recreativas. Esta colisión entre tradición y modernidad es lo que otorga a la obra de Matsumoto un carácter mucho más general, y por lo tanto el componente local acaba por ser meramente circunstancial.
El retrato de los personajes a través de la caricatura nos muestra un lado algo más amable, de cómo la escasez de dinero, la frustración o la presión social se pueden tomar un poco a la ligera. Matsumoto equilibra muy bien lo bueno con lo malo, y la manera en la que enlaza escenas mediante diálogos indirectos, casi superfluos, nos muestra su manera de entender la realidad: bastante tonta, bastante banal en su mayor parte para darnos al final momentos significativos, como la manera de afrontar la indiferencia de la mujer que te atrae o el esperado encuentro con la chica de los cigarrillos. Matsumoto nos habla de amor, al fin y al cabo, de ser aceptados aunque sea por una sola persona, y de cómo este cambio, este viraje hacia lo nuevo y la confusión que produce, tanto en uno mismo como en la forma en la que el resto nos mirará, es parte del proceso de formarse a uno mismo y buscar una persona donde apoyarse, donde crear un vínculo que nazca de un amor fruto de la necesidad o de lo que sea.
Guión - 8.5
Narrativa - 8.5
Interés - 9.5
8.8
Masahiko Matsumoto es fue uno de los precursores del manga para adultos tal y como lo conocemos a día de hoy, y La chica de los cigarrillos es la primera obra del autor que nos llega a España: un retrato humano y magnífico del Japón de la época a través de unos personajes anónimos.