La montaña mágica

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Edición original: Maho no yama (Casterman, 2005).
Edición nacional/ España: La montaña mágica (Ponent Mon, 2008).
Guión y Dibujo: Jiro Taniguchi.
Color: Walter y Yuka.
Formato: Novela Gráfica cartoné 72 págs.
Precio: 16€.

 

Al empezar a leer estas líneas, los más suspicaces de entre mis lectores albergarán la duda de si soy el agente de Jiro Taniguchi en España o, al menos, en esta página. Tras El almanaque de mi padre, Barrio Lejano y El olmo del Cáucaso, esta es la cuarta vez que me encargo del autor japonés; en Zona Negativa, además, podemos encontrar reseñas de Los años dulces y El gourmet solitario. ¿Qué puedo decir? Me gusta Taniguchi. Aún estoy por leer una obra suya que me defraude.

La montaña mágica (sin relación con la novela de Thomas Mann) es una obra atípica dentro de su producción. Taniguchi se ha granjeado un público fiel gracias a sus historias intimistas, delicadas y detallistas; su visión inocente y melancólica de la vida, donde rara vez cabe la perversidad o la crueldad, le han dado un puesto de honor entre los autores “serios”, aquellos que se especializan en tramas “adultas”. Pongo las comillas adrede para evitar entrar en estériles controversias, pues todos sabemos a qué me refiero. Aunque el autor elude la violencia y el sexo, que son los parámetros más socorridos para establecer clasificaciones por edades, la madurez de las relaciones y lo depurado de los sentimientos apelan inevitablemente a una sensibilidad alejada ya de las hormonas desatadas. Nada en Taniguchi sugiere peajes a la comercialización de las bajas pasiones. Taniguchi es “adulto” no porque su rango de acción sea “inapropiado” para las mentes impresionables sino porque resulta inaprensible para quien no cuente en su haber con cierta maduración y experiencias. Hablo en general, porque La montaña mágica es justo lo contrario. Es un precioso cuento infantil, una fábula con animales que hablan y un canto al poder del amor y la naturaleza.

Creo que esta es la razón de que la obra haya sido recibida con desconcierto. El celebrado autor nipón se embarca en una nueva aventura, pagando una deuda con sus influencias europeas gracias a la editorial Casterman, que le contrató un álbum al uso de la BD: 64 páginas, color y gran formato para una historia con su principio y su fin. Muchos esperaban -incluso yo mismo- una repetición de los esquemas conocidos, una suerte de maridaje entre oriente y occidente, un crisol de lo mejor de ambos mundos. No olvidemos que Taniguchi no es ajeno a los movimientos artísticos franceses, como demuestra su implicación con Frédéric Boilet y el nouvelle manga, que ya mencionamos a propósito de La espinaca de Yukiko. Boilet, por cierto, vuelve a estar presente como coordinador en este trabajo. Sabido es que Taniguchi solicita expresamente la occidentalización del sentido de lectura de sus obras, de la que suele encargarse su buen amigo. En este caso la adaptación gráfica está acreditada a Kaoru Sekizumi y el coloreado a Walter y Yuka.

Decía que esperábamos encontrarnos con el Taniguchi de siempre, el de El almanaque de mi padre y Barrio Lejano. La montaña mágica se ubica en Tottori, pueblo natal del autor y su protagonista, Kenichi, es el mismo niño que suele salir de su pluma. Su sensibilidad -qué duda cabe- está ahí, poderosa y reconocible, con ese padre ausente, esa hermana entrañable, esa mirada que busca la verdad del recuerdo y de los comportamientos enigmáticos. Sólo que algo se ha añadido a la mezcla, un sabor que no procede del color ni del formato. Por momentos me recordó a La cripta del roble, estimable parábola política con tintes psicotrópicos bellamente ilustrada por Arno, donde unos adolescentes encontraban un mundo distinto y fantástico a la vuelta de la esquina. Es lícito mencionar Regreso al mar, del malogrado Satoshi Kon, con quien apreciaremos concomitancias importantes (sobre las que no abundaré para no destripar elementos de ambas: baste decir que las dos navegan por el mismo mar de tradición, deidad y naturaleza). El propio autor cita la influencia de Moebius (con quién acabaría trabajando en Ícaro), a quien no esperaríamos encontrar en las historias arriba mencionadas. La impronta del genio galo es verídica y rastreable, a la vez que sabiamente integrada. Si Taniguchi no la hubiese admitido habríamos pensado más bien en Otomo, quien bebió de la misma fuente. En todo caso, el elemento fantástico no es aquí una excusa, una mera premisa para desatar sus intereses, sino un cimiento fundamental, como en toda fábula. Pues una fábula es lo que nos ofrece el autor, definitivamente. Una fábula cercana a los mundos del Hayao Miyazaki de Nausicaä o La princesa Mononoke.



Así que, ¡zas!, Taniguchi nos ha colado un cuento maravilloso. Y ni lo hemos visto venir. Formalmente, arranca como siempre. Hasta juraría que esos planos de la barriada los ha dibujado antes, más o menos igual. Pero Kenichi, en una noche de lluvia, entra en el Museo de Ciencias Naturales, y la realidad se quiebra. Sin prisa pero sin pausa, con la naturalidad que sólo aceptamos de los ojos de un niño, la fantasía toma las riendas del relato, contagiando la propia estructura de la página (pensemos en los paneles verticales de la plancha 48, por ejemplo). El cambio es sutil, pero hermoso, como certifican la secuencia en el hospital (pág. 57-60), de una intensidad desarmante, gracias -también- al color, que aporta una beneficiosa irrealidad, como de sueño, prescindiendo de los trucos obvios (tramados, filtros, márgenes borrosos, etc.) En realidad, no sé exactamente cómo lo hace pero desborda emotividad. La coloración no siempre es tan acertada. Sus responsables parecen seguir la estela del Steve Oliff de Akira, con tonos densos y recargados, casi de anime. Se echa de menos algo de sutileza y originalidad en este sentido, sin querer ver en ello que sean molestos o inadecuados. Taniguchi, por su parte, dibuja con el talento de siempre, si bien narrativamente se observa un empeño por condensar la acción a la manera occidental. Lo logra a la perfección, como testimonia el descenso a la montaña (pág. 40-44), de planificación impecable.

La montaña mágica nos pone en contacto con la infancia que nunca tuvimos, pero que deseamos, esa donde el sentimiento puro e intenso puede marcar la diferencia, pues hay fuerzas poderosas a nuestro alrededor que velan por el equilibrio. Sabemos bien que el mundo no es así, que es tan doloroso como bello, tan mezquino como esperanzador. No obstante, a veces conviene olvidarlo y pasar un buen rato alimentando al idealista que todos fuimos alguna vez.

Ponent Mon publicó en 2008 este álbum, reduciéndolo -por desgracia- al tamaño comic book. Es cierto que sigue siendo más grande de lo habitual en un tebeo japonés y que coincide, más o menos, con el formato en que se suele editar a Taniguchi en nuestro país, por lo que en un primer vistazo parecerá lo más adecuado. Sin embargo, el autor contaba con las ventajas que daban las dimensiones mayores, como demuestra el nivel de detalle de los exteriores, tanto naturales como urbanos, que quedan algo recargados al encojerse. Mención aparte merece la interesantísima entrevista con que se cierra el álbum, que arroja luz sobre las obsesiones y técnicas del autor y que convierte la experiencia en irrepetible.

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Isabel López
28 octubre, 2013 12:04

Me llama la atención, lo hizo al verlo en una tienda el otro día y ahora lo ha hecho más. Pero cuando ví el tomo como una edición típica de 10 euros de manga a 16 me tiró muchísimo para atrás, la verdad.

Mr. X
Mr. X
Lector
28 octubre, 2013 12:16

Jope, qué buena pinta… y yo que no sabía que Taniguchi y Moebius habían trabajado en algo juntos.

Eduardo
Eduardo
Lector
28 octubre, 2013 15:26

Una pena lo de la reducción. Hace poco pude echarle un vistazo a la edición francesa, y joder, es que no hay color. ¡Cuanto daño está haciendo en este país el tema de las reducciones! Ojalá Ponent se ponga las pilas y reediten en el futuro esta magnífica obra en el formato album que se merece y para el que fue concebida.

Mathieu
Mathieu
Lector
28 octubre, 2013 18:57

Y no solo eso Eduardo sino que además un euro más barata. Lamentable.