Edición nacional / España: La Muerte y Román Tesoro, Colección La Mansión en llamas, Dehavilland, marzo 2016.
Guión, dibujo, tinta y color: Lorenzo Montatore.
Formato: 64 páginas a color editadas en rústica.
Precio: 12,60 €.
Sorpresas te da la vida, la vida te da sorpresas. Nada mejor que no saber nada. ¿Harto de un mundo donde los trailers te arruinan hasta el último gag de la peli que más ganas tienes de ver? ¿Harto de ojear los estantes de tu tienda habitual donde encuentras portadas clónicas, reediciones de material mil veces visto y tebeos de los que te han destripado hasta el último detalle en las redes? Sí, quizá la culpa es tuya por exponerte a ellas de esa manera. Afortunadamente, la vida, como decía, sigue deparando sorpresas. Y para esas sorpresas tenemos editoriales valientes como Fulgencio Pimentel o esta Dehavilland, cuyo catálogo no para de chorrear excentricidades, que, una vez inmersas en ellas, se antojan catedrales, se vuelven inmensas en el recuerdo y sacan pensamientos y sonrisas más allá de su lectura. Lo que invita a la relectura, lo que da vida no solo al tebeo, sino al lector. ¿Es para tanto este La Muerte y Román Tesoro? Pues sí para servidor. Sorpresa y tesoro supuso cruzarse con él; sorpresa pues desconocía al autor y tesoro se convirtió tras su lectura, pues el poso que deja es el de los manjares. Pero no por denso o muy elaborado, que también, sino por eficaz. Eficaz en su búsqueda, como comenté, de la sonrisa, y aún más eficaz en su capacidad para la reflexión. Pues con el disfraz de la tira de prensa, del gag por página y el vestido de la caricatura de antaño, Lorenzo Montatore, ese desconocido a conocer, elabora un tratado exhaustivo del ego, la percepción del mismo y los avatares de la vida y la personalidad. Con dos cojones. Bien puestos. Y más listos que la media, por descontado. Y si semejante premisa daría pie a un producto pedante y ombliguista, Montatore, con la sabiduría de un anciano y el talento de un párvulo desatado, triunfa. Lo hace porque, os recuerdo, te saca la sonrisa mientras te hace reflexionar. Y eso siempre es un acierto.
¿Quién es este Román Tesoro? Pues un tipo obsesionado tanto consigo mismo, como con la percepción de sí mismo. Y, a pesar del título, más preocupado por la vida que por la muerte. La muerte es un mero pretexto para sacarle el jugo a la vida. O cuanto menos, entenderla. Así, con una media de un gag por página y otros más elaborados que dedican más planchas, Román se enfrenta a preguntas tan cercanas como ‘¿para qué sirve todo esto?’, ‘¿quién soy yo y por qué me preocupo tanto por eso?’ o ‘¿a qué viene tanta angustia?’. Y si todas estas dudas el protagonista las lanza al viento acompañado de una montura con forma de caracol gigante, fuma en pipa y viste con un sombrero, no sabemos si de copa o de cowboy, mientras deambula por parajes que rozan la psicodelia más descarada, fetén. Al tiempo, disfrutamos de arbitrarios homenajes a Super Mario Bros y andamos por los interminables valles del western -aunque sea a través de desiertos rosas-, lo que provoca que sea evidente que de aquí solo pueda salir algo de personalidad airada. Montatore construye así el entorno perfecto para que este argentino que se suicidaría lanzándose desde el punto más alto de su ego, dé rienda suelta a sus pesares y a sus miserias. Y mientras, nosotros entretenidos y reflejados. Porque, mal que me pese, y ahí quizá radica la tremenda virtud del tebeo, no he podido sentirme más identificado con el protagonista. Esta no es una narración donde asistamos, desde la perspectiva de una mirilla insolente, a las diatribas de un ser excéntrico y lejano, de esos que nos fascinan por extraterrestres. No. Román es más humano que humano, más cercano de lo que nos gustaría reconocer y su odisea mental es fiel reflejo de la que muchos pasamos. Eso permite darnos cuenta de la inutilidad de ciertos aspectos del ego, al tiempo que nos hace partícipes de miserias comunes y nos hace reírnos de él, cosa harto necesaria cuando empezamos a tomarnos demasiado en serio a nosotros mismos. ¿Veis como este tebeo es una joyita encontrada? Y si encima todo eso viene acompañado de un caracol que canta cantes flamencos que desnudan los pesares más profundos, pues tanto mejor.
Pensad en Quino, en Groucho Marx, en los videojuegos de dieciséis bits, en Jim Woodring, en Bob Esponja, en Krazy Kat, en el submarino amarillo y en las vanguardias más desatadas. ¿Mejunje? Seguro, pero el resultado es el de los caldos más elaborados. Pero es que lo mejor del trazo de Montatore es que está absolutamente hilado con lo que quiere narrar. Guión y lapiz son uno solo, liberando las fronteras de la narración convencional y elevando el caricato a la altura que la imaginación dicte. Es decir, forma y fondo son aquí lo mismo, van de la mano, son uno. Pero no se entiende el uno sin el otro. De modo que si Montatore ha decidido hablar sobre conceptos abstractos, tanto o más abstracto se vuelve su trazo y su entorno. Elimina así textos inútiles y le pide al dibujo y al diseño de página que describan con imágenes todas aquellas reflexiones que sean necesarias. Sin miedo. Con un ojo puesto en el cine mudo, si me apuráis, para narrar en imágenes, sin ayuda de palabras que encaucen y encorseten significados. De eso hablaba Antonin Artaud en sus poemas, de la palabra como aniquiladora de sentidos. Y Montatore, con sus dibujos desatados, se acerca a esta misma reflexión. Así, La Muerte y Román Tesoro supone un soplo de libertad conceptual, donde todo respira ansias por experimentar con un medio que se encorseta con demasiada facilidad. Bravo por estos jóvenes autores que, buceando en el pasado, buscan dar un salto más allá.
No lo dudes, ve a por él.
Guión - 9
Dibujo - 7
Interés - 8
8
Joyita encontrada