Edición original: Zashiki onna (Kodansha, 1993).
Edición nacional/ España: La mujer de la habitación oscura (Glenat, 2005).
Guión y Dibujo: Minetarô Mochizuki.
Color: B/N.
Formato: Tomo 214 págs.
Precio: 8’95€.
El miedo es personal. Lo que a uno aterroriza a otro da risa. Y viceversa. Sin entrar siquiera en por qué, en el nombre de Dios, uno querría sufrir voluntariamente sacudida tan desagradable, el caso es que lo hacemos. Nos fascinan sus mecanismos como los de cualquiera otra emoción humana. Gentes como Poe, King o Stoker han poblado nuestras vidas de pesadillas duraderas y, en vez de perseguirlos con saña, los aplaudimos y admiramos. Yo el primero, que conste. El caso es que -ya digo- el miedo, ese escalofrío involuntario en la médula, ese susto en el rabillo del ojo, esa inquietud en el sueño, es íntimo, personal e intransferible. Y al igual que me estremezco con esas niñas que nos piden jugar en El resplandor (Kubrick, 1980) o que me desasosiega el malsano ambiente creado por una posesión demoníaca en El exorcista (Friedkin, 1973), recuerdo muy bien el mal trago que me hizo pasar un vídeo sin nombre hallado en un hotel en The Ring (Nakata, 1998), con esos tipos que señalan sin cara y la amenaza de un pozo que -¡brrr!- no se queda solo en amenaza. Así que cuando me hablaron de La mujer de la habitación oscura, del especialista en horrores Minetarô Mochizuki (Dragon Head, Maiwai), me prometí echarle un ojo. ¡Decían que daba más miedo que Sadako!
Bueno, pues no es verdad. Aunque si no estáis de acuerdo, me acojo a mi primera frase. Pero ¿sabéis qué? De mal rollito made in Japan va sobrado. Palabra.
Lo primero que conviene señalar es que la comparación con la citada obra maestra del escalofrío conocida como The Ring no es gratuita ni forzada, aunque sí interesada y, en definitiva, más superficial que convincente. O sea, uno ve la portada y asume: ya está aquí otro fantasma de pelo largo. Pero ello es injusto. La fórmula estará devaluada tras tantos ring, pulse, dark water, maldiciones, etc. pues no se puede fiar eternamente en una melena desmañada y una trama con vocación de mito urbano, pero en esto Mochizuki tiene poca culpa, pues en 1993 (dos años después de la aparición del libro de Koji Suzuki, libremente inspirado en el cuento tradicional Banchō Sarayashiki, pero cinco años antes de que su adaptación cinematográfica arrasara en las pantallas de medio mundo), cuando La mujer de la habitación oscura vio la luz en Japón, la moda estaba en ciernes y hasta es razonable pensar que fuera uno de sus impulsores. ¿Qué culpa tiene el autor de que Glenat la importara en 2005 y yo la leyera años después, cuando los vampiros moñas y los zombies galgos copan el mercado? Además, acusar al espíritu con greñas de “más de lo mismo” es como despreciar un tebeo por llevar un no-muerto en la portada. Admitámoslo: a estas alturas tiene tanta carta de naturaleza como el Hombre Lobo, por lo menos. Dicho lo cual, las concomitancias con la influyente obra de Nakata son estéticas (ese ojo amenazador con que se abre el capítulo 5, esa uña que se rompe, esas guedejas desaseadas que parecen todo un género), pero también argumentales (la maldición ultraterrena, la leyenda urbana), pautas más o menos establecidas y recurrentes, como se ha dicho, que Mochizuki reúne, simplifica y acrisola sobre un ramalazo de comedia estudiantil (amores juveniles incluidos), más similar al modelo norteamericano, siempre atento al público que llena las salas, que a los ejemplos citados arriba. Por estas casualidades de la vida, acababa de leer I’’S cuando me aventuré por primera vez con esta obra y reparé en una serie de curiosas coincidencias (similitudes en cuanto al apartamento del protagonista, la relación con una vecina, etc.) que, sin duda, pertenecen a las costumbres del país y no a ningún guiño consciente, pero que, en mi caso, contribuyeron a que lo narrado se volviera más cercano y natural, como cuando hemos estado en un sitio que luego reconocemos en una película.
Mochizuki convence en el tránsito entre la realidad anodina y la dislocación fantástica, merced al truco más viejo y contrastado del oficio: ni la rutina inicial era tan corriente ni el impulso del horror llega a ser tan descabellado; si acaso, en este último punto aún se agradecería un pizco de esa locura inexplicable que late en los clásicos del género y que tan bien entiende un cineasta como David Lynch o un escritor como Clive Barker, esa insanía palpitante en el maravilloso Conde Dracula de Crepax. Como el Maruo de La sonrisa del vampiro o el Ito de Uzumaki, deja escenas para el recuerdo, como la parte del hospital, o esas viñetas donde la horrenda mujer ladea la cabeza como si la llevase colgando, pero el conjunto se resiente de la falta de una única voluntad perturbadora (¿o habría que decir “perturbada”?), tal vez porque algunos momentos flirtean con el ridículo (esa novia fatídica corriendo por las calles a todo tren en el capítulo 03, la pelea de kárate en el capítulo 04) o tal vez, simplemente, porque Mochizuki no ha sido capaz de vencer un cierto academicismo del horror, un cierto esteticismo fantasmagórico que desvela el engranaje de sustos (piénsese en el montaje en paralelo que nos anticipa la revelación del capítulo 06). Por contra, una angustia verdadera brota en escenas insospechadas, casi de transición, gracias al tratamiento de algunos gestos, con las sonrisas en lo alto del podio. Un Joker de este tipo frisaría límites espeluznantes.
A lo largo de 11 capítulos Mochizuki construye una historia efectiva y tenebrosa, en la corriente “la ciudad esconde sus propias maldiciones” (cuyos antecedentes conviene rastrear en los Libros de Sangre de Barker), vicaria de la moda de los espectros urbanos popularizada por Sadako, pero con innegables focos de interés incluso para el paladar más encallecido. Si son aficionados al género yo no lo dudaría un instante.
Pues tiene bastante buena pinta, Sr Agrafojo. Además se agradece que sea un tomito y no una historia que se alarga interminablemente que a un casi-lego como yo en el mundo del maga me suele resultar bastante disuasivo.
Me has recordado que tenía pendiente leerlo algún día, a ver si me hago con él.
Lo leí hace unos cuantos años y ni fu ni fa.
Hasta me resultaban cansinas las apariciones de la mujer que daban más miedo por lo pesada que era que por la aparición en sí.
Eso sí, se agradece que solo sea un tomito.
Parece interesante. Disculpad si hago la pregunta de siempre:
¿sentido de lectura occidental o oriental?
Creo que esta obra fue votada como la historia mas terrorifica parida de japon.Mi opinion es que no esta nada mal,la tia muchas veces acojona,sobre todo esa parte de la sonrisa que da muy mal royo.
Creo que en el articulo destripais mucho,sobre todo algo muy interesante de la trama,que es presentar a la mujer como una acosadora nata y luego….bueno si quereis saber lo leeis.
Sobre los fallos pues el dibujo a emvejecido a mi modo muy mal,tiene aun algo que no te tirara muy para atras,pero se nota el paso del tiempo en demasiado no como en otras obras,los momentos algo parodicos como la carrera,los paraguazos,el karate y despues otra vez a correr y por supuesto un final muy espeso y abierto que no sirve para cerrar bien el tomo a pesar de que uno puede sacar muy en claro lo que ocurre/ocurrio (una cosa que por cierto este autor repite en Dragon Head,parece que no le gusta dar finales con muchas aclaraciones al autor).
En sentido oriental, Eduardo. Lo tengo ya tan asimilado que lo habitual es que comente cuando está occidentalizado (como en el caso de Taniguchi o de Video Girl Ai) y no cuando respetan el formato original. Siento haber tardado tanto en la respuesta.
billyboy, no entiendo qué he dicho para destripar la trama. Por tus palabras, intuyo que te refieres a que parece empezar como Atracción Fatal y yo digo que tira por otros derroteros… pero es que eso va implícito en la propia promoción, de igual forma que en El exorcista nadie esperaría que la niña tenga un problema psiquiátrico, aunque así se plantee en el primer tercio de la película. Aún así, procuro ser cuidadoso y revelar lo menos posible y confío en no haberle estropeado a nadie la lectura de la obra. ¿No será que, al haberla leído, interpretas correctamente ciertas ambigüedades que se le escaparán a quien no conozca la obra?