Edición original: La femme du magicien (Casterman, 1987).
Edición nacional/ España: La mujer del mago (Norma, 1997).
Guión: Jerome Charyn.
Dibujo y Color: François Boucq.
Formato: Tomo rústica 88 págs.
Precio: 1.850 pts.
Uno podría albergar la sospecha de que La mujer del mago, escrita por Jerome Charyn e ilustrada por François Boucq, prestigioso premio Alfred en Angoulême 1986, ha envejecido mal, dado que hoy día apenas se menciona y sus autores rondan bastante desapercibidos, como viejas glorias a quienes ha pasado su momento y su momento, tal vez, fuera un espejismo. Craso error cometeríamos. Este cuento perverso en la frontera entre la ilusión difusa y la realidad fatídica sigue tan vigente en septiembre de 2014 como el mismo día de su concepción, hace casi 30 años.
Charyn, novelista norteamericano deslumbrado por la pujanza de la historieta gala en la década de 1980 (llegaría a decir: «Redescubrí los cómics en Francia, país en el que este arte es demasiado serio para ser desperdiciado en los niños«), persiguió a Jean-Paul Mougin, editor de la revista A Suivre, hasta que le aceptó un borrador de novela inacabada y le puso en contacto con el dibujante apropiado. Con Boucq cerraría una historia enigmática, de una belleza esquiva, una gema del paso a la vida entreverada de carne y sangre.
De buen principio, Charyn acaricia la idea de una mujer lobo. Los ’80 del pasado siglo fueron proclives a la licantropía, como demostraron Aullidos (Joe Dante, 1981), Un hombre lobo americano en Londres (John Landis, 1981), El ciclo del hombre lobo (Stephen King, con ilustraciones de Bernie Wrightson, 1983) o el videoclip Thriller con el que Michael Jackson aterrorizó las Navidades de 1983; hasta el Juez Dredd le mediría el lomo a las terroríficas criaturas en unas páginas dibujadas por Steve Dillon antes de su salto a Norteamérica. La maldición de la luna llena se prestó también a desarrollos psicoanalíticos, como en En compañía de lobos (Neil Jordan, 1984), y el mismo Alan Moore nos dio una aproximación feminista durante la saga Gótico Americano, al poco de presentar al mago John Constantine (Swamp Thing #40, 1985). Charyn reniega de los convencionalismos del horror y el transformismo de su protagonista, Rita Wednesday -la hija de una sirvienta convertida en la azafata de su mago amante- obedece a la liberación de su oscuridad interna, alimentada por ese taumaturgo cuya manifestación más esencial, no lo olvidemos, es la serpiente. Edmond, un mefistófeles que tienta, pero también sucumbe, puede ser lo mismo un vulgar ilusionista que un demonio recién llegado del infierno en una ciudad, un mundo, donde la niebla deja paso a enmascarados fantasmales.
Los espeluznantes crímenes no distorsionan la fragancia onírica y Charyn, que no deja de ser un hombre criado a los pechos de la cultura anglosajona, homenajea a la Francia de sus amores con un detective trasunto de Hércules Poirot, olvidando seguramente que el conocido investigador creado por Agatha Christie no era galo sino belga o decidiendo que, a fin de cuentas, no importaba lo más mínimo.
La idea, muchas ideas, pueden atribuirse a Charyn, pero el tráfago de sensaciones que nos recorre la espina dorsal le debe más a la intervención de Boucq, con ese estilo pictórico abigarrado e inquietante que se enseñorea de la obra. Las viñetas parecen cuadros saturados de líneas y colores, donde las perspectivas fuerzan un punto de fuga distorsionado (esa catedral de la pág.33) o se aplastan ante una ristra de muecas sonrientes (ese cóctel de la pág.35), en escorzos que sugieren la quiebra inminente de la realidad convencional. Las fisonomías de Boucq se zambullen en la fascinación por lo grotesco, donde ni las frías miradas ni los rictus de sonrisas transmiten la menor alegría; muy al contrario, asoman tras el gesto feroces depredadores prestos a saltar sobre su presa. La analogía no es gratuita, como demuestran páginas plagadas de lobos, serpientes, escorpiones, osos polares o caballos descuartizados. Como un mago auténtico, Charyn explica su truco aprovechando una visita a El Cairo donde hace notar que «La mayoría de los dioses egipcios eran zoomorfos» (pág.26). La metáfora animal se adueña también del escenario del prestidigitador, donde Rita asomará primero a lomos de un brioso corcel para transformarse luego en mariposa (pág.22-23). También sobre las tablas la veremos convertirse en feroz loba, aun cuando Edmond la quería manso corderito (pág.27-28). Antes, su madre había sido hipnotizada para rebajarse a la condición de burro y servir de montura provisional a un Edmond pletórico (pág.21-22).
Rita se sabe maldita por Edmond, a quien no puede dejar atrás, como a un vicio. Él siempre dijo que la amaba.
Los autores, juntos o por separado, seguirían ofreciendo trabajos relevantes, como Boca de diablo, El colmillo de la serpiente (de Charyn y José Muñoz) o la saga de Jerónimo Puchero, donde Boucq, ya en solitario, insistiría abiertamente en la veta del absurdo, aligerado de los tintes macabros de los escalofriantes relatos recogidos en Los pioneros de la aventura humana. La mujer del mago, publicada en 1987, sigue siendo su obra maestra, al menos para quien esto escribe, una propuesta valiente y turbadora cuya complejidad y seducción crecen con cada lectura.
Estupenda reseña, Javier.
A mí también me parece de lo mejorcito de ambos autores, junto con Boca de Diablo (yo de Charyn también leí El colmillo de la serpiente, que me dejó un poco frío).
Respecto de Boucq, considero éste uno de sus mejores trabajos, junto con Boca de diablo: tanto en Cara de Luna como en Bouncer lo veo más comedido, menos barroco, aunque con un estilo único que lo sigue haciendo fácilmente identificable.
Saludos.
Me leí esto hace la tira, prestado por algún colega de clase. Casi ni me acuerdo de la historia (de hecho, estaba convencido de que el guión era de Jodorowsky), ni recuerdo si lo leí en álbum o serializado en el Cimoc. Lo que mejor recuerdo es el dibujo. Boucq me parece un dibujante muy bueno. Y su Jerónimo Puchero era un delirio tan surrealista como divertido.