La noche de siempre

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Edición original: La noche de siempre ESP.
Guión: Ramón de España.
Dibujo: Montesol.
Color: Blanco y Negro.
Formato: Libro cartoné, 120 págs. blanco y negro.
Precio: 15€.

Lo crean ustedes o no, hubo un tiempo en que los jóvenes estudiaban, luego trabajaban en lo que les gustase y sacaban para ir tirando. En los primeros ochenta, Felipe González prometía los ochocientos mil puestos de trabajo que hacían falta para alcanzar el pleno empleo mientras Manuel Fraga hablaba del precio del garbanzo, porque era lo que más preocupaba de la economía autóctona y nadie tenía ni idea de qué era eso de la prima de riesgo. La « pequeña burguesía» a la que se alude en la solapa de este libro, editado por EDT con un diseño feísimo pero un contenido excelente y un precio razonable, era algo llamado también «clase media», una excentricidad sociocultural de aquel entonces, que consistía en que había gente que no era rica ni pobre, sino que vivía de su actividad profesional, que no de trapicheos y pelotazos, razonablemente bien e iba pagando la hipoteca sin miedo al desalojo o el despido. Era la época en la que había revistas de cómic en los quioscos, antes de que cierto consejero de cultura animase a los autores a largarse de España porque aquí no iban a poder cumplir nunca con sus aspiraciones, favoreciendo así la situación posterior en la que auténticos maestros de las viñetas se dedicaron a otras cosas o bien produjeron sus obras para Francia o Estados Unidos, generando millones en esos mercados, mientras aquí el mayor motor de la economía era la especulación o la exportación de dinero negro y deudas ––Álex Saló lo explica mejor––. No eran tiempos fáciles, tampoco. Inmersos en la transición, muchos jóvenes de entonces hablaban sobre la manera de alcanzar el progreso y entrar en Europa, escuchaban a cantautores y leían a Carlos Giménez en El Papus.

Otros no.

Otros se dedicaban a descubrir la música electrónica, irse de copeo intentando ligar, angustiarse con tonterías y leer, por ejemplo, a Robert Crumb. Montesol y Ramón de España, al parecer, pertenecían a este segundo grupo y, con ventitantos años, tuvieron el descaro y la osadía de hacer un par de cómics tratando aquellos temas que conocían y les interesaban. Los publicaron por entregas, respectivamente, en las revistas Bésame mucho y Cairo, posteriormente fueron recogidos en sendos álbumes y, hasta ahora, no habían sido reeditados.

Hoy día, estos dos señores, siguen haciendo tebeos cuando les parece y las circunstancias se lo permiten, pero se ganan la vida, bastante bien, dedicándose a otros menesteres. Ramón de España dirigió una película y es autor de varias novelas, entre las cuales los aficionados al cómic y los superhéroes quizá disfruten Calidad de vida más que cualquier otra. Montesol, por su parte, es un reputado artista que expone en medio mundo y publica en diferentes medios sus ilustraciones. Desde hace treinta años, no han vuelto a coincidir en ningún proyecto. Una lástima, porque, como se verá, en estos sus primeros pasos, mostraron un gran entendimiento y podrían haberse convertido en una de esas duplas inseparables perfectas que, en ocasiones, nos regala este medio.

En el momento que realizaron estos dos tebeos, eran unos pipiolos que todavía no controlaban del todo sus herramientas creativas. Sobre todo en La noche de siempre, hay algún texto que se sale del bocadillo, podría prescindirse de unos cuantos cartuchos de apoyo y el dibujo está algo descontrolado. Estas imperfecciones no juegan en contra del conjunto, sino que, al contrario, le dan una frescura e inmediatez que suman en favor de la historia, porque los autores nos hablan de su aquí y ahora, evitando todo lo posible recurrir a artificios. De hecho, resulta insultante la naturalidad con que lo que lo consiguen, haciendo parecer que sea fácil. La mejor prueba de su brillantez es la singularidad de la propuesta, es muy difícil encontrar obras de características parecidas en el medio.

Son dos historietas independientes, pero que transcurren en un mismo entorno; puede verse a Alfredo, protagonista de la primera, saludando a los personajes de la segunda en una barra cualquiera y las Hermanas Tricotosa, cantantes ochenteras donde las haya, aparecen en ambo ––en Destino gris, escrita por Montesol y dibujada por Roger, estas gemelas hacen un nuevo cameo––.

Las dos obras presentan, respectivamente, el ambiente que se vivía en la Barcelona de la época y el entorno rural de la ciudad, comparten además el mismo tono tragicómico, con personajes que no saben si reírse o llorar ante la futilidad de sus problemas. El díptico, finalmente unido en un solo tomo, se ha intentado vender como una crónica de la época en que transcurre y hay algo de eso, pero es, sobre todo, una comedia coral en la que descubrir a docenas de personas tan cercanas y reales que casi da la sensación de conocerlas y estarlas espiando en sus momentos más íntimos.
El hilo argumental es muy sencillo: un periodista a punto de romper con su novia y un profesor de instituto ––recordemos, de la época en que era un trabajo respetable y nadie salía en la tele tratándoles de banda de «privilegiados» o «vagos»–– que se va de excursión en un Volkswagen Escarabajo sin enterarse de que una chica del grupo de amigos que le acompaña le está tirando los tejos (nota para ellas: por si todavía no os habéis dado cuenta, los tíos con esas cosas somos muy cortos.¡No os andéis con rodeos!).

El lector, por tanto, no encontrará aquí argumentos explosivos a lo Mark Millar ––¡Un Batman-Joker!––, juegos formales perfectamente controlados a lo Chris Ware, imágenes grandiosas a lo Corben, ni tratados ideológicos con aires de ensayo. Sin embargo, podrá disfrutar del cómic como medio utilizado para alcanzar otro objetivo poco común. Estos dos chicos de los ochenta, independientemente de que vistieran como nuestros padres, no supieran qué es eso de Internet ni tuvieran una Blackberry, sabían perfectamente lo que nos hace humanos, y eso es de lo que se trata. Con todo su talento y un desparpajo envidiable, rodearon a sus personajes de música de la época, películas de Wim Wenders y Woody Allen, les dejaron tirado en la esquina de alguna viñeta un ejemplar del Aquí Même de Tardí y Forest, les llevaron al Bocaccio ––recordemos una vez más: en la época en la que los jóvenes no vivían en casa de sus padres y, por tanto, si tenían suerte y se enrollaban con alguien, tenían a dónde llevar la conquista–– y nos dejaron asistir a su día a día. Mientras seguimos la historia de una pareja que se rompe y otra que se forma, conocemos al defensor de las relaciones abiertas que, en realidad, sufre terriblemente cuando su novia se acuesta con otro; a la aspirante a artista que sabe que debe ser rica y famosa, pero no si quiere ser fotógrafa o ceramista; al millonario cuya casa se llena de amigos cuando hay fiesta gratis, pero después se van todos si se acaba el alcohol; al tipo encerrado entre su casa y su trabajo porque no ha superado una ruptura; viajamos a la comuna autogestionada que, en realidad, tira gracias a asignaciones familiares; descubrimos a los críticos de arte que cimentan su juicio sobre el hecho de que haya o no canapés en la exposición de turno; vivimos las borracheras, rebosantes de envidia, de los aspirantes a intelectuales que no pasan de pedantes; asistimos a unas cuantas peleas, sin superpoderes, entre ridículas y desastrosas… Finalmente, se nos hace imposible juzgar a esos personajes, que intentan relacionarse entre ellos como buenamente pueden, cediendo a sus deseos inmediatos y lamentando después no haber sabido cumplir con sus responsabilidades, porque nos vemos a nosotros mismos, como reflejados en un espejo deformante, para descubrir nuestras propias angustias, que, vistas así, en papel, treinta años antes de que nos atormentasen, se antojan esperpénticas.

El tópico dice que un libro es un amigo. En La noche de siempre/Fin de semana, se encuentra un buen montón de amigos, mostrándonos con toda confianza sus pequeños éxitos, pero, sobre todo, sus grandes miserias y reflexionando sobre ellas. Al cabo, dan ganas de participar en sus conversaciones, darles y pedirles apoyo o discutir sus observaciones. Entonces, el lector se da cuenta por fuerza de que estos dos autores, críos de los ochenta, han logrado el milagro, la magia de establecer una comunicación eficaz y generar lo más difícil de conseguir con una obra de ficción: empatía.

Firma Invitada: Oscar Perez Varela

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Eduardo
Eduardo
Lector
11 septiembre, 2012 12:58

 Me interesa pero… ¿mantiene las medidas del album o es la tipica edición reducida que se ha puesto tan de moda? Si es el segundo caso, paso.

Ocioso
Ocioso
Lector
13 septiembre, 2012 23:50

¡Una gran reseña!