La oruga

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Fichatecnica

Edición nacional/ España: EDT.
Guión: Suehiro Maruo
Formato: Rústica con sobrecubierta. 144 páginas
Precio: 12€

 

Matsuo Bashō, uno de los cuatro grandes maestros del haiku, dijo una vez: “Al plantar el arroz cantan: primer encuentro con la poesía”. Aclaró de forma sencilla y precisa lo que podría ser poético o lo que podría ser poesía. Un gesto delicado, un acto cotidiano, una evocación del alma. Si todo lo que evoca es poesía, La oruga de Suehiro Maruo, lo es. Una historia descrita con un trazo delicado, centrada en la rutina, en la intimidad de la convivencia de un matrimonio y su forma de relacionarse. Porque no toda comunicación tiene que ser hablada. En este caso, Maruo describe con melodiosa cadencia, como la violencia puede ser un idioma más. Y no hace falta que esa violencia sea física, pues el solo acto de vivir, es una forma de comunicación hostil.

La oruga es una historia contada a tres partes, vista por tres ojos, descrita por tres bocas. Un relato, un manga y una película. Los ojos que primero se posaron en esta idea y que desarrollaron la historia, fueron los de Ranpo Edogawa. Fue un popular escritor japonés de novelas detectivescas y de misterio, que desarrolló su carrera en la primera mitad del siglo XX. Ranpo fue un gran admirador de los escritores de misterio de occidente, en especial de Edgar Allan Poe. Su seudónimo “Edogawa Ranpo” es, de hecho, “Edgar Allan Poe” pronunciado a la japonesa. El cuento de «La oruga», está contenido en la antología Relatos japoneses de misterio e imaginación (Jaguar, 2006). En él, un soldado japonés regresa de la guerra ruso-japonesa, mutilado, sin brazos ni piernas, mudo y sordo. Su esposa, decide cuidarlo. En ese momento, sin saberlo aún, carga a sus espaldas, no sólo con su marido, sino con las consecuencias de una guerra y todos aquellos sentimientos confusos que quedan tras ella. Recordemos que fue el primer conflicto moderno que Japón libró a la manera occidental, es decir con fuego de artillería, acorazados, etc… lo que supuso un cambio forzado de mentalidad. Por primera vez la sociedad japonesa tuvo que enfrentarse a los veteranos de guerra, que regresaban del frente gravemente heridos y mutilados. Esto podría no ser de gran importancia en cualquier otro país, pero en Japón, donde regresar mutilado es una deshonra para uno mismo y su familia, es un estigma de importante peso. Hasta tal punto que en el Hagakure, que describe las reglas del bushidō, afirma que “es mejor ser la viuda de un héroe de guerra muerto a ser la mujer de un mutilado vivo”. Tanto es así, que gran parte de los heridos pasaron el resto de sus días ocultos, encerrados en casa. La oruga muestra esto y mucho más. Contiene una gran carga anti-belicista, consecuencia que hizo que el gobierno japonés censurara el relato de Ranpo durante la Segunda Guerra Mundial, considerándolo anti-patriótico.

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Más tarde, Suehiro Maruo, adaptaría al manga la novela, siendo su segunda adaptación de un relato de Ranpo. En este manga, es capaz de crear una atmósfera que tiende al desasosiego, ya sea por su dualidad entre preciosismo estético en la imagen y su repulsión visual en las escenas explícitas de sexo y violencia, en las que se recrea con sumo detalle. Nunca la belleza fue tan repulsiva. Es ahí donde Maruo diverge de otros mangakas y es, ahí mismo, donde Maruo se vuelve poético. Su trazo es fino, perfeccionista. Evoca un poema visual cargado de simbolismo. Miradas que hablan. Silencios que cuentan. Imágenes que no solo muestran, sino que definen como el ser humano es esclavo de sus pasiones y, por lo tanto, sufre. Muestra el sufrimiento, pero no habla del sufrimiento. Es eso lo que le hace grande. Maruo es una paradoja en sí. ¿Cómo es posible que un dibujo tan pulcro y ordenado, pueda mostrar algo tan desordenado como los sentimientos humanos? Y no sólo es una paradoja, también es un artista cuyas creaciones son sinestésicas. Sus conversaciones saben a sufrimiento, sus imágenes huelen a arrozal japonés, sus palabras se sienten a un Japón antiguo. Sus obras, y no lo es menos La oruga, evocan. Evocan algo perverso, que duerme dentro de nosotros y a lo que es imposible quitar la mirada.

Aún más tarde, otro autor, en este caso un cineasta, retomó la historia de La oruga. Una persona cuya vida, también era toda una película. Hablamos de Koji Wakamatsu, un ex-yakuza que estuvo en prisión por las actividades delictivas que llevó a cabo desde esta organización mafiosa. Tras su condena, decidió cambiar de oficio y pensó en el cine como un arma política para denunciar los abusos de poder. Tanto es así que hasta día de hoy, sus obras han sido prohibidas en EE.UU. y en Rusia. Inspirado por Ranpo, decidió hacer de La oruga su film número cien. Una de las mayores sorpresas del film, fue su actriz principal, Shinobu Terajima, ganadora del Oso de plata en la Berlinale de 2010, convenciendo tanto al público como a la crítica.

No se puede hablar más, si alguien ha sabido capturar un momento con un poema, o en este caso, con un haiku, esa estructura capaz de describir la inmediatez. Es hora de callar, y que en ese silencio, hable el momento en sí.

“En las flores silvestres de verano se estremece aún el sueño de gloria de los guerreros” Matsuo Bashō

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Escrito por Ken Takato.

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