Recientemente editada por
Explícitamente contestatario y directamente provocativo, el ero-guro (conjunción léxica de erotismo y grotesco) es un movimiento artístico japonés que busca protestar frente a los tabúes existentes en diferentes sociedades modernas.
Ya sea en forma de obra literaria, cinematográfica o en cómic, las características estéticas y temáticas recurrentes en este género son el uso constante de la sangre, el sexo y el gore, así como todo tipo de fetiches raros y controvertidos. Todo ello tratado con un cuidado estético bello y erótico, pero llevado a cabo de manera grotesca y violenta.
Se trata del campo en el que se mueven todas las obras de Maruo, en mayor o menor medida, pero siempre de fondo. No en vano el autor es conocido como uno de los grandes maestros del género.
Su imaginario formal también está influido por otros géneros artísticos, provocativos todos ellos en sus diferentes contextos, con los que guarda ciertas similitudes.
Así pues, a la influencia del erotic-grotesque debemos sumar la del cine expresionista alemán, por ejemplo, dado el uso y la fuerza de las sombras que recuerdan a las amenazantes formas que circulan por películas como
También debemos tener en cuenta el
No debemos olvidarnos tampoco de la corriente artística japonesa denominada
Finalmente, situándonos ya en el propio terreno del manga, es menester tener en cuenta que la obra de
Todos estos géneros han dejado una serie de posos estéticos y temáticos que han conformado toda la obra de Maruo. Creada con intención, y poniendo sobre la mesa todos esos elementos propios y ajenos que caracterizan su obra,
Editada originalmente por capítulos entre 1998 y 2001 dentro de las páginas de la Young Champion, revista perteneciente a la editorial
Si bien la obra puede dividirse en dos partes claramente diferenciadas, es cierto que no funcionan de manera autónoma si se quiere tener una visión satisfactoria de la misma. La presente edición, dicho sea de paso, reúne ambas partes. Nos encontramos ante un tomo integral con la obra completa.
La historia arranca momentos después del final de la II Guerra Mundial, situándonos en un Japón desolado, lleno de miseria y pérdida. La desesperación mella en la racionalidad de los supervivientes, agotados ante una agonía que no parece tener fin. Entre los campos de muerte se alza una mujer de apariencia fea, repulsiva, que busca sobrevivir robando a los cadáveres mientras huye de la mirada de una sociedad que la desprecia, que no dudaría en ajusticiarla a la mínima que pudiese. Su posterior captura y ejecución da lugar al nacimiento de un vampiro, una prolongación del auténtico ser de la extraña mujer, que vuelve de entre los muertos a un mundo desolado por la guerra.
Pasan los años y la obra nos sitúa ahora en el Japón moderno (contemporáneo a la obra, a finales de la década de los noventa y principio de la del dos mil), en donde esa mujer conocida ahora como «La Jorobada» deambula por las mismas calles que una sociedad que ignora su condición pero que, de saberlo, volvería a acabar con ella.
En su camino se cruza Kônosuke Môri, uno de los protagonistas a quién la vampiresa elige para transmitir tanto su conocimiento como su poder. Se presenta ante nosotros la transformación, por fases, de un joven adolescente japonés promedio a un no-muerto sediento de sangre. Este será el leitmotiv de toda la obra: la corrupción de la inocencia.
Al grupo de personajes principales se unen Sotoo Henmi y Runa Miyawaki, ambos adolescentes de la edad de Kônosuke. Sotoo representa el perfil del estudiante que obtiene buenas notas, siendo marginado por ello. Mientras tanto, Runa es la chica pura e inocente que huye de todo tipo de perversión, haciendo gala de la repulsión más absoluta.
Lo que en un primer momento puede parecer un elenco de personajes estereotipados, pronto se convierte en algo absolutamente distinto. Maruo no deja de dar vueltas de tuerca a todos y cada uno de los elementos que aparecen en la obra desde el minuto uno y pronto veremos giros radicales que son efectivos desde el mismísimo planteamiento.
Así pues, Sotoo se presenta en realidad como un pirómano desalmado y vengativo, sin sentimiento alguno, que ha descubierto en la violencia el gatillo a su deseo sexual mientras que la inocente Runa, asaltada continuamente por un mundo lleno de depravación, es testigo de cómo sus compañeras de clase venden su ropa íntima con restos de vello y fluidos en los barrios más populares de Tokio.
Los tres jóvenes se cruzarán de manera fulminante, viéndose inmersos en un mundo de caos y desesperación al que encontrarán sentido. Un significado basado en la atracción por la muerte y la venganza, por el deseo irrefrenable del sexo y la destrucción.
El entorno social que plantea el autor fuerza en gran medida el destino de los protagonistas y, si bien tan sólo uno de ellos se ve arrastrado a esta bizarra vorágine por una figura externa, los otros dos se introducen en ella siguiendo los designios de sus deseos y circunstancias personales más inmediatas.
Tenemos que el escenario, no sólo social sino personal, en el que se mueven los personajes de la historia es tremendamente nihilista. Un tipo de nihilismo, de derrota y concesión, nacido de entre las cenizas de aquella maldita guerra que marcó el destino de todo un país. El mundo que vemos en La Sonrisa del Vampiro es un mundo en el que sólo tiene la cabida el horror, una visión del mundo creada por aquellos que lo han sufrido y provocado.
No hay héroes en esta historia, ni figura alguna que se les asemeje. Todos y cada uno de los personajes que presenta la trama son un fruto horrible criado por un árbol de amargas raíces, la sociedad, abonado con odio y violencia. La existencia de los vampiros, aunque efectista, queda empequeñecida por toda una ristra de asesinos, secuestradores o violadores que circulan por las calles de este mundo de pesadilla.
Los protagonistas, por su parte, enfrentan con igual extrañeza tanto los cambios propios de la adolescencia como el significado que obtiene madurar en un mundo que no les ha legado esperanza alguna.
La pubertad en La Sonrisa del Vampiro no funciona, ni metafórica ni literalmente, como la idea narrativa del florecimiento o la estética formal de la bella crisálida. Al contrario, la pubertad se muestra aquí en su faceta más cruda y confusa. La negación inicial del deseo carnal, tanto en el reflejo propio como en el ajeno, da paso a una aceptación rotunda y de desenfreno. El éxtasis se busca ahora mediante la excitación por la sangre y la violencia.
Este giro que se da a la idea de madurez viene pervertido por ese elemento integrador y corrupto, del cual no se puede escapar, ya sea en forma de vampiresa jorobada o de sociedad pervertida. La idea de lo humano como el bien racional se ha pervertido y su reflejo queda ahora igualado a la oscura idea del vampiro: seres nocturnos sedientos de sangre que buscan perpetuarse mediante la muerte.
El lector se aterrará, de manera real, cuando encuentre ciertos elementos comunes entre la sociedad que presenta Maruo y la que vivimos actualmente: un mundo asaltado por la violencia que será entregado a una generación que parece no tener ningún tipo de futuro económico, ambiental o político. No existe un futuro cuando vivimos en el futuro y, en ese sentido, la obra del autor se muestra perdurable.
En lo narrativo, si bien tenemos un espacio claramente definido por el que circulan una serie de personajes que son el alma de la obra, no encontramos una lectura satisfactoria en el sentido clásico. Las tramas que se plantean no llegan a hilarse de forma novelesca, tampoco dejan ningún tipo conclusión rotunda o mensaje literal. No es esa la intención del autor.
La auténtica fuerza de La Sonrisa del Vampiro como obra reside en su despliegue temático y estético. Toda una tour de forcé que, junto a los temas provocativos tratados más arriba, nos reporta una obra formalmente excelente. La trama de fondo es, en realidad, una excusa para vehicular una serie de situaciones en las que se despliegan todo tipo de escenas altamente impactantes. La intención de Maruo es la de dar una forma estética bella a una pesadilla, resultando impactantemente atractiva.
Estamos ante un manga meramente funcional, en el que su autor destaca principalmente por una representación gráfica soberbia de los temas a tratar. En este sentido, son dos elementos clave que debemos analizar: la composición de la página y la dinámica de sus elementos.
Los ojos del lector que se enfrente a cualquier obra del autor deambularán de manera suave, fluida, por cada una de sus páginas. La velocidad de la lectura, la presentación de los elementos o el diseño de los mismos; todo parece estar rigurosamente medido y ejecutado. Fíjaos en cómo el cuchillo dirige la mirada del lector por toda la página en este ejemplo:
La página plasma una escena, y esa escena queda fragmentada en una serie de viñetas que, como en un puzle, dan un sentido completo si encajan a la perfección. La Sonrisa del Vampiro es, en ese sentido, una celebración del medio. De cómo el sentido formal del cómic es capaz de vehicular una serie de imágenes, reales u oníricas, de manera satisfactoria
En cuanto al movimiento, el dibujo de estilo realista del autor queda perfectamente acompañado por el uso de líneas cinéticas y la multiplicación de ciertos elementos que tienen que ver con las expresiones (rostros, ojos o bocas). Las sombras también son un elemento importante dentro del apartado visual de la obra, hasta el punto de perfilar figuras tan amenazantes que incluso podrían ser de carne.
Toda esa conjunción de elementos artísticos forma un estilo tremendamente personal y reconocible, el de Maruo, que llega a provocar atracción sobre lo que presenta, pese a la violencia que rezuma. Se trata del mejor ejemplo posible de esa parte erótica del ero-guro en su máxima expresión, consiguiendo transmitir cierta belleza ante actos totalmente amorales y rotundamente rechazables. Algo fuera de todo sentido común, pero posible gracias a esas atractivas composiciones llenas de fuerza.
En cuanto a la edición, nos encontramos ante toda una sorpresa. Era difícil imaginar que Panini llegase a estas cotas de calidad en su colección manga, pero lo ha logrado. Estamos ante un tomo de gran formato en tapa dura con sobrecubierta. Sí, como lo oís. La presentación es innegablemente buena. El papel es de calidad y el blanco y negro se lee muy cómodo sobre el pálido tono crema del mismo. Se han respetado las portadillas a color y la encuadernación, cosida, transmite calidad.
Estaríamos hablando de una edición a todas luces perfecta, algo inaudito por parte de la editorial, de no ser por algunas erratas que ensucian todo el conjunto. Por un lado, aunque no son numerosa, si que podemos llegar a advertir alguna que otra falta (“evima” en vez de encima o “a hora” en vez de ahora…). Fallos fruto de las prisas que no tienen justificación alguna en una edición de este calado. Pese a ello, no dejaremos de elogiar el tamaño del tomo o la calidad de los materiales empleados en su elaboración, una carta de presentación perfecta para el trabajo de Maruo.
En definitiva, La Sonrisa del Vampiro es una espiral de degradación que desciende hacia las pesadillas más horribles de una sociedad corrompida y sin futuro, de una juventud que se deja llevar por los impulsos y que elige comunicarse con un mundo violento a través de esa misma violencia. Una parábola oscura que requiere estómago y que nos enseña que, en las sociedades corrompidas, la fantasía más tenebrosa llega a palidecer ante la realidad más cruda.
Guión - 7
Arte - 9
Interés - 8
8
La Sonrisa del Vampiro supone una introducción inmejorable al imaginario bello y grotesco de Suehiro Maruo, uno de los maestros del manga de terror. No apto para todos los estómagos, pero sí para aquellos que busquen experimentar las impactantes virtudes de un género altamente provocativo.