Cuando el sin sentido cobra sentido
«Me había pasado toda mi vida creando seres innobles, malsanos y nefastos para complacer al público y satisfacer a mi editor, y ahora se me echaban encima salvajemente.»
Cuando un autor se decide a emprender una historia, normalmente suele ser consciente de que la ficción contiene en sí misma una realidad diferente a la que vive el lector. Por tanto, lo normal es asemejar lo máximo posible ambas realidades para que quien reciba la obra pueda sentir empatía con lo que sucede en ella. Sin embargo, hay una nada desdeñable cantidad de artistas que entendiendo la diferencia entre las realidades, no solamente no intentan tender puentes para que ambas puedan tener elementos en común y así poder relacionarse, sino que hacen lo posible para que los pocos que hay tendidos sean de dudosa estabilidad. En la inmensa mayoría de esos casos, cuando por fin alguien consigue pasar al otro lado, cuando se consigue percibir la unión entre ambas orillas, la respuesta a la pregunta obligada es no. Y a dicha pregunta, ¿ha merecido la pena el esfuerzo de tan arduo e incómodo paseo para poder conciliar ambas realidades? La respuesta en este caso, es, y sin ningún tipo de duda, un rotundo SÍ. Pero antes de desarrollar el porqué, conozcamos al genio que hizo posible esta improbable respuesta.
Jacques Tardi nació en Valence, Francia, el 30 de agosto de 1946. Estudió en la Academia de Bellas Artes en Lyon y en la Escuela de Artes Decorativas de París. Se inició en la historieta en 1969 en el semanario Pilote con una historia de 6 páginas, Un cheval en hiver, con guion del gran Jean Giraud. Tras otras colaboraciones breves con diversos guionistas, en 1972 aparece con una obra de guion propio, Adieu Brindavoine, donde ya deja entrever lo que sería su estilo tanto narrativo como visual, y su pasión por los años de la I Guerra Mundial, y cuyo protagonista, Lucien Brindavoine, reaparecerá como secundario en Adèle Blanc-Sec. A partir de ahí comenzaría una carrera en la que realizaría más de una treintena de álbumes en solitario y más de una quincena como dibujante, dejándonos obras inmortales como su tetralogía dedicada al inspector Nestor Burma, La guerra de las trincheras (Casterman, 1993) o Puta guerra (Casterman, 2008), dos de sus obras magnas en las que se adentra en los horrores de la guerra, o su grandiosa serie, aún supuestamente abierta, Las extraordinarias aventuras de Adéle Blanc-Sec (Casterman, 1976-2007), que pronto traeremos a nuestra casa.
Lo onírico nunca estuvo tan al alcance del despierto
En este volumen se nos recopilan dos historias de la etapa temprana de Tardi. En La verdadera historia del soldado desconocido, un escritor se enfrenta a sus creaciones literarias en un viaje de autodescubrimiento frustrante y frustrado, mientras que en La báscula de Charlot un individuo vuelve tras un largo viaje al hogar para verse inmerso en una delirante concatenación de sucesos de los que parece conocer tan poco como el propio lector.
Empezaré diciendo que ninguna de estas son historias al uso, lineales, o con una narrativa convencional, donde la realidad a la que se nos tiene acostumbrados es la que marca el tempo y el espacio. No; ésta es una de esas historias que solo se entienden bajo un prisma algo más forzado, más comprometido para el lector, que debe plegarse ante los sucesos y verlos como si de un sueño se trataran, porque a fin de cuentas tienen más que ver con un sueño que con una historia.
Es cosa difícil enfrentarnos como público a una historia que no comparte nuestra realidad. Los personajes, su relación con el espacio, con el tiempo, y sobre todo, con los demás personajes así como con sí mismos y sus pensamientos, es una que tiene más que ver con el mundo de la ensoñación incluso con el del delirio, que con cualquier otro. Una historia que se asemeja en sensaciones a vislumbrar un cuadro abstracto, cuyo mensaje tiene que ver más contigo que con el autor. Por eso estos no son relatos para leerlos, sino para experimentarlos.
Con todo, no se malinterprete la descripción que intento hacer de una obra tan fuera de lo común, y es que, pese a que colocando sus elementos básicos por separado la obra carezca de sentido, en su conjunto alcanzan unos significados no evidentes pero si presentes. Son obras que dejan hueco a la interpretación, pero siempre se acaba sacando una, y si se le otorga suficiente reflexión, una de gran profundidad. Y esto es debido a que cualquiera puede poner cosas aleatorias, escribir como si de una tormenta de ideas se tratara, lanzando elementos nacidos del azar que contengan suficiente fuerza por separado para provocarnos sensaciones. Pero muy pocos de quienes hacen eso pueden jactarse de hacer obras narrativas de peso, que se sustenten en su conjunto. Y Tardi lo logra y con nota.
A gusto personal, soy más afín a la primera de las dos historias, en la que se entremezcla un espíritu Borgiano (Borges) en cuanto a la concepción de la ficción, y un ambiente que podría recordarnos a un relato de Edgar Allan Poe, con un final que no es sino la guinda de un pastel repleto de sabores. El segundo, más corto, con 10 páginas menos que el anterior, es una historia más angustiosa, en la que se entrevé una pretensión más de advertencia que en la anterior, con una esencia quizás menos inquietante pero más agonizante, donde el gran aludido que me viene a la cabeza sería el Kafka más opresivo. Pero si hubiera que nombrar un artista al que sin duda se asemejan ambas obras, tanto en tono como en narrativa, sería Samuel Beckett, compartiendo con él incluso lo teatral de su obra.
Entremos en su apartado gráfico, y es que Tardi no solo demuestra en su etapa temprana ser un maestro del guion, sino que también de lo visual, y por tanto del arte secuencial. Su trazo se intuye tembloroso, pero cuyo temblor es un espejismo, ya que el temblor firme es el que tiene el autor que usa el temblor como elemento visual, como es el caso. Como si de un Breccia relajado, o de un Hugo Pratt que entrase en los detalles se tratara, el uso de las sombras en estas primeras obras ya deja ver lo que a día de hoy se le admira, más en concreto en su faceta de género negro; una pretensión narrativa, que acompaña a la angustia a la que somete a sus personajes y a los lectores, mientras equilibra el peso de la página de forma asombrosa.
En conclusión, una obra en la que se recopilan dos relatos más afines con el delirio y lo onírico, pero que no por ello son ajenas a nuestra realidad, sino que despiertan en los lectores unas sensaciones más relacionadas con lo primario del sueño que con lo elaborado de la trama sesuda.
Lo mejor
• La unión entre la realidad onírica y nuestra realidad
• La reflexión sobre la ficción en el primer relato
• Lo narrativo del trazo tembloroso
Lo peor
• La edición pide como agua de mayo un material material extra del que carece
Guión - 9
Dibujo - 9
Interés - 9
9
Onírico
Esta obra termina por presentarse como una recopilación de elementos oníricos en los que Tardi muestra unas inquietudes que más tarde plasmaría en su obra, como lo son la idea de la ficción como ente independiente, o el sinsentido de la guerra.