La vida es buena si no te rindes

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Edición original: It´s A Good Life if you don´t Weaken (Palooka Ville #4-9, 1993-96).
Edición nacional/ España: La vida es buena si no te rindes (Sins Entido, 2003).
Guión y Dibujo: Seth (Gregory Gallant).
Color: bitono.
Formato: Tomo cartoné 188 págs.
Precio: 19 €.

 

Seth, seudónimo de Gregory Gallant, nació el 16 de septiembre de 1962 en Clinton, un pequeño pueblo del sur de Ontario (Canadá). Gran aficionado a las tiras de prensa de Carlitos y Snoopy de Charles Schulz y a los cómics de Los Eternos de Jack Kirby, en la escuela de Bellas Artes de Ontario -donde se matriculó a principios de los ’80- descubriría a Robert Crumb, Edward Gorey, los hermanos Hernández, Hergé, Yves Chaland o John Stanley, así como la revista New Yorker, con su compendio de excelentes dibujantes humorísticos (Whitney Darrow Jr., Cobean, Sid Hoff, Charles Adams, Peter Arno, entre otros). Con este cóctel de influencias, empezaría a colaborar en 1991 con la editorial Drawn & Quarterly. Casi toda su producción en historieta ha sido publicada en la cabecera Palookaville: La vida es buena si no te rindes (It´s A Good Life if you don´t Weaken, en Palookaville #4-9), obra que llamó la atención general de público y crítica, empezó a publicarse en 1993 y fue recopilada en libro en 1996.

La vida es buena si no te rindes se edifica en torno a dos ejes complementarios que, como deduciremos más adelante, retratan el mismo dilema existencial (aunque con resultados distintos). Por un lado, tenemos a Seth, autor de cómics, con una tendencia enfermiza a vivir en el pasado, tanto el suyo (la infancia) como el reinventado (el glamour de los años ’40 y ‘50). Por otro lado, tenemos al misterioso dibujante Kalo, seudónimo de Jack Kalloway, quien llegó a publicar un único chiste en el prestigioso New Yorker para luego ir languideciendo en revistas de variado pelaje hasta esfumarse de la vista del público. Seth siente un inexplicable arrobo por el oscuro caricaturista, lo que le empuja a rastrearlo de Nueva York a Canadá mientras filosofa sobre lo divino y lo humano con su amigo Chet (Chester Brown, también autor de tebeos: El Playboy, Pagando por ello), a quien sablea para ir tirando, y que ejerce una influencia como de “hermano mayor”. Víctima de una profunda melancolía que le hace adorar el pasado y despreciar el presente, obsesionado con aprisionar los recuerdos felices de su vida y huir de los conflictos y las indecisiones actuales -se confiesa fiel seguidor del “Evitacionamismo” que define, citando una tira de Snoopy, como “No existe un problema, por grave o complicado que sea, del que no pueda huir” (pág.95)- Seth, en tanto personaje, resulta a menudo insufrible en su inseguridad y pedante en sus axiomas, lo que se contagia a su narrativa, presidida ora por graves soliloquios ora por descriptivos silencios, pero casi siempre con el protagonista deambulando de un lado a otro de la página con ademán mustio.

«Mi problema es que o quiero a alguien o le odio» – Seth
«¿No le pasa a todo el mundo?» – Chet

Las reservas que se puedan albergar sobre los tebeos autobiográficos (aunque este sea un falso tebeo autobiográfico), con sus dosis de arrogancia y narcisismo -como vimos en Buen tiempo, de su también compatriota y amigo Joe Matt– asoman en episodios como la conversación con su novia Ruthie, cuando ella le reprocha que el único avance social que admite es la mejora en el maquillaje de su madre (!), o las páginas que dedica a la enfermedad de su gato Boris, que no conducen a ninguna parte (obsérvese la diferencia con el Taniguchi de Tierra de sueños, por ejemplo). Seth se describe como un joven flébil y ombliguista, fundamentalmente inmaduro, que solo encuentra consuelo en un pasado idealizado y, por tanto irreal, y en los cómics de prensa, sobre todo los humoristas del citado New Yorker y el omnipresente Schulz. Tiene gracia que Chester Brown se corresponda con su contrapunto “optimista” habida cuenta de los graves problemas propios que revela, por su lado, en la cabecera Yummy Fur.

La búsqueda de Kalo, artista que le fascina tras encontrar un chiste suyo fortuitamente en una revista de saldo, propicia los mejores momentos de la obra. Desprende esa autenticidad que, en el fondo, solo puede aportar la ficción. Porque, sabido es, Kalo fue creado por Seth para este tebeo, aunque nadie lo diría por la escrupulosidad casi documental con que reproduce su biografía y hasta las lagunas que toda biografía real padece. Esta verosimilitud paradójica, que vuelve impostadas las anécdotas reales de Seth y vivifica las inventadas de Kalo es, sin duda, el gran hallazgo del libro hasta el punto de que nos interesa más el personaje ficticio que el “auténtico”. En La vida es buena si no te rindes, Seth, autor primerizo, “hace camino al andar”. Con parecidos postulados (sobre todo en lo de enfrentar una vida práctica por otra alimentada de ilusión), Ventiladores Clyde rectifica y mejora, punto por punto, tanto los recursos narrativos como el calado argumental, logrando una obra muy superior. «Es una melancolía de persona joven, de espíritu bucólico, sin la condescendencia, el descaro o la comprensión de quien lleva el lomo medido por las inclemencias de los años«, decía entonces y lo mismo se puede aplicar aquí. Abandonando este estilo limpio, de clásico americano de los ’50 (o lo que Seth entiende como tal), en George Sprott se aventurará por los caminos de la experimentación vintage, si bien conservando el poso existencialista de todas sus obras.

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Aún no dominaba Seth su dibujo en la década de los 90: sus figuras afloran rígidas y un tanto contrahechas, con especial dificultad para retratar los movimientos naturales de las extremidades, con pies y manos raquíticos. Las ilustraciones, esquemáticas, tienden a los gestos simples con elementos iconográficos claros como las sempiternas gafas redondas del protagonista que le confieren un aire entre despistado y perplejo. Seth lo supedita todo a una narración fluida, convencional, que tiene en las tres filas por página, con entre 5 y 9 viñetas por página, su aliado más conveniente. Prefiere ser anodino si con ello refleja el vacío interior del personaje, su perpetua sensación de estar “fuera de lugar”. Imbuido por la sencillez expositiva del tebeo franco belga (de Hergé a David B, pasando por Chaland), renuncia Seth a toda espectacularidad: cada plancha retrata, casi desesperadamente, la soledad y el hastío vital (el spleen del romanticismo literario francés, en definitiva) de su criatura.

La vida es buena si no te rindes supuso un pequeño hito en su día, en la cresta de la ola de los nuevos autores independientes surgidos del Canadá (los mencionados Brown o Matt; la magistral Julie Doucet). Obra de valores indudables, con la promesa en sus páginas de la eclosión de un talento superlativo, también brillan las deficiencias e inseguridades de un debut, desde un enfoque demasiado “plano” hasta un pizco de autocomplacencia, frecuente en esta hornada de creadores. La vida es buena si no te rindes, sentencia que solía enarbolar la madre de Seth (a quien está dedicado el libro), prefigura logros deslumbrantes; sus flaquezas tampoco deben empañar su consideración.

A España llegó primero con el título La vida está bien si no te rindes, de la mano de La Factoría de Ideas, y en 2003 fue reeditado por Sins Entido con su título actual en un volumen en tapa dura, que es el glosado aquí.

  Edición original: It´s A Good Life if you don´t Weaken (Palooka Ville #4-9, 1993-96). Edición nacional/ España: La vida es buena si no te rindes (Sins Entido, 2003). Guión y Dibujo: Seth (Gregory Gallant). Color: bitono. Formato: Tomo cartoné 188 págs. Precio: 19 €.   Seth, seudónimo de Gregory…
Guion - 8
Dibujo - 6
Interés - 9

7.7

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Antonio Lorca
Antonio Lorca
Lector
20 julio, 2015 13:37

Gracias por la reseña. Es un autor por el que siento un especial cariño y estoy de acuerdo en que ha ido ganando con el tiempo, aunque esta obra es muy buena para mi gusto.
Cierto es que Ventiladores Clyde es bastante mejor (la leí en una biblioteca y todavía estoy intentando conseguir un ejemplar, además de esperar con fe religiosa que se publique la continuación), aunque creo que lo mejor que he leído de él es George Sprott.
También es muy recomendable La Hermandad de Historietistas del Gran Norte.