Edición original: Tranches de vie I, II, III, IV y V (Dargaud, 1975-1986).
Edición nacional/ España: Las cosas de la vida (Fulgencio Pimentel, 2014).
Guión y Dibujo: Gérard Lauzier.
Color: No especificado.
Formato: tomo cartoné 300 págs.
Precio: 36€.
En la película Harry el Sucio, dirigida por Donald Siegel en 1971 a mayor gloria de Clint Eastwood, el hosco y expeditivo policía que da título al film bromeaba en un diálogo sobre su odio por igual a todas las minorías étnicas norteamericanas; tampoco era así en realidad y lo demuestra su camaradería con su compañero mexicano. Ejemplos más o menos extremos de misantropía los hay por doquier, sobre todo como atajo para presentar a tipos duros y/o excéntricos. Para el escritor Camilo José Cela, la vida no es buena (el valle de lágrimas y tal), pero es lo único que de verdad tenemos, y estas palabras parecen sobrevolar sobre los tipos desabridos que el cine, la literatura y el cómic han consagrado.
Gérard Lauzier (Marsella, 30 de noviembre de 1932 – París, 6 de diciembre de 2008) no tiene nada que ver con esto. O quizá sí. No en vano es el hombre que sentenció: «Detesto ver a los jóvenes felices«. Aventurero, inconstante, vividor, educado en una familia polarizada entre las izquierdas y las derechas tradicionales y conflictivas (es decir: antes del maridaje que las ha convertido en marcas intercambiables, como los refrescos de sabores), el autor francés recaló en 1974 en la historieta desde los aledaños de esta: la literatura (mención especial a Sarte y Céline) y la prensa gráfica.
Las cosas de la vida (Tranches de Vie, en el original galo: literalmente, “lonchas de vida”) empezó a publicarse a mediados de los ’70 del pasado siglo en la revista Pilote. Lauzier, cuya agitada biografía no habría desentonado en el folletín de género (y que aprovechó en obras como Chroniques de L’Ille Grande), decide aquí saldar cuentas con las hipocresías comunes de las sociedades occidentales, mirándose en el espejo de su Francia natal, con retratos descarnados de la avaricia, las luchas de clase, el conformismo, el idealismo burgués, el sexo y, en general, las cuitas morales de unos triunfadores quejosos, incluso iracundos, a vueltas con sus maquiavélicas miserias. Si el héroe es la persona sin discrepancia entre “el ser” y “el deber ser”, podemos colegir, sin temor a equivocarnos, que no hay héroes en el mundo retratado por Lauzier. Solo hombres y mujeres contradictorios (cuando no directamente hipócritas) atrapados en alambicadas convenciones, funambulistas de vidas insatisfechas y pretenciosas con mil disfraces para sus vergüenzas y cobardías… que son las de todos nosotros.
La inteligencia de Lauzier, aun con todo su vitriolo, reside en la comprensión, no en el odio ni, mucho menos, en la venganza. En sus hombres traidores (y traicionados), falócratas convencidos, reos en todas las formas posibles de sus imperfecciones; en sus mujeres calculadoras, resignadas, liberadas, ambiciosas o pragmáticas, un punto distantes incluso en su entrega; en sus situaciones alocadas, incluso fantásticas (con coqueteos ocasionales con la ciencia ficción o el pulp); en todo ello hay una fría autopsia de comportamientos que, lejos de destruir al retratado, lo iluminan. Como el entomólogo que disecciona una larva; como el tenaz psiquiatra que remueve la confusión y el miedo en busca de la respuesta reveladora. Lauzier tiene para todos un afiladísimo estilete que abre el pecho y deja a la vista el corazón de sus criaturas. Tanto más meritorio si recordamos que Las cosas de la vida está integrada por pequeñas historietas que muy rara vez superan las 8 páginas.
Ajeno al esteticismo (que no a los códigos de la publicidad o el diseño), el trazo de Lauzier, como su prosa, es un zarpazo inspirado que arranca personajes al papel con cuatro líneas veloces. Las páginas se suceden, parcas en recursos estilísticos, las viñetas consagradas al plano medio. Fondos escasos -cuando los hay-, sin más pretensión que una leve contextualización casi teatral, donde la coloración opta a veces por efectos chocantes e imprevisibles (como pintar las caras de añil). La obra es coherente en su evolución gráfica, pese a la década transcurrida entre la primera y la última entrega, y consistentemente cruel, con un refinamiento psicológico extraordinario, incluso en sus variaciones más arriesgadas (como la conmovedora voz en off del niño protagonista de Mi papá, mi mama y mi comuna o el mordaz ataque a los reality shows de La tanatología).
El estilo de Lauzier se nutre del gesto (crispado, indiferente; según), que acompaña al diálogo lúcido y torrencial, que llena paneles de auténticos muros de palabras. Su truco más recurrente es la faz que se desdobla en una misma viñeta, a izquierda y derecha, dos caras para dos interlocutores distintos; también Lauzier acude con frecuencia a la elipsis, despreciando las cajas de texto tipo “Más tarde” o “Mientras” y dejando que los personajes mismos se expresen con orgullosa afectación. Los dardos de Lauzier pueden herir en cualquier parte, si bien se observa una inclinación por las dinámicas de pareja (donde la infidelidad está a la orden del día) o la denuncia del fariseísmo ideológico (en cualquier gama del espectro). Idolatrado por el guionista de Asterix o Juan Pistola, René Goscinny -quien llegó a decir: «Lauzier sería capaz de pensar mal en medio de una corte de arcángeles«-, el sarcasmo de Lauzier es un torpedo bajo la línea de flotación de lo “políticamente correcto”. El nuevo lector se asombrará de la milagrosa vigencia de unas planchas concebidas décadas atrás, con la política de bloques en su apogeo; al viejo admirador le corresponde la sonrisa cínica de quien sabe que la humanidad poco ha cambiado desde el albor de los tiempos y que, como sugería Albert Einstein, solo el universo y la estupidez humana son infinitos… y del primero no se puede estar seguro.
El volumen integral publicado a fines del pasado año por Fulgencio Pimentel recoge los cinco álbumes originales de Las cosas de la vida, incluyendo material inédito en ediciones previas como los capítulos Dios existe (págs. 53-57), Por un marxista radiante (págs. 118-123), Una historia tempestuosa (págs. 147-152), Otra cena en la ciudad (págs. 227-232), Ser auténtico, he ahí lo esencial (págs. 233-237) y París sera Toujors París (págs. 241-246).
Otro al que no le tengo el gusto. El caso es que el dibujo me suena, así que, tal vez, haya visto algo en alguna revista tipo Cimoc o así.
Habrá que echarle un ojo.
Como siempre, Agrafojo, gracias por estas reseñas de tebeos de los que casi nadie se hace eco.
Saludos de los que moran en lo Profundo.
¡Dejaos de saludos y volved a la superficie , cabrones!
Estupenda reseña. Mr.Agrafojo, como siempre 😉
Le comento una cosa, a ver que le parece.
Hace muchos años compré uno de los libros de «Las Cosas de la vida». No recuerdo cual de ellos, como tampoco recuerdo el contenido de las historias. Era muy joven para apreciar esa obra en su contexto
y como, sin duda, se merecía. La verdad es que no entiendo aun hoy en día como compré aquel Lauzier,
yo que apenas había salido de los cómics de supers, tbos de Bruguera, Joyas Ilustaradas…
El caso es que, por reconocer el nombre y el estilo del autor en portada, algún tiempo después me hice con esta otra obra suya…
http://cloud1.todocoleccion.net/tc/2014/04/13/23/42820138.jpg
Creo recordar que la premisa de esta obra era, más o menos la siguiente:
Un hombre gris, al que su rutinario día a día en la vida ahoga, decide escapar de ella dejando por el camino mujer, hijos, trabajo, influenciado por ciertas amistades, espíritus libres y bohemios, y lanzarse a la aventura de vivir la misma existéncia que ellos, la que, en teoría, él siempre a deseado. Pasado un tiempo, después de comprobar que nada es como había imaginado y de pasar por diversas peripecias, acaba reencontrándose en una fiesta con su ya ahora exmujer, felizmente casada de nuevo y, por lo que se puede apreciar, totalmente realizada, mientras que él ha vuelto a ser, por una serie de circunstancias y (des)venturas, el mismo hombre gris de vida aburrida y rutinaria con el que comenzó la obra.
Ya digo que han pasado muchos años y ahora no dispongo de ese cómic, con lo cual puedo tener enormes agujeros negros en mi memoria, pero es cierto que me resultó muy interesante para el momento en que lo leí y, visto con la perspectiva adecuada, altamente recomendable.
Y creo que la compañía Dagoll Dagom recreó «La carrera de la Rata» en una de sus obras de teatro.
Quizás sea hora, por mi parte, de comenzar de nuevo a leer al amigo Lauzier
Pero a ver si me puede confirmar usted, amigo Agrafojo, ese argumento de «La carrera…»
O estoy equivocado y ya voy mezclando historias, churras con merinas, vaya usted a saber de donde,
que también puede ser, claro.
Cosas de la edad, imagino
😉
Rockeros Saludos
Es probable que a Lauzier lo hayas visto en la revista TOTEM, Retranqueiro. No la tengo muy controlada pero sé que publicó bastante material del francés. Y gracias a ti por tu interés. Es un privilegio contar con lectores tan atentos y participativos. De verdad.
Gracias, TheBaldRocker. El argumento de ‘La carrera de la rata’ es más o menos ese que describes, sí. La historia tiene bastante retranca. Hoy día seguro que le sacas más jugo. Y perdón por la tardanza en responder. Se me pasó! 🙁