«- Algún día dejaré esta profesión de zascandil y escribiré lo que de verdad me apetezca.
– Yo, en cambio, presiento que siempre seré secretaria«.
En esta vorágine de recuperaciones, integrales y reediciones de clásicos del cómic español hay varias obras que corren el peligro de quedar olvidadas, otra década más, para el público mayoritario de tebeos. Son obras magníficas, que no se han publicado en álbumes o que simplemente figuran en catálogos de editoriales minoritarias y, algunas, desaparecidas.
La hermosa tetralogía que cuenta con el sugerente título genérico de
Ángel Amorós es un periodista retirado que recuerda para una joven colega varios episodios vividos en Madrid los años previos a la Guerra Civil; siempre envuelto en tramas folletinescas, el periodista es testigo de una época convulsa, llena de trampas y peligros… y también extremadamente triste.
En una entrevista el guionista de Las memorias de Amorós define la serie como el pago de una deuda con el folletín, género que asegura que ama. Es una buena definición, pero esta obra es mucho más: es un folletín, es una clarísima obra de género negro y tiene mucho de obra histórica. En la misma charla, realizada por Eduardo García Sánchez para la extinta revista “U” #25, se citan Los episodios nacionales de Benito Pérez Galdós para poner un paralelismo.
Generalmente la obra de Cava presenta varias obsesiones; la Guerra Civil y sus causas, Madrid, la soledad de la persona frente a su destino y el compromiso. Este compromiso personal que obliga a enfrentarse ineludiblemente a los poderes fácticos de cada sociedad, por eso los protagonistas de los guiones de Hernández Cava son seres luchadores, críticos y a menudo desencantados.
En la misma entrevista anteriormente citada, el guionista define perfectamente sus intenciones. «No descarto seguir prestando mi voz, siempre que pueda, a aquellos que no la han tenido o creo que no la tienen«. Éste es el universo por donde se mueve uno de los mejores guionistas que ha dado el comic español.
Felipe Hernández Cava nació en 1953 en la época más oscura de la postguerra. Su infancia no fue especialmente infeliz, sin embargo su obra está marcada por esta situación histórica. Sus primeros trabajos, bajo el pseudónimo de El Cubri junto a los dibujantes Pedro Arjona y Saturio Alonso, tienen un claro formato obrero y reivindicativo. Como miembro del colectivo El Cubri también escribió dos magníficas series de género negro Sombras y Peter Parovic. Es autor también de los guiones de la tira de prensa El hombre invisible entre 1985 y 1988 para el diario El País.
Como Hernández Cava firma varias obras combativas y comprometidas junto a dibujantes como Marika, Adolfo Usero y Luís García. Durante algo más de tres años fue el director artístico de la revista Madriz y más tarde de Medios Revueltos. En 1989 empezó la trilogía sobre Lope de Aguirre: La aventura, La conjura y La expiación dibujada por Enrique Breccia, Federico del Barrio y Ricard Castells. En 1993 realiza junto a Federico del Barrio la serie Las memorias de Amorós y tres años más tarde los dos mismos autores crean El artefacto perverso, premio del Saló del Comic de Barcelona 1997. Otras obras destacadas son Berlín dibujada por Raúl, Bebop y V-Girl en colaboración con Enrique Flores y Pep Brocal respectivamente. En 2009 recibe el Premio Nacional del Cómic por Las serpientes ciegas junto a Bartolomé Seguí que supone el inicio de otra tetralogía con Hágase el caos: Lux (2011), Hágase el caos: Umbra (2012) y Las oscuras manos del olvido (2014), una serie política y polémica que le vuelve a situar en este territorio incierto de autor respetado, pero casi desconocido.
Federico del Barrio nace en Madrid el año 1957. A principios de los 80 empieza a colaborar como dibujante en algunas de las revistas que protagonizaron el boom del comic español como Totem, Rambla o Cimoc. Junto a F.Pérez Navarro realiza Tierra S.A. y en 1984 empieza sus colaboraciones en la revista Madriz. Allí encuentra su estilo personal que se caracteriza por un uso radical del blanco y negro, por la constante experimentación gráfico-narrativa y por un sentido poético del cómic que pocos autores han conseguido superar. Estas historias cortas, la mayoría, han sido recopiladas en dos álbumes, La orilla y León Doderlin. Su colaboración con Felipe Hernández Cava se remonta a este período y se extiende hasta después del cierre de la revista cuando emprenden la realización de Las memorias de Amorós, primero para Medios Revueltos y que se completará en 1993 con su publicación completa en 4 álbumes por la editorial Ikusager. También en el 93 se encarga del segundo episodio de La trilogía de Lope de Aguirre con Hernández Cava otra vez. Tres años más tarde publican El artefacto perverso.
Con el pseudónimo de Silvestre realiza varios trabajos en Francia que verán la luz en un álbum titulado Relations, aquí Relaciones, y más tarde en 1999 publica Simple en la editorial Ponent. Junto a Cava una vez más, realiza diariamente para el periódico La Razón un comentario gráfico y compagina todo esto con sus trabajos como diseñador, ilustrador y escritor de obras de teatro. En 2010 publica su última obra, hasta el momento, con guiones de Mai Prol titulada El hombre de arena.
Federico del Barrio es uno de los dibujantes más innovadores y personales de los últimos 30 años del comic español; partiendo de las enseñanzas de maestros como Caniff, Robbins, Sickles o Toth pero también de Pratt, Muñoz y Milazzo ha logrado desarrollar un estilo propio lleno de profundidad, poesía y sencillez. Se desenvuelve como un maestro tanto en blanco y negro como con el color y su constante evolución le ha convertido en un gigante del comic español.
En Las memorias de Amorós, Federico del Barrio retrata la trama y la época utilizando una cuadrícula de nueve viñetas al principio en un blanco y negro lleno de grises para radicalizar los contrastes a medida que van avanzando los álbumes. En el segundo tomo encontramos una secuencia gloriosa (cuando Lola Negri rechaza la invitación de Amorós) recuerdos que son realmente dolorosos para el periodista que lo cuenta; la iluminación de la escena se intensifica hasta tornarse dura, intensa, casi acerada con un blanco y negro absolutamente puro. El dibujante refleja el dolor mediante la luz y consigue que a través de la subjetividad de los recuerdos tengamos una imagen nítida de lo que sucede.
Del Barrio lo explica en el prólogo del libro León Doderlin «Tengo la necesidad de hablar con símbolos (…) por ser las obras formas y no intenciones, comprendo que es el cómo y no el por qué lo que está a la espera. (…) Conocimiento y compasión del mundo no en nombre de la mística ni del crecimiento espiritual, que se genera si el trabajo es riguroso, sino para mostrarlo más y mejor, con la menor retórica posible, como el ser íntimo lo reconoce«.
El desencanto es una palabra que se puso de moda a principios de los ochenta y que corre el riesgo de volver a cobrar una dolorosa actualidad. Desencanto es uno de los motores de la obra de Hernández Cava que aquí se muestra en toda su crudeza.
En cambio la palabra que mejor define el arte de Federico del Barrio es poesía. Hermanar la poesía con el cómic es una virtud al alcance de muy pocos autores y el creador de León Doderlin posee este maravilloso talento que plasma de manera excelsa en esta serie.
Hay en la carrera de estos dos autores un sentido trágico que les asemeja a muchos de sus personajes. Si hubiesen nacido y publicado en Francia o en Italia, por poner dos ejemplos, serían reconocidos por todo el mundo como los grandes maestros que son; sin embargo, al vivir y producir en España estos dos artistas son prácticamente desconocidos y lo que es peor su obra está relegada al oscuro destierro de las obras de culto.
Las memorias de Amorós no se merece de ninguna manera este destino.
Guion - 8.5
Dibujo - 9.5
Interés - 9
9
Hermosa
Una serie magnífica que se merece una reedición a su altura.
Y que bueno sería, Tristán, que alguien se tomase el trabajo de agrupar todas las reseñas de esas reediciones de forma unitaria, pues están siendo publicadas de forma tan dispersa e irregular, que la verdad es que es dificilísimo enterarse de ellas. Yo, que estoy intentando pagar una deuda con aquellas obras, agradecería muchísimo esa labor.
Bueno, felicidades por tu artículo (me ha puesto los dientes largos), y hasta otra.
Obrón
En mi colección sólo aguanta el primer álbum, no sé qué fue del resto.
Una curiosidad es que en el bar ‘El barógrafo’ de la calle del Príncipe tienen enmarcadas algunas viñetas de esta obra donde Amorós hace referencia a este local. Se reconocen también otras zonas clásicas de Madrid.
Actualmente, aparecen algunas historietas de F.H. Cava en la revista gratuita M21 editada por el ayuntamiento, pero creo que sería muy constructivo para el cómic en España si los aficionados nos pusiéramos de acuerdo para escribir a los periódicos y sugerirles que mantengan una página de cómic. Si la práctica se generalizase, podrían publicarse más obras como ésta, dar a conocer el medio y servir para que guionistas y dibujantes se consoliden, así como a las propias publicaciones para llegar a más lectores.
En cualquier caso, el panorama actual es mucho más alentador que el de décadas pasadas. Con todos sus premio, y la aparición de Amorós como secundario, ‘El artefacto perverso’ tuvo una tirada de sólo 2000 ejemplares que tardaron en agotarse. Ahora, veinte años después, son posibles proyectos mucho más extensos y ambiciosos con unas ventas muy superiores a las de entonces. No es cuestión de dormirse en los laureles y queda muchísimo por avanzar, pero con lo quejica que soy habitualmente, sin embargo creo que el cómic español va ahora por buen camino.