El nombre de Paul Levitz está escrito con letras mayúsculas en la historia de la Legión de Superhéroes. El guionista estuvo presente durante una de las mayores épocas de esplendor del grupo y firmó historias tan imprescindibles como La Saga de la Gran Oscuridad, El Proyecto Universo o Las Guerras Mágicas. Pensar en la Legión de la década de los ochenta es igual a pensar en la Legión de Paul Levitz y Keith Giffen. No obstante, todo esto es algo que yo ignoraba cuando cayó en mis manos el primer número de las aventuras de este grupo de héroes del siglo XXX. Para entonces ya habían comenzado los locos años noventa y la editorial que publicaba los cómics de DC en España, Zinco, empezaba a decaer. Era habitual encontrarse números de Zinco a precio de saldo, muchas veces agrupados en packs de tres, de tal forma que por cien pesetas podías conseguir tres entregas sueltas de colecciones con nombres tan extraños como La Patrulla Condenada, El Escuadrón Suicida, Los Nuevos Titanes o L.E.G.I.O.N. ’91. Por entonces yo ya estaba bastante familiarizado con el Universo Marvel… pero no tanto con el de DC, así que comprar cualquier número de Zinco conllevaba abrir una puerta hacia nuevos mundos desconocidos y exóticos. De entre todos ellos, el que sin duda me resultó más atractivo fue el de la Legión de Superhéroes. Había leído el Especial Verano que introdujo al grupo a los lectores españoles, así como varios números de su colección, y desde entonces deseaba ansiosamente encontrar más material protagonizado por aquellos personajes tan interesantes. Puede que entonces no supiese quién era Paul Levitz ni pudiese citar de memoria a todos los legionarios, pero ya tenía claro que la Legión tenía algo especial.
Uno de los cómics que conseguí en aquella época me dejó especialmente impactado. Era una entrega de la serie de Clásicos DC publicada por Zinco y centrada en la Legión. En la portada podía verse un gigantesco rostro de roca alzándose sobre los legionarios, que se postraban de rodillas ante él y alzaban sus brazos en señal de adoración. En la parte inferior el texto rezaba: “La Saga de la Gran Oscuridad”. Si por entonces conocía poco a la Legión, mi desconocimiento sobre Darkseid y los Nuevos Dioses del Cuarto Mundo creados por Jack Kirby era absoluto. Aquella historia también supuso mi primer contacto con esa fascinante vertiente del Universo DC, aunque no entendiese ni la mitad de lo que estaba pasando. Aún pasaría bastante tiempo hasta que pudiese hacerme con el número anterior de Clásicos DC para leer la historia completa y mucho más hasta que tuviese conocimiento suficiente como para valorar La Saga de la Gran Oscuridad como lo que realmente era: un arco argumental de proporciones cósmicas que concentraba todo aquello que hacía especial a la Legión en apenas cinco números y que además rendía un sentido homenaje a esas particulares criaturas de Kirby, los Nuevos Dioses, y su eterno enfrentamiento entre luz y oscuridad.
Lo primero que aprendí sobre la Legión leyendo esta saga es que no había ni un momento de tranquilidad para los principales superhéroes del futuro. Con su cuartel aún a medio reparar tras el ataque del superordenador Cómputo y con su líder, Lightning Lad, cediendo su puesto por sus problemas de salud, la Legión tenía que reorganizarse con rapidez para afrontar la amenaza de unos extraños seres que robaban artefactos mágicos para alimentar a su misterioso amo. Estos enemigos, que se definían a sí mismos como “siervos de la Gran Oscuridad”, resultaban vagamente familiares, aunque su identidad era un misterio durante buena parte de la historia. Mientras se desarrollaban los diversos combates contra los siervos, los legionarios tenían que votar a un nuevo líder (Dream Girl sería la elegida en esta ocasión), supervisar a sus dos reclutas más recientes (el segundo Invisible Kid, que llegaba para ocupar el puesto que había dejado la muerte del primero a manos de Validus, y la Bruja Blanca, la hermana de Dream Girl que acudía a la llamada del grupo desde el mundo de los hechiceros) y despedirse de uno de sus miembros que había sido condenado por traición (Chameleon Boy, a quien veríamos recluido en el mundo prisión de Takron-Galtos en las últimas entregas de la saga). A todo lo anterior había que sumarle los problemas personales de cada legionario, desde la frustración de Element Lad por repetir una vez más como líder sustituto a los problemas emocionales entre Saturn Girl y Lighting Lad, que no pasaban por el mejor momento de su matrimonio. No era necesario fijarse demasiado para llegar a la conclusión de que cualquiera de los personajes que participaban en este arco argumental tenía su propia historia en marcha. La propia Legión era un ente vivo y en constante cambio.
Otro aspecto que me pareció destacable de La Saga de la Gran Oscuridad fue su cuidadoso sentido del ritmo. El guionista supo construir un argumento que progresaba desde lo que podría ser una amenaza rutinaria para la Legión hasta un conflicto que amenaza a la totalidad del universo y que requería a la totalidad de los legionarios, tanto activos como inactivos, para evitar la aniquilación total. Todo el arco argumental suponía un enorme e inteligente crescendo que alcanzaba su punto álgido con la revelación de la identidad del villano. Llegados a ese punto, el lector ya había tenido pruebas más que suficientes como para darse cuenta de que aquel iba a ser un enfrentamiento verdaderamente apocalíptico. Aunque es cierto que pueden percibirse las pequeñas “trampas” que utilizaron los autores para no delatar antes de tiempo las identidades de los siervos y del propio villano (como evitar la onomatopeya “Boom” cada vez que se teletransportaban de un lugar a otro para que los lectores no pudiesen asociar esa forma de desplazarse con la de los Nuevos Dioses), la información estaba tan bien dosificada que cada número dejaba con ganas de continuar. Es más, el alcance de la historia se iba ampliando a cada página. En unas pocas entregas pasábamos de asistir al robo de algunos objetos místicos menores a ver cómo el villano absorbía la magia de Mordru, el mago más poderoso del siglo XXX y uno de los peores enemigos de la Legión. Poco después, el propio mundo de los hechiceros era amenazado por las fuerzas de la oscuridad y, finalmente, un ejército de tres mil millones de daxamitas controlados mentalmente y con poderes equivalentes a los de Superman recorría la galaxia sembrando la destrucción a su paso y augurando la llegada de la Gran Oscuridad.
No era hasta el penúltimo número de la saga cuando se confirmaba que Darkseid había renacido y estaba detrás de todo lo sucedido. Para entonces el conflicto ya había alcanzado una escala inimaginable, con la Legión diezmada, el mundo de los hechiceros en ruinas y un ejército de millones de superseres llegando a las fronteras del espacio de los Planetas Unidos con intención de arrasarlo todo. Aún así, los autores aún se guardaban un último misterio para su conclusión, que por cierto estaba dedicada con respeto y admiración a Jack Kirby. El renacimiento de Darkseid supondría la supremacía de la oscuridad y la muerte, pero la oscuridad y la muerte no pueden existir sin la luz y la vida. Sacrificando a dos de sus miembros en el proceso, los maestros del mundo de los hechiceros habían conjurado a la luz que vencería a la oscuridad y ésta se había manifestado en la forma de un niño. Bajo la custodia de los legionarios, el pequeño había ido creciendo hasta que en última instancia asumía su forma verdadera durante el clímax de la saga: el niño no era otro más que Highfather de los Nuevos Dioses, el opuesto a Darkseid y portador de la última esperanza. El momento en el que Highfather hacía su entrada era también el momento en que el lector se percataba de que esa historia iba mucho más allá de la Legión. En ese punto La Saga de la Gran Oscuridad dejaba de ser una historia sobre superhéroes del futuro y pasaba a ser una historia sobre dioses de la luz y dioses oscuros; una historia legendaria sobre una complejo y apasionante mito destinado a repetirse una y otra vez.
Los autores hicieron claros esfuerzos por mostrar la divinidad de los personajes a los que manejaban, de tal forma que se presentaban como seres tan por encima de los legionarios que resultaban incluso difíciles de concebir. Esto no era poca cosa, teniendo en cuenta que los miembros de la Legión estaban más que acostumbrados a lidiar con todo tipo de circunstancias, desde viajes en el tiempo a criaturas devoradoras de soles. Pero en ningún momento era tan evidente la intención de presentar al villano como un ente divino todopoderoso como en esa doble página en la que Keith Giffen recreó a su manera La Creación de Adán, el archiconocido fresco pintado por Miguel Ángel en la Capilla Sixtina. Con viñetas así no había ninguna duda de que nos encontrábamos ante el equivalente en un cómic de superhéroes de un conflicto bíblico entre la oscuridad y la luz; entre el mal absoluto y la bondad definitiva.
Aunque en el último número de la saga la Legión unía fuerzas con la práctica totalidad de héroes del siglo XXX, incluyendo a Dev-Em, la Legión de Héroes Sustitutos, los Héroes de Lallor y los Vagabundos, el clímax recurría en especial a la mitología del Cuarto Mundo. Highfather devolvía su forma original a uno de los siervos de Darkseid, que resultaba ser su hijo Orión, para que ambos combatiesen sobre la carcasa vacía que antaño había sido el planeta Apokolips. Cuando quedaba claro que ni siquiera Orión era rival para la oscuridad encarnada, Highfather, la esperanza encarnada, entregaba su esencia a los miembros más poderosos de la Legión para que actuasen como última línea de defensa. De esta forma, Superboy y Supergirl (en una de sus últimas aventuras junto a los legionarios antes de la llegada de Crisis en Tierras Infinitas) intercambiaban golpes con Darkseid durante el final de la aventura, quizá uno de los más satisfactorios que recuerdo en un cómic de superhéroes.
Sin embargo, incluso en la derrota, Darkseid seguía siendo malvado hasta la médula. Con sus siervos derrotados y su control sobre los daxamitas eliminado, al dios oscuro no le quedaba otra alternativa más que retirarse. El villano acababa huyendo, sí, pero no sin antes maldecir a la Legión. “El más puro de vosotros será el primero en caer”, proclamaba antes de desvanecerse. Así, con la conclusión de La Saga de la Gran Oscuridad, descubrí otro de los rasgos característicos de la Legión de Paul Levitz y Keith Giffen: el final de una gran historia siempre suponía la promesa de otra aún mayor.
Ya han pasado muchos años desde la primera vez que leí aquel número de Clásicos DC de Zinco, pero sigo recordando la sensación que me dejó; esa sensación de haber sido testigo de un acontecimiento sin igual, algo que aún no estaba capacitado para entender en su plenitud, algo más grande que la vida. Lo había comprado con la intención de conocer más a la Legión y mi cabeza acabó inundada con una extraña mitología cósmica que ardía en deseos de conocer con detalle. Desde entonces he tenido ocasión de hacerlo, al igual que he podido disfrutar de gran parte de esa mítica etapa de Levitz y Giffen que tanto busqué por los quioscos de niño. Sin embargo, aunque hoy sepa mucho más que entonces y me sienta capacitado para hablar con propiedad sobre estos cómics, me sigo aproximando a La Saga de la Gran Oscuridad con la misma humildad y la misma admiración con la que lo hice por vez primera. Supongo que podría haber dedicado la reseña a hablar sobre el dinamismo de las composiciones de Giffen y sobre su magníficas viñetas en las que aparecen los perfiles hieráticos y regios de los personajes. O sobre las estupendas dotes de caracterización de Levitz, la franqueza de sus diálogos y la naturalidad con la que se van intercalando las tramas en sus guiones. O sobre las tintas, sobre el color o sobre cualquiera de los elementos que, en su conjunto, contribuyen a la grandeza de estos números. Pero si mi recuerdo de La Saga de la Gran Oscuridad sigue siendo tan vívido tras el paso del tiempo no es por ninguna de estas cosas, sino por la sensación de asombro que me transmitió. Por tanto, si hay algo que quiera comunicar sobre esta historia en mi reseña es justamente su capacidad para encandilar al lector; su sentido de la maravilla, en definitiva.
Es una auténtica lástima que los días de popularidad de la Legión durante la época de Zinco hayan quedado tan atrás. Los héroes del siglo XXX no han gozado de mucha suerte en nuestro mercado y una época tan fundamental como la de Levitz y Giffen permanece sin ser reeditada como se merece. Ya ha pasado tiempo desde que Planeta lanzase su colección de la Legión dentro de su línea de Clásicos DC (que fue merecidamente criticada por la pobre calidad de sus materiales de reproducción y por las páginas perdidas) y desde entonces La Saga de la Gran Oscuridad sólo ha vuelto a ser recuperada una vez (en el tomo Darkseid: Pura maldad de ECC, que agrupa diversos cómics de varias cabeceras con el villano como eje temático). Me apena que los lectores actuales no tengan fácil acceso a estos materiales que tanto interés despertaron en mí… no sólo hacia la propia Legión, sino también hacia el Cuarto Mundo y el Universo DC en general. Me apena igualmente que el grupo carezca de un lugar destacado en la actualidad, lo que facilitaría que se recuperasen y reeditasen historias de su amplio y glorioso pasado. Desde mi ingenuidad, creo que, si La Saga de la Gran Oscuridad volviese a estar disponible en las estanterías y más lectores tuviesen ocasión de experimentar esa sensación de asombro y maravilla inabarcable, el interés hacia estos personajes volvería a crecer de nuevo entre los aficionados. Hasta que eso suceda, lo único que puedo hacer es reivindicar estas viejas historias desde el respeto y la admiración, coreando el viejo grito de… ¡larga vida a la Legión!
Guión - 9
Dibujo - 8
Interés - 9.5
8.8
Cósmico
Uno de los grandes hitos del pasado de la Legión, además de un bello homenaje a los personajes del Cuarto Mundo creados por Jack Kirby.
Que gran artículo, dedicado a una de las mejores sagas de la Legion. Descubrí a la Legion en los ya lejanos años 90, mediante números sueltos que llegaban a Argentina proveniente de saldos de Zinco, gracias, creo, a la llegada en aquel tiempo de las series Forum, y a la publicación de algunas series DC por parte de Perfil. Siendo saldos llegaban números sueltos, nunca consecutivos de todo tipo de series, y al igual relata el artículo, me permitió conocer grupos tan dispares como el Escuadron Suicida, la Patrulla Condenada y la Legión. Conseguir dos números consecutivos fue una odisea, y medio completar dichas historias me llevó, literalmente, a recorrer el país en su búsqueda. La Saga de la gran oscuridad la conocí por sendos números de Clásicos Dc, que aún guardo en casa de mi padre, pero sólo eso me pudo mostrar la grandeza de la historia, y me llevó a buscar información en la incipiente Internet de la época. No fue sino hasta años después, gracias a los siempre vapuleados scan, que pude leer la saga completa en formato digital, y el esntido de maravilla fue indescriptible. Por supuesto, yo ya conocía a los personajes, de los que ya era fanático pese a lo poco leído, y la historia ya la conocía, gracias a reseñas tanto en español como en inglés, pero por fin poder leer toda la historia fue apoteósico. También creo que la Legion debería tener una serie actual y es imperdonable la falta de la misma.
Gracias por este artículo, que me llevará a leer nuevamente estas historias.
Yo tengo todos los tomitos de Planeta y que GRAN colección. Junto con los Titanes de Wolfman y Pérez lo mejor de la época.
Levitz supo manejar más de una veintena de personajes creando grandes tramas y que todos tuvieran su hueco de protagonismo.
No sería el mejor formato para publicar a la Legión pero al menos la publicaron y los que la compramos hemos podido disfrutar una de las mejores colecciones del momento.
Lástima que no continuaron con lo que sigue de Giffen.
Uno de mis mayores deseos es que la publiquen en un formato digno para volverla a comprar, mientras tanto iré releyendo los tomitos.
Larga vida a la Legión!!!