Si cuando sea anciano (si es que el mundo no se ha ido al traste ante), alguien me preguntase por la definición de cómo era la política en la época en la que he tenido que vivir mi juventud seguramente lo explicaría con tres auges: el de los –ismos, el de las divisiones autoimpuestas y el de la estupidez. Con esto no quiero decir que haya luchas justas y absolutamente necesarias que han conducido a victorias que son inexplicables como no se han dado antes. Pero, no nos engañemos, nadie sabe qué demonios pasa.
Este caos, absolutamente orquestado y del cual se benefician algunos seres poderosos que nadie ha nombrado y que nos dictan punto por punto lo que debemos pensar, da la sensación de que debe explotar por algún lado. Es cuestión de tiempo debido a la amoralidad de algunos hombres trajeados.
Los Estados Divididos de Histeria nos presenta una versión de Los Estados Unidos de América en el que ha sucedido. Y, como bien está claro ya a estas alturas, lo local es universal y más si hablamos del corazón del imperio occidental desde el último siglo.
¿Qué tenemos en Los Estados Divididos de Histeria? El protagonista, Frank Silva, es un antiguo agente de la CIA que queda relegado tras no conseguir impedir un atentado catastrófico que sume al país en una guerra trival, recluta a un grupo de encarcelados para tratar de hacer pagar a quien ha estado detrás de todo.
Pero es de esas piezas en las que la historia no pesa tanto cómo lo observacional y el retrato, en este caso, al zeitgeist tan complejo y líquido de nuestros tiempos.
¿Os suena de algo? Sí, y es que Howard Chaykin en este Los Estados Divididos de Histeria tiene, de forma poco sutil, la pretensión de lanzar una actualización para el mundo millenial de su clásico American Flagg! Los tiempos de los ochenta son bastante diferentes a los que nos podemos encontrar hoy en día, y por eso también son muy diferentes. Pero, en su esencia, no son pocas las similitudes. Este tipo de movimientos son los que ayudan a construir una obra coherente.
Chaykin logra un objetivo muy desafiante: mantener el equilibrio necesario para que tu obra no se convierta en propaganda (cosa que sí se le pueden achacar a otros lanzamientos con intenciones similares como la lamentable Holly Terror, de Frank Miller). De hecho, la amenaza es interna y capitalista, en lugar de externa e invasora. Cuesta encontrar una moralidad maniquea, sino un choque de intereses. No creo que el autor se quiera mojar, aunque su punto de vista es progresista, evidentemente, pero se coloca en una ambigüedad incómoda en la que no me extrañaría que se plantease una y mil veces hasta dónde quiere llegar.
Howard Chaykin es uno de los autores más peculiares e inclasificables y polémicos dentro del panorama estadounidense. Uno de los últimos enfants terribles que ha dado este medio. Es alguien que combina las obras mainstream con sus trabajos independientes. Y en ambas empuja el medio a rincones oscuros, violentos y políticamente hirientes. Tiene un estilo perfectamente reconocible y claro en sus ideas, que sabes que no las va a lanzar para agradarte como lector.
Leer esta obra es cómo recibir una paliza ideológica y moral nada condescendiente ni paternalista. No pretende ni adoctrinar ni guiar tu razón. Tan solo pretende plantearnos dónde llegaremos si seguimos con esta tendencia autodestructiva y que estamos haciendo nosotros para remediarlo. Todo ello casa con la mejor tradición de la ¿ciencia ficción? Contemporánea en la que se fabula, con mucha base, cómo de desastrosos pueden ser los años más próximos, teniendo ejemplos tales como la reciente miniserie Years and Years o la controvertida Sumisión de Houellebecq.
Es curioso, cómo, de este modo, es más difícil de encontrar ejemplos de ello provenientes del otro lado del charco, y más si buscamos algo maduro. Sí que se produce una tendencia de mirar al pasado, o incluso, mucha historia emotiva personalista de ensalzar determinados valores fundamentales para esta sociedad, pero se aprecia cierta marginalización a la crítica política en el cómic estadounidense. En este contexto, no es de extrañar que Chaykin lance esta obra tan cruda y transgresora y levante más de una ampolla en la conciencia puritana americana.
A su vez, también es curioso cómo en esta obra tan eminentemente política y violenta, deje un hueco para el cuestionamiento de la sexualidad y de la masculinidad de una forma poco sutil, pero, a ojos de servidor, bastante certera. Es el modo de decir de Chaykin que hay algo redimible entre tanto alboroto.
Chaykin y su trazo sigue siendo igual de definido que siempre. Guste o no, su trazo es una seña de identidad y lo cierto es que si bien, sí que se nota cierta depuración formal, pocas sorpresas gráficas guarda el autor. Curioso la incursión de los posts en las redes sociales, fundidos en las viñetas, a modo de generar cierta fealdad que encaja perfectamente con la intención del autor. No es una obra que pretenda ser particularmente innovadora ni reinventa la pólvora, pero tenemos a un autor veteranísimo en su salsa contando lo que quiere contar, de una forma muy eficiente.
Los Estados Divididos de Histeria es una pieza de esas que, espero, pasen a representar lo que es esta época tan confusa, absurda y polarizada en la que nos hemos metido. A veces es necesario un grito descarnado para ayudarnos a comprender porque pasa lo que pasa. Y, como bien sabe Chaykin, esa es la función del arte.
El tomo de Dolmen Editorial incluye las portadas originales y sus bocetos, además de Tal vez el contenido no sea el más extenso en páginas, pero la narración, por su sagacidad y su atrevimiento descarado y duro, ya vale la pena cada euro que se pueda invertir. Porque, en lugar de caer en una cámara de eco, está bien que alguien te agarre de las solapas y te conduzca dónde no quieres ir. Igual encuentras algo de verdad en un mundo en el que cada vez es más difícil de encontrar.
Dicho esto, votemos con responsabilidad e intentemos construir una sociedad mínimamente humanitaria. No creo que sea tan difícil.
Guión - 8.5
Dibujo - 8
Interés - 7.5
8
Los Estados Divididos de Histeria, recoge todo lo que se le podría exigir a una obra política. Los lectores de mente cerrada no lo digerirán bien.