Los Kurdles

 

Edición original: The Kurdles. 2015, Fantagraphics Books.
Edición nacional / España: Los Kurdles. Febrero 2016, La Cúpula.
Guión, dibujo, tinta y color: Robert Goodin.
Formato: Tomo de 68 páginas a color editadas en cartoné.
Precio: 16,50 €.

 

Obras como Los Kurdles son necesarias en tanto en cuanto dan en la diana de llegar a un espectro de público muy amplio. Por la casa editora no cabe duda que estamos ante un producto pensado en principio para público adulto, pero el trazo y el tono confirman con rapidez que los niños podrán disfrutar de él. Los Kurdles se convierte así en un título perfecto para leerlo en compañía de los hijos. La historia es bien sencilla, una osita de peluche es abandonada en medio del bosque y tendrá que buscarse la vida. Pero tiene suerte ya que está muy cerca de Kurdleton, y varios de sus vecinos no sólo la encontrarán sino que le darán cobijo. Entre ellos, un unicornio antropomorfo, un espantapájaros y una criatura de extraña forma que cambia de color. La osita es aceptada en seguida por el grupo y juntos arreglarán el principal entuerto que sirve de premisa al título, lograr que la mansión donde viven recupere su aspecto, pues ha sido invadida por una mata de pelo que está a un paso de hacerle cobrar vida y salir corriendo.
En el ámbito de la fábula del tipo Winnie The Pooh o El Viento entre los Sauces, quizá Los Kurdles están más cerca del onirismo y simbolismo de Jim Henson que del academicismo de moraleja de Kenneth Grahame. Y aunque aquí moraleja hay, de entrada la más evidente, la de la alegría de la amistad y el trabajo en equipo, también existe cierta capacidad subversiva en la obra de este Robert Goodin, que denota que el autor ha nadado como trabajador de las revolucionarias aguas de la animación actual, tendente a la fantasía desbordada y a la deconstrucción postmoderna de los mitos, con la mismísima ubicua Hora de Aventuras a la cabeza. Esa tendencia surrealista y desmitificadora aporta las dosis de personalidad adecuada sin molestar, sin arramblar con egos que manchen la página.

Y es que estas páginas resultan del todo agradables de contemplar. No hay florituras narrativas ni la tendencia actual del tebeo más rabioso por sorprender. Y es en ese clasicismo donde el trazo dulce de Goodin fuerza el mayor aplauso. Hay algo de viejo tebeo, de ilustración añeja que hace que las viñetas bailen por los ojos. Esto viene potenciado por el color, suaves acuarelas a la vieja usanza, que refuerzan esa aureola cándida y tierna en una historia de desamparo y abandono que podría haber cargado las tintas en lo peor del ser humano. Afortunadamente, Goodin se contagia de la ternura de sus propios diseños para dar rienda suelta a un relato tan esperanzador como anclado en cierta anarquía. Esto resulta perfecto para que el adulto disfrute como un crío y el infante se sienta cómodo con algo cercano en forma y fondo a lo que acostumbra a disfrutar en su pantalla.
Bien por Goodin, bien por La Cúpula y olé a los padres que se atreven a traer niños a este mundo.