Monkey Punch murió el pasado 11 de Abril. De nombre real Kato Kazuhito, el autor del manga del que vamos a hablar hoy nació en Hamanaka, prefectura de Hokaido, en el año 1937.
30 años antes, el autor francés Maurice Leblanc escribió la novela Arsenio Lupin, caballero ladrón. En ella, Leblanc solo pretendía crear una copia a la francesa de Sherlock Holmes (personaje que de hecho aparece metamorfoseado en la segunda novela de Arsenio), pero se encontró con que su popularidad era igual o superior a la del personaje de Arthur Conan Doyle. Tal era la fama del ladrón de guante blanco que llegó incluso a Japón.
Pero no está claro si Kato Kazuhito era un fan de Leblanc.
A mediados de los años 60, Monkey Punch se encontraba haciendo colaboraciones para la revista Weekly Manga Action (portadas sobre todo). Un buen día su editor llegó con el encargo de dibujar un personaje carismático para la portada del número de Agosto de 1967. Nuestro autor dibujó a un hombre delgado, elegante y con patillas. El dibujo causo sensación entre los lectores, y Monkey Punch se vio obligado a crear un trasfondo para el personaje. Puede que fuera ahí cuando encontró la inspiración en las novelitas de Maurice Leblanc.
En cualquier caso, fuera su origen un encargo o no, esta la historia del origen de una leyenda. Un Corto Maltés (en más de un sentido) del tebeo japonés, que hasta la fecha ha protagonizado una serie manga legendaria, un anime también legendario y mas de cuarenta películas. Y todo ello alejado de las modas, y de las idas y venidas políticas o éticas del mercado a lo largo de cincuenta años de historia. Pero ¿cómo lo consiguió? Y, aún más, importante, ¿por qué?
Para responder a esta pregunta tenemos que hablar primero, como no podía ser de otra forma, de Arsenio Lupin III, nieto del legendario ladrón y un personaje que reúne todas las características que permiten a un protagonista tirar del carro de una serie. Es carismático, atractivo, seductor (quizá demasiado para la sensibilidad moderna), romántico, inteligente y posee una habilidad que le sitúa por encima de los simples mortales; esta habilidad no es otra que su consumada habilidad para el allanamiento y el desvalijamiento.
Inspirado por el carisma de James Coburn, Monkey Punch concibió a Daisuke Jigen como el contrapunto «cool» y canalla de Lupin. Una especie de Rasputín para nuestro Corto Maltés particular, para entendernos. Con el tiempo, el anime convirtió a este excelente tirador en el más fiel amigo de nuestro protagonista.
Goemon Ishikawa XIII es el samurái compañero de Lupin III. Descendiente de una larga estirpe de profesionales de la espada, sus habilidades con el frío acero son legendarias.
Fujiko Mine es la socia eventual de Lupin III, y su interés romántico permanente. Habiéndole cogido el gusto a vivir la vida en sus propios términos, y conocedora del carácter particular de nuestro ladrón favorito, se resiste a caer en sus brazos. De hecho, lo que ocurre con más frecuencia es que es Lupin quien acaba siendo el burlado.
Koichi Zenigata es el policía encargado de perseguir implacablemente a Lupin III a lo largo y ancho de todo el globo.
Lo primero que llama la atención a la hora de leer Lupin III es su grafismo apartado de cualquier convención de lo que ahora conocemos como manga. En las décadas de los sesenta y setenta no había precisamente homogeneidad en cuanto a estilos artísticos. Tezuka poseía un estilo hipercinético de gran amplitud y profundidad que, a la larga, es el que ha acabado colonizando (casi) todos los rincones del manga. Nakazawa se aproximaba, en cuanto a técnica y aproximación, a grandes clásicos posteriores de la novela gráfica como Maus o Berlin. Por no hablar del realismo y la épica de Goseki y Kojima. Por su parte, Monkey Punch era heredero del trazo ligero, humorístico y picante de Mort Drucker.
En conjunto, el apartado artístico de Lupin III es la expresión perfecta del arte pop mas puro, el de la época de Warhol, Lichtenstein y Barbarella: vestuario de fantasía (del que los personajes se desprenden a la mínima), peinados cimentados con kilos de laca y arrogancia de fábrica. En definitiva, Lupin vivirá para siempre en una época en la que los Beatles todavía no se habían dejado crecer el pelo y la barba, ni habían experimentado los golpes del LSD y la realidad.
La mayor parte de las historias que recogen las aventuras de Lupin III y su banda son autoconclusivas, y me jugaría la mano con la que no escribo a que supondrán toda una sorpresa para aquellos que recuerden con cariño el anime emitido en la televisión catalana en los años 90.
No solo porque Lupin se enfrenta aquí a obstáculos que en principio se encuentran fuera de su jurisdicción (como magos o ingenios mecánicos), si no porque los protagonistas se pintan aquí con unos matices mucho más oscuros. Por ejemplo. Desde nuestro punto de vista la actitud de Lupin III sobrepasa en más de una ocasión la raya que separa al «seductor» del maniaco.
Claro que ello responde a las dinámicas de una época en la que las mujeres eran o se las trataba (sobre todo en los tebeos) como a santas, objetos sexuales o diabólicas femme fatales.
Eso no quiere decir que la peculiar manera de Monkey Punch de representar el erotismo no aporte planchas de extraña y singular belleza. Con frecuencia, nuestro autor elige representar el sexo sin dibujar a la figura masculina, centrándose unicamente en la torsión del cuerpo femenino o en una cara extasiada.
La respuesta que dio Monkey Punch cuando le preguntaron cuál era su personaje preferido puede arrojar un poco más de luz acerca del misterioso éxito de esta serie: «Mi personaje preferido es sin ninguna duda Lupin. Lo que más me gusta de él es su libertad, su voluntad de conseguir lo que quiere sin que haya nada ni nadie que pueda impedírselo. A mi me gustaría ser así».
Y es esa, y no otra, la clave del éxito de Lupin III (y del éxito de Corto Maltés, de Mike S. Blueberry, de Fellini y del resto de héroes libertarios de la época). Nuestro caballero ladrón ni siquiera necesita soñar, porque hace de los sueños su vida, y de su vida una obra de arte. Lupin es violencia, transgresión y puro rock and roll de viaje hacia el país del sol naciente. Es puro estilo, un hombre de mundo, un rebelde y un forajido. Es un bonito sueño.
Hasta la fecha se han producido nada menos que cuarenta y dos películas animadas (algunos directores que han tocado la figura de Lupin son Shin`ichiro Watanabe, Osamu Tezuka o Gisaburo Sugii…nada mal para un personaje que nació como relleno de una portada) basadas en la figura de Lupin III.
Como comentarlas todas sería tedioso y francamente absurdo, permitidme un breve apunte sobre la mejor de todas ellas, la única capaz de alcanzar resonancias universales más allá de la legión de seguidores del caballero ladrón (quienes si podrían encontrar interés en el resto de cintas…aunque, francamente, el que sea capaz de vérselas todas no merecerá más que un aplauso y el calificativo de loco). Todos sabemos que estoy hablando de El Castillo de Cagliostro.
Hayao Miyazaki nació en Tokyo en 1941. Fascinado por el arte de genios como Osamu Tezuka y Walt Dysney, decidió muy pronto que quería dedicar su vida a crear fantasías animadas al estilo de Blancanieves o Dumbo. Junto a su compañero Isao Takahata creó sueños inmortales bajó la forma de series como Heidi o Marco, e incluso llegó a colaborar en la primera serie animada de nuestro ladrón favorito. Lo hizo antes de su celebrada puesta de largo como realizador, en una adaptación de la obra de Monkey Punch conocida como El castillo de Cagliostro.
El guion de El Castillo de Cagliostro es sencillo y efectivo, una excusa en realidad para que comience la diversión y la maestría en la realización de Miyazaki: Lupin y Jigen arrivan al condado de Cagliostro después de robar en el casino de Mónaco, buscando el origen de unos billetes falsificados. Al llegar allí, Lupin se enamora perdidamente de una princesa en apuros, a la que intentará rescatar (y de paso encontrar el auténtico dinero) enfrentándose al malvado Cagliostro.
«Maestría en la realización» es una frase hecha (léase tópico) que se queda corto al hablar de Miyazaki, un maestro absoluto en todos los campos que atañen al lenguaje del cine: guion, ritmo, fotografía, arte, montaje música…alguien capaz de comandar a un equipo y conseguir que todos estos elementos mencionados resuenen con la misma armonía solo puede ser un genio.
Y aunque propiamente no sea una «obra Ghibli» podemos reconocer en esta cinta muchos de los elementos que definirán al Miyazaki del futuro: un protagonista egoísta que aprende el valor del sacrificio (precisamente el motivo por el que la cinta fracasó en taquilla, al estar tan alejada de la concepción original del personaje), unos paisajes que oscilan entre lo fantástico y lo real (como en Porco Rosso), aventuras, persecuciones frenéticas (como en Porco Rosso)…y por encima de todo, una actualización del clásico arquetipo «pordiosero conoce a una princesa» (¿os he dicho ya que veáis Porco Rosso?).
Como se ha comentado, El castillo de Cagliostro fracasó en taquilla…pero eso no impidió que su influencia haya llegado hasta nuestros días. En particular, gracias a la fascinación que ejerció en John Lasseter (fundador de Pixar) y en Steven Spielberg (que basó cierta figura de sombrero fedora y látigo en Lupin). El castillo de Cagliostro fue elegida la Mejor Película de Animación de la Historia en el año 1984…antes de que Nausicaa y el resto de películas de Miyazaki la desbancaran.
Pero eso es otra sueño que deberá ser contado en otra ocasión.