Madre, vuelve a casa
Paul Hornschemeier
Cartoné con lomo de tela y sobrecubierta
Color. 128 páginas
22 euros
Algunas personas, de cuyo gusto me agrada fiarme, me habían hablado de su dificultad para entrar en la propuesta narrativa de Paul Hornschemeier en “Madre, vuelve a casa”. A pesar de haber quedado profundamente subyugado por esta obra, entiendo sus motivos. Porque en esta historia se entra desde la locura, la fragilidad y el desespero o no se entra.
En “Madre, vuelve a casa” Hornschemeier nos detalla el duelo de un niño de siete años y de su padre ante la muerte de la mujer madre y esposa. Esa situación, ya de por sí dramática, se ve agravada por el trastorno adaptativo de proporciones considerables que el padre acaba sufriendo.
Una de las personas que enjuiciaban negativamente esta historia la contraponía a los logros de Quim Bou en Haciendo café (Dude) donde se nos narraba, desde un tono de lo más cotidiano y reconocible, los sentimientos de dos hermanos ante la pérdida de su padre. A pesar de que ambas obras tratan del duelo no creo que sean demasiado comparables.
La muerte de un ser querido ejerce en ambos casos de detonante argumental, pero las circunstancias que rodean a esas muertes son bien distintas.
En Haciendo Café el padre es ya mayor y ambos hijos parecen oscilar entre los veinte-largos y los treinta y tantos. A pesar de los sentimientos de pérdida, un cierto hálito de aceptabilidad impregna toda la situación, haciendo posible la ternura e incluso el humor. A ninguno nos gusta la muerte, pero según cómo acontece nos resulta más o menos natural. Más o menos «injusta».
En “Madre, vuelve a casa” se impone la dureza de unas circunstancias que siempre conllevan grandes riesgos de producir duelos patológicos en las personas que las viven. Y Hornschemeier las retrata tan fielmente que eso le acaba exigiendo mucho al lector, para algunos demasiado.
De hecho, la historia empieza sumergiéndonos en pleno delirio del padre del niño protagonista. Y ese delirio es tan auténtico, tan diferente de los extravagantes “viajes” que a veces nos sirven Grant Morrison o Alan Moore y, por supuesto, tan diferente del discurrir normal del pensamiento, que no puede si no causar extrañeza en los que no estén familiarizados con este tipo de alteraciones psicológicas.
Después la narración salta hasta las vivencias del niño explicadas en voz en off desde la distancia de su ya edad adulta. Racionalizando y explicándose a sí mismo y a nosotros lo que vivió y sintió en aquel periodo de aridez y ausencia del cual intentaba escapar. Y aquí, otra vez, la habilidad descriptiva y narrativa de Hornschemeier es tal que no podemos evitar sentirnos golpeados una y otra vez por lo que nos cuenta, a poco que sepamos establecer la empatía necesaria con los personajes y que dejemos que los hallazgos visuales y secuenciales del autor calen en nosotros.
Porque sí, este cómic hace gala de aciertos comunicativos notables a un triple nivel. Y esos tres niveles se compactan alrededor de un mismo mensaje.
En un primer nivel tenemos el discurso, la palabra, la letra. Hornschemeier es hábil y sutil en sus textos, desgranando información y sentimientos en unas dosis adecuadas de ambigüedad y contradicción.
En un segundo nivel nos topamos con la secuencia visual, trabajada e inspirada a la vez, consiguiendo que ésta cuente y explique tanto o más que los mencionados textos.
Y en un tercer nivel la esencia, la mirada, la propuesta. Hornschemeier habla de la ausencia y, además de hacer evidente su control de la retórica, descubrimos que lo que dice es verdad. Y es desde la autenticidad que consigue transportarnos hasta las profundidades del drama de los protagonistas. Un lugar a veces inhumanamente frío y otras entrañablemente cálido. Un lugar afortunadamente inusual, pero a un tiempo veraz. Un lugar desagradable… pero al que conviene que sepamos mirar de frente. Quizás.
Creo que “Madre, vuelve a casa” es el mejor cómic que he leído de los publicados en el 2005. Pero no es un cómic que vaya a recomendaros. A menos que deseéis adentraros en el abismo de la pérdida y el delirio y os sintáis con fuerzas como para llegar enteros al otro lado.