Malaherba, de Bartolomé Seguí

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Edición original: Malaherba (Salamandra Graphic, 2024)
Guion: Bartolomé Seguí adaptando la novela de Manuel Jabois
Dibujo: Bartolomé Seguí
Color: Bartolomé Seguí
Maquetación: Sergi Puyol
Formato: Cartoné. 128 páginas. 24,95€

Los últimos días de la infancia.

«Cuando uno es un niño se entera de todo mientras no se va enterando de nada.»

Malaherba fue la primera novela en castellano del escritor y periodista Manuel Jabois (Pontevedra, 1978). Se trataba de una historia aparecida en 2019 que nos traslada a un barrio del extrarradio de Pontevedra a principios de los noventa. En esas calles conocemos a Tambu, un niño de diez años al que diferentes circunstancias que viven tanto su familia como él mismo le van a obligar a dejar atrás la infancia para caminar los procelosos y turbulentos senderos de la adolescencia. Una novela que nos dejó ver por primera vez a un escritor que, con el paso del tiempo, se ha convertido en una figura clave para comprender la narrativa actual en español. Como viene sucediendo con cada vez asiduidad en los últimos años, su adaptación al cómic no se ha hecho esperar encargándose de ella Bartolomé Seguí (Palma, 1962) de la mano de Salamandra Graphic. El mallorquín ya había tratado una temática similar en Historias de Barrio (Astiberri), un cómic con guion de Gabi Beltrán que nos trasladaba a las calles de Palma. Pero esta nueva aproximación al tránsito entre la niñez y la adolescencia supone un cambio de registro que contrasta con Boomersel afilado retrato de su generación donde veníamos el desencanto que se produce tras una vida de promesas y sueños incumplidos. Se trata de dos obras que reflejan diferentes momentos vitales y aspiraciones, pero que sirven como perfecto retrato de las vivencias que se produce a una determinada edad, aunque las circunstancias socioeconómicas de los protagonistas de ambas obras no tienen absolutamente nada que ver.

Al igual que sucede con la novela original, en esta adaptación Seguí nos habla de la infancia, un tema que ha abordado en diferentes ocasiones a lo largo de su carrera. La obra nos transporta a ese momento el que todavía seguimos viéndolo todo con los ojos de un niño lejos de prejuicios adultos y llenos de libertad. Estamos ante una historia de descubrimiento y perdida de inocencia en la que los protagonistas aprenden por las malas cosas a las que no le pueden poner nombre todavía como la muerte, la malicia, el deseo, la violencia o la sexualidad. El reflejo de ese desconcierto que sienten es una de las grandes virtudes de la historia, junto con la capacidad para mostrarnos unos niños creíbles que ni resultan demasiado infantilizados ni nos dejan la sensación de ser adultos comportándose como niños. La historia está contada a través de los ojos de Tambu, un niño que está madurando y vemos como la historia también va madurando con él y descubriendo una terrible realidad que sus inocentes ojos de niños no son capaces de ver todavía. Un descubrimiento progresivo en el que los lectores acompañamos a los protagonistas, gracias a la capacidad del autor mallorquín para conseguir mantener el misterio que tan bien reflejaba el texto de Jabois. Conseguirlo usando imágenes no resulta nada sencillo porque es mucho más difícil esconder algo en un medio visual que en uno escrito, pero lo consigue dibujando páginas que sugieren mucho más que muestran dejando que seamos los lectores quienes imaginemos que es lo pasa.

Aunque la historia nos habla de un mundo muy pequeño formado por su familia, amigos, vecinos y compañeros de clase consigue resultar universal y atemporal ya que los temas que trata no se circunscriben a un entorno concreto y cerrado, sino que cualquiera puede identificarse con ellos. Pero eso no es impedimento para que la obra no sirva como una perfecta radiografía de la cotidianidad que se vivía en un barrio del extrarradio de una ciudad de España a principios de los noventa con familias desestructuras donde la violencia, el abandono escolar, el SIDA y la drogadicción son parte del día a día. Un entorno lleno de problemas que marca a todos los que viven en él, pero no tanto como para conseguir que la historia no sea capaz de transitar desde lo local a lo universal.

Al tratarse de una adaptación de otro medio hay varios cambios a la hora de contar la historia entre los que destaca que el cómic, a diferencia de la novela, no está contada con la voz en Off de Tambu. Como Seguí es un narrador experimentado y extraordinario sabe cuándo hay que prescindir de los textos para que no haya una sobreabundancia dejando que sean las imágenes quienes nos cuenten la historia. Lo que sí ha decido conservar son las descripciones que Tambu hace de cada uno de sus compañeros de clase y amigos, que sirven como separación entre cada una de las diferentes secuencias en las que se desarrolla la historia. Esas descripciones están acompañadas de unas ilustraciones esplendidas que capan a la perfección como es cada personaje. La forma en la que están construidos es tan realista y reconocible hace que ellos sean lo mejor de la obra, tanto en la novela como en esta adaptación al cómic. Además, nos encontramos con otras partes en prosa en los inicios de cada uno de los ocho capítulos y en un texto final a modo de epílogo. Quizás el tener tantos capítulos y secuencias breves hace que la historia de la impresión de avanzar a trompicones, pero la vida avanza de esa manera con días en los que no pasa nada y si algo tiene este trabajo es su intención de ser algo apegado a la realidad, pese a que se trate de una realidad vista con ojos de un preadolescente.

Gráficamente nos encontramos ante el estilo semicaricaturesco habitual en Seguí lleno de personajes expresivos y dinámicos que nos trasladan a la perfección tanto a los años noventa como a la vida en los barrios y la realidad de los colegios públicos. Pese a ser una historia protagonizada por niños no tiene un estilo infantil sino uno muy similar al que usa en sus adaptaciones de las novelas de Vázquez Montalbán, en particular, en la gama de colores elegida que tiene ese mismo toque lumpen que casa a la perfección con la marginalidad que sobrevuela toda la obra.

Con Malaherba Bartolomé Seguí firma una adaptación que sabe conservar la esencia del original, pero consigue aportarnos una mirada propia que es fiel a lo que debe ser un cómic y su lenguaje. Una historia vista con ojos de niño, pero que no esconde su dureza y que nos ofrece una mirada a un pasado similar al que muchos vivimos, aunque sin caer en la nostalgia ni en el melodrama barato.

Lo mejor

• La capacidad de Seguí para conservar el toque de misterio de la trama, sin que la historia deje de parecernos contada por un niño.
• El diseño de los personajes.
• El reflejo de la época.

Lo peor

• A veces a la historia le falta algo de continuidad.

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Diego García Rouco
Nacido en Barakaldo en 1977 donde sigo viviendo. Descubrí los cómics en una librería de barrio con Tintin, Asterix, SuperLopez y los personajes de Ibáñez. En 1989 descubrí los superheroes de la mano de Stern y Buscema con el numero 73 de la edición de Forum de Los Vengadores. A estas lecturas se fueron incorporando la novela gráfica y el manga, de los cuales, a diferencia de los superheroes, nunca me cansé. Todavía sueño con ser agente Espacio-Temporal y de Planetary, con visitar mundos de fantasía con el señor T., Philemon, Lord Morfeo, Arale y Thor. Viajar con Reed, Ben, Susan y Johnny al futuro y pasear por el cuartel de la Legión. Recorrer la antigua Roma con Alix y una cantimplora de poción mágica. Buscar Mú, perderme en un viaje al corazón de la tormenta, contemplar el Olmo del Cáucaso mientras paseo por un Barrio Lejano leyendo El almanaque de mi padre. Conseguir beber la sangre del Fénix. Leer, al fin, algún articulo de Tintín y de Fantasio sin que me molesten los absurdos inventos de Gastón. Perderme por las murallas de Samaris, mientras de la pirámide flotante de los inmortales cae John Difool. Enamorado de la chica de los ojos rojos y de Adele. Y cabalgar hacia el amanecer con Buddy Longway, Red Dust y el teniente Blueberry. Con un poco de humo azul en los labios...
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