Frank Castle y Jim Lee, una combinación hecha para la acción más cinemática
«Los criminales están por todas partes. A veces es dífícil elegir a mi siguiente objetivo»
Hay personajes que triunfan por aspectos que van más allá de la calidad de los cómics que protagonizan. Yo diría que el Castigador es uno de ellos. Si uno recuerda el pico de fama de Frank Castle (1986-1993 a ojo) pocos cómics o sagas memorables seremos capaces de recordar. De hecho, la mayoría de esos cómics no han tenido una reedición como Dios manda en castellano. La existencia de este Marvel Héroes El Castigador Diario de Guerra se debe a un 90% a Jim Lee, el dibujante de la mayoría de los números incluidos en el tomo y que conforman un estudio de caso o de análisis de cómo fue puliendo su estilo durante algo más de un año; lo justo como para ser llamado por Bob Harras para dibujar unos números de La Patrulla X. El resto, como se dice, es historia.
El Castigador debuta en 1974, dentro de las páginas de El Asombroso Spiderman #129, un pequeño clásico creado por Gerry Conway y Ross Andru. Conway confesó haberse basado, para Frank Castle, un poco en La Sombra y un mucho en Mack Bojan AKA el Ejecutor, protagonista de una extensa saga de novelas (más de 400 publicadas entre 1969 y 2020) centrada en un James Bond especialmente sanguinario. El Castigador no llegó a cuajar del todo en los 70 e incluso llegó a aparecer como un loco que ametrallaba a peatones que tiraban un papel al suelo como se pudo ver en El Espectacular Spiderman de Bill Mantlo. Pero los 80 serían terreno mucho más fértil para el bueno de Frank. Entre las décadas de los 70 y los 80, la sociedad estadounidense había vivido un constante repunte de violencia en sus ciudades -los casos de Nueva York y Chicago llenaron páginas y páginas de la prensa escrita así como horas de informativos- y eso se trasladó a la cultura popular, sobre todo al cine, con películas que mostraban los aspectos más sórdidos de las grandes urbes (Taxi Driver) o introducían a tipos que se tomaban la justicia por su mano frente a rateros y traficantes de droga (Charles Bronson en Deathwish).
En 1986, Steven Grant y Mike Zeck se encargarán (casi en su totalidad) de la primera miniserie del Castigador: Círculo de Sangre. Probablemente unos de los mejores trabajos de Zeck, la historia servía sobre todo para rehabilitar a Castle y volver a resaltar su mentalidad de frío y calculador “impartidor de justicia”; la visión del personaje que ya había apuntado Frank Miller cuando lo había utilizado en Daredevil. La miniserie fue un éxito a pesar de los problemas creativos que sufrió y que obligaron a que el último número lo terminaran Mary Jo Duffy y Mike Vosburg. Era cuestión de tiempo que el Castigador disfrutara de la oportunidad de tener una serie abierta propia y esta se presentó en 1987 con Mike Baron a los guiones y Klaus Janson a los lápices. El primer número fue el cómic más vendido en su mes de salida lo que auguraba, teniendo en cuenta la política de la Marvel de entonces, que íbamos a tener al Castigador (como a Lobezno) hasta en la sopa.
Y así llegamos hasta este “Diario de Guerra”, la segunda colección abierta del personaje, lanzada en 1988. Los autores serían el editor Carl Potts y el joven Jim Lee, traído desde Alpha Flight por el mismo Potts. ¿En qué se diferencia narrativamente esta segunda serie de la primera? En muy poco a decir verdad. El contraste ideológico entre ambos guionistas –Baron un conservador militante y Potts un liberal moderado- apenas se vio reflejado en sus historias. Mientras Baron estructura sus aventuras generalmente en uno o dos números, Potts no tardará en escribir relatos de 3 o más números, intentando añadir una complejidad al personaje que, seamos sinceros, nunca le ha hecho falta.
El tomo que aquí reseñamos incluye los 24 primeros números de la serie y el lector se encontrará los clichés de los cómics del Castigador: traficantes de droga, mafiosos, excombatientes de Vietnam, pandilleros, civiles envueltos en fuego cruzado, alguna que otra aparición especial de héroes “urbanos” como Daredevil, la Viuda Negra o Spiderman. Pero sobre todo muchos villanos con el carisma justo exceptuando quizás a Cañonero, antagonista del extraño cross-over de la serie con Actos de Venganza. No hay señales aquí de ningún enemigo con la personalidad de, por ejemplo, Puzzle.
Tengo que reconocer el intento de Potts de darle una vuelta de tuerca, si no al personaje, sí a algunos aspectos narrativos. El primer número, con los paneles de la muerte de la familia de Frank son un pequeño experimento muy satisfactorio así como las diversas pinceladas de la personalidad de Frank como por ejemplo su miedo a las grandes extensiones de agua. Hay también pasos hacia una posible evolución del personaje, mostrando el Castle de Potts, una clemencia difícil de encontrar en otras etapas conocidas del personaje.
Sin duda, lo más llamativo de este tomo es el trabajo de Lee. Sin ser tampoco una cosa radical, sí que se puede apreciar la evolución del dibujante desde su primer número (haciendo los acabados a partir de los bocetos de Potts, recordemos, también dibujante) hasta el último (#19). La fuerza de los lápices de Lee es capaz de destacar sobre entintadores muy diferentes, véase por ejemplo cómo el estilo de profesionales con una impronta inconfundible como Klaus Janson (#11) o Al Milgrom (#12) quedan supeditados al dibujante. Y si de entintadores hablamos, no podemos olvidar el #10, si la memoria no me falla, primera colaboración entre Lee y Scott Williams; el inicio de una relación profesional que se extendería durante décadas.
A pesar de algún defecto (algunos dientes apretados de los primeros números tienen aroma de ROB!) es innegable que la labor de Lee es fantástica. Poco a poco va aprendiendo -¿influencia de Potts?- a desarrollar una narrativa cada vez más fluida lejos aún de los excesos barrocos de su época Image. El uso de viñetas que ocupan media página es espectacular, reservándolas normalmente a grandes escenas de acción, ya sea Frank disparando o enfrentándose a Lobezno a pecho descubierto. Lee dibuja a un Castigador en momentos demasiado “molón” como en la saga en Hawai de los #17-19 con ese Frank en camisa hawaiana y disparando en una moto de agua. No quiero olvidar la labor del colorista Gregory Wright, que multiplica los puntos fuertes de Lee y que brilla con luz propia en los flashback -con una hábil mezcla de grises y azules- o en los tiroteos -jugando de manera sencilla pero enormemente efectiva con distintos tipos de amarillos-.
A principios de los 90, el Castigador era un invitado recurrente en varias colecciones Marvel al mes. Y al igual que Lobezno, eso significaba que el personaje tendría prohibido evolucionar durante la siguiente década. Sea como fuere, Potts dejaría de escribir la serie en el número final de este volumen y aunque sus sustitutos (Baron y Mark Texeira), si bien todavía mantendrían un nivel de calidad aceptable, la fuerza y el dinamismo de Jim Lee eran casi imposibles de sustituir. El boom del Castigador fue tan grande como rápidamente olvidado dejando en la lista de posibles reediciones a las aportaciones de Chuck Dixon al personaje. Más de una década después, tendría que venir Garth Ennis para volver a llamar la atención de los aficionados sobre el antihéroe con la calavera pintada en su camiseta.
Lo mejor
• Toda la parte gráfica, especialmente el trabajo de Jim Lee
Lo peor
• Son historias tan entretenidas como intrascendentes
Lo leí el año pasado en edición original. Recuerdo pensar que el diseño de página de Carl Potts beneficiaba a Jim Lee, con una narrativa más clara de lo que sería habitual en él posteriormente.
Los guiones, medio pelo. Como dice la reseña, todo muy de película ochentosa. Pero bastante legible en su conjunto. Creo que los mejores números estaban hasta el 13 o 14 y decae a partir de ahí.
Producto de su tiempo y un entretenimiento decente no para todos los gustos.
A fines de los 80, Frank era el heroe que queriamos, pero no el que necesitamos.
Sin ser mi favorito, quizá sea este (el de Potts y Lee) el mejor Punisher, el más completo. En cuanto a que lo expande a todas sus vertientes de forma satisfactoria. Tiene el añadido morboso, casi antropológico, de ver a un guionista como Potts lidiando con un personaje como El Castigador. No es Oneil dándole la vuelta al calcetín a The Question pero no está exento de situaciones comprometidas que arrancan más de una sonrisa. El de Baron ya es otro cantar y por momentos hiela la sangre