Edición original: Marvel Comics – julio – octubre – 1988
Edición España: Comics Forum – julio – octubre – 1990
Guión: Peter B. Gillis
Dibujo: Denys Cowan
Entintado: Sam de la Rosa
Color: Bob Sharen
Portada: Denys Cowan, Sam de la Rosa
Precio: 165 pesetas (serie limitada de cuatro números, publicada en los números 43 a 46 de la cabecera antológica «Marvel Héroes»)
En estos tiempos en los que
Pongámonos en situación: en 1987 el mundo aún está organizado en bloques comandados por dos superpotencias que mantienen a la humanidad en una guerra fría que comienza a deshelarse. En la Unión Soviética dirige un tal Mikhail Gorbachev, que con palabras como perestroika o glasnost parece prometer el advenimiento de un tiempo de cambios, pero la división marcada por el telón de acero permanece. Estadounidenses y rusos se enfrentan indirectamente en todo el mundo y el continente africano alberga algunos de esos escenarios bélicos. En el sur, la República Sudafricana mantenía el control sobre Namibia y combatía contra Angola y Mozambique. El hecho de que estos dos países tuvieran gobiernos de corte socialista y el consecuente apoyo de Estados de esa órbita, convertía a los afrikaaners en contrapeso local y aliados del bloque occidental. Sin embargo, el gobierno sudafricano mantenía al mismo tiempo un régimen de discriminación racial –el infame apartheid- que permitía mantener el poder a la minoría de origen neerlandés y británico. Ese baldón en el corazón del modelo estatal africano austral suponía para los gobiernos de Estados Unidos y Gran Bretaña un incómodo escollo para justificar su circunstancial cercanía con la dirigencia de Pretoria. Las sociedades de esos mismos países clamaban contra el trato negativamente discriminatorio que Sudáfrica dispensaba a la población no blanca –negra, indostánica o mixta- y exigían una condena activa que, además, tuviera consecuencias. Cuando la distensión empezó a hacerse sensiblemente presente en las relaciones entre bloques, las reacciones contra el régimen racista empezaron a hacerse más contundentes y efectivas. Sin embargo, a finales de los ochenta la perspectiva de un cambio semejaba más a entelequia que a realidad. Voces críticas como la del arzobispo Desmond Tutu eran galardonadas con el premio Nobel de la paz, pero otras como la de Nelson Mandela permanecían encarceladas. Es en este contexto en el que surge esta miniserie con la que
Desde su primera aparición, quedó establecido que
Las premisas de la miniserie son, cuando menos, atractivas. Sin embargo, un espacio tan limitado como los cuatro números que, casi inevitablemente, conformaban las series limitadas de la época, no da tiempo para mucho. Afortunadamente, Peter B. Gillis –un guionista de la época injustamente olvidado- aprovecha el formato y mete en danza piezas políticas, tecnológicas y religiosas. Unos años antes había dado muestras de su vasta cultura en la denostada fase final de Los Nuevos Defensores, demostrando también un buen hacer en personajes tan dispares como el Doctor Extraño o el Capitán América. Sin embargo, el desafío de tener que hacerse con algunos encargos tras etapas especialmente memorables –por ejemplo, sustituyó a Roger Stern para contar las aventuras del hechicero supremo- eclipsó con mucho la demostración de sus capacidades. Aquí, juega con un material que se le da bien –el místico- y se plantea cómo afectaría al conflicto racial la introducción en el tablero de la deidad que da sus bendiciones a los reyes wakandianos. La Pantera Negra combina en sus habilidades pericia tecnológica y elementos sobrenaturales, que aquí demuestran estar en un complicado equilibrio. ¿Qué sucedería si la divinidad considerare que su vicario terrestre no está haciendo lo correcto? El gobierno de T’Challa justifica sus decisiones en el mantenimiento de la paz con Azania pero ¿merece la pena pagar un precio tan alto? Cuando todo parece apuntar a una participación furtiva del monarca en el territorio vecino, serán los segregacionistas los que muevan pieza para neutralizarle. No se espere, no obstante, una sesuda reflexión política, sino más bien el mecanismo narrativo para justificar unas cuantas peleas entre pijamas –hay, por supuesto, unos cuantos súper-tipos en la nómina azaniana- y hacer algo de investigación detectivesca a nivel internacional. Hay, por supuesto, espacio para que un acosado protagonista tenga tiempo para algo de romanticismo y una conclusión esperanzadora en la que se lanza la moraleja de que el diálogo y no la violencia es la premisa para una solución. Todo ello se sazona con una oportuna dicotomía ciencia-religión que hace que el producto sea, en este apartado, bastante redondo.
Pasando a la parte gráfica, hay que destacar el hecho de que Denys Cowan realiza un trabajo interesante, aunque no del todo sobresaliente. Su trazo presenta a una Pantera Negra majestosa e impresionante, pero la elección de presentar claramente a su entidad patrona y el diseño que da a ella es excesivamente mundano, casi pedestre. Los cambios de escenario, de tono y de ambiente son ejecutados con pericia, favoreciendo la cohesión de la historia. Por otra parte, si bien algunas escenas de combate y los diseños de algunos oponentes resultan un tanto sosas, el conjunto definitivo no queda en modo alguno desmerecido. Cuando don Denys realizó este trabajo, ya se había hecho un nombre colaborando con Dennis O’Neil en la colección dedicada a Question. Aquí cambia radicalmente de tercio y se mete de lleno en el campo de los pijamas. Por su parte, Sam de la Rosa y Bob Sharen cumplen, en unos tiempos en los que el coloreado por ordenador estaba por implementarse en la industria.
El resultado final es una serie limitada entretenida e inevitablemente hija de su tiempo. Trabajo más que aceptable realizada por profesionales competentes que demostró el potencial en solitario de Pantera Negra. Poco después, el personaje se reencontraría con Don McGregor, uno de sus guionistas de referencia, para un serial en Marvel Comics Presents. Después de unos cuantos proyectos especiales, sería Christopher Priest el que se encargaría de acompañar a T’Challa en el cambio de milenio. Comparada con estas importantes etapas, la aportación de Gillis ha quedado completamente olvidada, pero ahora que Wakanda se aproxima a la gran pantalla, no sería mala cosa recuperar un producto que también podría servir para recordar a las nuevas generaciones que no ha tanto tiempo un país mantenía a la mayor parte de la población discriminada negativamente por el color de su piel.
Curioso que fuera el mismo Cowan el dibujante de otro arco que reflejaba la problemática sudafricana por aquella época (el que inició la serie Teen Titans Spotlight, en que Starfire iba a esas tierras y conocía la situación de primera mano, sin que mediasen nombres de paises ficticios en este caso).
Cowan es un autor bastante comprometido en estos menester, así que no es extraño que se apuntara también en ese caso.