El cómic que definió a Lobezno
«Soy el Mejor en lo que Hago»
En el cómic superheroico mainstream, formado por personajes que, con el paso del tiempo, trascienden de la propia viñeta, pasando a ocupar el espacio de la cultura popular o incluso, de la mitología moderna, existen obran definitorias que, aunque no sean fundacionales editorialmente, puesto que no constituyen las primeras aventuras del personaje en cuestión, sí que sientan las bases de lo que este personaje será a futuro, y de ahí, su importancia.
Ocurre con el Daredevil de Frank Miller, con el Superman de John Byrne, con el Hulk de Peter David, o incluso con el Estela Plateada de Jim Starlin. Ninguna de las obras mencionadas se encuentran entre aquellas que vieron la luz cuando cualquiera de esos personajes fueron creados, si no más bien al contrario.
Tienen lugar cuando estos ya eran más o menos populares dentro del medio, teniendo ya unas bases propias asentadas que, sin embargo, a posteriori fueron cambiadas por otras que, por su calidad o por el momento en el que llegaron, se quedaron como punto de partida a tener en cuenta desde entonces y en adelante.
Esto es exactamente lo que ocurrió con Lobezno. Creado en Octubre de 1974 por Len Wein, John Romita Sr. y Herb Trimpe para El Increíble Hulk 180 y 181 era éste un personaje que simplemente estaba de paso en la colección, una excusa más para que el gigante de jade se diera de leches con alguien.
El testigo, fue recogido por el propio Wein con Dave Cockrum un año más tarde para aquel Giant Size X-Men que hoy consideramos todo un clásico, y a partir de ahí, fue Chris Claremont quien utilizó al personaje como personaje principal y esencial de su Patrulla X, construyendo muy poco a poco su misterioso pasado, desde el por qué de sus garras (no parte de su traje como parecía insinuarse en aquel cómic de Hulk) si no de sí mismo, qué habilidades tenía y a qué se había dedicado, todo ello siempre cubierto de un halo de misterio que funcionaba a las mil maravillas.
Sin embargo, aquel Lobezno, era más bien un personaje misterioso que en cada aventura encontraba una excusa para desatar su parte más animal y propiciar la escena de acción de turno. No había apenas complejidad en el personaje.
Y es entonces cuando, entre Septiembre y Diciembre de 1982, esto es, hace exactamente cuarenta años, el propio Claremont y Miller, en un viaje en coche de vuelta de un salón del cómic, comenzaron a idear una historia limitada para el personaje, una que no solo resultara entretenida, si no que sirviera para dar el perfil definitivo de aquel mutante que ya entonces era muy popular entre los lectores.
El resultado fue Wolverine, una serie de cuatro números, conjuntamente conocida como Honor en nuestro país, que narraba la llegada de Logan a Japón para recuperar al amor de su vida, Mariko, hija de un señor del crimen que la obligaba a casarse con un marido maltratador como método para expandir su corrupto imperio.
En el transcurso de la aventura veríamos a un Lobezno más reflexivo, más hombre que animal, que pone todo lo que tiene al servicio de su amor perdido, acompañado por Yukio, una mercenaria y artista marcial con la que vive un romance tan carnal como exento de cariño por su parte, en su camino por recuperar al amor de su vida.
Una historia trágica en la que por primera vez se estableció el vínculo de Lobezno con el País del Sol Naciente, en el que La Mano, clan ninja creado poco antes por Frank Miller para Daredevil volvía a hacer aparición, y en la que además conocíamos una pequeña parcela del pasado del mutante posteriormente conocido como James Howlett.
Claremont escribía una de sus mejores piezas, en la que su verborrea habitual era sustituida por un estilo más dinámico y directo que hace que la historia sobreviva perfectamente en ese aspecto a día de hoy, acompañada del dibujo de un Frank Miller que se encontraba en su mejor momento visual.
No obstante, el tono de la historia hace ver que Miller no se limitó al apartado gráfico, y que tuvo mucho que ver en el guión, quizás no es su factura técnica, pero sí en el argumento general de la historia, pues este “Honor” tiene mucho parentesco con su Daredevil o su Batman, guionizados, estos sí, en exclusiva por Miller.
Por supuesto, las tintas de Josef Rubinstein y el color de Glynis Wein hacen mucho por el dibujo de Miller, estilizando el mismo, lo que hace que en Honor nos cueste más reconocer a Miller que en otras de sus obras más personales como el Regreso del Caballero Oscuro o Sin City.
Por tanto, estamos sin lugar a dudas ante una obra entretenida, bien escrita y bien dibujada, que ha conseguido sobrevivir a sus cuarenta años de existencia como uno de esos cómics esenciales de Lobezno, que hay que leer.
Sin embargo, y aunque soy de los que considera que cada obra debe ser valorada en su época, y nunca con los criterios sociales y morales de hoy en día, sí que esta obra aguanta bastante mal el paso del tiempo en lo que a tono argumental se refiere. El tratamiento de las mujeres que aquí realiza Claremont deja mucho que desear. Yukio es la típica femme fatale sin dobleces, que utiliza su sexualidad como arma y que es muy dura pero sin embargo, se reblandece con solo mirar a Lobezno, y Mariko solo es fuerte y decidida fuera de plano, y cuando un texto habla de ella, pero resulta una damisela en apuros sin atractivo ninguno ni papel propio más allá de justificar los actores del héroe en el resto de la obra.
Esto no deja de sorprendernos, sobre todo porque, quienes hemos leído la etapa de Claremont en la Patrulla X o sus Nuevos Mutantes, podemos decir sin lugar a dudas que el Patriarca Mutante sabía muy bien cómo construir personajes femeninos, siendo de hecho uno de los padres de las mujeres empoderadas en el mundo del cómic mucho antes de que se hablara de ello. Tormenta, Jean Grey, Carol Danvers o Mística (por nombrar solo algunas) en manos de Claremont son personajes por derecho propio que nada tienen que envidiar a ningún hombre.
Sin embargo, no es esto lo que sucede en estas páginas, en las que tan solo aparecen dos mujeres y ambas resultan planas y anodinas incluso para la época, o al menos para lo que Claremont hacía en esa época.
Este aspecto no lastra la calidad de la obra que, como digo, técnicamente sigue siendo impecable y en otros aspectos muy adelantada a su tiempo, pero no deja de impactar un poco al lector actual.
Un imprescindible que no debes dejar pasar, y menos en un formato Must Have que lo hace accesible a todos los bolsillos.
Lo mejor
• Guión y dibujo forman una unión perfecta.
• Lo trepidante de la historia, incluso hoy, cuarenta años después.
Lo peor
• El tratamiento femenino.
Guión - 7
Dibujo - 7.9
Interés - 9
8
Imprescindible
Chris Claremont y Frank Miller sentaron las bases canónicas del mutante de las garras de adamantium en esta serie limitada.
Un gran cómic, con tanto Claremont como Miller en camino de sus picos creativos. Sentó las bases para decenas de historias del personaje, de hecho en lo inmediato enlazó con la (excelente) etapa de Paul Smith en Uncanny X-Men. Lamentablemente, tan solo diez años después el personaje ya estaba quemado, de forma (para mi humilde entender) irreversible.