Steve Rogers vuelve a sus raíces
El cómic superheroico se mueve desde hace años, en un terreno que, podríamos definir utilizando expresiones Nietzscheanas que en realidad se refieren a otros conceptos, como el eterno retorno de lo mismo. Todo cambia, para en realidad quedarse igual.
Y es que, para que una serie de personajes, de universos convivan como parte de la cultura popular durante casi un siglo de vida, es inevitable que estos tienen que adaptarse a la evolución de los lectores que van cambiando y que desde luego hace tiempo que no son, lo que leían cómics en los años cuarenta.
Pero a la vez, este tipo de publicaciones debe de introducir fuertes revulsivos en la trama, que dejen casi irreconocibles a los personajes para después, devolverlos a su esencia y que ese incremento puntual de ventas que se ha conseguido con el cambio en cuestión, no se vuelva contra el personaje y haga que éste deje de ser atractivo para el publico.
De ahí, que los héroes mueran, pero también resuciten. Hablamos de propiedad intelectuales mainstream que producen muchísimo dinero al año y en las que ese tira y afloja entre la innovación y el clasicismo es ya eterno e inherente a la industria.
Este es el contexto en el que fue “parido” el cómic que traemos hoy a la palestra. Steve Rogers venía de una etapa muy interesante llevada a cabo por Nick Spencer junto con varios dibujantes en la que, compartiendo el título con Sam Wilson, y a través de dos colecciones distintas, una para cada Capitán América, se perfilaba como un centinela de la libertad conservador que no aprobaba los métodos del héroe antes conocido como el Halcón, mucho más cercano al pueblo.
Esto, llevaba además a una serie de cuestiones que terminaban por revelar que el Capitán América de Nick Spencer era en realidad miembro de Hydra, y que llevaba preparando su ataque contra Estados Unidos desde que fuera descongelado del hielo, congelación que también fue planeada por Hydra.
Aquel Capitán América malvado y nazi resultó muy interesante de leer durante muchos meses, pero cuando Imperio Secreto, evento con el que puso fin a las aventuras de esta particular versión de Rogers, llegó a su fin, tocaba recoger los muebles y preparar el escenario para que otro equipo creativo tomara las riendas del personaje.
Hay que decir que aunque Imperio Secreto pueda parecernos un evento fallido en función de a quién le preguntemos, supuso la excusa perfecta para que Spencer dejara todo listo para el siguiente autor, y lo hizo de forma perfecta, devolviéndonos al Steve Rogers de siempre sin dejar dudas sobre su bondad.
Ocurre sin embargo que, cuando un personaje viene de tener una etapa razonablemente duradera a manos de un equipo creativo, resulta difícil encontrar al siguiente equipo que se encargue del personaje, o incluso plantear las tramas por la que discurrirá la colección de forma tan temprana, por lo que suele ser conveniente que entre dos etapas largas, tengamos entre seis meses y un año de cómics del personaje que en sí mismos, conformen una etapa más corta y de transición.
Entre Ed Brubaker, Rick Remender y Nick Spencer, a Steve Rogers apenas si se le había dejado descansar, cosechando éxito tras éxito con las distintas formas de abordar al personaje que plantearon estos autores, y el personaje hacía tiempo que pedía un respiro entre tanta aventura, algo que nos recordar qué suponía ser el Capitán América más allá de conspiraciones gubernamentales, viajes a dimensiones desconocidas, o usos indebidos del cubo cósmico.
Siendo así, Marvel decidió contar con Mark Waid, autor de bandera del cómic superheroico, conocido por multitud de éxitos tanto en DC como en la Casa de las Idas que conoce como nadie el medio para el que trabaja.
Con eso en mente, y con el magnífico dibujo de Chris Samnee, capaz de hacer que nos sumerjamos en cada página durante horas, llegó una etapa de tan solo diez números en la que se nos narraba la primera aventura del Capitán América tras salir del hielo, consistente en un enfrentamiento con Baluarte un grupo supremacista que le recordaba a todo aquello contra lo que luchó en la guerra.
El personaje también se enfrentaba a viejos conocidos de la parcela villanesca de Marvel como Kraven el Cazador o el Espadachín, en una serie de aventuras prácticamente autoconclusivas de uno o dos números, en las que simplemente teníamos a Steve como representante de la libertad, la bondad y el sueño americano frente a malvados sin dobleces que buscaban aprovecharse de los más débiles.
Un cómic que devolvía al personaje a sus raíces más clásicas, a esos tiempos sin grises en los que el mundo del cómic y del entretenimiento en general no presentaba dudad acerca de las verdaderas intenciones de ningún personaje, solo que esta vez la intención no es hacer propaganda de los EEUU, si no entretener al personal.
La pluma de Waid, conocedor del personaje (y firmante de una de sus mejores etapas anteriores a esta) junto con el dinámico y particular estilo de Samnee, hacen de esta obra un auténtico must, sobre todo si os gustó lo que la dupla de autores ya hizo en la colección del Diablo Guardián.
Lo mejor
• El dibujo de Chris Samnee.
• Que Waid entienda tan bien al Capitán América.
Lo peor
• Que esta vuelta al clasicismo se haga más por mandato editorial para revertir Imperio Secreto que por iniciativa propia.
Guión - 9
Dibujo - 9
Interés - 9
9
Increíble
Steve Rogers vuelve a sus esencias más canónicas en esta maravillosa pero breve etapa.