Memorias de un zombie adolescente de Jonathan Levine. Entre Shakespeare y Meyer

En apariencia el subgénero de terror zombie vive uno de sus momentos más dulces, al menos en cuento a éxito y repercusión mediática, la calidad de sus recientes incursiones sería otra cuestión a debatir, pero no deja de ser llamativo como este tipo de producciones han sido «rescatadas» de la serie B original por la que merodeaban antaño para ser reconvertidas por parte de los grandes estudios en auténticos blocksbusters como la próxima Guerra Mundial Z de Marc Foster, películas de acción como la identificadas con la saga Resident Evil de Paul W. S. Anderson o incluso series de televisión como la popular adaptación de la cadena AMC de Los Muertos Vivientes de Robert Kirkman. Por lo tanto, para ser correctos deberíamos decir que la figura del zombie ha sido la que ha alcanzado realmente la fama, prescindiendo en muchos casos el género de esa capacidad simbólica y metafórica residual para hablar de la sociedad consumista occidental y su relación con el individuo ya establecida por George A. Romero en su histórica ópera prima La noche de los muertos vivientes (1968). El zombie, el no-muerto clásico, ha abrazando finalmente la cultura pop y las superficialidades y vanas apariencias del cine de principios del siglo XXI. Las parodias del género -por desgracia no podemos considerar con este término a la saga Resident Evil de Paul W. S. Anderson– se han sucedido y, en algunos casos, han conseguido jugar con los clichés de este tipo de películas dejando como consecuencia y resultado títulos tan dispares y originales como Shaun of the Dead (2004) de Edgar Wright, Fido (2006) de Andrew Currie, Zombieland (2009) de Ruben Fleisher o la indispensable miniserie de televisión canal británico E4 Dead Set: Muerte En Directo creada por Charlie Brooker.

Por otro lado, zombies a parte, el cine de terror reciente ha intentado «pervertir» en los últimos años a otra de sus criaturas más referenciales y míticas, el vampiro, aprovechándose de su atractivo innato y poder de reinterpretación para asimilarlo ahora como el «reluciente» protagonista de una millonaria saga adolescente en la cual el antaño romanticismo erótico tan ligado al chupasangres y al mismo género se ha transfigurado en un obsceno y sensiblero pastiche mormón. Estamos hablando, por supuesto, de la serie Crepúsculo de la escritora Stephenie Meyer, una colección de libros de escasa calidad literaria cuya historia, tan deudora de las anteriores Crónicas Vampíricas de Anne Rice, ha reventado las taquillas de todo el mundo convirtiendo a sus protagonistas interpretados por Robert Pattison y Kirsten Stewart en los iconos y objeto de deseo de toda una masa de furibundas y quinceañeras seguidoras. El fotógrafo, pintor y escritor Isaac Marion, tan patidifuso como cualquiera ante esta moda, decidió reírse de este fenómeno empezando a escribir en 2010 un relato corto online titulado I am a Zombie Filled with Love, un «zombie romance» el cual se acabaría convirtiendo en la novela Warm Bodies publicada por la división Atria Books de la editorial Simon and Schuster. Esta peculiar obra habría de ser la base de la recientemente estrenada Memorias de un zombie adolescente del director Jonathan Levine en cuya filmografía destaca su trabajo en la simpática y tierna tragicomedia 50/50 en la que supo coordinar un interesante reparto formado por nombres como Joseph Gordon-Levitt, Seth Rogen, Anna Kendrick y Bryce Dallas Howard.

En sí mismo, como apuntábamos, el libro de Isaac Marion era una parodia respuesta al Crepúsculo de Stephenie Meyer aunque recurriendo más directamente al arquetipo insalvable utilizado por esta en la génesis de su obra, el del amor adolescente, siempre estúpido e irracional, de la shakesperiana Romeo y Julieta, y combinando esto con algunos elementos de la mitología zombie para construir una sátira entorno a nuestra alienada sociedad moderna. La productora Summit Entertainment, responsable de la saga Crepúsculo, no sabemos si entendió o no el chiste pero acabó comprando los derechos de la historia para adaptarlos rápidamente a la gran pantalla dándole al término paradoja una nueva y curiosa dimensión y vuelta de tuerca. No obstante, la propuesta, a priori, se antojaba interesante y tentadora, una comedia para pasar el rato, un producto ligado subgénero zombie que se podría esperar cercano a la agradable y divertida Zombieland de Ruben Fleisher, con algún toque de humor negro y haciendo sangre y ridiculizando los dogmas e ideas transplantadas al cine actual por la ya denostada creación de Stephenie Meyer. Pero, en cambio, el espectador que vaya buscando esto en las Memorias de un zombie adolescente de Jonathan Levine posiblemente acabará decepcionado y, más allá de su prometedor inicio, se verá enfrentado a una adaptación plana, sosa y tediosa, tan mal planteada que acaba convirtiéndose y asumiendo, premeditadamente o inconscientemente, los defectos del mismo objeto que supuestamente pretendía parodiar.

El primer problema del film radica en el abuso de los monólogos internos «a lo Bella Swan» del protagonista, excesivamente obvios y simples como reflejo de la futilidad y vacuidad de la que se intenta hacer escarnio, Jonathan Levine no acierta a darle enjundia al tono paródico y el recurso de voz en off acaba resultando repetitivo y cansino. El referenciar o incluso citar el Romeo y Julieta de William Shakespeare, con todo el bagaje ya recorrido, no hace inteligente por sí misma a una historia de este tipo por lo que cuando Jonathan Levine centra toda la atención en la historia romántica de sus protagonistas, con toda lógica, no debería haber olvidado ni descuidado dotar de un mínimo de coherencia interna y carisma el mundo en el que se mueven esos personajes. En la obra de Isaac Marion hay una mayor dualidad entre el mundo humano y el de los zombies, los cuales tienen su propia sociedad, una cultura muerta en la que sus individuos intentan mantener inconscientemente los roles de sus vidas pasadas, pero este, como otros elementos y puntos de interés de la novela, léase su mensaje subversivo criticando la pasividad de nuestra humanidad, se acaban perdiendo, o apenas se llegan a esbozar, en el subtexto de la adaptación de Jonathan Levine en la que la ironía, el cinismo y la sátira permanecen totalmente ausentes o muertos. En cambio, las incongruencias, contradicciones y absurdos lastran la historia porque esta no es capaz de generar la complicidad necesaria con el espectador para conectar con sus personajes ni con el perfil bajo de su pretendido tono paródico.

La comedia es una cosa muy seria, algo que no todo el mundo acaba de entender, y como la magia, necesita de sus propias reglas y normas para funcionar, esto ya lo había asumido el mismo William Shakespeare en el siglo XVI, pero Jonathan Levine no encuentra aquí el camino y el resultado se traduce en un film insípido y apático que sólo logra sacarnos de nuestro creciente sopor a golpe de banda sonora y tirando de la excelente fotografía del español Javier Aguirresarobe con experiencia en producciones como Los fantasmas de Goya (2006) de Milos Forman, La Carretera (2009) de John Hillcoat, Los Otros (2001) y Mar Adentro (2004) de Alejandro Amenábar o, no casualmente, en las entregas de la saga Crepúsculo Luna nueva (2009) de Chris Weitz y Eclipse (2010) de David Slade. No deja de ser llamativo como estas últimas, con sus situaciones estereotipadas y disparatadas y sus acartonadas interpretaciones, son capaces de arrebatarnos la carcajada, a su costa por supuesto, mientras Memorias de un zombie adolescente con toda su favor apenas logra, en el mejor de los casos, hacernos esbozar una tímida y forzada sonrisa. El planteamiento es demasiado obvio, no deja cabida a sutilezas, se enreda en sus escenas oníricas y su reparto estriba entre la entrañable voluntariedad de Nicholas Hoult –X-men: Primera Generación (2011) de Matthew Vaughn y Jack El Cazagigantes (2011) de Bryan Singer– y Teresa Palmer –El Aprendiz de Brujo (2010) de Jon Turteltaub-, y el simple y llano «pasaba por aquí» de un antiguo talento y veterano como John Malkovich.

En relación a los efectos especiales, espectadores de excepción de este melodrama zombie, mencionar a los digitales «huesudos», los zombies animalizados que según la película finalmente han perdido todo rastro de humanidad, muy cercanos estéticamente a las bestias de la adaptación de Soy Leyenda (2007) de Francis Lawrence protagonizada por Will Smith y, al igual que estos, no especialmente logrados aunque sean el único elemento que consigue introducir algo de acción en una mortecina trama. Las críticas de Memorias de un zombie adolescente de Jonathan Levine han sido sorprendentemente indulgentes y condescendientes alabando su sentido del humor, su atmósfera y, como comentaba Roger Ebert de Chicago Sun Times, «sus agallas para ser desacomplejadamente romántica y descaradamente optimista». Entre sus defectos se suele mencionar su falta de ingenio y energía, tema vital cuando estamos hablando de una parodia, y a lo que se podría añadir su excesiva simpleza y dejadez argumental. En conclusión, en su campo Memorias de un zombie adolescente de Jonathan Levine acaba confundiendo el parodiar con el imitar y eso se traduce en una película de factura mediocre cuyas mejores ocurrencias se quedaron en el trailer y la campaña publicitaria de la película. De esta manera, más que hacernos reír de las edulcoradas y estéticas películas románticas de herencia «crepusculiana» simplemente reavivará el repelús y las fobias de algunos espectadores por este tipo de producciones y hacerlos temer por sus futuras mutaciones y evolución cinematográfica.